Mort-Vivant

Relato en colaboración con LibertyLand4


Provence, Francia

Sumergido en la oscuridad, una figura humana se cuela en los restos de una vieja construcción abandonada. Su estructura luce imponente, pero el deterioro que el tiempo le impuso es demasiado notoria. El viento sopla, las grandes vigas soportan el latigazo de la tormenta, las chapas del techo se sacuden ante la fuerza de la naturaleza.

«Esto se vendrá abajo», piensa el aventurero mientras contempla el desolado interior de la sala principal. La humedad y la atmósfera gélida de la vieja fábrica penetra profundo en sus huesos y lo hace tiritar de frío. Él guarda silencio, agudiza el oído y escucha con atención los sonidos que lo rodean. El viento silba, las gotas de lluvia chocan contra las cerraduras y se dispersan en chorros hacia el suelo del exterior. Entonces, a la distancia, un gemido lastimero se deja oír.

Aquel hombre saca una cámara de su bolsillo y comienza a grabar. Sabe que, aunque no capte ninguna imagen interesante, el audio del video le permitirá evidenciar la fama de la anticuada fábrica automotriz.

Los rumores señalaban que, años atrás, un inmigrante arribó a Provence con un sueño y muchos recursos para hacerlo realidad. Tras su llegada, un hedor pútrido cubrió la ciudad y el molesto sonido de la fábrica se hizo presente las veinticuatro horas del día, sin alteraciones en la rutina laboral. Nadie sabía cómo era que la empresa se mantenía funcionando con un régimen tan estricto, los trabajadores nunca salían a ver la luz del día y los inspectores, por su parte, hacían la vista gorda a cambio de unos cuantos euros.

Con el tiempo, las personas se acostumbraron a la pestilencia que brotaba de la fábrica, no obstante, un secuestrador se hizo presente en las calles de Provence y su presencia devino en el cierre permanente de la planta. ¿La razón? Un vecino presenció el secuestro de un muchacho a la salida de su escuela. Un hombre encapuchado lo tomó por la cintura y se lo llevó hasta ese lugar.

La policía allanó el recinto, pero no encontraron más que piezas de ensamblaje y máquinas abandonadas. Tanto el jefe como los empleados habían desaparecido. Desde entonces, numerosas leyendas urbanas señalaban a la vieja fábrica como un lugar maldito. Entre las historias se mencionaba que, en el sótano, se hallaron cadáveres putrefactos, también se decía que los trabajadores eran, en realidad, muertos vivientes puestos al servicio de un experto del vudú. Lo cierto era que, aun con el paso del tiempo, era posible oír gemidos en la lejanía.

El aventurero, un periodista temerario, toma la misión de esclarecer los rumores y mitos alrededor de la fábrica. Se dirige al fondo del recinto, máquinas oxidadas por la humedad y el paso del tiempo le dan la bienvenida. Levanta la vista y observa unas escaleras que conectan la planta baja con los pisos superiores y el subsuelo. Se detiene unos instantes y se percata de que la estructura no es estable. Gira la cabeza al oír ruidos lastimeros en la edificación. Si su instinto no le falla, provienen del subsuelo. Camina hacia el lugar, y a medida que se acerca, los sonidos se hacen más fuertes y dolientes. Si bien el miedo ha empezado a hacer estragos en él, saber que puede tener el artículo de su vida le da la fortaleza que necesita para proseguir.

—¿Qué es lo que se oculta en esta fábrica? —conversa consigo mismo—. ¿Será acaso la guarida de un loco, algún psicópata, o una secta de fanáticos religiosos? —Cavila posibilidades—. ¿Adolescents jouant ouija? —dice lo último en francés y sacude la cabeza decepcionado—. Espero que no. He invertido muchos recursos en esta expedición.

El recorrido finaliza frente a una puerta de metal, el óxido no ha sido suficiente para corroer sus cimientos, por lo que tirarla abajo no será posible. No tiene cerrojo, mira a los lados en busca de alguna palanca que la abra. Cerca de darse por vencido, toca por accidente la punta de una barra de metal que sobresale del borde, tira con el pie hacia la izquierda; antes de accionar, un sobrecogimiento hace que se plantee si estar ahí es una buena idea o si se estará metiendo en la cueva del lobo. Al final el reportaje prevalece, mantenerse a salvo es secundario. Inhala una larga bocanada de aire y presiona la barra.

La habitación tiene escasa luz, aun así se puede dilucidar el entorno. Se tapa la nariz con un pañuelo, de ahí viene el olor fétido que invade toda la fábrica. El frío es intenso, se frota los brazos para darse calor. El lugar se asemeja a un quirófano, sobre la mesa de madera hay instrumentos médicos que desprenden un líquido oscuro. Frunce el ceño, extrañado por el descubrimiento, y cae en cuenta de que los ruidos cesaron. ¿Habrá sido alucinaciones de su mente o algún rufián le estaba jugando una broma típica de Halloween?

—¡Merde! —gruñe, ha pisado algo viscoso. Retira el pie con una mueca de asco y se agacha a investigar qué es exactamente. Usa un bolígrafo de su chaqueta y remueve la masa pardusca, el olor a podrido le ocasiona arcadas, pero logra mantener el control. Del bolsillo interno saca el móvil y toma fotos a la masa pegajosa y a la estancia lúgubre. Será una magnífica noticia, lástima que no encuentre muertos vivientes para darle mayor realce a su trabajo periodístico. Después de todo solo eran mitos para alimentar tenebrosas leyendas.

No obstante, su deseo de encontrarse cara a cara con la muerte estaba por materializarse...

Mientras fotografía los instrumentos de la mesa, un fluido cae en su mano derecha. Eleva la cabeza y descubre con horror la criatura suspendida en la viga del techo.

—¡Un mort-vivant! —grita aterrorizado. Corre hacia la salida, pero otros muertos vivientes le cortan el paso—. ¡Au secours! —clama auxilio, mas la tormenta no permite que sus alaridos sean escuchados.

—No gastes energía, nadie vendrá a rescatarte —informa un hombre de bata gris y con expresión de locura en sus ojos. En su cuello lleva un collar con figuras paganas—. No es común que la presa llegue por cuenta propia, mas no pondré reparos contigo. Y que seas un periodista, encaja perfecto en mis planes.

—¡Aléjense de mí! ¡En el periódico conocen mi ubicación, vendrán a buscarme!

—Tranquilo, volverás a tu trabajo. No exactamente como llegaste a estas instalaciones, pero será suficiente para que confíen en ti. Usted, querido amigo. —Saca del bolsillo de la bata un frasco con un líquido oscuro—. Tendrá la historia de su vida. —Hace un gesto a los zombis—. Súbalo a la mesa y sujétenlo de manos y pies.

Le hace beber a la fuerza el contenido del frasco. Los gritos que emite el infortunado son terroríficos. La poción secreta surte efecto, el corresponsal es despojado de su alma y voluntad. Ahora su fidelidad pertenece al abokor.

—Cuando estés en transmisión en vivo, levanta este amuleto frente a la cámara y recita la siguiente oración —le susurra al oído una macabra canción de sometimiento—. Ahora márchate y actúa con normalidad hasta que llegue el momento.

—Sí, amo. —El nuevo zombi inclina la cabeza en actitud sumisa.

El médico brujo lanza una carcajada siniestra. Con la ayuda del periodista, la diseminación de los zombis sobre la tierra será imparable.



Nota curiosa

No suelo escribir mucho sobre zombis, a pesar de que me gusta el género, por lo que me ha venido bien escribir sobre muertos vivientes en esta oportunidad.

¡Muchas gracias, Josu, por colaborar conmigo en este relato! 

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