xxii. la niebla del caos


DESASTRE GLOBAL,
capitulo veintidós: la niebla del caos!



Universidad Ivy, Tall Oaks, Estados Unidos — tres días después.

          DEJAR A EIDER LUEGO DE OTRA DISCUSIÓN PROVOCABA UN SENTIMIENTO DE INCOMODIDAD EN LOTTIE, como si este dejase un sabor amargo en su boca, del cual tardaría en irse dentro de unas horas. Leon continuaba con el ceño fruncido, el semblante que no había cambiado desde que se fueron. Ambos contaban en que Patrick lograría mantener a Eider dentro de la misma rutina mientras ellos viajaban hacia Tall Oaks junto al Servicio Secreto, teniendo en cuenta de que Sherry Birkin, quien tenía la custodia provisoria en emergencias, aún seguía desaparecida en acción. Charlotte recordó cuando Claire quiso intentar tomar la investigación por su cuenta, sabiendo muy bien que los agentes norteamericanos no tenían más pistas en la mesa: solo los hechos. No había nada más que eso, ninguna pista que pudiese tranquilizar las aguas de la familia Kennedy, nada en absoluto. Lottie temió que las discusiones acerca de la libertad individual de su hija escalasen hasta el punto de tenerla en constante vigilancia.

          Después de todo, el mundo donde vivían era un lugar peligroso.

          (Peligroso para todos, incluidos Lottie y Leon.)

          La resolución de Adam Benford había sido final, completa y absolutamente decisiva frente a cualquier miramiento que se atreva a cuestionar su posición frente a la interminable Guerra del Terror. El hombre mantenía la frente en alto durante todo el momento, incluso mientras que saludaba a la gente que vino a verlo en la Universidad Ivy, en la entrada del campus, con el constante vitoreo y su grata alegría de ver al dirigente tan cerca del pueblo. A pesar del cambio de planes ocurridos en el 2011, la asunción del vicepresidente a presidente por parte de Adam fue un gran alivio para el país. Charlotte podía decir con libertad que Benford había logrado cumplir su palabra dentro del mandato, muy a pesar de las dificultades que dejó el anterior presidente. Ahora, con la decisión tomada de revelar lo ocurrido en Raccoon City, Lottie solo podía esperar.

          Ni siquiera ella sabía qué esperar, exactamente.

          Sin embargo, conforme avanzaban las horas y el sol se escondía en las montañas de Nueva Inglaterra, Harmon se preguntó verdaderamente si el mundo estaba preparado para conocer aquella nueva verdad. La seguridad del presidente siendo más que estrecha y acotada cuando una de las agentes del Servicio Secreto, Harper, reportó avistar un pequeño grupo infiltrado para asesinar al mandatario. Los agentes se dispersaron para poder investigar mejor, fue cuando el sol dejó de brillar en el cielo y fue cuando Lottie se dio cuenta del error que habían cometido. Adam Benford estaba a su suerte en una de las habitaciones de la universidad.

          —Algo está pasando aquí, Leon—dijo Lottie en un murmullo—. Llamaré al resto de los equipos.

          Al no tener respuesta de sus propios compañeros, ella recordó que Leon dijo que iría a ver si todo estaba bien. Luego de eso, la oscuridad reinó en todo el lugar, los gritos de pánico de la gente siendo amortiguados por un gas del cual Lottie logró escapar a tiempo. Azul marino, grueso e inoloro, el arma más letal de todas frente a un gentío que tenía sus defensas bajas. La mujer de cabellos pelirrojos, ya en sus treinta y seis años, se colocó contra una de las puertas y respiró hondo. Hondo y contó hasta quince, quince segundos serían suficientes para ver si ella formaría parte de la locura que había fuera.

          Uno, dos, tres.

          No había nauseas, ni dolor.

          Cuatro, cinco, seis.

          Su piel seguía teniendo su tono normal.

          Siete, ocho, nueve.

          Su respiración no estaba agitada, aún no había dolor.

          Diez, once, doce.

          Ella no sangraba, seguía respirando.

          Trece, catorce.

          Lottie parpadeó, respirando hondo una vez más.

          Quince.

          Ella seguía con vida.

          Charlotte volvió a parpadear, soltando un par de lágrimas en el proceso, sintiendo que su corazón se le estaba a punto de salir por la boca. Bombeaba sangre muy rápido, sin parar por un segundo. La pelirroja se esforzó en mantener la calma y decidió tomar su arma posada en su cinturón, justo al lado donde estaba el cuchillo. Se tomó otro minuto para detenerse a escuchar si algo más sucedía fuera, pero el silencio fue suficiente para hacerla sentir nauseabunda ante la situación. Ahora, en ese momento, su prioridad era reencontrarse con su marido y el presidente; luego buscar sobrevivientes y después vendrían los funerales. Lottie recordaba vagamente el lugar donde el mandatario se quedaría recluido, confiando en sus instintos para poder llegar rápidamente allí.

          Las escaleras parecían interminables.

          Su arma parecía temblar entre sus manos.

          Un disparo retumbó en sus oídos, deteniendo su paso apresurado y por un segundo ella podía sentir cómo la sangre manchaba el suelo. Su mente volvió a caer dentro de un espiral, como lo hizo tantas veces y sus pies se movieron solos sin tener ella noción del control que la llevó a seguir ese disparo. Bastó con llegar al origen del ruido, patear la puerta y mantener el arma arriba para toparse con la figura de su marido quieta. El ambiente estaba oscuro, salvo la luz que emanaba de una lámpara cálida, haciéndolo ver como si fuera una pesadilla macabra. Lottie entró silenciosamente en la habitación, mirando hacia una muchacha que tenía al menos unos 24 años de edad, completamente afligida y portando un arma.

          Harper.

          Lottie no lo comprendía, ¿por qué diablos lloraba?

          A su lado, ella notó un cuerpo y soltó un jadeo al ver los detalles que delataban la identidad del fallecido. Anteojos, cabello grisáceo, traje negro con corbata roja, un pin con la bandera de Estados Unidos, la imagen era más que clara. Pero Lottie no podía conectar los puntos por su cuenta, sintiéndose una tonta o simplemente negando lo que ya era evidente. El cuerpo de Adam Benford, el presidente de los Estados Unidos, captor y mentor de Leon Scott Kennedy y Charlotte Faye Harmon, estaba tirado sin vida en el suelo de la habitación — claramente por una bala colocada muy bien en su cráneo, rompiendo el hueso y alojándose en la cabeza para detener toda intención de lastimar a una víctima frente a una infección. Fue un tiro limpio, concluyó ella, y no podía apuntar con su dedo a la pobre castaña que estaba consternada a un lado. No, la agente Harper no podría tener ese tipo de puntería con su legajo de mala conducta en la CIA y su aparentemente corto temperamento.

          Harmon sabía muy bien quién había disparado.

          —Leon—llamó ella luego de un momento de silencio.

          Kennedy bajó su arma instantáneamente, dando un paso hacia su mujer y se acercó a su lado, mirando fijamente al cadáver infectado de Adam Benford.

          —Una sola bala, Kennedy—espetó Harmon sin mirarlo—. Necesito saber qué diablos pasó.

          —Llegué tarde—replicó Leon a su lado, sintiendo que le faltaba el aliento.

          —¿Qué?

          —Que llegué tarde, Lottie—insistió el rubio mirándola de reojo, sus orbes mostraban el rastro de lágrimas a punto de salir—. Adam ya estaba infectado.

          La sangre de la herida empezó a manchar el suelo, muy lento, creando un charco de un color rojo muy oscuro alrededor de la madera oscura. Lottie apretó sus labios en una fina línea, observando como el cabello gris de Benford se teñía de rojo a su paso, sus anteojos rotos y mugrosos.

          A su lado, Harper habló—Es mi culpa.

          Leon y Lottie ladearon su mirada hacia la muchacha de cabellos castaños, vestida de pies a cabeza con un traje, su chaqueta reemplazada por un chaleco que se cernía en ella como un guante. Harper parecía brillar por su piel perlada en sudor, no igual de pálida como Lottie, pero la situación no lo ameritaba. Sus orbes avellana, ambos notaron, soltaban lágrimas libremente como un niño encontrado justo con las manos en la masa — culpable frente al ojo adulto. Su arma en mano, desgraciadamente, la delataba como una adulta más en la habitación.

          —Yo...—sollozó ella, finalmente—. Yo hice esto, agente Harmon

          —¿De qué diablos estás hablando?—interrogó Leon.

          Harper guardó su arma en el cinturón, pasándose un dedo por sus ojos, quitándose las lágrimas. Su mirada estaba fija en el cadáver del presidente, su sangre empezando a coagular, lanzando un hedor asqueroso que se filtró por sus fosas nasales y ella frunció la nariz con claro disgusto.

          —Catedral de Tall Oaks—dijo la castaña antes de mirarlos—. Les explicaré todo allí, agente Kennedy.

          —¿Cómo es que sabes nuestros nombres?

          En ese momento, sus PDAs se dispararon con la notificación de una llamada, alertándolos. Harper fue más rápida, atendiendo frente a ellos. Leon y Lottie se miraron entre ellos, antes de acercarse hacia Harper y la pantalla: Ingrid Hunnigan estaba al otro lado de la comunicación.

          —¿Hunnigan?—preguntó Leon confundido.

          Ella soltó un suspiro de alivio—Menos mal que todos están bien, estaba preocupada.

          —¿Ustedes de dónde se conocen?—preguntó Lottie haciendo referencia a Harper y ella.

          —Ella es la agente Helena Harper, transferida de la CIA, lleva un año en el Servicio Secreto—espetó la mujer de piel morena desde la pantalla—. Oh, no se imaginan cómo me alegra ver que estén bien. Lamento ser grosera y abreviar, pero necesito que me informen de la situación. Ahora mismo.

          El silencio reinó entre los tres agentes, quienes se miraron entre ellos; Helena parecía apenada y desvió la mirada al conectarla con los dos agentes. Leon miró en dirección al cadáver de Adam Benford, el cual seguía tumbado en el suelo y le lanzó una mirada fugaz a su mujer, la cual prometía que parte de la culpa lo carcomía por dentro.

          —Yo...acabo de dispararle al presidente—admitió el rubio.

          Hunnigan abrió los ojos como platos—¡¿Qué has...?!

          —Estaba infectado cuando lo encontramos—se apresuró a decir Helena y miró a los dos agentes—. La agente Harmon estaba en camino cuando el agente Kennedy...hizo lo que debía. Me ha salvado.

          Ingrid permaneció en silencio, mirándolos a través de la pantalla—Por el amor de Dios...

          —No pasa todos los días que tu marido mata al presidente del país libre, ¿eh?—dijo Lottie poniendo un tono sarcástico a su tono.

         Leon le pisó el pie con fuerza, fulminándola con la mirada, ella devolviéndosela con su propia — tan violenta y asesina que Helena tuvo que carraspear para atraer su atención. Hunnigan se quitó sus anteojos, frotándose el rostro antes de soltar un suspiro. Al relamerse los labios, cerró los ojos por un segundo.

          —De acuerdo, yo haré el informe—dijo finalmente la informante del FOS antes de retomar su tarea de apretar teclas de su computadora—. Seré rápida. Enfóquense en salir de ahí lo antes posible. Un agente biológico fue liberado. El virus se ha extendido a 5 kilómetros del perímetro del campus y va a buen ritmo. Dense prisa, enviaré a alguien para evacuarlos y emitiré la declaración al vicepresidente.

          —Antes hay que ir a la Catedral de Tall Oaks—interrumpió Helena con urgencia—. Los agentes Kennedy y Harmon tienen una pista para averiguar quién está detrás de esto.

          —Chicos, ¿esto es cierto?

          Ambos miraron a la muchacha de cabellos castaños y los orbes castaños de Harper demostraban la iniciativa de una novata como lo fueron ellos alguna vez. Si ella decía que tenía respuestas en aquel lugar, respuestas que pudiesen señalar hacia un culpable de un crimen de terrorismo de estado, entonces eso significaba que la novata tenía una corazonada. El matrimonio Kennedy se miró entre ellos por un segundo, meditando su respuesta para luego mirar hacia la pantalla.

          —Sí, podríamos tener algo, mamá Hunnigan—declaró Lottie.

          —Recibido. Buscaré la ruta más segura—añadió Hunnigan antes de guiñarles el ojo—. Mantengan su PDA y comunicaciones encendidas.

          Y sin más dilación, ella cortó.

          Helena, quien guardó su PDA, sintió la mirada de la pareja y alzó su mirada.

          —¿Tenemos verdaderamente una pista?—inquirió Leon a la novata.

          —Sí, la tienen—replicó la castaña con seguridad—. Si deciden acompañarme.

          —De acuerdo, hagamos esto rápido—declaró Lottie antes de tenderle una mano a Harper—. Mi nombre es Charlotte, Charlotte Harmon. Puedes llamarme Lottie si quieres.

          —Yo sé quién eres, tu reputación te precede con creces—dijo Harper antes de estrecharle la mano—. Helena Harper, agente del Servicio Secreto. O podría decirse de la DSO.

          El tono de Lottie se mostró severo, pero no hostil—A menos que tengas una transferencia a la DSO reciente, tú sigues perteneciendo al Servicio Secreto, Helena.

          Leon, quien se movió en silencio para inspeccionar el cadáver de Adam, miro en dirección a Harper — sus orbes azules chocando contra la figura de la castaña, haciendo que esta apretase los labios.

          —¿Qué es lo que tiene de especial esa iglesia?—inquirió el rubio poniéndose de pie—. ¿Acaso tienes pecados que confesar?

          —Es...difícil de explicar—dijo Helena tocándose sus dedos—. Si no se los cuento en la catedral, puede que no me crean.

          —Ya hemos tenido nuestra cuota de experiencias poco creíbles, Helena—advirtió Lottie cruzándose de brazos—. Puedes hablar.

          Harper negó con convicción—Necesito llegar a esa catedral y mostrarles.

          Kennedy caminó en dirección hacia la puerta, enfadado, mientras que dejaba el cadáver a un lado; abandonado, frío y solo, en aquel estudio donde la vida se le escapó de las manos. El agente de cabellos rubios apoyó un puño sobre la puerta y miró hacia atrás.

          —En cuanto lleguemos a la catedral, tú vas a contarnos todo—sentenció Leon de manera severa—. ¿De acuerdo?

          —Sí, señor—replicó Helena apretando los labios.




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          Salir de ese campus demostró ser un verdadero, un penumbroso y auténtico caos. Si Leon o Lottie tenían alguna buena especulación de que saldrían sin problemas de ese infierno creado, ambos estaban muy equivocados. El salón donde todos los presentes comerían estaba desolado, permitiendo que el silencio permease todo tipo de sonido, o alguna señal de vida entre tanto desastre. Helena llegó a ser una presencia constante, manteniéndose cerca de ellos, como un niño que conoce por primera vez su entorno y se siente abrumado por ello. Lottie debía recordarse que ella nunca había visto un muerto viviente, un arma biorgánica, un monstruo que era capaz de matar sin más miramientos.

          Una persona que había dejado de ser humano.

          —Si ves a uno—le dijo Leon con tono severo—. Apúntale a la cabeza. Es lo mejor.

          Harper asintió—De acuerdo.

          Cuando bajaron las escaleras hacia el gran comedor, algo se movió, atrayendo su atención y sus pistolas en alto ante el súbito movimiento. El cielo se iluminó de blanco gracias a un trueno, iluminando el gigante salón bien puesto. Varios candelabros estaban caídos, llegando a romperse con fuerza contra el suelo, algunas de las cortinas estaban rasgadas, vidrios rotos esparcidos en las mesas con sangre aún fresca. Charlotte frunció el ceño ante el horrible olor, siguiendo a su marido mientras tanto. Al perseguir el movimiento abrupto, ellos consiguieron su objetivo. Un hombre, alojado en el depósito de la cocina, intentó escapar de ellos — sin poder lograrlo y rindiéndose asustado frente a ellos.

          —Puedes salir—dijo Leon—. Lentamente.

          —¡No disparen!¡Por favor!—espetó el hombre antes de retorcerse al toser.

          —¿Estás bien?—le preguntó la pelirroja enviándole una mirada de advertencia a Leon.

          —La niebla...—respondió aquel hombre mirándolos.

          Helena parpadeó—¿Qué?

          —La niebla...surgió de la nada.

          A sus espaldas, un grito que pertenecía a una mujer se escuchó. Casi desesperado, plenamente aterrorizado. El hombre soltó un jadeo, asustado.

          —¡Liz!

          Leon intentó detenerlo a la fuerza—¡Espera!

          —¡Déjame!

          —¡Es peligroso!—exclamó Lottie tomando al hombre con más firmeza.

          Helena se agachó para tomar el teléfono del hombre el cual se le había caído, mostrando la imagen de una muchacha mucho más joven que Helena, pero mayor que Eider Kennedy. Juzgando por su semblante, la muchacha parecía ser estudiante de la universidad Ivy, ahora una tumba para muertos vivientes. El hombre le quitó el teléfono, nervioso, a la muchacha de cabellos castaños.

          —Ella es mi hija—dijo finalmente él—. ¡Está sola!¡Si no hacemos algo...!

          Leon se acercó a taparle la boca—De acuerdo, está claro. Pero si no te calmas, no podrás salvarla. ¿Entendido?

          —¿Esa es tu niña?—inquirió la pelirroja mirándolo con seguridad.

          —Sí. Liz...

          —Bien, vamos a buscarla.

          Helena miró al rubio con impaciencia—Pero Leon, no tenemos tiempo...

          —Pues lo encontraremos—la interrumpió Kennedy lanzándole una mirada fulminante.

          A pesar de las esperanzas, la hija de ese hombre, Liz, no había tenido tanta suerte. Su rostro ya mostraba rastros de infección y la sangre que brotaba de su boca era la prueba viviente; sus ojos estaban nublados y su respiración era errática. Lottie temió por ella, pero parte de su instinto veía que la muchacha luchaba para mantenerse del lado de los humanos y no sucumbir a la tan esperada muerte. El ascensor que tomaron, gracias a la ayuda de su padre que trabajaba en Ivy, fue un simple momento de respiro antes de la tragedia. Liz volvió a toser de manera violenta y Lottie, como si fuese un instinto, llevó su mano a la pistola de su cinto. Su padre, acompañándola en el suelo, la miró de la manera más amorosa del mundo.

           —Todo va a salir bien, Lizzie—dijo él posando una mano en la nuca de la muchacha—. No te va a pasar nada.

          Ella, cansada, alzó la cabeza hacia su padre—Papá...

          —Ya casi estamos.

          Fue en un instante, en la anatomía de un instante, que Liz terminó sucumbiendo a ese final que ella temía llegar. Su padre, completamente escandalizado, se largó a llorar frente a los tres agentes mientras ellos bajaban la mirada ante el llanto. Las luces, las cuales iluminaban el ascensor encima de ellos, titilaron hasta apagarse.

          —¡La electricidad...!—murmuró Helena asustada.

          —Estén alerta—exclamó Harmon.

          Repentinamente, el ruido gutural de una persona masticando y arrancando carne inundó los oídos de los presentes. Lottie soltó un jadeo, parpadeando para acostumbrar sus oídos a la oscuridad. Liz alzó su mirada, mostrando su rostro manchado de sangre y sus ojos rojos, su piel pálida delataba signos de infección en ella y sus dientes ya lucían amarillos, contrastando con la sangre que los manchaba.

          —¡Dios mío!—jadeó Harper.

          Liz decidió abalanzarse sobre Leon, empujando a Lottie quien terminó en el suelo, el cuerpo del padre de Liz cobró vida e intentó morder a la pelirroja. Helena estaba paralizada en la esquina, su cuerpo temblando de miedo.

          —¡Ya está muerta, Helena!—bramó Leon forcejeando con Liz—. ¡Dispara!

          —¡Pero...!

          —¡OBEDECE Y DISPARA DE UNA MALDITA VEZ!—gritó Lottie golpeando al infectado.

          Harper apretó el gatillo, quitando a Liz del camino mientras que Lottie incrustaba su cuchillo en la cabeza del hombre para tirarlo a un lado. Para cuando ella ya lo había matado, Helena le estaba poniendo una bala en la cabeza a Liz, quien yacía en el suelo debajo de la castaña. Lottie observó cómo la novata se ponía de pie, con parte de su mano manchada con sangre que se limpió en su pantalón.

          —No...No puedo creerlo—balbuceó Helena antes de mirar a sus compañeros.

          —Bueno, pues acostúmbrate—dijo Leon—. Es ellos o nosotros. Si te ordenan disparar, tú disparas. Y no dudes.

          Harper asintió—Es peor que una pesadilla.

          Otro ruido, el cual no era nada humano, resonó debajo de ellos.

          —Creo que no estamos solos, chicos—señaló Lottie.

          —Ya la escuchaste, Helena—bramó Kennedy—. Prepara tu arma, ya.

          Cuando alcanzaron a piso que los llevaría al estacionamiento, tres zombis entraron a este para acorralarlos y ellos abrieron fuego para salir corriendo hacia la puerta del estacionamiento. Esta estaba cerrada, indicándoles que debían buscar una salida alternativa debido a los infectados que los esperaban al otro lado. Cruzar una de las alas donde los salones se encontraban fue un dolor de cabeza, tomando de referencia un mapa que encontraron. El patio del campus, en cambio, fue todo un alivio. La puerta marcada con una luz roja estaba cerrada, siendo enmarcada por las grandes banderas de Estados Unidos en cada lado. Lottie se llevó una mano al comunicador que tenía en su oreja derecha.

          —Aquí Harmon.

          —Chicos, espero que puedan escucharme—dijo Hunnigan al otro lado—. Esa puerta que ven allí, es la puerta de seguridad. Es su mejor salida del campus.

          —Pues allá vamos—dijo Leon.

          Lottie no debía adivinar que la maldita puerta estaba cerrada con un mecanismo de seguridad. La pelirroja no tardó en rodar los ojos ante lo inevitable.

          —Hunnigan, la puerta está cerrada—señaló el rubio—. Parece ser una tarjeta. ¿Puedes hacer algo?

          —Lo siento, desde aquí no.

          —¿Es enserio?—se quejó Lottie con desgano—. Puedes detener una bomba nuclear, rastrear a una adolescente de quince años, ¿pero no puedes desbloquear una maldita puerta?

          —Muy graciosa, agente Harmon—dijo la mujer de piel morena—. El sistema de seguridad de ese campus es un poco antiguo que mis computadoras. Así que tú, tu compañera novata y tu marido moverán sus hermosos traseros hacia el edificio del personal a su derecha—chasqueó su lengua—. Allí encontrarán las llaves para la puerta.

          —También te queremos, Hunnigan—se disculpó Leon.

          —Ustedes dos me adoran inmensamente, por eso soy el cerebrito del equipo—replicó Hunnigan con una sonrisa de lado—. Estaré vigilándolos, ¿de acuerdo?

          —Recibido, Hunnigan—dijo Helena.

          Al llegar al edificio, el matrimonio Kennedy abrió la puerta de una patada, topándose con un pasillo que tenía como única puerta una que estaba iluminada con una cerradura blanca. Las ventanas filtraban la luz del exterior, la cual daba a un campo de juego iluminado por grandes faroles. El trío de agentes avanzó lentamente por el lugar.

          —No quiten el dedo del gatillo—dijo Lottie ladeando su cabeza hacia la castaña—. A saber qué es lo que nos espera aquí.

          —Está bien—respondió Harper con más seguridad.

          Cuando se toparon con la puerta, Harmon tomó la pistola con la mano izquierda y decidió tocar el primer botón: el cual le dijo que era el erróneo. Volvió a intentarlo una segunda vez, fallando de manera miserable y en el tercer intento una alarma sonó en el pasillo. El ruido era enloquecedor, casi provocándole un dolor de cabeza y ladeó su mirada a Leon — quien intentaba no reírse debido a que el mismo ruido atraía a más infectados.

          —¡Gracias por anunciar que estamos aquí!—bramó su marido.

          Lottie le lanzó una mirada asesina—¡Oye!¡No es mi culpa, idiota!

          —¡¿Qué diablos hacemos?!—exclamó Helena alarmada.

          Un infectado rompió una de las ventanas, llamando la atención de los tres. Helena disparó hacia la cabeza del muerto viviente antes de que otros dos apareciesen.

          —Díganme que hay un plan B, chicos—declaró la castaña con ansiedad—. Siempre hay un plan B. Es imposible no tener un plan B.

          —Sí, ese plan es Hunnigan—añadió Harmon disparando—. Leon, comunícate con ella.

          Leon la miró de soslayo—¿Por qué yo?

          —¡Ella te quiere más a ti que a mi!

          Unos tres infectados entraron por la puerta principal y la alarma atraía a varios más del campo de juego.

          —Hunnigan, la puerta está cerrada y Lottie activó una alarma—exclamó Leon a sus espaldas—. ¡Necesitamos entrar!

          —No me sorprende para nada escuchar eso—declaró la morena por comunicadores—. Estoy en ello. Necesito un minuto.

          —¡Que sean treinta segundos!—bramó Lottie por encima del fuego.

          —¡Pues vaya qué seguridad más sólida para ser un campus universitario!

          —¡Date prisa, Hunnigan!

          —¡No me pagan lo suficiente para soportarlos!

          Lottie empujó a uno de los infectados para luego detenerse y ver un extintor rojo posado contra una de las paredes. Ella disparó para hacerlo explotar, llenando el lugar de polvo blanco y allí sintió que alguien le tomaba el brazo para tironear de este, alejándola del lugar. Los tres cruzaron el umbral de la puerta y Helena fue rápida para cerrarla, así dejándolos sumidos de nuevo en el silencio. Lottie sacudió su cabeza por un segundo, espabilando ante el cambio de escenario y se puso de pie con la ayuda de Leon.

          —Estamos a salvo—murmuró Helena convencida.

          —Por muy poco—dijo Lottie recargando su arma—. Hunnigan, te debemos una.

          —De nada, cariño.

          —Esto es un no parar de sorpresas...—bramó Leon a su lado—. Vamos, busquemos esas llaves.

          (Por supuesto, la llave era una maldita tarjeta.)

          La puerta de seguridad principal logró abrirse, permitiéndoles el paso antes de volver a bloquearse, llevándolos hacia un detector de metales que empezó a sonar con un tono de alarma. El trío corrió hacia unas puertas que dieron al exterior.

          —¡Rápido!—exclamó Hunnigan—. ¡A la derecha!

          Y allí, al ver un auto de policía, estaba su boleto de salida. Ingresaron rápidamente al vehículo, escapando de los infectados, hasta que se dieron cuenta de que las llaves no estaban. Helena miró a ambos lados, en el asiento de atrás, mientras que Leon y Lottie intentaban buscar las llaves en todos los lugares posibles.

          —¿Alguna idea original, Harper?—preguntó Harmon mirándola a través del retrovisor—. ¡Soy toda oídos!

          Helena la miró estupefacta—¡Mi mente está demasiado perturbada para ponerme creativa!

          Leon revisó el parasol—¡Las tengo!

          —¡ARRANCA!—gritaron las dos mujeres.

          El vidrio del piloto se rompió, dejando entrar a un infectado, Lottie alzó su arma antes de dispararle en la cabeza al policía infectado y Leon aceleró; su rostro empapado con sangre que limpió rápidamente. Avanzaron hacia la salida del predio, observando que una explosión ocurría dentro del mismo.

          —Bien, ya hemos salido del campus—anunció él con ambas manos en el volante—. Ahora queda salir de la ciudad.

          —Sin que nos maten en el proceso—bramó Helena acomodándose en su lugar.

          Ese fue el mensaje antes de que un infectado bloquease la visión del conductor y otro intentase morderlo al otro lado. A pesar de las maniobras, Leon exclamó a las dos mujeres que se sujetasen y en cuestión de segundos el vehículo volcó para quedar ruedas arriba y con fuego en su motor. Pesadamente, el trío salió con vida del auto, alejándose un poco antes de mirar a una vía que estaba bloqueada por autos y fuego.

          —¡Leon!¡Lottie!¡Helena!—llamó Hunnigan por los comunicadores—. ¿Están todos bien?

          Lottie ladeó su mirada hacia el auto—Leon volcó un auto...pero seguimos vivos. Intenta revocarle la licencia de conducir, por favor.

          Leon le levantó el dedo medio.

          —Necesitamos otra forma de llegar a la catedral, Hunnigan—dijo Helena agitada.

          —Pues es su día de suerte—señaló Ingrid con esperanza en su voz—. A dos metros de ustedes tienen una boquilla que los llevará a una ruta subterránea más segura.

          Kennedy soltó un suspiro—Pues me huele a alcantarillas.

          Helena levantó la tapa antes de lanzarla a un lado, iluminó el fondo con su linterna y tragó duro, Lottie tocó su hombro, señalándole que ella iría primero y la castaña asintió — permitiéndole el paso antes de verla saltar al vacío. Leon siguió a su mujer, para luego dejar que Harper fuese la última, mirando hacia atrás antes de saltar junto a sus compañeros.




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sin editar

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