Capítulo 7
Todo pasó tan deprisa que no pude descubrir más sobre la mujer. Me hubiese gustado profundizar en su naturaleza y confirmar que, como sospechaba, no se trataba de un avatar como Mimosa. Era un ser mágico, de eso no tenía la menor duda, pero no sabía si como Megara, o de otra forma. Sin duda, habría sido vital descubrirlo para poder hacer frente a lo que estaba a punto de suceder. Sin embargo, el miedo y la inmediatez jugaron en mi contra. La mujer me señaló con el dedo, ordenó que me atrapasen, y de la grieta multicolor surgieron dos figuras humanas que salieron a la zaga tras de mí.
—Oh, mierda...
Su aparición logró romper la pausa temporal en la que nos encontrábamos, devolviendo así a Oleq a la vida. El pretor parpadeó con confusión al ver ante sí las dos figuras, y mostrando unos reflejos inhumanos, se apresuró a bloquearles el paso con su propio cuerpo.
—¡Escóndete! —gritó.
Sin darme tiempo a reaccionar, las figuras chocaron con violencia contra él, estampándonos contra la puerta, y entre los cuatro la abrimos de par en par. Una vez dentro, empezó el forcejeo. Mientras que el pretor intentaba frenarlas, las figuras trataban de avanzar hacia mí, ansiosas por cumplir con la orden de su señora, y cada vez que sus largos dedos me rozaban, un latigazo de hielo me sacudía todo el cuerpo, durmiéndome las extremidades.
Prácticamente inmovilizándolas.
—¡Vete! —insistió Oleq, sujetando con todas sus fuerzas la madeja de brazos y piernas en las que se habían transformado las figuras—. ¡Corre!
Traté de obedecer encerrándome en el baño. Una vez dentro, subí al borde de la bañera y abrí la ventana, decidida a saltar a la terraza. Desconocía a dónde podría ir a partir de aquel punto, pero no podía quedarme en el baño encerrada. Subí al alfeizar y, justo cuando me disponía a saltar, la puerta se abrió de par en par, víctima del embuste de una de las figuras. El ser se detuvo por un instante para localizarme, y tan pronto me vio, se abalanzó sobre mí.
Salté a la terraza justo cuando sus manos se cerraban alrededor de uno de mis brazos. Sentí el aguijonazo de frío recorrerme el miembro, pero no me detuvo: caí al suelo de rodillas. Inmediatamente después, me incorporé, dispuesta a correr hasta el extremo opuesto y saltar al siguiente balcón, y emprendí la huida. Sin embargo, apenas pude avanzar, ya que la sombra cayó sobre mí como un perro de presa. Rodamos por el suelo unos metros, con sus manos cerrándose alrededor de mi cuerpo, y forcejeé, tratando de quitármelo de encima. El mero contacto provocaba que me ardiera en la piel. Era como si me clavasen un témpano en la carne. Ahora bien, no me quedaba otra que luchar. Evité sus intentos por inmovilizarme, temiendo lo que fuera que pretendiera, y pateé y manoteé hasta que conseguí que me soltara. Apenas fue un instante, pero suficiente para que creyera haber vencido...
Ilusa.
Irguiéndose sobre mí como un titán, la figura estrelló su puño negro en mi cara con brutalidad, logrando con el impacto que quedase aturdida. Después, sin misericordia alguna, me cogió del pelo y empezó a arrastrarme.
Quise gritar, pero no pude. Mi cerebro no respondía. Simplemente veía mi propio cuerpo siendo arrastrado hacia la nada... hacia un vacío... un corte en la realidad de cuyo interior surgían unos tentáculos... unos brazos que serpenteaban la nieve hacia mí...
Algo me llamaba.
Algo me invitaba a ir.
Algo... algo me susurraba...
De repente, precedido por una ruptura de cristales real, Oleq apareció en la terraza. Surgió de la ventana del baño a toda velocidad, con los ojos encendidos con puro fuego, y cargó sobre la figura con absoluta violencia, blandiendo la espada ceremonial que con tanto orgullo había lucido esa noche. Partió en dos el brazo con el que tiraba de mí, y con un segundo corte separó la cabeza del cuerpo. La sombra emitió un chirrido ensordecedor ante el ataque, pero rápidamente volvió a recomponerse. Se materializó de nuevo frente al pretor, y ambos se enzarzaron en un violento enfrentamiento en el que un Oleq totalmente desatado mostraba sin tapujos la violencia extrema a la que podía llevar a arrastrarles el poder de la Magna Lux.
Un poder que iba mucho más allá de las limitaciones físicas.
Contemplé el espectáculo desde el suelo, incapaz de moverme, tanto por el miedo como por el dolor que habían dejado sus manos en mí, hasta que el combate llegó a su fin. Oleq destrozó al ser de sombras en pequeñísimos fragmentos que ni tan siquiera el poder de su oscuridad podía recomponer y los lanzó al vacío, perdiéndose estos en la inmensidad de la noche. Se tomó unos segundos para serenarse, con las llamas de los ojos apagándose poco a poco, y acudió a mi encuentro.
Se arrodilló a mi lado.
—¿Estás bien? —me preguntó, ayudándome a incorporarme—. Vamos dentro, debo avisar a Reiner de inmediato.
Preferí no mirarme al espejo cuando entramos. Notaba la piel ardiendo, blanca tras el contacto, y temía que pudiera llegar a gangrenarse. El proceso no sería el habitual, ya que el enemigo no era terrenal, pero temía que los daños pudieran ser irreversibles...
Tal y como había llegado, la paz desapareció: unos gritos procedentes del pasillo captaron nuestra atención. Alguien me llamaba con desesperación, y aunque no reconocía su voz, no tardé en descubrir que se trataba de uno de los guardias que había acompañado a Selyna.
Sentí un vuelco en el corazón al ver el terror grabado en sus ojos.
—¡Ostariana! ¡Ostariana, ven, rápido, te necesitamos! ¡Selyna la necesita!
Oleq maldijo abruptamente ante la aparición del guardia. Tomó mi mano con determinación, consciente de que si me enfriaba sería complicado que pudiese volver a ponerme en movimiento, y tiró de mí tras el guardia. Los tres subimos las escaleras que conectaban con la siguiente planta a toda velocidad, y allí no tardamos en descubrir las primeras manchas de sangre en el suelo congelado.
Porque estaba totalmente congelado.
Avanzamos por el hielo ahora con más precaución, pues a diferencia de a los soldados, yo resbalaba con tremenda facilidad, y seguimos el rastro hasta una de las salas. Dentro, gritando de puro dolor, se encontraba Selyna, doblada sobre sí misma, con el brazo cubriéndole el vientre. Tenía el rostro descompuesto, pálido y ojeroso, salpicado de su propia sangre.
Una sangre que se extendía por sus manos y brazos, y cubría por completo su falda.
La imagen fue muy impactante para ambos. Tanto que, por un instante, nos quedamos paralizados.
Parecía que la hubiesen apuñalado...
Parecía algo muy grave.
Demasiado grave como para seguir de brazos cruzados. Oleq ordenó al guardia que se quedara vigilando la puerta mientras él recorría toda la planta en busca de posibles amenazas. Yo, por mi parte, conduje a Selyna hasta la cama que aguardaba al fondo de la sala, la ayudé a que se tumbase, ignorando el color rojo que rápidamente estaba tiñendo las sábanas, y ordené al otro guardia que me fuera a mi habitación en busca de mi maleta.
—¿Habéis avisado al equipo médico? —le pregunté antes de que saliera.
Pero la respuesta no vino de su boca, sino de la propia Selyna, cuyas manos se clavaron en mis brazos con fiereza. Me miró con los ojos prácticamente fuera de las órbitas.
—¡No! —chilló—. ¡No quiero que avisen al equipo médico! ¡Te quiero a ti!
—¿A mí? ¿Segura?
No esperé a que respondiera, en lugar de ello levanté la falda del vestido y retiré la ropa interior, en busca de la procedencia de la sangre. La respuesta era tan evidente que no necesité más para sentir una profunda inquietud despertar en mí.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté en apenas un susurro.
—La mujer del pelo blanco —farfulló, apenas sin poder articular bien—. Apareció de la nada... se rompieron cientos de cristales, y... y...
Un nuevo grito escapó de la garganta de Selyna cuando un nuevo latigazo de dolor recorrió su cuerpo. Sangraba copiosamente entre las piernas.
Sangraba demasiado.
La imagen de la mujer del pelo blanco volvió a mi recuerdo y las palabras de Jenna me taladraron el cerebro. No necesitaba más que repetirlas una vez más para a encajar las piezas. Aquella mujer había preparado a Marlin como sacrificio, y al haber dado al traste con su plan, había vuelto a por venganza. Había venido a por mí, que era la que había impedido que el niño muriese... pero también a por ella.
Había ido a por Selyna, y por el modo en el que se estaban desarrollando los acontecimientos, temía saber el motivo.
—Perdona que te lo pregunte así, pero no tenemos tiempo: ¿estás embarazada?
La joven miró al guardia de la entrada instintivamente, y después volvió a mirarme a mí. No necesitó responder: supe la verdad con mirarla a los ojos.
Sentí que algo se me rompía por dentro.
—Joder... —murmuré con pesar.
—Dijo que su muerte serviría... que no tendría tanto poder como la del «otro», pero que al menos cumpliría con su cometido... lo está matando, ¿verdad? Lo está matando.
Esta vez fui yo la que no respondí. Cerré los ojos, desenterrando los hechizos que años atrás había aprendido de Mimosa para hacer frente a situaciones parecidas, y apoyé las manos sobre su bajo vientre. Poco a poco, el calor empezó a calentar mis dedos al imbuirse del poder mágico de más allá del Velo. Un poder que surgía de la propia Mimosa, que lo canalizaba desde la otra realidad, y que yo trasladaba a través de mis manos.
Era su magia la que intentaba salvarlo...
Era su poder el que trataba de evitar que muriese.
Por desgracia, llegaba demasiado tarde.
Durante los dos minutos en los que tardó el guardia con mi maleta tal fue la cantidad de sangre que Selyna perdió que cayó inconsciente. Su cuerpo seguía sacudiéndose víctima de los espasmos, pero al menos ella ya no los padecía. Ni los latigazos de dolor, ni la tristeza de saber que la vida que había empezado a nacer en su interior había sido asesinada.
Me consolaba saber que al menos pude salvarla a ella.
A la mañana siguiente no me fui a Hésperos como había previsto. A pesar de que había conseguido que Selyna sobreviviera, su deseo de mantener lo ocurrido en secreto me obligó a quedarme a su lado. La noble estaba muy asustada aún por la traumática noche, pero le consolaba el saber que no había habido más muertes. Eso sí, la mujer del pelo blanco se había llevado por delante a unos cuantos heridos, entre ellos yo misma.
Oleq también había acabado la noche con bastantes quemaduras, pero el poder de su Magna Lux las había hecho cicatrizar en apenas unas horas. Por la mañana estaba como nuevo.
Irónicamente, para los pretores aquel tipo de enfrentamientos y la adrenalina que le generaban era pura esencia de vida.
Los guardaespaldas de Selyna y yo, en cambio, aún teníamos grabado lo ocurrido en la piel. La noble me había pedido que les atendiera, pero los guardias habían preferido que reservara todo mi poder para ella. Un noble acto que, aunque no tenía sentido alguno, pues mi fuente de poder era inagotable, respeté gustosamente. Ya había hipotecado demasiados favores a Mimosa como para seguir abusando sin tener que venderle mi alma.
Los Vermanian y su círculo eran los únicos que sabían algo de lo ocurrido. Oleq se había encargado de ello. Selyna le había suplicado que no contara nada, pero él no había tenido más remedio que cumplir con su deber. De cualquier modo, únicamente fueron informados de que había habido un ataque de manos de la mujer del pelo blanco. De lo demás, lo probablemente más importante, solo éramos conocedoras ella, sus guardaespaldas y yo.
—¿No te puedes quedar ni un día más?
—Ojalá. Reiner me reclama en el Águila Dorada, al parecer ha habido algunos altercados en la ciudad en las últimas noches y necesita a todos los efectivos allí.
—Lo comprendo.
Me despedí de Oleq un día después, con la llegada del segundo amanecer tras el ataque. El día anterior apenas habíamos coincidido, pero el saber que había podido alargar su estancia un día más me tranquilizaba. Su presencia era como la de un ángel guardián, que incluso sin verlo, me hacía sentir más segura. Por desgracia, el deber le reclamaba, y a no ser que explicara claramente lo sucedido, no tenía argumentos suficientes para quedarse.
Porque quería quedarse, lo tenía claro. No lo había mencionado, pero estaba siendo una despedida amarga. Ni íbamos a poder disfrutar del viaje de regreso juntos, ni mucho menos de la noche que aquella bruja había interrumpido. Simple y llanamente, todo acababa allí.
—¿Qué harás? ¿Volverás a Hésperos cuando ella esté mejor?
Era la idea inicial, regresar a la capital y pasar unos días descubriendo la ciudad y sus secretos en compañía de Megara. Habría sido divertido. Lástima que siguiera desaparecido. En aquel contexto, no tenía sentido mi vuelta.
—Regresaré a Ostara —anuncié con pesar—. Creo que será lo mejor.
—Ya... Si algún día vuelves a Hésperos, avísame, eh.
Oleq me besó el cabello con delicadeza, en un gesto cargado de cariño.
—Cuídate.
Aguardé a que se perdiera por las escaleras antes de volver a la habitación de Selyna, con el corazón encogido. Las despedidas nunca eran dulces, y menos en aquellas circunstancias, pero aquella me estaba resultando más amarga de lo habitual. De cualquier modo, no permití que los sentimientos me cegaran. Ante mí tenía a una joven malherida que requería de mi apoyo.
Me acerqué a la cama, donde llevaba un rato sentada con un libro entre manos, y me acomodé a su lado. Poco a poco iba recuperando el color en la cara.
—¿Se ha ido ya?
—Ahora mismo.
—¿Te duele su partida?
—Quizás, pero siendo sincera, tengo otras cuestiones que me preocupan más. ¿Podemos hablar ya con franqueza?
Selyna asintió, consciente de que había llegado el momento de hablar sobre lo ocurrido, pero la fortuna decidió alargar al menos unas cuantas horas más la conversación. De repente, sin previo aviso, la puerta de la habitación se abrió, y como surgido de la nada, un pretor uniformado de blanco irrumpió en la estancia a toda velocidad, con el rostro descompuesto. Su mera aparición me puso en alerta, me incorporé y me volví hacia la puerta, temiendo lo que pudiera suceder. Sin embargo, él no dijo palabra, sencillamente pasó de largo hasta los pies de la cama y allí se arrodilló, para coger la mano de Selyna y apretarla contra su rostro.
No necesité ver más allá del modo en el que se miraban para sospechar que, de no haber estado yo presente, se habrían saludado de una forma diferente.
—He venido en cuanto he podido, Alteza —musitó el pretor en apenas un susurro—. ¿Cómo estás? No me perdono no haber estado presente. Yo...
—Estoy bien gracias a ella —respondió Selyna, señalándome con el mentón.
Selyna me presentó al tercer miembro de su guardia privada, un joven pretor de la Casa del Invierno llamado Óscar Mars. Al parecer, habían viajado juntos a Hésperos, pero por cuestiones internas de su hermandad, Mars no había podido regresar a Herrengarde. Pero cuando las noticias de lo ocurrido llegaron a sus oídos, ya no había opción a la duda: tenía que volver a la capital norteña.
—El Sol Invicto te bendiga, ostariana —proclamó, tomando mi mano entre las suyas para apretarla con suavidad. Tenía los ojos azules vidriosos—. Pídeme cuanto quieras, que estoy en deuda contigo.
La vehemencia del pretor, sumada a la primera sonrisa que Selyna me dedicaba desde lo sucedido, logró devolverme parte del buen humor. Óscar Mars era muy joven, de menos de veinticinco años, alto y delgado. Tenía el pelo de un rubio muy claro, y muy corto por los laterales. Su mirada era muy intensa, cargada de drama, y su sonrisa escurridiza.
Inexistente, incluso.
Lógico dadas las circunstancias.
—Mars es muy protector —explicó Selyna desde la cama, tomando su mano cuando el guardián acudió a su lado. Él dudó de compartir aquel gesto cómplice estando yo delante, pero la decisión de ella marcó el final del subterfugio—. Y es alguien importante para mí... alguien con quien debo compartir lo sucedido.
—¿Es él el...? —pregunté.
Selyna asintió y volvió a mirar al pretor, ahora con los ojos teñidos de tristeza. No iba a ser fácil confiarle lo ocurrido a nadie, pero mucho menos con el que habría sido el padre de la criatura. Perplejo, el pretor escuchó sus palabras hasta que, alcanzada la gran revelación, tuvo que tomar asiento de puro abatimiento. Ninguno de los dos sabía que estaban esperando un hijo, su relación era clandestina, pero el saber de su pérdida era un golpe duro de asumir.
Les dejé unos minutos para que se consolaran. Fuera, los otros dos guardaespaldas permanecían en silencio, observando el pasillo en estado de alerta. Todo parecía muy tranquilo, pero después de lo ocurrido dos noches atrás, ya no confiaban en nada.
—Vosotros dos, ¿tenéis nombre?
Los dos guardias se miraron entre sí antes de que el mayor respondiera.
—Eloy Terence, señora, y él es Valek Hallsbach.
—Valeria Venizia —respondí, y me apoyé en la puerta, de brazos cruzados—. No sé por qué me da que vamos a coincidir unos días...
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