xx. el hombre peligroso


GUERRA CIVIL,
capitulo veinte: el hombre peligroso!



Boston, Massachusetts — 15 horas después.

          LEON Y LOTTIE SABÍAN PERFECTAMENTE QUE ELLOS ERAN JUGADORES CLAVE PARA EL GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS. Que ellos eran carne de cañón para cualquiera de las misiones a las que eran enviados, que ellos habían nacido para ello mucho después de escapar de Raccoon City. Sin embargo, ambos sabían perfectamente que el gobierno los utilizaría o los mataría de alguna manera para evitar exponer a la mayor conspiración de la historia en la Guerra del Terror, borrarlos del mapa parecía ser una idea sencilla y limpia. Pero el resto del mundo agonizaba con los ataques bioterroristas esparcidos por sus anchas, donde miles de inocentes perdían la vida y los terroristas dejaban marcas traumáticas a quien se interpusiese en el camino. No, no los matarían tan fácilmente. Lottie pensaba que eso solo lo harían con una bala en la cabeza durante el interrogatorio que tuvieron en el 98'. Ella comprendía que aquella muerte era lenta, como la de un mártir, sufriendo lentamente por el desgaste de la vida misma.

          Aquella parecía ser la única opción.

          Así que, ellos continuarían luchando.

          Llegar a Boston había sido el viaje más rápido que tuvieron. El gobierno les proporcionó los medios para llegar allí de manera directa, sin escalas, sin problemas, para llegar en menos de 24 horas. El rastreador de Eider, según el PDA de la pelirroja, no se había movido del hotel en las últimas 12 horas; significando así que la muchacha estaría junto a Patrick, a salvo. La pareja entró al hotel, pidiendo sus tarjetas para acceder a la habitación y el trayecto hacia el décimo piso fue silencioso. Ambos podían percibir el cansancio del otro, el desgaste físico que llegaba después de haber terminado una misión y solo el silencio podía ser la sola compañía en ese momento. Colocaron las llaves contra el lector de tarjetas y abrieron la puerta, lentamente, al escuchar un ronquido. Lottie le hizo señas al castaño para que guardase silencio y ambos entraron.

          El sol no se había puesto, aún.

          Pero los ronquidos anunciaban fuertemente el comienzo de la tarde.

          Harmon se acercó lentamente hacia dónde estaba Patrick, quien dormía de manera plácida en el sillón. Su pantalón de vestir estaba algo arrugado y sus zapatos estaban tirados a un lado, el muchacho de cabellos cortos oscuros tenía la boca abierta, por donde salían dichos ronquidos, su cuerpo estaba relajado contra el sillón. Leon miró a Lottie señalándole el cuarto, sabiendo muy bien que a Eider le molestaban los ronquidos de Patrick. Ella asintió, caminando de puntitas para poder ir hacia la habitación que ocupaba Eider. No obstante, se sorprendió de no verla allí, incluso revisando el baño. Se volvió hacia el pasillo que daba con los cuartos y entró al que ambos compartían, sin encontrar rastro de la muchacha rubia. Ella parpadeó un par de veces, confundida antes de mirar su PDA.

          Algo debía andar mal.

          Eider estaba allí, el PDA no mentía.

          ¿Pero por qué ella no estaba ahí?

          —Una nueva etapa de rebeldía—murmuró la pelirroja intentando de calmarse—. Sí, definitivamente es eso. No le gustó para nada que la dejásemos atrás—asintió al convencerse—. Tiene sentido.

          Se quedó en silencio por un momento.

          Su mente, tan poco controlada, empezó a caer dentro de un espiral con todas las posibilidades juntas dentro de un mismo mundo. Para ella, se trataba de un círculo vicioso que no terminaría nunca; se preguntó como Mare logró llevar a cabo todo lo que hizo en su vida para no caer en la eterna locura de ser madre.

          —Pero eso no significa nada, ella no sabe dónde tiene puesto el rastreador...—añadió la pelirroja en un murmullo—. A menos qué...

          Lottie no quería llegar a esa posibilidad.

          Ella ni siquiera mencionaría la posibilidad.

          La pelirroja salió de la habitación para ir hacia la sala de estar, donde Leon miraba atentamente a Patrick y se encontraba en un debate mental para ver si lanzarle un pedazo de maní a la boca o simplemente dibujarle algo en el rostro para luego enviárselo a Hunnigan. Sin embargo, al captar la presencia de su mujer en la habitación, este alzó una ceja hacia la pelirroja. La pregunta silenciosa que se formó entre ellos fue suficiente para que Charlotte negase con la cabeza y Kennedy ladeó su cabeza hacia un lado, justo como un cachorro perdido.

          —Eider no está aquí—boqueó la pelirroja sin levantar la voz.

          —¿Cómo que no está aquí?—replicó él con el mismo tono.

          Ella lo fulminó con la mirada—No está en su habitación, no está en la nuestra. ¿Tú que crees?

          —¿Qué hay sobre el rastreador?

          Lottie caminó en dirección hacia Patrick, sacando su PDA para revisar otra vez la ubicación del rastreador, estando en el mismo lugar que el punto rojo donde Eider debía estar. Ella miró alrededor, a Patrick y la mesa ratona que estaba frente a él con todas las cosas que se habían usado en las últimas 48 horas de su ausencia. Una pequeña luz roja titilaba a un costado, haciendo que la pelirroja le lanzase el PDA a Leon para agacharse y tomar en sus manos aquel artefacto. Ella admiró el pequeño rastreador, el cual no tenía rastro alguno de sangre, en un estado de limpieza perfecta. Se giró lo suficiente para alzar la mano, mostrándole el rastreador a su marido, quien parpadeó varias veces al notar la parte que Eider había dejado.

          —Yo no recuerdo haberle enseñado eso—dijo el castaño alzando ambas manos.

          —Yo tampoco—replicó ella antes de mirar hacia Patrick, quien seguía dormido.

          Leon pateó el sillón, despertando al hombre con un respingo y abrazando una almohada con una mirada de pánico. Lottie y Leon miraron fijamente a Patrick, desorbitado y asustado, quien intentaba acomodar sus meros pensamientos luego de ser irrespetuosamente despertado por los dos agentes.

          —Y aquí está el bello durmiente—dijo Lottie alzando ambas cejas.

          —¡Hey! Ya están aquí—añadió el agente enderezándose más—. No esperaba verlos tan pronto aquí.

          —Sí, sí, fue solamente un pequeño trámite que tuvimos que hacer en territorio eslavo—declaró Leon rodando los ojos antes de enarcar una ceja hacia el hombre de orbes azules—. ¿Dónde está la mocosa que debías cuidar?

          —En su habitación.

          Lottie alzó una ceja—¿Estás seguro de eso, Patrick?

          —Cien por ciento seguro, señora—declaró él poniéndose de pie antes de caminar con toda la tranquilidad del mundo hacia la habitación que le pertenecía a Eider.

          Leon asintió hacia Lottie, hasta que ambos escucharon el grito horrorizado de Patrick a lo lejos, apretando sus labios en una fina línea. Harmon se llevó una mano al rostro, negando lentamente con la cabeza. Patrick, a lo lejos, empezó a balbucear incoherencias sobre la imposibilidad de que la muchacha pudiese salir de su periferia de visión sin permiso y que él estuvo con ella todo el tiempo. Lottie respiró hondo, pidiendo paciencia a su ser y a su calma, teniendo en cuenta de que Leon ya estaba contactando a Hunnigan para pedir un análisis de rostros en todas las cámaras de Boston — este ya perdiendo la paciencia frente a sus dos compañeros.

          —Cálmate, Patrick—dijo Lottie alzando ambas manos—. Eider no pudo haber ido lejos.

          Ese comentario solo hizo que el pelinegro soltase una carcajada amarga—¿Acaso realmente conoces a tu hija, Lottie?

          —Está entrando en una etapa que no es nada sencilla—respondió ella rodando los ojos.

          —Dímelo a mi—gruñó él cruzándose de brazos.

          —¿Has visto actividad sospechosa durante estas 48 horas?—insistió la pelirroja enviándole una mirada.

          —No, no había nada peligroso en el camino—añadió Patrick al mismo tiempo que asentía—. Eider estuvo a mi lado todo el tiempo, incluso cuando había mucha gente.

          —Tal vez necesitaba un respiro, estar sola por un momento.

          Leon entró en la habitación, buscando en la mesa la laptop que pertenecía a Eider, conectando el PDA de su mujer para acceder a una red de cámaras y una base de datos de todas las llamadas que entraban y salían de todos los teléfonos. Ambos sabían que Eider no sería estúpida en salir sin alguna señal en ella para que ellos pudiesen localizarla en tiempo récord, solo en el caso que ella estuviese realmente en problemas. Las cámaras cambiaban a cada rato, monitoreando a cada ciudadano que estaba en la vía pública.

          —Yo no veo aquí su teléfono—balbuceó Patrick—. ¿Intentaron rastrearlo?

          —Estoy en eso—respondió Hunnigan desde el PDA en altavoz—. Creo que tiene el teléfono encendido...¡Ja!¡Lo tengo!

          Leon miró en dirección al PDA—¿Vas a decírnoslo o qué?

          —Solo si lo pides amablemente...

          —Te llevaré un ramo de rosas si es necesario, Hunnigan—interrumpió la pelirroja al instante.

          —Ella está en la puerta de la habitación.

          En cuestión de segundos, la puerta principal de la suite se abrió, revelando a la muchacha de cabellos rubios sosteniendo un libro en su mano y un par de auriculares colgando de su cuello. Eider entró a la habitación, topándose con los tres adultos y alzó una ceja ante las miradas fulminantes.

          —Creo que no voy a hacer la pregunta evidente—dijo Eider dejando el libro en una de las mesas del comedor.

          Hunnigan habló por el comunicador—Yo la haría, pero como siempre estuviste en el hotel, dudo que sea necesario.

          —Nos gustaría un aviso la próxima vez que te vayas sin permiso—respondió la pelirroja alzando su mentón.

          —Ustedes acaban de volver de una misión...¿y ya estoy en problemas?—se quejó la rubia desplomando sus hombros a forma de derrota—. Patrick no paraba de roncar.

          Leon no estaba convencido—¿Eso es lo que dirás en tu defensa?

          —Sí, en mi legítima defensa—añadió la rubia fulminándolo con la mirada.

          —Bien, caso cerrado—sentenció Hunnigan—. Esperaré un reporte de la misión en la próxima semana. Patrick, he enviado un auto para llevarte al aeropuerto que estará allí en cinco minutos—aclaró su garganta—. Y en cuanto a ustedes dos, Adam quiere verlos en cuatro días. Despacho Oval, a las diez.

          —¿Solo nos dieron tres días de vacaciones?—se quejó Lottie cerrando los ojos.

          —Nada ha cambiado, cariño—murmuró Leon.

          —Los veré en tres días, corto.

          En cuanto Hunnigan cortó la llamada, la sala cayó en un silencio bastante tenso, el sol poniéndose a sus espaldas. Patrick se rascó la nuca, algo abrumado y aliviado de haber logrado encontrar el paradero de Eider. La muchacha de cabellos rubios, quien se había cruzado de brazos, alzó una ceja a sus padres y simplemente volvió a tomar su libro para dirigirse hacia su habitación. Patrick, al recibir una notificación de su propio PDA, abandonó la habitación saludando a la pareja. El matrimonio se quedó solo en la sala, dejando que único ruido de fondo fuese el tráfico de la tarde. Leon tomó la mano de su mujer, con su rostro cansado y ella esperó que él la llevase a su habitación; sorprendiéndose de terminar en la habitación que ocupaba Eider.

          Sin siquiera tocar la puerta, ambos entraron.

          Eider Kennedy alzó una ceja al sentir la presencia de sus padres, quienes simplemente se desplomaron en la cama.

          Su hija simplemente protestó en voz alta ante el peso.

          ¿Y ellos? Se sumieron a la gran ola de cansancio, exhaustos de la gran misión.

          —¿Al menos puedo acomodarme si ustedes van a desmayarse aquí?—espetó la adolescente con molestia.

          —No, así está bien—gruñó Leon pasando un brazo por alrededor de las dos mujeres.

          Ambos podían sentir que Eider rodaba los ojos, soltando un suspiro antes de dejar caer su libro a un lado y simplemente se rendía ante lo inevitable. La muchacha de cabellos rubios se relajó entre el peso de los cuerpos a su lado, del calor que emanaba de cada uno de ellos y cómo sus respiraciones habían cambiado en los siguientes minutos — logrando llegar a un balance que Eider conocía como la calma después de la tormenta. No dudó en inclinar su cabeza contra la cabellera pelirroja de su madre, dejándose llevar por aquellas sensaciones.

          Un hogar, calmo, tranquilo.

          Y seguro.




━━━━━━━━




Casa Blanca, Washington D.C, Estados Unidos — cuatro días después.

          Eider no tardó en comprender por qué la Casa Blanca se hacía valer por su nombre, teniendo en cuenta de que se sentía intimidada por lo grande que era la ciudad de Washington en sí. Las pocas veces que había ido, simplemente se trataba de alguna pequeña conferencia de prensa o algún acto donde sus padres debían estar presentes. Nunca se aventuró más allá del primer piso, o de las habitaciones que sus padres conocían de pies a cabeza — ella suponiendo que debían seguir protocolos de seguridad en el caso de que algo malo sucediese. Ni siquiera sabía dónde estaba ubicado el búnker donde protegían al gobernante de turno. Sherry le había dicho una cosa o dos al respecto, siendo ella muy cuidadosa con sus palabras para no revelar nada sensible a un civil promedio como lo era su hermana menor. Eider concluyó por su cuenta de que se trataba de puras patrañas de adultos y gente seria.

          Si ella logró hackear la base de datos del FOS y quitarse un rastreador, ¿qué daño haría una muchacha como ella?

          Los años y las virtudes de sus padres le daban una buena idea de qué significaba ser un espía.

          Incluso su madrina Ada le enseñó un par de trucos.

          (Cómo quitarle el rastreador, por ejemplo.)

          —No puedo creer que hayas podido quitarte el rastreador—le dijo Sherry una tarde de fin de semana antes de la visita a Adam, su mirada verde fija en la rubia de cabellos largos—. Y está muy claro de que te saliste con la tuya.

          —Lo hice con mis poderes de bruja y espía—señaló ella enseñándole el dedo medio a su hermana mayor.

          —Volvieron a colocarte el rastreador—añadió Birkin alzando su mentón un poco con diversión, ganándose una mirada de mala gana por parte de Eider—. Digamos que tan bien no te ha salido.

          —¿Sabes qué?—murmuró la rubia enfadada—. Púdrete.

          Sherry sonrió de lado antes de pinchar su nariz, logrando que la rubia soltase un bufido exasperado y un manotazo hacia su dirección para apartarla. Su padre siendo la persona que intervino en la pequeña pelea campal para evitar de que alguna se lastimase.

          (Sí, el costo de tener libertad fue volver a tener el maldito rastreador implantado en su brazo.)

          No obstante, Eider lo sintió como si hubiese ganado la guerra.

          Entonces, la mañana que tuvieron que dirigirse a la Casa Blanca para tener una reunión con el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Eider estaba extática de ir y conocer lo que le quedaba por descubrir. A pesar de la firme advertencia de su padre de quedarse cerca, ella decidió separarse del grupo cuando los adultos empezaron a hablar en los pasillos sobre cosas que le aburrieron y tomó el ascensor más cercano para poder mirar más allá del vestíbulo y el primer piso. Al llegar al segundo piso, salió en silencio, buscando algún cartel o señalización para buscar el llamado Despacho Oval. Parpadeó un par de veces, caminando hacia la izquierda y dirigirse al primer pasillo que se encontró. Un reloj estaba al final de este, marcando su tiempo limitado para lograr su objetivo antes de que sus padres saliesen para buscarla o al menos para alertar al personal de la Casa Blanca sobre la fuga de una menor de edad.

          Ella calculó que tendría al menos unos siete minutos antes de que notasen su ausencia.

          De acuerdo, unos cinco minutos, pensó la rubia.

          Eider debía moverse rápido.

          Sus pies se movieron, sus orbes verdes se fijaron en los pasillos y la inmensa cantidad de puertas que había en cada uno de ellos. Se preguntó cómo era posible de recordar cada conjunción, cada habitación, siendo un agente de Seguridad Nacional.

          —Recibido, estaré atento si veo a la niña—escuchó ella a un hombre sus espaldas.

          —Oh, mierda—murmuró la rubia.

          Que sean tres minutos.

          La rubia se mordió el labio y se escondió contra una de las paredes, dejando pasar a dos agentes que pertenecían al servicio secreto, cruzándolo lentamente luego para apresurar su búsqueda. Logró rodear una estatua de mármol cuando escuchó varios pies correr por otro pasillo y se volvió a esconder de los ojos que la buscaban. Continuó moviéndose al no haber moros en la costa, caminando rápido para no permanecer en un solo lugar. Bastó solo una mirada hacia atrás para chocarse contra un cuerpo y tropezarse con alguien que estaba delante de ella. Bastaron dos segundos para darse cuenta de que se trataba de un agente del servicio secreto.

          Eider nunca había gritado tan fuerte como en ese momento.

          Sus pies se movieron rápidamente, escapando del par de manos que querían agarrarla, tomando la primera salida que tenía a su alcance. Corrió por varios pasillos, esquivando a otro par de agentes que intentó abalanzarse contra ella, un par de pasos se escucharon detrás de ella.

          —¡Atrápala, Harper!—exclamó uno.

          —¡Eso es lo que estoy intentando!

          Eider giró en otro pasillo, dispuesta a llegar al picaporte de la puerta y entrar a la fuerza, sabiendo muy bien que estaría llegando a una oficina de alguien importante. La rubia cruzó la puerta rápidamente y la cerró en un segundo, colocándose contra esta en un intento poco grato de mantenerla cerrada, soltó un respingo al levantar la mirada — sus ojos fijándose en los dos hombres que estaban sentados en la sala, deteniendo toda su charla para girarse a mirarla. Adam Benford alzó una ceja y ella le sonrió de manera inocente, asumiendo que su compañero podría llegar a ser el Secretario de Estado.

          Se dio cuenta, en ese entonces, que se encontraba en el Despacho Oval.

          —Sí que le haces honor a tu apellido, ¿hmm?—dijo Adam con diversión.

          —Hago honor a mi apellido escapando de los idiotas de traje que te protegen—espetó la rubia manteniendo su espalda pegada a la puerta.

          —Esos idiotas de traje son el Servicio Secreto, niña—declaró el otro hombre de cabellos castaños—. Protegen a tu presidente y a su equipo.

          Eider le lanzó una mirada al compañero de Adam—Pues debo decirte que no hacen un buen trabajo.

          —Oh, vamos, Derek—añadió Adam lanzándole una mirada fulminante—. No seas grosero. Es solo una muchacha, ¿qué clase de amenaza podría representar para la Casa Blanca?

          El hombre llamado Derek miró fijamente a la muchacha, quien no se mostró del todo intimidada por su figura cuando se puso de pie, el hombre mostraba un semblante serio — casi sereno, poco perturbado, frente a ella. Adam también se puso de pie, caminando hacia Eider con aire casi paternal y la rubia finalmente se despegó de la puerta. El presidente colocó una mano en el hombro de la menor de los Kennedy y señaló hacia el hombre de cabellos castaños que también se había acercado.

          —Eider, quiero presentarte a un colega—dijo Benford antes de mirar hacia un Derek que se inclinó hacia la rubia—. Él es el Asesor de Seguridad Nacional, Derek C. Simmons—ella le tendió la mano al hombre, quien la estrechó de manera delicada, temiendo a romper la mano de la muchacha—. Derek es quien mantuvo a salvo a Sherry durante varios años, por fuera de la tutoría de tus padres.

          Oh.

          Oh.

          Así que era él quien sobrecargaba constantemente a su hermana mayor con trabajo, enviándola a diferentes puntos del mundo de un día para el otro, intentando quebrarla poco a poco con las misiones que ella tomaba — tan intensas como las de sus padres. Derek Simmons parecía casi de la misma edad de Adam, pero no mostraba ningún tipo de canas o reflejaba bien su edad por el cuidado de su piel. Vestía de traje, con una chaqueta larga y clásica color gris claro, un reloj descansaba en uno de los botones de su chaleco. Su rostro era demandante, digno de un hombre ocupado y más en su cargo. Sin embargo, su toque, su trato hacia ella, era sumamente delicado; como si estuviese tocando a la flor más suave que se haya encontrado jamás.

          Eso llegó a marcar una alarma para Eider.

          Ese hombre, Derek, era un hombre peligroso.

          —Hija del agente Kennedy y Harmon, supongo—dijo finalmente Derek, dándole un apretón para luego darle una caricia—. Claro que he escuchado de ti. Espero que tengas el mismo talento que tu hermana adoptiva, jovencita. Podrías ser muy valiosa para esta nación.

         La rubia parpadeó, sintiéndose vulnerable frente a dos hombres que ejercían tanto poder sobre ella. Eider se recluyó un poco más en el agarre de Benford, un lugar que era seguro para ella, lejos de Simmons.

          Adam carraspeó—Dejaremos que eso lo decida ella una vez que sea mayor de edad, ¿no crees?

          —Muy bien—declaró el castaño enderezándose—. Me imagino que sus padres deberán estar cerca, tomaré eso para retirarme. Un placer conocerte, Eider.

          —El placer es...mío—balbuceó la muchacha.

          Derek abandonó la habitación dándole un último apretón de manos al presidente, cruzando otra puerta que Eider no había logrado identificar. En cuanto esta se cerró, volvieron a estar en silencio. Estar a salvo, sin ningún peligro. La rubia se alejó de Adam para poder admirar el despacho, el objetivo logrado desde que se lo propuso. No obstante, la pregunta estaba quemando su lengua.

          —¿Quién era ese hombre?

          —Ya te lo dije—respondió el presidente.

          —Él no es un buen hombre, Adam—replicó ella girándose para mirarlo, su rostro estaba semblado por el pánico.

          —Yo tampoco lo fui, créeme.

          Eider se lo quedó mirando por un momento, queriendo decir que aquel hombre, ocupando un cargo tan grande como el de Adam, podría llegar a causar un desastre y aún así salirse con la suya. Justo como lo hizo con Sherry, alguna vez, durante los años que ella estuvo bajo su ala y no en la de sus padres. Pero decidió no presionar más en el asunto, no sin tener pruebas que pudiesen acusarlo. Después de todo, ella solamente era una niña.

          —Me imagino que tus padres no te han mostrado la Sala Oval—dijo Adam.

          —Siempre dijeron que es clasificado—respondió Eider caminando hacia las ventanas—. Las pocas veces que vine aquí simplemente se recluyeron al vestíbulo y al primer piso, el patio también, nunca esto—ladeó su cabeza hacia una de las puertas—. Y creo que están por entrar a la fuerza en este momento.

          Benford la miró, impresionado—¿Ah, sí?

          Ambos observaron como dos agentes entraron a la fuerza por la puerta, tropezándose entre ellos para caer en el suelo. Eider, al darse cuenta de que se trataba de sus padres, se tapó los ojos; Adam hizo una mueca de dolor antes de enderezarse, intentando de no mostrarse sorprendido por el caos que una sola niña había generado en toda la Casa Blanca. Charlotte se puso de pie, mientras que Kennedy levantó la cabeza para toparse con Eider y Adam en la misma habitación.

          —Cinco minutos, Eider, cinco minutos sin problemas—dijo Charlotte exasperada—. Casi haces que toda la Casa Blanca entre en cierre de emergencia.

          —Esta niña no es una amenaza para el presidente, por el amor de Dios—gruñó Adam.

          —Ya lo escuchaste, mamá.

          Kennedy acomodó su chaqueta—¿Qué ella no te dijo que hackeó al FOS hace unos meses y se quitó su rastreador hace un par de días?

          Adam miró a Eider y ella volvió a regalarle una sonrisa inocente.

          Tal vez, ella que era una amenaza para el presidente y para la nación.

          —Bien, puede que me haya equivocado—declaró Benford finalmente.

          —¿Vas a creerles a ellos y no a mi?—farfulló la rubia mirando al presidente.

          —No le creo a ninguno de los dos, porque son sumamente caóticos por igual—sentenció entonces el presidente rodando los ojos, ladeó su mirada hacia los dos agentes—. Espero que hayan podido redactar su informe y darme una buena razón por la cual no deba suspenderlos por no acatar órdenes.

          —Eso no es nada nuevo, incluso para ti, Adam—dijo Leon sentándose en el sillón, Lottie se sentó a su lado.

          —Ya estoy viejo para esto—se quejó Benford—. Ven, Eider, siéntate.

          Eider parpadeó por un momento, en silencio, para luego sonreír de manera forzada y acatar la simple orden. La marca de Simmons en su mano la quemaba poco a poco, horrorizándola un poco más. Sin embargo, ella sabía perfectamente que estaría a salvo con sus padres y eso fue suficiente para calmarla.




FIN DEL ACTO DOS!




━━━━━━━━

sin editar

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top