La cabaña siniestra

Relato en colaboración con La_Letruda


Valle de Boyne, Irlanda

La cabaña tenía todo el aspecto de haber estado deshabitada por años, pero todavía se mantenía en pie.

—¿Ven? —dijo Suzanne en tono triunfante al apartarse para que viéramos el interior—. Les dije que estaba todo bien.

Me asomé. La sala estaba oscura, por supuesto, pero con las últimas luces del día, alcancé a ver una mesa, algunas sillas, varias estanterías y una chimenea. Las lamparitas brillaban por su ausencia, así que supuse que lo mismo pasaría con los enchufes.

—Más nos vale que cuidemos las baterías de las cosas —dije—. Parece que no hay enchufes.

—¡Qué aburrimiento! —exclamó Danny—. ¿Qué vamos a hacer hasta mañana?

—Ay, chicos —dijo Suzanne—, ¿dónde quedó su espíritu de aventura?

Sam y yo hablamos a la vez:

—Se esfumó con la última lata de garbanzos —dijo él.

—¿De qué espíritu de aventura me hablas, si hace dos días que te estás quejando de los mosquitos? —dije yo.

—Si hubiera sabido que esto iba a estirarse, habría traído más comida —insistió Sam.

—Todos lo habríamos hecho —respondí yo—. Pero ya sabes cómo son los pronósticos del tiempo. Espero que Greg se apure —agregué depositando la mochila en un rincón al lado de la chimenea.

Casi como si la madre naturaleza nos hubiera estado escuchando, la tormenta se largó con todo sin preámbulos. Los cuatro nos miramos a la luz de un relámpago y, estoy segura, pensamos en Greg.

—¡Muy bien! —exclamó Suzanne golpeando las manos—. Organicémonos. Busquemos algo para iluminar, reunamos lo que nos queda para comer y veamos si hay algo útil en alguna parte.

Nos separamos. Suzanne volvió casi en seguida con unas velas. Menos mal que yo tenía los fósforos a mano.

El panorama no mejoró mucho con la luz; el lugar se veía igual de abandonado y un poco más tétrico que antes, gracias a algunas fotografías antiguas de escenas de caza que encontramos en los estantes —que Suzanne dio vuelta para no verlas porque, según ella, la ponían nerviosa— y un reloj al que le di cuerda para no tener que mirar el celular a cada rato.

Nos sentamos alrededor de la mesa a mirarnos la cara, porque no había nada mejor que hacer. La tormenta no parecía tener la menor intención de amainar. Los relámpagos iluminaban, de vez en cuando, los rincones que las velas dejaban a oscuras. El único entretenimiento que había, si es que se le puede llamar así, era escuchar el alboroto que hacía Danny en las otras habitaciones mientras revisaba todo.

Yo ya estaba a punto de quedarme dormida, cuando lo oí gritar:

—¡Oh! ¡Por fin algo que vale la pena!

Sus pasos apresurados retumbaron por toda la cabaña. Se detuvo en la entrada de la sala con una escopeta en la mano y nos la mostró con un gesto triunfal.

—Nada mal, ¿eh? —y agregó—: ¡Con municiones y todo!

A mí no me causaba nada de gracia estar bajo el mismo techo que un arma de fuego. Le dije que la dejara en alguna parte, que para qué la quería, creyendo que se pensaba que estaba en una película de zombis o algo así.

—¿Estás loca? Podemos practicar puntería; cualquier cosa es mejor que quedarnos sentados viendo cómo se gastan las velas.

—Ajá, quieres practicar puntería con esta luz de mierda y la loca soy yo.

Un ruido sordo, como un golpe, nos interrumpió. Nos miramos los cuatro.

—Viene del sótano —dijo Danny.

—¿Hay un sótano? ¿Cómo sabes que hay un sótano? ¿Cómo es que nosotros no sabíamos que había un sótano? —preguntó Sam.

—¿Dónde creen que encontré esto? —respondió Danny, si es que le puede llamar «responder» a eso.

—¿Te golpeaste la cabeza o naciste así de estúpido? —espeté—. ¿Cómo se te ocurre abrir una puerta sin saber lo que hay adentro?

—La llave estaba puesta, qué sé yo. —Me la mostró como si eso fuera a tranquilizarme de alguna manera—. Si tanto te molesta, podemos ir a averiguar qué pasa.

—No hace falta, chicos, ¿por qué mejor no nos quedamos acá a esperar la comida? —se metió Suzanne—. Saco el mazo de cartas; podemos jugar a algo.

Yo la miré como si no la conociera. Me volví a los muchachos y asentí con la cabeza. Ya no iba a poder dormir.

Me volví a sentar; miraba al vacío para concentrarme mejor en los ruidos de la casa, pero la tormenta arreciaba y no me dejaba oír tanto como hubiera querido. Suzanne tampoco ayudaba: iba y venía, abría su bolso, revisaba el celular, cerraba el bolso, se sentaba, mezclaba las cartas, hablaba sola si empezaba un partido de solitario, volvía a levantarse, etcétera. Yo estaba a punto de gritarle que se quedara quieta, cuando un estrépito nos sobresaltó a las dos.

Hubo golpes, gritos, el inconfundible estruendo de un vidrio al romperse, un disparo. Luego, silencio. De nuevo pasos acercándose; el alma se me fue a los pies al ver que Danny venía sosteniendo a Sam, el cual, a su vez, se tapaba el costado con una mano. Una mancha le oscurecía la camiseta, antes inmaculadamente blanca. «Sangre», pensé.

—Pónganlo en la mesa —ordené, sacando las velas y poniéndolas en un estante.

Corrí a buscar mi botiquín, no sin antes empujar a Suzanne, que se había quedado paralizada. Mientras intentaba realizar los primeros auxilios a mi amigo, pregunté qué había pasado. Danny parecía estar en shock:

—¡No sé! ¡No sé! ¡Quise cerrar la puerta del sótano y algo salió de ahí! ¡Sam me quitó la escopeta para dispararle, pero la cosa nos empujó y escapó por la ventana y el muy imbécil se disparó!

No pude hacer mucho más por Sam. Le envié un mensaje a Greg para que buscara ayuda, pero con la mala señal no sabía si le había llegado o lo habría visto. Me senté en el piso, junto a la chimenea. Todo se quedó en silencio. De vez en cuando, se sentía una ráfaga de viento que venía de la ventana rota.

Nuestra situación era de lo más desconcertante. Estaba segura de que Suzanne tenía un secreto; se estaba portando de lo más raro. Danny tenía la llave del sótano —o eso había dicho— y ahora estaba llorando en un rincón. A pesar de mis esfuerzos, Sam se estaba desangrando sobre la mesa. Y hacía cuatro horas que no sabíamos nada de Greg.

—¿¡Dónde demonios está Greg?! —exterioricé mis pensamientos.

—A lo mejor hizo una parada en el festival de Halloween —comentó Suzanne reaccionando al fin—. Se lo debe estar pasando genial, en tanto nosotros aquí rodeados de oscuridad y lluvia

—Encaja a la perfección con un ambiente de Halloween, ¿no te parece? —le dije—. Pásame una toalla o un paño, necesito controlar el sangrado de Sam.

—¿Morirá? —preguntó, haciendo que Sam levantara la vista.

—Estará bien. —En realidad no estaba segura, pero era preferible una mentira al pánico que se generaría si Sam no recibía atención inmediata—. Suzanne, haz presión sobre la herida. Intentaré comunicarme con Greg. —Ella se negó aduciendo su aversión a la sangre, por lo que Danny tomó mi lugar.

Saqué el móvil y revisé los mensajes que le envié a Greg. Tenían el visto azul, señal de que los había leído. Cavilo en que debió ir directamente a urgencias en lugar de perder el tiempo en darme una respuesta.

—Greg leyó los mensajes, pronto llegará con una ambulancia —informé con voz segura. Solo esperaba que en verdad Greg trajera ayuda.

—Aaaah —gimió Sam.

—No tan fuerte —le recriminé a Danny. Este levantó las manos y retrocedió—. Tampoco dejes de hacer presión —dije molesta, pero mi enojo se desvaneció ante el miedo que reflejaba su faz. La puerta se abrió y apuntó a algo tras mi espalda. Me di la vuelta, temerosa de lo que iba a descubrir.

—Es... la cosa que nos atacó a Sam y a mí en el sótano—reveló Danny temblando.

Frente a nosotros se hallaba una figura vestida totalmente de negro y con el rostro cubierto con una capucha del mismo color, en su mano izquierda sostenía una hacha afilada.

Suzanne y yo pegamos un grito de horror.

—Ayuda, por favor... —pidió Sam desde la mesa, intuía lo que iba a suceder—. ¡Hagan algo, maldita sea! —clamó.

Danny asió la escopeta y apuntó al intruso, pero el arma se atascó. Pensé que eso solo ocurría en las películas.

—No nos haga daño, por favor —sollozó Suzanne.

Estaba claro que habíamos caído en la cabaña de un asesino, difícilmente saldríamos con vida... o al menos no todos.

Busqué algo con qué defendernos, en la chimenea había unos troncos sin utilizar. Agarré uno de inmediato, me armé de valor y golpeé al encapuchado en la cabeza. El sujeto apenas se inmutó. En represalia me agarró de la nuca, creí que moriría por una rotura de cuello o por la falta de oxígeno, mas en el último momento me arrojó a un costado de la sala. Quedé semi consciente, a la distancia vi cómo mis amigos fueron asesinados. Sus gritos aterradores resonaron en toda la estancia. La sangre impregnó el piso. Era un cuadro de horror.

Mi respiración agitada llamó la atención del homicida. Se dio la vuelta, caminó en mi dirección, se quitó la máscara y me jaló del brazo.

—Mira el desastre que hiciste, Greg, ¿no pudiste esperar a asesinarlos en el sótano? —bufé molesta.

—Las cosas no siempre salen como uno espera, Elly.

—Lleva los cuerpos y prepáralos. Pronto vendrán a recogerlos.

—Ese golpe que me diste me dolió —señaló a su cabeza—. Pudiste ser más delicada.

—De haberlo hecho así, no habría sido creíble —respondí—. Y tú tampoco fuiste muy amable conmigo. Estamos a mano.

—Punto para ti —admitió de mala gana—. ¿Puedo quedarme con algo? —preguntó desviando la vista a los infortunados.

—Su cabello, si quieres. El resto lo necesitan los estudiantes de medicina para sus investigaciones —le aclaré—. Anda, ve a hacer tu trabajo.

—Este grupo fue fácil de matar, espero que el próximo sea igual —dijo Greg—. Conocí en el pueblo a unos turistas, participaban en los festejos de Día de Brujas. Me gané su confianza y los convencí de hacer una excursión.

—Por lo visto tendremos días ocupados —reí—. Y más dinero en nuestras cuentas.

—¿Qué te parece si para la próxima vez cambiamos los roles? Tú serás la asesina y yo la víctima —propuso Greg—. No los hagas sufrir mucho. —Lanzó una carcajada.

—No te prometo nada —repliqué—. Quiero poner en práctica ciertos métodos de tortura—. Sonreí malévola.

Greg se marchó al sótano a hacer lo suyo. En cuanto a mí, mientras limpiaba el reguero de sangre, entretuve la mente pensando en formas de torturar y asesinar a mis siguientes presas.



Nota curiosa

Esta relato fue una excelente oportunidad para escribir una obra de asesinos y en cierta forma usar un narrador poco confiable con personajes que muestran una imagen buena de sí mismos, para dar la sorpresa al final.

Denise, ¡muchas gracias por escribir este relato conmigo! Abrazo grande!! 🤗🧡

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