6. El negocio familiar

—Después de un tiempo debe ser aburrido.

Liah tomó una copa de champaña de una bandeja, llevada por uno de los mayordomos de máscaras blancas.

—Lo es.

Danyeel esta vez no era un invitado de honor, pero no era eso lo que lo aburría.

—¿Y por qué simplemente no te vas?

—No me dejan. Lo he intentado.

—Oh. Bueno, a ver si entendí. En estas reuniones se invita a clientes y posibles clientes. Se les ofrecen placeres, y finalmente se le ofrecen ¿deseos?.

—Les llaman así, sí.

—¿Y es todo?

—Parece que se cobran muy caro.

—No estoy complacido con esa información. Es muy pobre.

—Lo siento, Danyeel. No suelo preguntar porque no quiero saber.

—Me ayudarías mucho si preguntaras.

—Pregunta tú mismo.

Danyeel se rió. Caminaron hacia la zona más privada de la fiesta y se sentaron en unos sillones de color rojo. Se echó el cabello hacia atrás.

—No quiero, por eso te pido que lo hagas.

—Pues no quiero.

Danyeel le tomó de la barbilla, y la obligó a voltearse y a mirarlo. Liah sintió un salto en el corazón, por el temor, la incomodidad y el olor del perfume que le envolvió el rostro.

—¿Por qué eso te detiene? No lo entiendo.

Liah lo apartó y se terminó su champaña, sin mirarlo. Sentía el corazón acelerado.

—¡No hagas eso!

—¿Por qué? Pensé que te gustaría.

—¿Cómo se te ocurre que me gustaría?

Danyeel por simple respuesta señaló a una pareja a lo lejos que coqueteaba. El hombre era un cincuentón muy conservado, de barba pulcra y grisácea, y le sostenía la mandíbula a la chica de poca ropa.

—¿Eso no es normal?

—¡Eso es...! Es coqueteo.

—Ah entiendo. ¿Cuándo preguntarás sobre los detalles?

—No lo haré.

—¿Más champaña?

—¡Que no! ¿Qué hice para que te pegaras a mí otra vez?

—¿Pegar?

—¡Como un chicle!

—¿Qué es eso?

Liah resopló, y estuvo a punto de reclamarle cualquier cosa, cuando vio a Margarita entre los invitados.

—¡Margarita! ¡Mar! ¡MAR!

Ella volteó, y se dirigió allí. Liah dejó de sonreír cuando vio que ella no lo hacía.

—Ey...

—¿Cómo que ey? ¿Cómo que ey? Me debes una explicación. ¡Oye, tráeme cerveza, y rápido! Gracias. ¿Cómo que ey? ¿Y quién es éste?

Liah la sentó y la tranquilizó pidiéndole disculpas, y contándole sobre el día anterior. La grosería de los dragones, la hamburguesa, y cómo ahora Danyeel había sido invitado y ella era su guía asignada.

Mar se rió tanto que no pudo aceptarle la cerveza a la camarera, sino que la dejó en la mesa.

—¡Toma! Y ahora eres niñera.

—No soy una niñera.

—No soy un niño.

—Bueno, en cualquier caso, podríamos mostrarle a Danyeel cosas divertidas. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres conocer a alguna famosa?

—¿A alguna humana famosa? ¿Cómo se hacen famosas?

—Son actrices. O modelos.

—Oh, claro, teatro. Si te presentamos a alguna, conocerás un poco de la realidad de cómo se vive hoy en día. Ya sabes, nosotras no trabajamos —comenzó a enumerar Mar—, tampoco pagamos alquileres, ni tenemos que gestionar dinero, y la mayoría de cosas que queremos comprar las enlistamos y las traen. Es raro cuando podemos salir a comprar. Mira, ella —dijo Mar, mientras señalaba a una pelirroja que conversaba con otra mujer joven de ojos azules— se llama Ámber Cielos, o ese es su nombre de artista. Acércate a ella, dile que eres un invitado de honor, y luego podrás hacer lo que quieras con ella. Saben que los invitados de honor en estas fiestas pues, no les puedes decir que no.

—¿Y porqué Liah me dice que no?

Mar miró a su prima con la mano en la boca.

—¿Le dijiste que no?

—¡No me pidió eso!

—Ah.—Dijo su prima, con un dejo de decepción.—En fin, nosotras vamos a retocarnos el maquillaje, no queremos aburrirte con eso... ¡Ya regresamos!

Bajo las luces amarillentas e intensas del baño, Liah le explicó de nuevo a Mar todo lo que había pasado.

—No te oculté nada, en serio. Y sí, mi madre me dijo que tenía que vigilarlo. Y acompañarlo y hacer lo que él quisiera. Es un dragón, al fin y al cabo.

—¿Y cómo no le tienes miedo?

—Claro que le tengo miedo. Creo que si lo tomo de mal humor un día, me va a arrancar la cara de un mordisco.

Liah se miró en el espejo, y se acomodó el vestido. Esta vez vestía algo más cómodo, de tela gris suave, que se estiraba y se amoldaba al cuerpo, y al mismo tiempo no apretaba en la cadera ni en las piernas.

—¿Y cómo si le tienes miedo te pones eso?

—¡Bueno, Mar! No podemos venir con pantalones a estas fiestas, sabes que son las reglas.

Mar se peinó, y miró a su prima.

—¿No te da curiosidad ver si le atraen las mujeres?

—¿Por qué no le atraerían?

—No sé, tal vez solamente le gusten las dragonas.

—Hmmm...

—¡Hmm!

Se escondieron detrás de decoraciones, grupos de personas y una columna para ver cómo el dragón conversaba con la actriz. Ella sonreía mucho, ladeaba la cabeza, movía su cabello de un lado a otro. Era perfecta, sus labios estaban pintadas de rojo, pero era elegante y suave, resaltando la forma redondeada sin parecer vulgares. Su maquillaje le hacía resaltar sus ojos azules y su rostro redondeado y su fina nariz. Su cabello se mantenía ordenado y peinado en su frente y se movía con ligereza en la parte baja, mostrando sus ondas de peluquería suaves y brillantes. Sus uñas tenían una manicura delicada que combinaba con su vestido, y parecía estar muy contenta.

—Desde acá no podemos verle la cara al pterodáctilo.

—¿Pterodáctilo?

—Bueno, es una lagartija ancestral ¿no?

—Mar...

—Vamos al otro lado...

—Mejor vamos de este lado.

Se movieron para quedar frente a él, sin tener ningún tipo de cuidado con quién cruzaban miradas o a quién tocaban en el hombro sin querer. Se pusieron tras unos arbustos falsos.

—De aquí sí se ve.

—Oh... sí.

Danyeel la miraba, cambió de posición sus piernas, y lanzó un largo bostezo.

—Oh, por Dios...

—Le aburre estar con la mujer más sexy del mundo.

—Va a estar muy molesta.

La actriz le puso la mano en el pecho y se acercó a él, para susurrarle algo. Danyeel se rió, y continuó hablando, sólo que sin mirarla. El desinterés era tan palpable que a Liah le dio vergüenza ajena.

—Ay.

—Sí, ay. ¿Cuál crees que sea la consecuencia de esto, Liah?

—Que Danyeel quiera pasar más tiempo con nosotras.

—Me refería a Amber.

—No sé, tal vez hable con alguna amiga y le explique que hay personas que simplemente no puede tener aquí.

—Oye, linda...

Mar y Liah se giraron. Un par de hombres se les habían acercado y colocado a sus espaldas sin que se dieran cuenta. Liah les calculaba sesenta o cincuenta años.

—No nos hablen, no tienen permiso—empezó Mar, tomando a Liah de la mano para irse.

—Nadie nos dijo eso—dijo uno de ellos, el que tenía más arrugas, y se interpuso frente a Mar—. Nos dijeron que podríamos conversar con las chicas más hermosas que estuvieran aquí.

—Y parece que tuvimos suerte. Vengan con nosotros.

—Si supieras quiénes somos, ni siquiera nos mirarían a la cara. Vámonos, Liah.

Liah se sintió muy aliviada de que esa interacción no tuviera que hacerla ella. Los hombres se quedaron pasmados y de mal humor, mientras ambas se dirigieron a la zona de sillones rojos sin desviarse. Pronto, los hombres intentaron ir allí, y un par de camareros altos les cortaron el paso sin mediar palabra.

—Creen que estaba bromeando. ¡Qué horrible! Tengo piel de gallina...

—Yo también, Mar. Gracias.

—¿Y tu dragón?

—¿Mi? -Liah se rió.—No sé, quedémonos aquí. Sólo faltan tres horas para que tengamos permiso de irnos.

—¿Mojitos?

Liah se encogió de hombros. Le gustaría que pudieran pasar el rato haciendo otra cosa, pero era prohibido tener libros o cualquier cosa de uso personal en esas fiestas. Se lo habían dicho muchas veces, debía verse bien. Deseable. Importante.

Tras un par de rondas de tragos con Mar, y bromear sobre tonterías, Liah se sintió mareada.

—¿Ya estás, Liah? Eso fue muy rápido.

—No me siento bien...

—Ahora que lo dices, quiero vomitar también... Vamos al baño.

Liah se puso de pie, y después de eso, no pudo recordar nada.

...

—Ah, al fin lo encuentro.

Danyeel se volteó, y le sonrió educadamente al jefe de la familia Dovorkugov.

Se giró de nuevo, mirando la ciudad. Cerró las alas, ya las había estirado lo suficiente.

—¿Necesitaba espacio?

—Un poco. A veces -dijo, retorciendo la espalda por un momento-, necesito salir un poco de esta piel. Es compacta ¿sabe?

—Creo entender. ¿Qué le ha parecido?

—¿La fiesta, el mundo, su hija...? ¿A qué se refiere?

—Oh, bueno, esperaba que pudiera contármelo todo. Estamos para servirle.

Danyeel sonrió. Esta vez mostró los colmillos. En esa etapa de transformación, sus escamas acentuaban los bordes de sus labios, sus cejas, su quijada y el nacimiento de sus cuernos, que ahora estaban desplegados en todo su esplendor.

—No tienes por qué mentirme, mago. Sé que buscas algún favor.

Jacobo contuvo una risa.

—Podemos guardar las formas, de todos modos. Genuinamente busco ser un buen anfitrión.

—Las fiestas en la teoría suenan divertidas, en la práctica...

—No espero que logre ponerse al bajo nivel de algunas de las personas que invitamos. Entenderán que solamente queremos algo de ellos.

—El ruido es desagradable.

—Oh, lo entiendo. Es lo que le gusta a la gente hoy en día. No puedo soportarlo. Me alegro que tengamos algo en común.

Danyeel lo miró sin ningún disimulo, comparando las vestiduras de ambos. Jacobo no mostraba la piel del pecho como él, tampoco parecía cómodo. Su traje era más adornado que el suyo, con bordados delicados negro brillante sobre el mate de su abrigo. También tenía guantes de cuero color negro. Jacobo sacó un reloj de oro blanco de su bolsillo, miró la hora por unos instantes, y lo volvió a guardar.

—¿Esto pasa siempre?

—¿Hmm?

—Tantas almas sufriendo al mismo tiempo, en una de sus fiestas. Puedo olerlas.

—Sí, es parte del trato que tenemos con ellas, Danyeel.

—No te he dado permiso para que uses mi nombre, mago.

—No voy a llamarte dragón, dragón. A menos que eso sea lo que prefieras.

—Esta familia está llena de coraje, por lo que veo.—Jacobo rió.

—No me diga... Lamento las groserías de mi hija. Es libre de irse de mis fiestas, pero siempre será un invitado de honor en ellas. También es invitado en mi casa, cuando lo prefiera. Ya es hora de irme.

Jacobo se giró y comenzó a caminar hacia el salón, dándole la espalda a Danyeel.

—¿La dejará aquí?

Jacobo se detuvo en seco, e intentó con todas sus fuerzas controlar sus músculos.

—Por supuesto que no. También debo conocer el límite que tiene cada cliente. No me gustan las deudas que no pueden pagarse. Feliz noche, dragón.

Danyeel escuchó sus pasos alejarse y finalmente perderse entre el ruido desordenado de la fiesta. Las voces en distintos volúmenes y ánimos. El olor del sudor, la sangre, el alcohol. La ira, el dolor, el placer. Era una mezcolanza desagradable de percibir.

Danyeel miró al cielo, desplegó las alas y se largó de allí, a buscar la paz en otra parte.

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