9. Malos modales
Liah despertó tras un sueño intranquilo. Pero sin molestias ni dolor, y eso fue suficiente para que se sintiera agradecida.
Se estiró empujando las múltiples almohadas. Alguna se había caído al suelo. Se levantó, aunque tenía muchas ganas de quedarse acostada mientras leía algo. Pidió el desayuno por el teléfono, y que se lo llevasen al jardín. Se puso un vestido blanco, vaporoso y cómodo, y unas sandalias suaves del mismo color. Se lavó la cara, recogió su cabello, se puso un sombrero con un lazo y salió de su habitación tarareando alguna melodía que no lograba recordar dónde la había escuchado.
Bajo el sol matutino, escuchando la fuente, los pájaros que iban allí a beber y la brisa fría. Desayunó algo dulce y cargado de frutas. El cocinero, como siempre, insistió en darle un batido nutritivo. Y esta vez, se lo tomó. Sabía a banana. Se meció en la silla, y recordó que era invierno. Tal vez ese calor duraría sólo esa mañana. Decidió aprovecharlo.
Se acostó en una de las tumbonas de la piscina a leer una de las revistas que le habían dejado en el recibidor. No había nada interesante, chismes de celebridades que no le importaban, relojes y joyas, ropa y entrevistas a gente famosa. Reconocía a casi todos, salvo a los que no había visto en alguna fiesta.
Miró al cielo. Estaba despejado, azul, y hermoso. No sabía qué hora era, y pensó en lo que podría estar haciendo si fuera una persona normal.
¿Iría a la universidad? ¿Qué estudiaría si fuera así? ¿Historia de Egipto, o de Grecia, o de las monarquías europeas? ¿O iría a un trabajo? ¿Prepararía cafés en un restaurante? ¿O tal vez, daría clases a niños pequeños? ¿Sería secretaria de algún doctor, arquitecto o empresario? ¿O daría tours en un museo? ¿Haría arreglos florales para eventos? ¿Bodas? ¿Eventos como los de su familia?
No supo porqué, pero se le revolvió el estómago por el pensamiento. Dejó la revista a un lado.Se sentó en el borde de la piscina, mojándose los pies.
Se quedó allí, intentando no pensar en nada.
Deseó no tener el deseo infantil de que alguien la sacase de allí. O que la profunda soledad que la rodeó no la aplastara con todo su peso.
—¿Qué haces?
El sobresalto la hizo girarse rápido, resbaló, y cayó al agua. Se asomó tosiendo, apartándose el cabello de la cara.
Danyeel estaba frente a ella, de pie, mirándola con una visible confusión. Era una silueta extraña, con las alas plegadas hacia atrás, la cola moviéndose de un lado a otro, sus cuernos apuntando al cielo. Todo vestido de color vino y blanco. Se hubiera reído de su atuendo de no ser una criatura milenaria.
—¿¡Qué haces en mi casa!?
—¿Por qué te lanzaste a este... esta cosa?
Liah intentó salir, pero resbaló torpemente, y además, tragó agua.
—¡Ah!
Danyeel sin mediar palabra la tomó de la muñeca, y la alzó sin esfuerzo hasta sacarla del agua y dejarla a su lado.
—¿Mejor?
Liah notó la transparencia de su vestido, gritó y lo volteó.
—¡No mires!
—¿Eh?
—¿Qué haces?
—¡Fuera! ¡Cierra los ojos! ¡Fuera de mi casa!
—Soy un invitado. ¿Por qué me volteas?
—¡Deja de hacer preguntas! ¡Vete y vuelve cuando... cuando esté seca!
—Entonces apúrate. Espero que seas una buena anfitriona, decidí pasar el día en esta propiedad. ¿Qué haremos? ¿Qué me enseñarás?
Liah estaba indignada. Pensó un momento.
—¿No sabes... lo que está pasando, verdad?
—No del todo.
Liah suspiró ruidosamente.
—Estaba teniendo un buen día, y no voy a llenarlo de dragones maleducados que no tocan la puerta.
Ella comenzó a caminar hacia la casa, alzando el vestido, alejándolo de su cuerpo y escurriéndolo al mismo tiempo. Sintió los pasos de Danyeel tras de sí.
—¡No me sigas!
—¿Y por qué no?
—¡Porque voy a cambiarme! ¿No te enseñaron nada de etiqueta?
—¿Eso no es cosa de caballeros? Los caballeros eran nuestros enemigos mortales.
—No, eso... ¡Ugh! Tú sólo quédate aquí, y no me sigas.
—Tú no me ordenas, huma—
Dio un portazo a la puerta, los vidrios retumbaron. Danyeel se quedó afuera.
—Sabes que no tengo porqué seguir una orden tuya, ¿verdad?
Danyeel fue el que apretó los labios esta vez. Escuchó los latidos del corazón de la chica, y de repente, se acordó.
—Ah, cierto, la desnudez es algo íntimo para los humanos. Aunque ya a este punto, no sé qué más podrías estar ocultando.
—Te esperaré aquí.
Liah lo encontró sentado en una tumbona, apretando el delgado colchón que tenía encima, y jugando con el cierre. Se había planteado no volver, pero prefirió buscarlo que él la buscará en su habitación o algo por el estilo.
—Eres muy gracioso.
—¿De veras? No intentaba serlo.
—¿Por qué viniste?
—Quiero aprender a comportarme mejor para que este tipo de situaciones no ocurra. Y tú me vas a enseñar.
Liah soltó aire por la nariz.
—No soy una maestra.
Caminó dentro de la casa. Él la siguió. Ella caminó más rápido.
—Sabes que debes seguir mis peticiones ¿verdad?
Ella pisó más fuerte.
—Interrumpí tu actividad, pero esto es más importante. Es fundamental para poder negociar el ser versado en lenguaje no verbal.
—No te puedo enseñar, no negocio bien. Búscate a otro.
Liah sentía el corazón en la garganta. Utilizaría la carta de ser la hija de su padre hasta donde fuera posible.
"Tengo cosas que hacer, y entre ellas no está enseñarle a un dragón a comportarse."
Danyeel la tomó de la cabeza, y la giró ciento ochenta grados para que la mirase. Ella se mareó un poco, sorprendida y muy, muy ofendida.
—Pues añádelo como principal prioridad. Para eso vine. Oh, pero primero, quiero comer algo. Algo delicioso. Envía a un criado a hacerme algo con carne. Una hamburguesa estaría bien.
—¡Que no!
Danyeel la siguió durante toda la mañana y no dejó de bombardearla de preguntas e insistirle. Liah intentó ignorarlo con todas sus fuerzas, pero no podía escapar de él. Ni siquiera tenía que esforzarse en perseguirla o cortarle el paso. Y lo peor es que él se estaba divirtiendo. Sonreía o contenía risas cuando ella le miraba.
—¡Ya basta! —sacudió su muñeca, que él no soltaba— ¡Suéltame!
—Pero si te suelto, volverás a correr.
—¡Está bien! ¡Ugh! —tuvo que esperar que él la soltase— ¿Qué quieres saber?
—Quiero saber lo suficiente como para poder hacer negocios y no asustar a la gente más de lo necesario. No puedo permitirme que se acobarden o les dé un ataque de miedo y no puedan continuar con la charla.
Liah lo guió hacia la biblioteca de la casa, murmurando que debía tener un libro de etiqueta por alguna parte.
"tal vez le de con un libro y me deje en paz"
—Pues primero que nada, no se entra a una casa sin permiso.
—¿Sin permiso? ¿Por qué tengo que pedir...?
—¿Quieres aprender? Entonces escucha...
Liah se sorprendió del cambio de expresión en la cara de Danyeel. Era un rostro intimidante, con escamas rojas e iris color fuego, y repentinamente serio y atento.
—Bueno... —se aclaró la garganta— así te hayan invitado, debes tocar la puerta de la propiedad a dónde vas a entrar, avisar de tu llegada a alguien, y esperar que te dejen pasar. Luego te recibirán o te guiarán a alguna parte a... hacer lo que sea que hayas ido a hacer en ese sitio donde te invitaron. Son reglas esenciales de cortesía.
Liah abrió las puertas de la biblioteca. Estaba siempre iluminada, grandes ventanas altas frente a los sillones y un escritorio ayudaban a leer con la luz natural. Las paredes eran casi por completo estantes, repletos de muchos tipos de libros con formas, tamaños, materiales y colores diferentes.
Ni siquiera supo por dónde comenzar a buscar. ¿Historia? ¿Enciclopedias? Sí, tal vez una le serviría.
—Hm... es impráctico. Soy el invitado, deberían recibirme.—Danyeel se tumbó en un sillón, y se acomodó varias veces, intentando ponerse cómodo. Su cola no ayudaba demasiado.
—No, no... —negó Liah con la cabeza, volteándose a verlo, interrumpiendo su búsqueda. Alzó la voz, como si hablase con un niño— Son las reglas. No se entra a ningún lado sin pedir permiso.
Danyeel suspiró.
— Está bien. ¿Aplica siempre?
—Supongo que no, si quieres ser grosero. O si hay una urgencia, si alguien se está muriendo o algo así. Mira, por ejemplo. Si mañana quieres visitarme ¿Qué debes hacer?
Danyeel la miró, pero ella estaba ocupada en buscar la definición de la palabra "cortesía". Se levantó, a falta de encontrar una buena posición para su cola.
—Tocar a la puerta de tu cuarto.
—¡Bien! ¡NO! ¿Qué? ¡No! La puerta de la casa. De la casa.
Él le quitó el libro de las manos con delicadeza.
—Bueno... eso por ejemplo, no fue muy cortés, pero fue considerado.
—¿Hm?
—Podías haber hecho esto.
Liah le intentó arrancar el libro de la mano, pero fue como jalar una estatua. Le hizo una mueca. Él la ignoró, se acercó el libro al rostro con ambas manos.
—Este libro es grueso, no había visto uno así. Tan brillante. Hmmm... hmm...
Liah le vio entrecerrar los ojos, y alejar y acercar el libro hacia sí.
—¿No sabes leer?
—Por supuesto que sé leer—dijo, por primera vez, con un tono ofendido y serio.
—Asumiría que un dragón no sabe leer. No tienen por qué tomar un libro en su vida. Ni cómo... —añadió casi en un susurro.
—No es una necesidad, pero ví que es importante para movilizarse en las ciudades, y no quiero depender de ningún humano
—¿Por qué querrías eso si tienes alas?
Danyeel la miró.
—No siempre puedo aterrizar frente a algún lado. Los asustaría. Claro que podría usar alguna ilusión como siempre, pero es conveniente.
Ojeó las páginas, y alejó el libro otra vez.
—¿Qué haces? ¿Tienes miopía?
–No... Qué ridículo. ¿Qué es eso?
—No poder ver de cerca.
—Tonterías. Puedo notar un cabello en una montaña.
—Eso es ver de lejos.
La miró de nuevo, con una sonrisa. Liah pensó que sería encantador, de no ser por sus colmillos intimidantes.
—No creo que tú puedas hacer eso.
—Puedo no hacer muchas cosas, pero sé decir 'por favor'.
—Liah, sé educada con nuestro invitado.
Liah se tensó. Cada músculo se quejó de dolor por un segundo, y se obligó a lucir más relajada.
Danyeel se giró para ver a Jacobo. Estaba de pie en la entrada de la biblioteca, con las manos en la espalda. Danyeel comparó a ambos humanos. Podía sentir la magia del hombre. Era inmensa, pero no era toda suya. Podía olerlo. Y estaba en completa calma. Total y absoluto control. Apostó que se contenía para que adivinara ninguna emoción o intención de él. Y le molestaba que funcionase. Liah en cambio no tenía magia, ni siquiera un poco, y además...
El ruido de su corazón desbocado y el hedor a miedo le hicieron arrugar la nariz.
—Ya escuchaste a tu padre.
—Sí, padre.
Jacobo asintió.
—Bienvenido, dragón. Esta biblioteca no tiene una gran colección, nada de especial. Me temo que no encontrarás nada sobre magia aquí.
—¿Eso está en su biblioteca privada?
Jacobo pareció fuera de jaque, sólo durante un instante, y se rió.
—Muy gracioso. No.
Liah les miraba a ambos. Danyeel, aún con colmillos y cuernos, parecía lleno de energía y buen ánimo. Su padre, casi siempre ataviado de negro o gris, sonreía para intimidar o burlarse. Liah prefería los espasmos de susto por el roce del dragón a quedarse a solas con su padre.
—Sé que mientes, mago. Pero no importa. No deseo leer sobre magia, tengo suficiente con la mía.—Danyeel ojeó el libro— Oh, esto es más distinguible.
Liah huyó de la mirada de Jacobo, y se asomó a ver la página.
—¿El título?
—Sí, esto.
—¿Qué tal aquí? —señalándole un párrafo.
—Les dejaré para que se entretengan. Ofrécele sólo lo mejor, Liah. Quiero que nuestro invitado se sienta a gusto en mi casa. Y haz algo con ese cabello desastroso...
Danyeel se despidió con un gesto apurado sin mirarlo, y Liah notó cómo su padre se retiró con una expresión iracunda. Casi se rió, pero...
Se tocó el cabello. Por supuesto no lo había peinado, simplemente lo había secado al salir de la piscina. ¿Estaba tan mal?
—Estas letras más grandes son más definidas. Pediré libros así el resto del tiempo.
Liah le quitó el libro, y se alejó un poco, intentando desviar esos pensamientos.
—O puedes ponerlos más lejos. ¿Ahora?
—¿Qué diferencia harí...? ¡Oh!
—Sí, creo que tienes miopía.
—Es imposible que mi forma humana tenga imperfecciones. Casi me mata ¿Sabes? Alguien así debió de ser casi perfecto.
—¿Cómo que casi te mata?
—¡Oh, es una historia fantástica! Todo dragón tiene un momento donde casi muere, es glorioso. Te contaré.
Liah no pudo hacer nada hasta que Danyeel terminó su epopeya. Primero porque no le dejaba ni desviar la mirada. Y segundo, porque era, de una manera genuina y sorprendente, muy interesante.
Danyeel teatralizó cómo un caballero, cansado del terror que provocaba a los pueblos cercanos, se envalentonó y se enfrentó a él, solo. Ni siquiera había ido a caballo. Nadie lo apoyó y todos le llamaron loco. El pobre solo iba armado con una espada vieja, una armadura prestada y su fé.
También tenía que hacer el esfuerzo de recordar significados de palabras que ya no se utilizaban o habían mutado con los siglos. Lo interrumpió en algunas ocasiones con preguntas, y Danyeel se emocionaba más todavía.
—Con la espada enterrada en el hombro y él, carente de brazo, al fin se derrumbó. Le di el más grande honor, tomé su nombre como trofeo. Nunca conocí a un humano igual. Nunca perdió su fé. Qué tipo tan admirable. ¡Mira! ¡Es la primera vez que siento esto en esta forma! ¡Piel de gallina!
Danyeel se subió las mangas del saco y la camisa para mostrarle. Sus vellos estaban erizados. Liah se rió.
—¿Por qué te da gracia, humana?
—Estás muy emocionado.
—¿Tú no?
—No sabía que la forma que tomas como humano, o, algo parecido, era la de ese Danyeel. Es interesante saberlo. Supongo que sí, es emocionante.
—Fue una gran historia
—¿Crees que miento?
—No, no quise decir...
Danyeel por toda respuesta se abrió el saco y comenzó a abrirse la camisa, se apartó la ropa y Liah se tapó los ojos.
—¿¡Qué se supone que haces!?
Danyeel le señaló el hombro.
—En esta forma no es tan impresionante, pero se puede ver la cicatriz todavía.
Liah se asomó entre los dedos.
—Ah...
—¡Mírala! Me perforó hasta la empuñadura, aunque era joven, mi piel ya era dura y resistente a todas las armas. Pero él, armado de fé, logró lastimarme. Qué gran tipo.
Su hombro musculoso, su clavícula sobresaliente, sus pectorales, su manzana de Adán. El hombre parecía una estatua. El dragón. El dragón parecía una estatua. De ésas talladas hace siglos por Bernini o Miguel Angel. Su piel sólo tenía las imperfecciones de algunas escamas aquí y allá. Y una cicatriz horrorosa entre el cuello y el hombro, de quince centímetros de largo.
—Está bien. Ya puedes cubrirte otra vez.
—¿No deseas admirarla más tiempo?
—¿Recuerdas lo que pasó en la mañana? El cuerpo no se muestra.
—¡Oh! Entonces no debería hacer mucho esto, si se supone que es algo íntimo ¿No? Hm...
—Es... Bueno es que...
Liah quiso gritar, lanzarle el libro y a la vez salir corriendo. Se sintió curiosa, deseosa de ver más, asustada por querer eso, y finalmente culpable e infantil por toda la mezcla de emociones.
—El ruido de tu corazón es a veces molesto. Detenlo.
—¿Qué cosa?
—Late mucho, páralo.
—¡No puedo detener mi corazón a consciencia! ¿Y qué haces oyendo mis órganos?
—No puedo evitarlo —cerró su ropa sin mucho cuidado—, tengo oidos perfectos. Y también tienes hambre.
—¿Qué?
El estómago de Liah sonó. Ella se sonrojó.
—¡Ya basta!
—Tráeme comida. Una hamburguesa estaría bien.
—No te voy a traer comida, comeremos lo que hayan hecho. Vamos al comedor.
—Deseo quedarme aquí.
Ella puso los brazos en jarra.
—No se come en la biblioteca. Son las reglas de la casa.
—Soy el invitado.
—¿Quieres poder hacer tratos con la gente, no? ¿Quieres verte mejor que ellos?
—Soy mejor que ellos.
Liah se tocó la frente.
—Se deben respetar las reglas del lugar donde estás, dragón. Eso demostrará que eres mejores que ellos. Ahora, vamos a comer en el sitio destinado para comer.
—Oh, espera...
Danyeel se echó los cabellos tras las largas orejas puntiagudas y con puntas rojizas, y miró al techo. Luego miró hacia la ventana. Se levantó, y la miró.
—Otro día vendré a jugar contigo. Debo irme.
—¿Eh? Pero...
—Es una llamada. Debió pasar algo importante. Prepara mi visita de mañana, humana.
—¡Primero una serie de reglas!
Danyeel dejó de sonreír.
—En primer lugar, debes de tocar la puerta de la casa, esperar que te atiendan, y así te recibiré. Es tu primera tarea para comportarte cortésmente. Segundo, no des órdenes.
—Pero...
—¡Ah! No. Puedes pedir cosas diciendo "por favor". Y tercero, tengo un nombre. No me llames humana. Y... y no te llamaré dragón. Te llamaré Danyeel, porque es tu nombre. Es cortés llamarse por un nombre y no por, eh, la especie.
—Es razonable.
Danyeel le puso la mano en la cabeza, y la despeinó.
—Nos vemos mañana.
Y sin mediar más palabra, abrió la ventana, saltó por ella y trotó al jardín.
Ella se asomó y le gritó.
—¡También te enseñaré cómo despedirte!
Danyeel se giró tras alejarse lo suficiente y sonrió como simple respuesta.
Liah vio cómo abrió las alas, y tras un salto, se echó al vuelo. Se asomó más para mirar al cielo, y vio la silueta del dragón en toda su verdadera forma alejarse. Provocó una gran ventisca que sacudió todos los árboles del jardín, y la hizo taparse la cara.
—¡Ay! Uh, por Dios... ¡Ay, por Dios!
"Soy profesora de ese tipo ¿Qué voy a hacer? Me va a dar un infarto"
Liah se sentó, se levantó, caminó por toda la biblioteca, dejo el libro de vuelta a dónde pertenecía, dió más vueltas y se sentó de nuevo.
Si cerebro le envió la imagen del hombro y clavícula, y Liah casi gritó, ocultándose la cara entre las manos.
"Esto es lo más ridículo e idiota que me esté pasando. Mar! Mar sabrá...."
Oh, claro que no. Mar la molestaría y le insistiría en convencer al dragón a andar sin camisa o algo por el estilo.
Ejercicio. Sí, eso la ayudaría.
Desde la ventana de la cocina, se asomó el chef privado de la casa. Mientras se preguntó cuál podría ser el menú del fin de semana, se sorprendió al ver a la señorita pasar por el patio. No una, ni dos, sino seis veces. Trotando, corriendo, y finalmente intentando llevar el ritmo de una caminata acelerada, quedándose sin aliento. Le daba vueltas a los jardines, y se detenía en algunas de esas vueltas a tomar aire bajo el limonero del patio que daba hacia la cocina. Sonrió, pensando que ese batido seguro le dio la energía suficiente.
Decidió hacer helado de banana para el fin de semana.
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