Lágrima

Salí, de mal humor, del instituto. No sé hasta qué punto era evidente que estaba realmente enfadado, pero Nino decidió dejarme mi espacio y marcharse sin despedirse. Y qué decir de Chloé. Por una vez había sido sensata y se había marchado con viento fresco. Después de lo de ese día, la parte más salvaje de mí deseaba usar mi cataclysm con ella.

La muy... bruja, había fingido tropezarse para caer sobre Marinette, agarrar sus pantalones y descenderlos hasta los tobillos. Durante un segundo, todo se había sumido en un incómodo y ensordecedor silencio. Hasta que Marinette reaccionó. Sonrojada, hasta que su piel olvidó que en algún momento había sido tan pálida que parecía traslúcida, se colocó nuevamente los pantalones en su sitio. No tardó en marcharse.

Ver cómo Marinette salía corriendo de la clase, sin siquiera recoger sus cosas, me había partido el corazón. Era la primera amiga que había hecho en el instituto y me dolía ver cómo le hacían daño de una manera tan cruenta y vil. Las risitas socarronas, sueltas entre falsas disculpas, de Chloé solo hacían la situación aún más irritante.

Alya, en un imperturbable silencio, se acercó a grandes y fuertes zancadas a Chloé. Al momento, le cruzó la cara de una cachetada. El impacto fue tal que obligó a Chloé a sujetarse a su pupitre para no caer.

Sin decir una palabra, se fue a toda prisa, en busca de Marinette. Deseé poder hacer lo mismo, pero comprendía que, en ese momento, la única presencia que ella querría a su lado sería la de Alya.

—¿¡Pero quién se cree esa salvaje!? ¿¡Cómo se atreve a golpearme!? ¿¡A MÍ!? —exclamó indignada, haciendo aspavientos—. Cuando mi padre se entere de esto... ¡Es el alcalde! ¡Haré que la expulsen!
—Para eso tendría que saber, en primer lugar, lo que ha pasado —dijo Nathanaël, con una mueca de disgusto, como si simplemente hablarle le asqueara—. Cómo si fueras capaz...
—¿Pasar qué? —preguntó, fingiendo inocencia—. Simplemente di un traspiés y me agarre a lo primero que encontré. Una pena que se tratara de Marinette —dijo, encogiéndose de hombros, dirigiéndole una mirada a Sabrina.

Chloé se percató de lo seria que estaba la situación cuando ni siquiera Sabrina no pudo hacer siquiera el amago de una sonrisa.

—Eso es mentira y lo sabes —aseguró Nino, con rictus amargo.
—En caso de que hubiera sido un verdadero accidente, no habrías reaccionado así —afirmó Mylène, con expresión apenada, seguramente pensando en Marinette.

Las voces empezaron a elevarse, haciéndole reclamos a Chloé. Incluso Kim, que estaba enamorado de ella, le estaba recriminando.

—¡YA BASTA! —vociferó, agudizando su voz más de lo normal—. No me voy a disculpar porque no he hecho nada mal.

Me quedé pasmado ante su descaro. En dos pasos me acerqué a ella.

—Claro que sí. En el mismo momento en que Marinette cruce esa puerta —comencé a decir, señalando la puerta y volviendo mi dedo, acusador, hacia ella—, vas a disculparte. Y reza porque Marinette te perdone, porque te juro que no te voy a dirigir la palabra nunca más después de esto Chloé. Y esa será la menor de tus preocupaciones.

No estaba haciendo una advertencia, si no toda una amenaza. Era consciente de eso, pero jamás en mi vida había estado tan furioso. Si al menos se mostrará arrepentida, pero esa barbie vacía solo se preocupaba por sí misma.

Debió leer en mi rostro que iba en serio, y el reflejo de mi enfado en los demás, porque empezó a palidecer. Había testigos suficientes para garantizar su expulsión del instituto, sin importan cuán hija del alcalde fuera.

Para mi pena, Marinette no volvió. Veinte minutos después, cuando ya terminaba el descanso y estaba a punto de sonar el timbre que daba paso a la siguiente clase, Alya cruzó el umbral. Lucía sudorosa y acalorada, como si hubiera estado corriendo una maratón. Nino le hizo una pregunta silenciosa con la mirada, ante lo que ella negó. Todos suspiramos, derrotados.

Alya volvió a acercarse a su asiento, pasando frente a Chloé. Se detuvo ante ella, logrando que diera un paso hacia atrás, chocando contra su pupitre.

—Más te vale que esté bien —le rumió entre dientes, con expresión iracunda.

Y así pasaron las horas, preocupados y alterados. No sabíamos si contarle o no a la profesora. En parte, creíamos que lo justo era que lo decidiera Marinette, pero, por otro lado, el carácter dulce de Marinette podía dar lugar a que dejara el tema correr. Eso tampoco era justo.

Alya se marchó a todo correr nada más terminaron las clases, haciéndonos prometer a todos que la avisaríamos si encontrábamos a Marinette primero.

Miré el cielo encapotado, tan gris y turbio como mi humor, desde la salida trasera del instituto. Sabía que estaba mal escaparme de esa forma de Natalie, pero, sencillamente, no me veía capaz de enfrentarla en ese momento.

El problema de la puerta trasera era que conducía al jardín exterior del centro, el cual estaba vallado por unas altas cercas metálicas, pero eso no importaba. Las trepé con agilidad y escapé.

Cinco minutos después, había empezado a llover. Lo agradecí. Necesitaba que mis ánimos se calmaran, porque los tenía tan alterados que ni Plagg había salido a exigirme su queso.

Sin ser consciente de cómo, llegué a un parque. Era austero. Pequeño y simple. Nada llamativo. Pero la persona que estaba en él sí lo era. Marinette estaba sentada en uno de los bancos, cabizbaja, sin importarle estarse empapando hasta el tuétano.

Di un paso al frente, con premura, aliviado y preocupado a la vez, pero me detuve. Había visto la expresión de horror de Marinette al salir de la clase. Lo más probable es que no quisiera hablar con nadie que hubiera estado presente. Poniéndome en su lugar, yo no querría. Lo detestaría.

Sin embargo, era una irresponsabilidad dejarla así. Además de que no quería. No podía. Una idea me pasó por la mente, tan repentina como loca. Sin embargo, era una opción. La única que se me ocurría.

—¿Plagg? —lo llamé, esforzándome por qué mi voz fuera tranquila. Sabía que detestaba mojarse.

Plagg se asomó por el bolsillo interno de mi camisa, estudiándome con sus enormes ojos verdes.

—Me debes tu tamaño en queso por esto —se limitó a responder, ante lo que sonreí.
—Trato hecho —respondí—. Ahora, Palgg, ¡transfórmame!

Al momento, era Chat Noir. Me moví con mi sigilo y velocidad habituales. Hasta colocarme de pie en el respaldo del banco sin que ella se percatara. El crepitar de la lluvia ayudaba. Tomé una bocanada de aire, asegurándome de estar preparado para afrontar la situación, antes de hablar.

—¿Qué haces en un lugar tan perdido, princesa?

Mi pregunta la sobresalto, porque pegó un brinco y se giró en mi dirección, mirándome con los ojos como platos.

—¡Chat Noir! —exclamó sorprendida—. Ahora no es un buen momento, no quiero hablar con nadie.
—¿Ha ocurrido algo?
—Nada —respondió al instante, a la defensiva. Al percatarse de que no la creía y mi mirada permanecía clavada en ella, volvió a hablar—. Solo una de las estupideces de Chloé.
—Es una bruja —declaré, sin ningún vestigio de duda en la voz.

Ella rió ante mi respuesta. Era una risa triste, carente de alegría. Ante un sonido tan deprimente, sentí un dolor punzante en el pecho. Me senté a su lado, en el banco.

—No te lo voy a negar.
—Puedes intentar desahogarte —sugerí, como quien no quiere la cosa—. Dicen que llorar acompañada reduce las penas.
—No voy a llorar —sentenció, cuadrando los hombros, intentado insuflarse fuerzas a sí misma.
—Bueno, tampoco podría enterarme. Con esta lluvia, sería imposible saberlo.

Marinette se quedó un minuto observándome, en silencio. Me miraba tan fijamente que comencé a ponerme nervioso. Se movió de repente, aunque me obligué a no reaccionar para no asustarla. Apoyó su cabeza en mi hombro. Esperé un par de segundos hasta estar seguro de que estaba en lo correcto, que realmente quería mi consuelo, y la rodeé suavemente con mis brazos. Al momento, su cuerpo comenzó a estremecerse, producto de los hipidos nacidos del llanto. Yo me limité a abrazarla, a transmitirle calor en medio de aquella lluvia.

Producto del abrazo, hundí ligeramente mi nariz en su pelo. Estaba tan mojado que parecía tan negro como la tinta y me hacía cosquillas en la nariz. En ese momento descubrí que el cabello de Marinette no sólo era precioso, si no que también olía a lavanda.

Esperé en aquella posición hasta que Marinette se relajó. Podían haber pasado segundos, minutos u horas. Nosotros estábamos envueltos en la imperturbable burbuja de la lluvia.

Marinette se separó lentamente de mí, dejando que la lluvia le limpiara el rostro sonrojado.

—Gracias —agradeció, con una sonrisa tan tranquila y sincera que el peso en mi pecho se deshizo.
—Siempre que me necesites, princesa —respondí, a modo de promesa.

Y era la promesa más real que había hecho en mi vida.

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