Capítulo 1
Nomi
Awww, Chris Webb.
¿Cómo es que alguien puede ser tan atractivo? ¿Ser tan alto, oler tan bien y sonreír hasta con los ojos como él, luciendo encantador?
Suspiro una vez más, contemplando desde mi móvil la fotografía que le robé el día que, junto a Aurora y Steve —otro impresionante hombre—, nos ayudaron a mudarnos a nuestra casa en Kobe. En esta espectacular foto sus bíceps tensionados al levantar una caja se marcan apretados en su camiseta, dejando entrever en uno de ellos el tatuaje justo en el límite de la manga corta y que imagino sube hasta su hombro. Un segundo dibujo en tinta decoraba su antebrazo en la parte interna. Ese no se nota en la imagen, pero lo recuerdo bien.
Me pregunto si tendrá más de esos.
Puedo sentir mi sonrisa boba al soñar despierta y no me importa.
No soy tonta. Sé que es un imposible. Y tengo una lista de motivos:
*Vivimos en continentes diferentes.
*Tenemos doce años de diferencia, lo que hace que él me vea como a una niña a mis dieciocho años.
*No hablamos el mismo idioma.
*Él fue el agente que me rescató de mi esclavitud.
*Soy mercancía dañada...
Y aunque estas razones podrían no significar mucho si hubiera algo profundo entre nosotros, el hecho es que de los dos, yo soy la única que miraba al otro con ojos de enamorada. Incluso fui apartada cuando, como una ingenua, me lancé a esos tentadores labios en un torpe beso. Su bondad es tan grande que fue dulce y comprensivo en su rechazo.
En ese momento comprendí además, que él ya tenía a alguien en su corazón, a pesar de ser un amor unilateral secreto.
Aun así, me reservo el derecho de dejar que mi corazón galope fuerte pensando en él. Es el primer chico —hombre—, que me gusta desde mis doce años, cuando me sonrojaba por un compañero de clase al que nunca le llegué a confesar lo que sentía.
Es la única persona que me hace sentir —o hacía, porque no sé nada de él desde que regresó a Estados Unidos—, segura y tranquila. Exceptuando a Aurora.
Noto la hora en la pantalla. Me queda poco tiempo antes de mi siguiente clase, y a pesar de que me ilusiona poder por fin avanzar en mi sueño de ser arquitecta, la realidad es que me está costando mucho. A veces siento que no comprendo del todo lo que dicen los profesores. Sin embargo, eso no es lo peor.
Todavía me da ansiedad ingresar a los salones aunque lleve un mes aquí. La sensación de demasiadas miradas sobre mí me inhibe.
Puede que sea mi imaginación y en verdad nadie me esté prestando atención, pero no puedo evitar desear replegarme en mí misma.
Es peor cuando algunos intentan acercarse para conocerme y entablar una conversación. Los nervios me abruman haciéndome tartamudear y me resulta imposible poder mirarlos a los ojos. Eso ha hecho que haya terminado por alejarlos a todos.
O casi todos.
A pesar de eso, me siento feliz.
Libre.
Y eso es lo que me da fuerzas cada día.
Libre de elegir en lo que me quiero convertir, en la ropa que me puedo poner, a dónde ir.
Libre para estar con mis hermanos y cuidar de mi familia.
A punto de levantarme de mi lugar, la voz de Chinatsu me llega de espaldas, sobresaltándome.
—¡Hola Nomi!
Con mi mano en mi pecho, tratando de hacer que mi corazón no se salga del pecho, me giro, reprochándole en silencio su grito. Esta chica alegre no se da por vencida. Desde mi llegada ha insistido en invadir mi espacio personal y no entiende mi negativa.
No es porque sea una mala chica. Por el contrario, creo que es dulce. Pero su desbordante energía me descoloca y me incomoda que se la pase charlando y saludando a todo el mundo las veces que me obliga a su compañía, cuando lo que más deseo es pasar desapercibida.
—Por favor, Chinatsu, no grites —murmuro, controlando el temblor de mi voz—. Y definitivamente, no te acerques a alguien por atrás. Casi me das un infarto.
—Lo siento, Nomi, bonita. ¿Qué harás hoy? ¿Quieres venir conmigo y unos amigos al karaoke? ¿O a la librería? Quiero comprar unos mangas.
Exhalo agotada. No ha dejado de tratar de convencerme de hacerlo cada vez que puede.
—No gracias.
—Vaaaamoooos —pide, haciendo un mohín gracioso—. Siempre dices que no.
—No puedo.
Realmente, no puedo.
Quisiera. Hay días en que me digo que es hora de animarme a salir con personas de mi edad y no solo de paseo con mis hermanos.
Pero la cobardía me gana.
Ni siquiera puedo usar la excusa de tener que cuidar a mis hermanos menores, porque Jun a sus dieciséis años es el chico más responsable que existe, ayudándome demasiado en las cosas de la casa y en el cuidado de Aiko y Raito.
Es algo que estoy tratando en terapia.
Se sienta junto a mí, inflando sus mejillas y apoyando su mentón en su mano, observándome con aparente enojo. Los dedos de su otra mano juguetean con el colgante de un sol que cae desde su cuello. Supongo que en alusión a su nombre "mil veranos".
Es una chica peculiar. Tiene un mechón de cabello rosa, en su largo, muy largo pelo negro y sedoso. Usa maquillaje —algo que yo ya no quiero tocar después de haber sido muñeca de otros—, y su ropa es muy coqueta.
Ella lo es. Atrae miradas como un imán. Aunque dice tener novio. Un estudiante superior que ha insistido en presentarme, pero me he negado.
Empiezo a meter los libros que había estado usando para estudiar en mi morral cuando una llamada telefónica me tensa de inmediato. Nadie tiene mi número salvo Aurora y mis hermanos Raito y Jun. Ella usaría Skype y ellos están en sus escuelas, por lo que no podría ser ninguno.
—¿Hola? —respondo en un hilo de voz.
—Señorita Sakuragi, le hablo del colegio de su hermano Raito. Necesitamos que venga de inmediato.
Mi respiración se corta y todo se borra. No sé cómo, termino de juntar mis cosas y salgo a las corridas. Adiós a mis clases.
Ignoro los gritos de Chinatsu, dejando volar mi imaginación con cientos de escenarios sobre mi hermanito.
Al llegar a la secundaria, me freno antes de ingresar, inclinándome hacia adelante y apoyando mis manos en mis rodillas, tratando de recuperar el aliento. Mis pulmones arden, exigiendo oxígeno. Mi estado físico es deplorable. Cero resistencia y lo compruebo con todo el sudor corriéndome por el rostro y debajo de la ropa.
Cuando mi respiración se normaliza, inspiro profundamente, enderezándome.
No puedo presentarme así, por lo que rápidamente saco un pañuelo de mi bolso y me seco, tratando de mostrarme como una adulta responsable y capaz.
No debo parecer una loca desesperada frente al director, aunque internamente, la incertidumbre de lo que le haya pasado a Raito me tenga así.
Sintiéndome rearmada, cuadro mis hombros y camino hacia el acceso. A punto de atravesarlo, una alta figura —alta en serio, y no porque yo sea de las personas que tienen que inclinar la cabeza hacia atrás casi permanentemente—, se cruza conmigo en sentido contrario. Junto a él pasa un niño de unos trece años que muestra una expresión decaída en tanto el mayor parece estar diciéndole algo. Me espanto al notar un labio partido y un ojo amoratado y me detengo, ahogando un jadeo.
Los sigo con la mirada mientras se van sin haberme registrado.
Reacciono, aunque no puedo quitarme la imagen de ese niño de la cabeza.
Al llegar con el personal escolar y presentarme, me hacen pasar a la oficina del director, donde me recibe con rostro severo y dedos entrelazados sobre el escritorio. Frente a él, y de espaldas a mí, veo la menuda figura de Raito encogido en su asiento.
—Señorita Sakuragi, pase por favor. Tome asiento.
—Gracias señor director —saludo con el máximo respeto, algo intimidada por el hombre maduro.
Al sentarme y mirar a mi hermano, el horror me toma por completo.
Abro mis ojos inspeccionando el rostro golpeado de mi pequeño. Su ropa luce sucia y arrugada, con algunas costuras deshechas, evidenciando que lo que sea que haya pasado fue muy agresivo.
Quiero llorar de la angustia.
—Raito, ¿qué ocurrió? —tiemblo.
Se cruza de brazos, molesto.
—Lo que ocurrió, señorita Sakuragi, es que el señor Sakuragi golpeó a un compañero de clase en un arranque de violencia reprochable que no aceptaremos en nuestra institución.
A mi mente viene el niño que vi a mi llegada.
—No lo puedo creer. —Me dirijo a Raito, que no luce para nada arrepentido—. ¿Por qué? Tú no eres así.
Me aparta la mirada frunciendo su boca. No parece dispuesto a responderme. Y yo me redirecciono al director.
—Por favor, señor. Hablaré con él. Le prometo que no lo volverá a hacer.
—Claro que no lo volverá a hacer, señorita Sakuragi, porque lamentablemente, ante estas acciones deberemos ex...
—¡No! —pierdo el recato y no me importa. Aunque al parecer al director sí, porque me mira de manera ceñuda—. Se lo suplico. Es mi responsabilidad. Me disculparé con el niño agredido, haré lo que haga falta. Pero por favor. —Casi no puedo contener las lágrimas, ya en un tono más comedido—. Raito es un buen chico. Solo... está... estamos pasando por un momento difícil. Nos acabamos de mudar a Kobe, estamos ajustándonos a una ciudad más grande que nuestro pueblo natal y todavía tenemos mucho que aprender.
Creo que lo estoy conmoviendo a pesar de romper con cualquier respuesta modesta que se supone debería haber dado. Mi yo del pasado hubiera bajado la cabeza y aceptado cualquier decisión de manera sumisa, pero no dejaré de luchar por mis hermanos. Por ellos, debo ser firme.
Desciendo la mirada sobre mis rodillas, descubriendo que mis manos se cerraron en puños sobre mi regazo. Aprieto mis párpados, esperando escuchar un rotundo no a mis ruegos.
Pero lo que oigo es un lento resoplido y una voz serena.
—No lo expulsaremos. Pero será suspendido tres días.
Regreso mis ojos abiertos con asombro al hombre que, manteniendo su seriedad, muestra un semblante suavizado.
—Gracias señor director. Muchas gracias.
—Señor Sakuragi. —Mi hermano sigue ajeno a nosotros con sus brazos muy apretados contra su pecho—. Será mejor que no vuelva a hacer algo como esto. Debería honrar el esfuerzo de su hermana y comportarse como un niño responsable, haciéndose cargo de sus propias acciones.
Esperamos en mutismo total por su respuesta.
Siento que me va a dar algo si sigue ignorando al director. Sin embargo, poco a poco, suelta sus delgados brazos y deja caer sus manos sobre sus rodillas. Agacha la cabeza y con su voz infantil, emite una sentencia que me estremece.
—No soy un niño. Soy un hombre. No necesito que nadie cuide de mí, así que sí, señor director. Puede asegurarse de que me haré cargo de mis propias acciones.
Con esto, se levanta de la silla, irguiéndose antes de hacer una reverencia formal y encaminarse a la puerta, dejándome boquiabierta.
Parpadeo y lo sigo cuando ya no lo veo, saludando casi con torpeza al director.
—Raito, ¡Raito!
Lo detengo ya en la acera, tomándolo del hombro, justo donde se ve la rotura de la tela del uniforme que deberé reparar. Me paro delante de él, que no se digna a verme a los ojos, manteniendo los suyos sobre mi torso. Todavía percibo la rabia recorriéndolo.
—¿Vas a decirme qué ocurrió?
—¿Para qué? Si obviamente consideras que es mi culpa, al igual que todos. Por eso prometiste que te disculparías con ese... niño. —Por fin me mira y sus iris oscilan, brillosos. Su cara marcada me impacta demasiado—. ¡No deberías hacerlo! ¡No lo merece!
Sale corriendo y no me queda de otra que perseguirlo, sabiendo que será imposible alcanzarlo para mí.
Por suerte, nuestra casa no queda lejos de la escuela y después de varias calles, llegamos a nuestro destino. Yo bastante más atrasada.
—Raito, no vuelvas a correr así. Puede ser peligroso. No es como nuestro pueblo. Aquí pasan muchos vehículos.
Casi no puedo hablar por la falta de aire. Definitivamente, deberé hacer algo al respecto. Resignada a que mi hermanito me ignore, exhalo agotada. Saco la llave y nos hago entrar. Él de inmediato desaparece hacia arriba, en dirección a la habitación que comparte con Aiko después de quitarse los zapatos, dejándolos desordenados en la entrada.
Yo, por el contrario, me tomo mi tiempo, sentándome. Aprovecho a tomar mi móvil y mensajearle a Jun para que pase a buscar a nuestro hermano menor a la salida de clases. Una vez me responde que sí, acomodo nuestros calzados y me levanto, encaminándome al pequeño altar donde enciendo unos inciensos para mamá, el bebé y Haru.
Me arrodillo frente a sus fotografías —las que pude recuperar de Haru y mamá cuando dejamos todo atrás—, y junto mis palmas en una plegaria.
Mami, Haru, por favor, ayúdenme a ser una buena hermana.
Los echo tanto de menos.
Cuánto los necesito. Especialmente a mamá.
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