Capítulo 8
—Alexander y yo llevamos más de media vida con los Vermanian. Mi madre, una de las hermanas del Emperador, se quedó viuda poco después de que naciera mi hermano, y un par de años después volvió a casarse con un aristócrata de Solaris. Un idiota que heredó una de las fábricas más potentes de armamento de toda Albia. La sede está en Talos, y aunque él es albiano de nacimiento, se le nota a leguas los orígenes.
—Y eso es malo en Albia, ¿o solo en Ostara?
Tras el drama inicial, la llegada de Óscar Mars había propiciado que Selyna se sincerase conmigo. Por el momento no quería desprenderse de mí, y tenía la sensación de que tardaría en dar el paso. Se sentía vulnerable, herida física y mentalmente, y encontraba en mí un escudo tras el cual ocultarse sin temor a ser descubierta por su familia.
—Es malo en toda Gea —aclaró el pretor, algo más relajado. Seguía sin sonreír, pero al menos había perdido la expresión caótica con la que había llegado.
—Es un imbécil redomado. —Selyna retomó la palabra—. Al principio intentaba caernos bien, pero después de cerrar los primeros acuerdos con el ejército, se quitó la careta. Trata de maravilla a mi madre, eso es innegable, pero con nosotros es un auténtico imbécil. Decía que no le gustaban los niños, que le ponían tenso y que eso dificultaba su trabajo, así que, dadas las circunstancias, mi madre optó porque nos criásemos en un ambiente un poco más tranquilo. Además, nos habíamos tenido que trasladar a Solaris, y nos estaba costando adaptarnos. O al menos eso decía ella, en el fondo éramos unos críos. La cuestión es que nos enviaron a Herrengarde, y desde entonces iniciamos una nueva vida. Los Vermanian nos aceptaron con los brazos abiertos, como dos hijos más, y se encargaron de prepararnos para el futuro. Nuestro cometido, como el de todo Auren, es luchar por el bien del país, así que a ello nos dedicamos: Alexander está recibiendo formación militar en la V Legión. Eric cree que llegará lejos, que tiene buena visión estratégica, y yo lo comparto. Le auguro un gran futuro.
La imagen que Alexander había ofrecido en el Palacio Imperial distaba de lo que en ese entonces describía Selyna, pero era innegable que las primeras impresiones no siempre eran reales. No imaginaba al joven Auren uniformado y con un arma en la mano, pero tampoco lo imaginaba de ninguna otra forma, por lo que no era descartable. Es más, la noche de la celebración le había visto junto a varios legionarios charlando amistosamente, así que era posible que no estuviese mal encaminada.
Eso sí, tenía trabajo por delante.
—Y mientras que mi hermano se instruye para ser un gran militar, yo me preparo para ayudar a mi patria de otra manera. —El tono de Selyna cambió, tiñéndose de una crudeza amarga—. Mi madre no se volvió a casar por amor, como imaginarás. Mi tío estaba interesado en firmar un acuerdo con el medio talosiano, y mi madre se había convertido en una moneda de cambio perfecta para ello: joven, guapa y viuda. Gracias a esa alianza, ahora nuestros ejércitos han mejorado notablemente su armamento.
—¿El Emperador obligó a tu madre a que se casara? —pregunté con sorpresa.
—En absoluto: ella, al igual que yo, tenía muy claro su cometido en la vida, por lo que, cuando se lo planteó, supo lo que tenía que decir. Ella decidió.
Incluso sin conocer en profundidad la operativa de aquella familia, las palabras de Selyna estaban siendo tan reveladoras que empezaba a sospechar lo que estaba a punto de confesar. La joven sabía qué papel debía jugar en su futuro, y muy a su pesar, el pretor también.
—No te beneficiaría en absoluto que se supiera nada de lo que ha ocurrido —sentencié, poniendo en mi boca lo que ella jamás habría querido decir—. ¿Se podría decir que perderías valor?
Selyna se encogió de hombros.
—Suena tremendamente arcaico, pero sí. Soy una joven, estoy sana y tengo buena apariencia: ¿sabes cuántos pretendientes hay por toda Gea deseando cerrar un acuerdo de matrimonio con mi tío ahora mismo? Es cierto que no soy su hija, pero sí soy su sobrina, y la sangre de los Auren corre por mis venas. Cuanto más virginal y atractiva sea mi imagen de cara al exterior, mejores serán las condiciones de cara a un acuerdo nupcial.
—Ya... ya veo. —Miré de reojo a Mars, cuya mirada estaba clavada en el suelo, y asentí—. Capto el mensaje. Ten por seguro que no saldrá de aquí lo que ha sucedido.
—Te lo agradezco.
Me dedicó una sonrisa amable, y tratando de mostrarse lo más comprensiva y cariñosa posible, le pidió al pretor que nos dejase a solas. Inicialmente ese había sido el plan, una conversación entre dos mujeres a las que la condición y estatus social de la otra no nos importaba lo más mínimo, pero la aparición de Mars lo había complicado.
Mientras le veía salir me pregunté qué opinión tendría aquel hombre sobre lo que acababa de escuchar. Quizás hubiesen acordado las condiciones de su idilio desde un inicio, pero por el modo en el que se le habían enturbiado los ojos, dudaba mucho que estuviese a favor.
Tan pronto Mars cerró la puerta, sentí la mano de Selyna cerrarse en mi muñeca.
—Sé clara: ¿me voy a quedar estéril?
Buena pregunta.
—No lo sé, no soy ginecóloga, debería tratarte un médico.
—¿Tú no puedes hacer nada?
—Me gustaría, pero me temo que no. De todos modos, no te voy a engañar, si tuviera que arriesgarme, diría que sí. Has sangrado muchísimo y los daños son importantes.
Visiblemente inquieta ante mis palabras, Selyna se mordió los labios. En su mente cuadriculada de mujer de negocios, el perder la capacidad reproductiva era un gran problema. Aquel tipo de uniones solían darse con el objetivo de tener descendencia común. No obstante, era un error adelantarse a los acontecimientos.
—En caso de que sí... ¿tendría solución?
—¿Me lo preguntas a mí? —Me encogí de hombros—. Todo en esta vida tiene solución, otra cosa es que puedas pagarla.
—Soy una Auren, te aseguro que tengo dinero de sobras para...
—A mí me puedes pagar con dinero, pero a «la grulla» no —le interrumpí—. Ella pide otro tipo de recompensa a cambio de sus servicios, y ten por seguro que mi alcance no es infinito, tengo mis limitaciones... pero es mejor no adelantarse. Si me lo permites, te recomendaría que buscaras a un ginecólogo discreto para que te hiciera una revisión. Aún está todo muy reciente, así que necesitas algo de tiempo para recuperarte. Un mes, dos, puede que tres.
—¿Tres meses? —Selyna abrió mucho los ojos—. ¡Imposible! —Se llevó las manos a la cara y lloró con amargura—. ¡Por qué a mí! ¡No lo entiendo!
Buena pregunta. La dejé lamentándose un rato. Aquella muchacha no necesitaba un abrazo, ni nadie que la consolara, necesitaba liberarse de la enorme carga que soportaba, y para ello la única vía de escape era a través de las lágrimas.
Poco después, algo más recompuesta, se disculpó por el arrebato. Además de adiestrarla para convertirse en una moneda de cambio, los Vermanian se habían encargado de que desarrollase un importante nivel de autocontrol.
—Tienes razón, no debo adelantarme.
—También deberías plantearte la posibilidad de que no vayas a tener ningún problema y que, por suerte, puedas volver a quedarte embarazada. En ese caso, deberías asegurarte de que no se repite lo que ha sucedido... siempre y cuando no fuera buscado, claro.
Selyna asintió con pesar.
—Ha sido un error —admitió—. Deberíamos haber sido más cuidadosos, pero... —Negó con la cabeza—. Es difícil de explicar. Óscar es una persona maravillosa, seguramente el hombre que más me quiera en toda Gea, y yo a él. Sin embargo, no pierdo de vista que tarde o temprano lo perderé. Acabará cansándose de vivir una mentira y encontrará a alguien mejor. Hasta entonces, no voy a alejarme de él. Lo necesito cerca.
Preferí guardarme la opinión que aquella visión de la vida despertaba en mí. Si bien podía entender que procedíamos de culturas diferentes, aquel trato me parecía cruel.
—Entiendo entonces que vuestra relación es clandestina.
—Menos de lo que seguramente creas. No es pública, pero mi entorno sabe de su existencia. Respetan nuestra decisión, siempre y cuando no enturbie a mi futuro.
Guardé silencio de nuevo. El escenario era tan surrealista que a duras penas sabía qué decir. Selyna mostraba un autocontrol y una madurez que generaba emociones adversas en mí. La respetaba y me repelía por igual. Por suerte, yo no estaba para opinar.
—Imagino que quieres que me quede contigo hasta que estés algo más recuperada, ¿me equivoco? Calculo que, tratándose de una persona joven y sana, en una semana notarás una mejoría importante. Hasta entonces, me quedaré aquí si es lo que quieres. Después de lo ocurrido... —Dejé escapar un suspiro, sorprendiéndome a mí misma de lo mucho que me estaban afectando los acontecimientos—. Incluso a mí misma me cuesta pensar con claridad, no estoy acostumbrada a este tipo de vivencias.
—Lógico —aseguró, siendo ella esta vez la que apoyó la mano en mi hombro a modo de consuelo—. Ha sido una noche extraña... pero por suerte, estás aquí, y estás viva, así que tómatelo como una prueba. La próxima vez que te enfrentes a algo así, estarás más preparada.
—No habrá próxima vez.
—¿De veras crees eso? —Selyna negó con la cabeza—. Tu magia es impresionante, Valeria. Es diferente a la que conocemos, pura y sin límites, y eso te convierte en alguien muy especial. Alguien que, mientras no ha sido conocido, ha podido vivir tranquilamente en su país. Por desgracia para ti, ahora estás en Albia, y la gente como tú no pasa desapercibida. Eres un tesoro recién descubierto, y es cuestión de tiempo que quieran apoderarse de ese don. Tu llegada ha sido una auténtica bendición... y ten por seguro que, mientras estés a mi lado, te juro que no te va a pasar nada.
Los siguientes días fueron extraños. Se notaba una calma tensa en el ambiente. No había habido ninguna repercusión real a lo que había sucedido salvo por la inevitable visita de un Alexander al que habían preferido informar varios días después. Tal y como había previsto Selyna, su hermano, de temperamento complicado, había perdido los papeles al enterarse del ataque. Por deseo expreso de ella, Alexander no fue informado de la pérdida del embarazo, solo de que la mujer del pelo blanco había hecho acto de presencia en plena madrugada.
—¿Por qué a por ti? Entiendo lo de la ostariana, pero ¿y tú? ¿Por qué fue a por ti?
Sus dudas eran comprensibles. Tanto que, consciente de que querría saber más, Selyna había reescrito la historia, posicionándonos juntas durante el ataque. Ella había sido un daño colateral en aquella nueva versión, lo que me convertía a mí en la culpable de que a su hermana la hubiesen herido. Una magnífica estrategia para descentralizar la atención de ella, pero que me convertía en el foco de todas las miradas, y no sin razón. Y es que, aunque Selyna hubiese retocado los acontecimientos, el resultado era el mismo respecto a mí. Aquella mujer había ordenado que me atrapasen, y a no ser que se hubiese dado por satisfecha con asustarme, no descartaba que volviera a intentarlo...
Claro que no había sido la única en llegar a ese planteamiento. Mucho más astuto y previsor que yo, Eric Vermanian se había encargado de blindar nuestra torre para asegurar nuestro bienestar. El señor de Herrengarde estaba convencido de que el fracaso de aquel intento de secuestro no daría por vencida a la bruja, y no quería sobresaltos. Para ello había personado a una decena de soldados en la entrada principal de la torre, y otros tantos a lo largo de las distintas plantas. En total más de cincuenta hombres y mujeres que nos custodiaban día y noche, sin bajar la guardia en ningún momento.
¿Hasta cuándo? Aquella era una muy buena pregunta...
Pero no solo Herrengarde estaba a la defensiva. Aunque por ese entonces yo aún no lo supiera, eran muchas las reuniones de alto secreto que se estaban celebrando en Hésperos. No conmigo como protagonista, ni muchísimo menos, mi nombre no era más que una mota de polvo en el desierto, pero sí con los acontecimientos vividos en la fortaleza como eje central. Una sombra muy oscura se acercaba, y ya no solo era cuestión de presentimiento: la Academia había dado la voz de alarma.
Diez días después del ataque me sentía como un ave atrapada en una jaula. Las temperaturas habían descendido durante aquellos días, y hacía más de veinticuatro horas que no dejaba de nevar. Encerrada en la torre observaba el ir y venir de la ciudad, con su continuo palpitar cada vez más difuso. Podía notar la tensión reinante en el ambiente, y no solo porque un silencio incómodo se estuviese apoderando de todo el castillo, sino también por las visitas de Alexander a su hermana. Cada vez eran menores, y sus silencios, más incómodos. Parecía que se guardaba algo.
—Va algo mal, lo noto.
—Entonces vuelve, allí ya no pintas nada. Y no me vengas con lo de esa princesa, o lo que sea: tu lugar está aquí, Valeria.
Después de una semana sin responder a sus llamadas, había decidido cogerle el teléfono a mi hermana Irene. Entre nosotras no existía una conexión real, éramos entes totalmente distintos sin ningún tipo de unión más allá de la de la sangre y el cariño, pero desde niña había tenido la capacidad de notar cuando algo iba mal.
—Valeria, habla claro: ¿eres prisionera? ¿Te impiden volver?
—No, no, creo que si quisiera podría irme ahora mismo.
—¿Y por qué no lo haces entonces?
Aquella era una muy buena pregunta. Si bien Selyna aún no estaba del todo recuperada, ya no me necesitaba. Cualquier médico podría atenderla en caso de necesidad. Sin embargo, algo me decía que no era el momento de irme. Suponía que, en cierto modo, era por el estado de total y absoluta seguridad en la que en ese entonces me encontraba. Vermanian se había encargado de blindarnos bien, y mientras siguiese allí, no me pasaría nada.
Pero había algo más.
Albia era una cárcel de oro a la que no tendría excusa para volver, y me resistía a abandonarla. Supongo que después de haber vivido con tanta intensidad aquellas semanas, me desagradaba la idea de volver a la vida aburrida y predecible de Ostara...
A mi auténtica vida.
—¿Y qué tal si vamos a verte? Podríamos coger un avión y plantarnos allí en un par de días como mucho. A Philis no le importaría.
—¿Por qué hablas en plural?
—¿A ti qué te parece?
—Entonces no.
—Valeria, no seas así...
—Va todo bien, en serio. Estoy bien. Es solo que... bueno, ya me conoces, de vez en cuando me gusta un poco el drama, nada más. No te preocupes por mí, dentro de poco estaré de vuelta.
Irene me hizo prometerle que cumpliría con mi palabra, pero no fui capaz de hacerlo. Simplemente me despedí, asegurando que pronto nos veríamos, y volví a mirar al cielo blanco. La ventisca parecía no tener fin...
Aquella noche cené sola en mi habitación. Selyna me había ofrecido que comiera con ella en su terraza, protegidas del frío por la pérgola de cristal, pero había preferido dejarla a solas con su pretor. Al parecer, Oscar Mars iba a partir de regreso a Hésperos a la mañana siguiente y quería que disfrutaran de un poco de intimidad.
Valek y Eloy, sus otros dos guardaespaldas, me ofrecieron que cenara con ellos en la pequeña sala que habíamos habilitado en la segunda planta, frente a un enorme televisor de cincuenta pulgadas. Cada noche se plantaban frente a la pantalla durante media hora para escuchar música a todo volumen mientras comían.
Demasiado para mí.
Rechacé su oferta educadamente, escudándome en que no me encontraba bien, y me retiré a mi habitación, donde me planté en la cama con un apetitoso plato de pescado al horno sobre las piernas.
Cené contemplando la ventisca. El espectáculo era hipnotizante, con los copos aumentando el ya de por sí alarmante nivel de nieve de la terraza. Estaba convencida de que tarde o temprano cedería, teoría que ninguno de mis compañeros compartía. Aquella fortaleza estaba preparada para vivir temporales mucho peores, decían, aunque siempre con la boca pequeña. Nadie hablaba de ello abiertamente, pero tanta nieve a aquellas alturas del año empezaba a ser raro.
Dejé el plato a medias, sintiendo el estómago más lleno de lo habitual teniendo en cuenta que apenas había comido, y lo dejé en la mesilla de noche. Después, agotada de puro aburrimiento, me metí en la cama, apagué las luces y seguí mirando por la vidriera hacia la terraza, aprovechando la luz del exterior. El nivel de la nieve era tan alto que pronto sepultaría toda la puerta y no me dejaría ver. Sería un auténtico fastidio, me gustaba pasear por la terraza, pero al tiempo parecía no importarle demasiado.
Cerré los ojos e intenté quedarme dormida.
En la oscuridad bajo los párpados, creí seguir viendo los copos caer. Uno detrás de otro, uno detrás de otro. Uno, dos, tres...
Setenta, setenta y uno, setenta y dos...
Doscientos cincuenta y seis, doscientos cincuenta y siete...
Y de repente, nada. Absolutamente nada. La oscuridad se hizo total y cuando abrí los ojos descubrí que la luz de la terraza se había apagado. Pensé que quizás la nieve ya habría cubierto la puerta por completo, pero no, aún quedaban cerca de treinta centímetros.
Pero no había luz...
Apreté el interruptor que había junto al cabecero de la cama y comprobé que las lámparas de la habitación tampoco se encendían. El temporal debía haber provocado un apagón generalizado. Cogí el teléfono de sobre la mesa, apreté la pantalla y su potente luz blanca iluminó una figura. Una sombra humanoide de ojos rojos cuyas manos se abalanzaron sobre mi garganta.
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