12. Sabelotodo

—Señorita.

—Hola, Theo.

—Tiene visita.

Liah alzó la mirada de su libro, lo dejó en el sofá y se puso las pantuflas. El mayordomo era de los pocos fijos en la casa, al contrario que otros que trabajaban sólo durante algunos días o durante las fiestas.

Se había preguntado por qué Mar había tardado tanto en visitarla o contactarla.

—¿Haces pasar a Mar?

Liah escuchó los pasos del mayordomo irse, y otros pasos diferentes y más pesados entrar a la biblioteca. Mientras se calzaba los zapatos pensaba que Mar debía estar muy enojada para pisar así de fuerte. Al alzar la mirada se encontró con unos colmillos.

—¿Lo logré?

—Danyeel.

Liah se detuvo a pensar en qué tenía puesto. No se acordaba. Se miró. Claro, pijama y un chal. Se tapó con el chal.

—¡Oh! Lo lograste, tu primera tarea...

—No pareces contenta.

—Eh... Bienvenido... Ah, eh, siéntate, pasa. Pediré que nos traigan café. ¿Has probado el café? Mientras te lo preparan iré a cambiarme, ya sabes, esta no es ropa para recibir visitas. Puedes... —corrió a un estante, le dio una enciclopedia, lo obligó a sentarse, le abrió el libro y le señaló lo primero que tenía ilustraciones en una página aleatoria— ¡Vehículos! Mira, ha evolucionado mucho, trenes y esas cosas. ¡Espérame aquí!

Liah salió corriendo de la biblioteca, y cuando llegó a su habitación, se apoyó en la puerta dando un grito.

Aparte de Margarita, nadie fuera de la casa la había visto en pijama. Salvo tal vez tío Giovanni. Se mordió los labios, odiaba no entender exactamente qué estaba sintiendo. ¿Vergüenza? ¿Miedo? ¿Sorpresa? Los colmillos la habían asustado. Claro, esperaba la sonrisita amable de su prima, no los dientes afilados de un tipo que podía comerse una res de un bocado.

Gruñó tras las manos, y se palmeó las mejillas.

«Bueno, Liah. Basta. Es un invitado. Debo de mantenerlo tranquilo, ocupado, no sé... Tal vez, si lo complazco, pueda...»

Pueda...

Sacarme de aquí.

Es un dragón ¿no? Puede volar... Y llegar lejos, al otro lado del mundo, lejos de todo. Donde pudiera conocer otras personas, y sentirse libre. Libre de estudiar. O trabajar. O tener la ropa que ella misma decidiera comprar. ¡Eso sería maravilloso!

Corrió a peinarse. Escogió un vestido recto de mangas largas y un chal de piel blanco para ponerse encima, medias altas gruesas y botas cómodas sin mucho tacón. Pidió café a la biblioteca desde el teléfono de su cuarto. Se echó perfume y salió apuradamente de su habitación, aminorando el paso mientras se acercaba.

¿Qué le gustaba un dragón?

Se lo encontró casi en la misma posición.

—Ah, ahí estás... Esto está demasiado resumido y sin detalles—se quejó él—, deseo otro libro más específico.

—¿Qué estás buscando?

—Quiero saber sobre trenes. ¿Qué te pasa?

Liah le miró. Danyeel le miró con una ceja alzada. Olisqueó el aire.

—¿Esa poción te hace más... Mansa?

—¿¡Qué!?

—¿No puedo preguntar?

—¿¡Cómo que más mansa!?

«Me tengo que calmar...» Respiró, reprimiendo el impulso de alzar la voz otra vez.

—¿Qué quieres decir?

—No sé, pareces más abierta ser buena anfitriona. ¿Qué era eso del café?

—Ya vendrá, sé paciente.

Liah se acercó a los estantes, donde Danyeel giraba la cabeza para poder leer mejor los títulos acostados de los lomos.

—¿Por qué tienes interés en aprender sobre los humanos y sus cosas?

—Pensé que te lo había dicho. Quiero negociar con ellos, sin depender de mis criados.

—¿Por qué te serviría saber de trenes?

—¿Y si quisiera invertir en ellos?

Danyeel sacó un libro amarillo y pequeño que decía "Historia de los hidrocarburos". Ella lo devolvió al estante.

—Está bien... Creo que es mejor ir por partes, o te puedes confundir o abrumar.

—¿Yo? ¡Ja! Soy un dragón. No hay nada que pueda confundirme. Aunque tal vez tú seas una excepción.

Sacó el libro otra vez, y lo hojeó. Liah miró la biblioteca.

—No sé si haya libros sobre la evolución de los autos... Oh, tal vez uno, sí. Hay uno de Ferrari.

—¿Quién?

Liah no tardó en darle un libro rojo.

—No es sobre la historia de los automóviles en general, pero creo que servirá. Te buscaré uno sobre trenes.

Danyeel alzó las cejas. Se dejó caer en el sofá, y comenzó a leer el libro que le habían escogido. Liah pensó que, aunque era dragón, era macho. Seguramente le gustarían los autos. Y los aviones. ¡Claro, los tanques también! Le apiló en la mesa libros de todos los métodos de transporte que pudo conseguir. Había algunos ilustrados muy interesantes. En total había quince. No era mucho, pero estaba bien para empezar ¿Verdad?

—Éstos son los que tenemos, esta biblioteca tiene más libros de historia que...

Danyeel le hizo un gesto para restarle importancia y pedirle silencio. Liah abrió la boca, apretó los puños, y miró al techo, recordando que tenía que contenerse para no gritarle lo maleducado que era. Llegó el café. Theo les dejó la bandeja en la mesa, y se retiró tan silenciosamente como había llegado.

Liah apretó los labios.

«¿Y ahora cómo le ofrezco café al bicho éste, si no quiere que lo interrumpa?»

—Haz callar eso.

—¿Qué?

Danyeel la señaló. Ella buscó con la mirada, pero no sabía qué buscaba. Frunció el ceño sin darse cuenta.

—¿Qué, mi corazón otra vez?

—No es fácil leer con todo ese ruido.

—¡Bueno, basta! Deja el libro, llegó el café.

Se sentó junto a él, y le empujó la rodilla para que bajase las piernas del sofá. Mientras le regañaba por decirle cómo sentarse correctamente en una silla, le sirvió café.

—¿Qué es?

—Pruébalo, y te iré diciendo.

Danyeel lo olisqueó, y le dio un sorbo.

—Hmm... Raro.—le dio otro sorbo.

—El café es una planta que crece en latinoamérica. Se muele su grano y se hace pasar por agua. Es amargo. Hay gente a la que le gusta esa sensación. Ven, déjame ponerle leche.

—¿Leche?

—Sí, leche... Ahora pruébalo así.

Danyeel esta vez sonrió un poco, alzando las cejas. Miró la taza.

—No sé por qué se les ocurrió combinarlo, pero está mucho mejor.

—¿Quieres que esté dulce? —ella le ofreció de su taza ya preparada con leche y azúcar. Él probó, y miró al techo, pensando, con un ojo cerrado.—¿No?

—¿Segura que no me estás envenenando?

Liah le quitó la taza y se tomó su café.

—Maleducado... Hay otras maneras de decir las cosas.

—¡Ja!—la imitó, tomando su propia taza.—¿Con qué se endulza?

—Azúcar.

—¿Y cómo se produce eso?

—No sé. Tendría que buscar un libro de... ¿Recetas? No. ¿Cultivos? Tal vez no. No sé.

—Ignoras muchas cosas.

Liah le miró, indignada. Se tomaba su café tan tranquilo. Tal vez sí debió envenenarlo con algo. Un laxante, por ejemplo.

—No todos lo sabemos todo. No todos pueden saber de todo. Hasta un cirujano puede no saber cómo funciona el motor de un submarino.

—Tal vez los humanos no tienen la capacidad.

—¿Oh, tú sí?

—Por supuesto. Somos mejores en todo.

—¿Crees poder saberlo todo de todos los temas?

—Sí.

—Necesitarías varios siglos.

—No creo. ¿Quieres apostar?

Liah apretó los labios.

—¿Qué podría apostar un dragón?

—¿Qué podría apostar una princesa sin reino?

Danyeel terminó su café. Liah le sirvió más, y se levantó para caminar en círculos.

Intentó pensar un momento, pero empezó a agregar cosas ansiosamente mientras hablaba, intentando pensar en algo más difícil cada vez.

—Aprende todo sobre autos de toda clase, su historia, y evolución, y usos en guerras y... y transportes masivos en una semana. También aprende sobre aviones. Y trenes. Y cohetes. Y al mismo tiempo aprende sobre los bancos, todo lo que pueden hacer y cómo funcionan.. Y creeré que los dragones son mejores que las personas en términos intelectuales. Y me refiero a todo. Así... así vas a poder entenderlos bien y que no te estafen o, o invertir en algo que podría estar mal hecho o con un mal principio. Ya sabes...

—¡Claro!

—Si no lo logras, me deberás un favor.

—Y si lo logro, me servirás.

Danyeel sonrió, bastante confiado. Liah tensó los músculos del cuello.

—¿Servirte?

—Sí, como la familia de magos que nos sirve a los dragones. Sólo que esta vez, no será una familia de magos, sino la hija de los Dovorkugov. Es menos útil, pero igual de impresionante.

Liah se imaginó respondiendo sus preguntas hasta que fuera anciana. Si Danyeel quería invertir en acciones o negocios requeriría de un asistente, alguien que le compre los pasajes, los autos... Ella no sabía hacer nada de eso. ¿Si fallaba, se la comería?

Si quedaba al servicio de un dragón, seguro su padre la mataría.

Pero... ¿Danyeel no la defendería, ya que estaría a su servicio?

Apretó los labios al darse cuenta de algo. Se sentó de nuevo.

—Ah, pero... ¿Cómo me demostrarás que sabes?

—¿Te lo tengo que demostrar?

— Claro ¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?

Danyeel abrió mucho los ojos y casi derramó su café. Cruzó las piernas con aires de ofendido. Y sorbió ruidosamente de la taza. Pareció aún más mortificado cuando se le terminó otra vez la bebida.

—¿Quieres más?

—¡Sí, sí quiero más!

—No te pongas así, Danyeel... Es lógico que quiera saber si...

—¡Tonta! Los dragones nunca faltamos a nuestra palabra.

—Bueno, lo siento. No lo sabía.

—Ignoras muchas cosas.

—Tú también, por ahora, y no te reclamo que... —dejó la tetera vacía sobre la bandeja.

Ella había reaccionado indignada por cosas que Danyeel ignoraba. No parecía pedirle que no se molestase por algo que ella no sabía.

—Seré más compasiva a partir de ahora. Tampoco sabes muchas cosas. Y yo no sé sobre dragones. Espero que también me enseñes.

Danyeel la miró en silencio. La llama en sus ojos se suavizó, y el color de su iris también. Él sonrió, y tomó su café con más lentitud.

Liah no se dio cuenta de esl, pues miraba su taza casi vacía. Pensó que también podría aprender algo de los hombres, ya que Danyeel cobraba la forma de uno.

—Creo que esta hora es propicia para el desayuno ¿No? Vamos, pide algo para mí.

Liah lo llevó al comedor, una sala rectangular decorada en dorado y azul. Las cortinas abiertas dejaban pasar la luz, aunque no era tanta. Había comenzado a nublarse. Desayunaron proteína a pesar de las quejas de Liah, y regresaron a la biblioteca, donde cada uno se enfrascó en sus propios libros.

Liah alzó la mirada para estirarse, y casi había olvidado que Danyeel estaba ahí. Le daba la espalda, tenía en el regazo dos libros y en la mano otro. Ni siquiera se movía, sólo para pasar las páginas. Prefirió terminar su novela de detectives, y la pasó muy bien leyendo el final tan satisfactorio.

Se levantó, encontró una lapicera en la gaveta del escritorio, y anotó la fecha en el marcalibros que estaba utilizando. Lo puso en la última página y lo regresó a su estante, que estaba al otro lado de la estancia.

Subió un par de escalones de la escalera móvil de color blanco, y deslizó el libro entre los otros de la misma autora.

¿Qué iba a leer ahora?

Tocó el lomo de una distopía que su prima le había recomendado. Recordó que nunca la había podido leer ¿O sí? Tenía recuerdos vagos sobre lo que Margarita le había dicho, una chica y dos pretendientes, basado en América. Lo tomó entre los dedos y regresó a su nidito de manta y cojines. Lo abrió y se dió cuenta que tenía un error de impresión en la primera página. Qué raro. Le faltaba una letra.

Fue al prólogo y no pudo leer cómodamente ningún párrafo. Le faltaban todas las vocales. En otro, faltaban medias palabras o frases completas.

Hojeó varias páginas, primero con calma, y después, con mucha rapidez. Era como si una mano hubiese borrado palabras, frases y hasta capítulos enteros, dejando el trazo de los párrafos con un par de "d a" o "¿C ?" disgregados y sin sentido.

Llegó al final, y se extrañó al notar un marca libros. Le dió vuelta.

"Pero si yo no he leído este libro tan raro... Habrá sido Margarita..."

No era la letra de Margarita.

Liah apretó el libro con fuerza entre sus manos. Reconoció su ocho, siempre se obligaba a estilizarlo con el círculo de arriba más pequeño para que se viera bien. La tinta era rosa y brillante. No tenía ese marcador de gel desde hacía mucho tiempo, y había olvidado pedir que le compraran más.

La fecha anotada en el cartoncito era de hace siete años.

Contempló su nueva prueba. ¿Por qué le habrían borrado las páginas a un libro juvenil? ¿Y por qué literalmente habían borrado de su memoria un libro juvenil? ¿Por qué no sacarlo de la biblioteca? Tenía que esconderlo. O tal vez... dejarlo exactamente donde estaba. Ahí estaba oculto. Nadie más que ella iba a revisarlo. Su padre no entraba allí, y su madre no leía novelas publicadas en ese siglo. Margarita no lo tomaría tampoco. Y si lo hiciera... le demostraría que tenía razón.

Cerró el libro y alzó la mirada. Danyeel estaba inclinado frente a ella.

—¡Ah!

—No puedo concentrarme con ese escándalo.

—¡Entonces me iré a leer a otra parte!

Liah devolvió el libro a su sitio y salió disparada a su habitación dando zancadas, fingiendo estar ofendida. Tras mucho caminar, dió un portazo a su puerta, y se quedó apoyada en ella.

No logró contener su respiración y su llanto asustado. ¿Siete años? ¿Cuántos libros? ¿Cuántas veces...?

Intentó recordar qué es lo que había dicho su padre sobre la posibilidad de borrar la memoria. Se golpeó la cabeza, frustrada. No lograba sino tener una ligera sensación, como un viejo sueño. Pero estaba segura de que eso había ocurrido.

Su padre en su estudio hablando con Cleib, sobre lo conveniente que era borrar la memoria. A todos. A ella.

Lloró lágrimas de frustración y angustia. ¿Qué era lo que no podía recordar? ¿Era algo horrible? ¿Eran recuerdos felices? ¿Por qué lo hacían?

Lo peor de todo era no saber por dónde empezar ¿Cómo encontrar más pruebas? Si hubiera una forma de ocultarlas... ¡De todas maneras olvidaría dónde estaban! Se secó las lágrimas tras un largo rato. Tuvo que lavarse la cara en su baño, le dolían los ojos.

Si el dragón no lograba dominar un campo que le tomaba a la gente veinte años aprender, podía pedirle un favor. Era su única esperanza. Podía pedirle una identidad nueva, que la llevase volando a América, donde tal vez podría escapar, esconderse en algún campo... Tenía que distraerlo, llevarlo de paseo, complacerlo con algo para que le diera una oportunidad de huir.

Se sobresaltó con el timbre del teléfono de su cuarto.

Caminó hacia la mesita, y levantó con cierto temor el auricular. Lo acercó a su cara.

—¿Diga?

—¡Al fin respondes!

Liah se dejó caer en la silla, la voz de Margarita parecía irritada.

—¿Llamabas? Tenía visita.

—¡Sí! ¿Qué visita?

—El dragón, Danyeel. Está en mi biblioteca ahora mismo.

—¿Y qué haces en tu habitación?

—Oh, descubrí algo, pero no puedo decírtelo por aquí. Quise estar sola un rato.

—¿Te hizo algo?

—No... Creo que no le intereso para nada. Cuando descubra que puede aprender casi todo de los libros seguro me deja en paz. Pero no debería dejarlo solo mucho tiempo.

—¡Te llamé para decirte algo!

—¿Qué cosa?

—¡Jacques me contactó!

Liah gritó, Mar gritó.

—¿Cómo?

—Una señora de servicio encontró una carta que iba dirigida a mí. Prometía dinero si me la hacían llegar. La dejó en el hotel donde nos estábamos quedando, allá en Granada.

—¿En Granada? Ah... Cerca de la casa de juegos de tía Consu, donde hicimos el almuerzo.

—Y donde me abandonaste... Sí. Bueno, la recibí, la señora parece que recibió el dinero. ¡Y tengo su teléfono!

—¡Oh por Dios!

—El problema es que no puedo llamarlo desde casa. El único teléfono disponible de toda la red, es el de tu padre.

—Si me estás proponiendo que nos metamos en la oficina de mi padre para usar su teléfono, estás cordialmente invitada a hacerlo... Sin mí.

—Oh, vamos, Liah...

—¿Qué tan difícil puede ser hacerlo en un centro comercial? ¿Ves? Quieres complicarte la vida y meterme en problemas.

—Ow, antes tú eras la que me metía en problemas...

—¡Qué mentira, Mar! Siempre he sido más tranquila que tú.

Liah pasó un largo rato muy agradable con su prima, conversando de cualquier cosa y cambiando de tema sin dar espacio a profundizar ninguna idea importante. Se sintió como una niña otra vez, y cuando vio el reloj de agujas de la pared, calculó que había pasado más de una hora desde que estaba allí.

—Debería regresar, por si acaso la biblioteca está en llamas o algo por el estilo. ¿Vienes mañana?

—Te pasaré buscando a las diez. Y no desayunes.

—Bueno, bueno... Nos vemos mañana, cuídate.

Ciao, cara.

Liah colgó, y se peinó antes de salir del cuarto. Decidió lavarse la cara otra vez, y retocarse con un maquillaje sencillo. Cerró la puerta tras ella y atravesó de regreso los pasillos hasta la biblioteca. Le impresionó ver a Danyeel sentado en el escritorio, con la lámpara encendida. Parecía muy concentrado y serio, y menos peligroso. Sus cuernos ya no estaban, tampoco sus orejas largas. Se dio cuenta que se había puesto oscuro afuera, y Liah encendió las luces del techo. Él miró alrededor, y la vio.

—No te escuché llegar con esta forma tan imperfecta.

Ella volteó los ojos.

—Sí, Mar me dice lo mismo a veces.

—¿Que los humanos son imperfectos?

—No, reptil. Que no me escucha llegar.

Danyeel la miró ofendido, pero con un dejo de sonrisa. Liah se rió y se sentó frente a él. Finalmente, él también se rió.

—¿Por qué me estoy riendo?

—Porque soy divertida.

—No, no creo que sea eso—se miró las manos—. Me siento mucho más lento, y con un cosquilleo extraño en los dedos. Qué raro ser humano.

Liah le tocó la mano, y alzó las cejas.

—¡Ay, Dios!

—¿Qué?

Liah se dio cuenta. Danyeel estaba vestido con apenas una camisa y un abrigo que parecía ligero. Levantó el teléfono de la biblioteca y pidió un suéter, medias y un saco.

—No sé de qué talla es... Ya te digo.

Liah le haló la camisa a Danyeel, y pudo leer la etiqueta que tenía en el cuello.

—Es ele. Sí. Gracias, por favor tráelas pronto.

—¡Me desnudas, mujer!

—No te desnudo—colgó el teléfono—,dramático. Es frío, Danyeel. Tienes las manos congeladas. Voy a subir un poco la calefacción.

Danyeel se carcajeó, y golpeó el escritorio con la palma de la mano.

—No seas ridícula, un dragón no puede tener frío.

—Un dragón no, pero una persona sí. Ugh, no sé usar esta cosa...

—¿Qué es la calefacción?

—Es... Bueno, es, la cosa que se utiliza para controlar la temperatura de la casa. No sé cómo funciona—dijo, golpeando el control con la palma—, pero ayuda a que un sitio sea más cómodo.

—¿Controlar la temperatura de la casa? Eso suena a magia.

—Muchas cosas suenan a magia si no sabemos cómo funcionan. Una heladera también parece magia. Es una caja y dentro está congelada, y por fuera es algo caliente.

—Eso no parece posible. Luego preguntaré más, por ahora, déjame leer.

Un sonoro rugido del estómago del dragón hizo cruzar los brazos a Liah. Justo en ese momento, entró una señorita con la ropa que había pedido Liah. La chica le dió la mala notícia de que la calefacción en algunas zonas de la casa no funcionaba, estaban reparando el sistema y no funcionaría hasta mañana. Le dio la ropa a Danyeel, y tras pelear con él un rato, se puso el suéter y las medias.

—¿No estás más cómodo?

—No estoy seguro.

—Lo que no parece posible es que puedas continuar sin almorzar. Vamos.

—¿Y cómo esperas que continúe mi estudio?

—Pensé que los dragones serían tan inteligentes que no se preocuparían por tomarse pausas. Claro, no necesitan estudiar, tal vez con sólo leer las cosas una sola vez ya las comprenden.

—Así es.

Liah tuvo que contener un asombro, se lo estaba inventando todo. ¿O tal vez era tan orgulloso que no iba a admitir que no tenía esas sorprendentes habilidades?

—Bueno, yo también tengo hambre ¿O vas a hacer esperar a una dama?

Danyeel miró los libros, a Liah, de vuelta a los libros, y chasqueó los labios.

—Una fuerza extraña me obliga a hacerte caso.

—Es hambre. Por cierto ¿Por qué te ves como una persona ahora? Ni siquiera te noto los colmillos.

—El ruido que hacías era insoportable, no podía leer. Tengo que pensar en una manera de no asustarte tanto para que dejes de hacer ruido. Pero claro, es muy difícil, soy un dragón, después de todo.

—Yo no te tengo miedo.

—No tengo que tener oídos de dragón para saber que mientes.

Almorzaron un plato que a Liah le gustaba mucho; sopa de tomate y pavo al vino. Danyeel comenzó a preguntar sobre la comida y su elaboración, y Liah le respondió todo lo que pudo. Llamó a Theo y al chef al comedor para responder sus preguntas. De repente asustó a todos, sosteniéndose los cabellos, y dejando crecer sus cuernos y colmillos.

—¡No! ¡Lo olvidé! ¡Qué forma tan inepta e inferior! Debo regresar a la biblioteca. ¡Me tientas, humana!

Y se retiró, moviendo mucho los brazos y caminando con rapidez.

—No le haga caso, señorita. ¿Quiere postre?

—¿Qué hay?

Crème brûlée.

—¡Hm! Sí, sí quiero.

—Vendrá enseguida.

Theo y el chef le trajeron una tacita del postre. Después de disfrutarlo y agradecerles, se fue a la biblioteca otra vez.

Se encontró a Danyeel con no menos de cuatro libros en el escritorio, algunos de pie, otros acostados, y otros sobre las piernas. Liah se quiso reír, pero por su expresión de concentración prefirió dejarlo tranquilo.

Quería ayudarlo, pero también quería la oportunidad de tener un favor. Si le daba más libros del mismo tema, lo obligaría a tomarse más tiempo...

Tomó una tablet que estaba en otro escritorio pequeño, investigó, y ni siquiera se preocupó por la cifra que crecía cada vez más al agregar más productos al carrito...

Tras un rato, acercó un banco al escritorio, y apiló en él quince libros más.

—Estos libros tienen más información. Mañana llegarán otros, ya los compré por la tablet. No es muy tarde, Pero... hmm...

—¿Qué ocurre?

—Bueno, voy a mi habitación. A bañarme. Y tomar chocolate caliente. Y dormir.

—¿Me afecta en algo?

—Puedes volver mañana.

Danyeel no apartó la mirada de los libros.

—Nah. Puedes retirarte si quieres.

—Oye, es mi casa.

—Lo sé...

—Ya debes irte, no puedes extender tu estadía tanto.

—Extiéndela tú entonces.

Liah apretó los labios.

—Mañana voy a salir con mi prima.

—Diviértete.

—¡No! ¡Affhh...! Debes irte.

—Claro que no, tú descansa. No necesito que estés aquí para leer.

—Es de mala educación, Danyeel.

Se encogió de hombros.

Ella cruzó los brazos.

Él subió la mirada.

—¿Lo hice bien?

—¿Ah?

—Demostrar indiferencia.

—¡Ay, Dios! Eres un fastidio. Me iré y espero que no amanezcas en mi biblioteca, y si no... Pues no te atenderé, tengo cosas que hacer.

—¿Como llorar?

Liah le lanzó un libro antes de irse y lanzar un portazo. ¡Qué insoportable! ¡Grosero e imbécil! ¡Varones!

Se distrajo planificando la ropa que usaría al día siguiente, pidió una cena ligera a su habitación, e intentó dormir sin pensar en reptiles que estaban en su biblioteca.

No era fácil. Seguramente la escucharía dormir.

Eso la hizo retorcerse en la cama y golpear la almohada.

—¡Vete de mi casa!

Se imaginó su sonrisa estúpida mientras le decía que no.

Ya pensaría cómo vengarse de él. Mientras, intentó concentrarse en dormir, y no recordar que había un dragón en el piso de abajo.

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