Capítulo 5

Hubo gran agitación entre los presentes cuando el sonido de rotura de cristales que precedía a la llegada de Mimosa rompió el silencio. Clavaron la mirada en la brecha espacio temporal que acababa de crearse en mitad de la sala, y mantuvieron la respiración. Para la mayoría aquella era el primer encuentro cara a cara que tenían con un agente del Velo y se notaba la emoción...

Y el miedo. Sobre todo, el miedo.

Mimosa surgió de entre las tinieblas haciendo repiquetear sus afiladas garras. Era la tercera vez que contactaba con ella en apenas unos días y podía notar cierta reticencia en su mirada. Avanzó unos pasos, paseando su mirada de ojos azules por la estancia hasta detenerla en la cama.

Crotoreó hacia Jenna.

—Niña humana, ¿qué quieres esta vez?

Los guardias desenfundaron sus armas y apuntaron hacia el avatar cuando se acercó a la paciente, creyendo que su armamento podría servir de algo. Incluso el propio Eric se interpuso, pero Jenna le pidió que se apartara. Ella, a diferencia de los demás, no tenía miedo.

Me situé junto a ellas. El avatar sentía auténtica curiosidad por la mujer, pero aún más por su estado. Por lo que había podido comprobar a lo largo de aquellos años, «la grulla» tenía debilidad por las embarazadas.

—Tu hijo está por nacer —le dijo a Jenna, observando su vientre con detenimiento—. En unas horas empezarás con los ejercicios de parto. Puede que en quince horas, o veinte como máximo. Ya puedo oír sus futuros llantos retumbar en el Velo.

—¿Por qué en el Velo? —pregunté con la sangre helada—. Ese niño no os pertenece.

Mimosa no respondió de inmediato, lo que provocó que el pánico se apoderase de todos los presentes. No necesitábamos más que leer entre líneas para saber lo que estaba insinuando.

Los ojos de Jenna volvieron a llenarse de lágrimas.

—Está marcado —sentenció Mimosa—. Es para esto para lo que me has llamado, ¿verdad, Venizia? Querías que te lo confirmase.

Asentí con suavidad, anestesiada por la gravedad de sus palabras. Ojalá jamás hubiese tenido que escuchar aquellas palabras.

—No llegará a nacer —sentenció Mimosa con dureza—. Lo lamento, humana, pero la marca existe, la veo en su alma, brillando como un faro en la oscuridad. Cuando quiera nacer, las sombras caerán sobre él y no sobrevivirá.

Selyna emitió un grito de horror. Se cubrió la boca con las manos, aterrada, y hundió el rostro en el pecho de su hermano, el cual no dudó en dejar atrás su rivalidad para confortarla. Jenna y Eric, en cambio, no tenían consuelo alguno. Ninguno de los dos lloraba; ya no les quedaban lágrimas.

Respiré hondo, sintiendo un enorme nudo en la garganta.

—Intentará arrebatarle la vida a la madre en su caída —prosiguió Mimosa, volviéndose hacia mí—. ¿Deseas salvarla? Puedo enseñarte cómo.

Quise responder con un contundente «sí». Ver morir a aquella mujer después de sufrir aquella tragedia me resultaba tan cruel que me negaba a que su historia acabase así. No obstante, no podía dejarme llevar por las emociones. Mi cometido allí era claro, tenía que salvar la vida de ambos, y no iba a aceptar la derrota sin luchar.

—No —sentencié, convirtiéndome en el centro de todas las miradas—. Voy a salvar a los dos, Mimosa, no solo a la madre.

—Eso es algo que no vas a poder hacer —respondió el avatar, apartándose de la cama con grandes zancadas—. Ven.

Nos alejamos hasta el otro extremo de la sala, donde un simple graznido bastó para que una película de irrealidad nos aislara del resto de los presentes. Aún podían vernos, el muro no era opaco, pero el sónido escapaba por completo de su alcance.

Mimosa ladeó ligeramente le cabeza, con los ojos cristalinos fijos en mí. Su mirada denotaba cierta oscuridad.

—Te conozco lo suficiente para saber que no te vas a conformar con mi rechazo —empezó Mimosa—. Eres inexperta y tozuda, una mala combinación. Te imagino recurriendo al resto de mis hermanos, pero ellos no son como yo. Tienes muchos y buenos secretos que muchos desearían poseer y por los que no dudarían en matarte.

—Entonces no me lances a sus brazos —respondí—. Si otros pueden ayudarme, tú puedes.

La grulla asintió.

—Puedo hacerlo, por supuesto, pero tú no. No hay hechizo que pueda enseñarte para salvarlo.

—Entonces podrías hacerlo tú.

Volvió a asentir, esta vez con algo más de reticencia.

—Podría hacerlo, pero el precio a pagar sería muy alto. La muerte de ese niño va a cambiar el mundo como lo conoces: marcará un antes y un después en la vida de muchos, y cambiar ese destino es una petición demasiado trascendental como para tomarla a la ligera.

Me brindó unos segundos para contemplar al matrimonio. Mimosa hablaba de un cambio radical en la existencia provocado por una muerte, pero yo era incapaz de ver más allá de una pareja rota de dolor. Aquellas historias eran propias de los albianos, a aquel pueblo siempre les pasaban grandes desgracias, y probablemente aquella fuera una de ellas. Sin embargo, me costaba aceptar una derrota. Dudaba mucho que Megara hubiese podido hacer otra cosa en mi lugar, pero sospechaba que no se habría rendido fácilmente... porque otra cosa no, pero los albianos nunca se rendían, faceta que admiraba enormemente.

Era pura inspiración.

—¿Qué pasaría si ese niño no muriese?

—No lo sé, ese futuro no está escrito.

—¿Entonces?

—No sabría decirte, Venizia: no conozco lo que aguarda tras todas las puertas. Lo único que puedo decirte es que, si intervienes, es muy posible que sufras las consecuencias. Ese niño debe morir, así lo marca el destino, y si no lo hace, sea lo que suceda después será culpa tuya.

—¿Mía? —repetí, impresionada ante la grandeza de aquellas palabras.

Me costaba imaginar cargando con una losa de tales dimensiones.

—Creo que no puedo tomar una decisión así sola.

—No te queda otra. Juegas con los hilos del destino continuamente, salvando vidas que deberían haberse perdido atrás en el tiempo. Son cambios menores, pero cambios, al fin y al cabo. El que se te presenta hoy, sin embargo, es de dimensiones tan gigantescas que a duras penas vas a poder controlarlo.

—¿Qué me recomiendas entonces? ¿Qué cierre los ojos y les deje morir? Dos Vientos nunca da la espalda a aquellos que reclaman su ayuda. No es ético.

Mimosa desvió la cabeza hacia mí, con los ojos muy abiertos.

—¿Hablas de ética cuando cobras por tus servicios? —replicó con sorpresa—. ¿Dónde queda lo de que se trata solo de un negocio?

—Ambas sabemos que no solo es un negocio... nunca lo ha sido.

—¿Y por qué insistes en repetirlo una y otra vez? —Mimosa chasqueó el pico—. No eres una albiana, en consecuencia, no deberías mezclarte con ellos. Este pueblo está maldito: siempre habrá una amenaza que quiera destruirlo. Si ahora te involucras, es probable que su sombra te persiga eternamente.

Una avalancha de emociones sepultó mis pensamientos bajo una gran capa de dudas y miedos. Mimosa nunca me había hablado con tanta contundencia. Hasta ahora nuestros acuerdos habían sido sencillos, sin demasiados sobresaltos. Aquel día, sin embargo, todo era diferente. El destino me presentaba un gran dilema, y por mucho que la lógica dictara sentencia, mi mente quería recorrer un camino totalmente diferente.

Un camino espinoso que, en realidad, había empezado días atrás, cuando acepté viajar a Albia. En ese entonces podría haber dado la espalda a la aventura y quedarme con los míos, siguiendo el sendero marcado para mi persona. En lugar de ello, sin embargo, había decidido desoír a mi propia conciencia y me había dejado llevar por el instinto.

El mismo instinto que, de nuevo, me gritaba que no debía rendirme.

El instinto al que tan importante era seguir, según decía siempre mi padre.

—Me va a salir muy caro, ¿verdad?

Mimosa no respondió. En lugar de ello volvió a mirar al frente e, incapaz de reprimir una carcajada amarga, negó con la cabeza.

—Ni tan siquiera me escuchas.

—¡Sí que te escucho!¡ Por supuesto que lo hago! Es solo que... —No pude más que encogerme de hombros—. Responde: ¿me va a salir muy caro?

El avatar asintió.

—Muchísimo.








La emoción del matrimonio al confesar lo que había decidido logró emocionarme. Mentiría si dijera que vertí alguna lágrima, pero sí que tenía un nudo en la garganta mientras les explicaba cuál sería el proceso. Todo sería muy sencillo si obedecían: mientras Jenna tuviese en su poder la pluma que el avatar nos había entregado su niño desaparecería del alcance de cualquier brujo que estuviese tras la maldición. Pero debía tenerla en todo momento.

En cada maldito minuto de su vida.

¿Significaba eso que el niño estaría a salvo siempre? En absoluto, como cualquier otro ser humano podría ser víctima de un ataque físico. Sin embargo, Mimosa eliminaría la maldición. Si el enemigo quería acabar con su vida tendría que buscar otra alternativa... pero para eso ya estaría atentos sus padres, claro.

Eso quedaba fuera de mi alcance.

Lo que no podía ignorar eran las consecuencias que aquella decisión comportaría. Había sido sincera al respecto con ellos, les había hecho saber lo que Mimosa había compartido conmigo y el posible peso de aquel cambio en el destino. A pesar de todo, la decisión era unánime: todos querían salvar a aquel pequeño y aceptaban las posibles consecuencias.

Buenas noticias.

Cumplido mi cometido, di por finalizado nuestro encuentro. Les deseé suerte, convencida de que incluso después del acuerdo la necesitarían, y salí de la torre en compañía de un Oleq al que mi intervención había fascinado. Irónicamente, no había hecho nada más allá que negociar con Mimosa, pero incluso así estaba impresionado.

—¿Y ahora qué? —pregunté mientras recorríamos el Palacio en dirección al aparcamiento subterráneo. Atrás quedaba la torre y Katrina Alekseeva, la cual ni tan siquiera se había despedido. Pura amabilidad el contacto de Reiner.

—Te llevaré a donde me pidas y me reuniré con el resto de mis compañeros —me explicó—. Me intriga saber qué ha pasado con Megara.

—A mí también.

—¿Sí? Entonces quizás podrías acompañarme a la Academia. Yo no sería capaz de ver ningún indicio que no hayan visto los míos, pero tú tienes otra visión. Puede que...

Oleq dejó la frase a medias y se detuvo en seco. Volvió la vista atrás, hacia el pasillo que acabábamos de recorrer, y tras unos segundos de espera, comprendí el motivo. Un legionario de los que había estado custodiando en la torre acudió a nuestro encuentro. Entregó a Oleq una hoja doblada y, tras una breve lectura, asintió.

El soldado regresó a la torre...

Y nosotros también.

—¿Qué pasa? ¿Por qué volvemos? —pregunté con inquietud al ver el rostro de mi compañero ensombrecerse.

—Lady Selyna requiere nuestra presencia de nuevo. No tengo claro el motivo, pero me lo puedo imaginar.

—Lady Selyna es la chica joven, ¿verdad?

Oleq me miró con cierta sorpresa al referirme a ella de aquella forma. ¿Cómo imaginar que, en realidad, aquella joven era una de las sobrinas del Emperador Doric II?

Su favorita, de hecho.

—¿Es una princesa? —pregunté con auténtica perplejidad—. ¿Ella y su hermano? ¿El tal Alexander?

—Alexander Auren, para ser más concreto —aclaró—. Y no, no son príncipes. No sé en tu país, pero aquí únicamente los hijos directos del Emperador son príncipes. Ellos son miembros de la Familia Real y colaboran estrechamente en el crecimiento del país desde posiciones destacadas dentro de las Legiones, de los consejos administrativos, de las grandes direcciones empresariales... hacen de todo. De hecho, suelen ser las piezas claves en cuanto a forjar alianzas se refiere.

—¿Hablas de matrimonios de conveniencia?

Oleq asintió con severidad.

—Así es. Doric II tiene muchos sobrinos, y créeme que todos han aportado un gran valor a Albia de diferentes maneras. Ahora Alexander y Selyna son los que acaban de cumplir la mayoría de edad, por lo que no creo que tarden en encontrar su lugar. Por el momento, solo sé que llevan gran parte de su vida en Herrengarde, asistiendo a la familia Vermanian. Él acabará sirviendo en la Legión, estoy convencido, pero ella es toda una incógnita. El Emperador la tiene en muy alta estima.

Agradecí saber un poco más sobre ellos. El primer encuentro había sido rápido, aunque lo suficientemente intenso como para llevarme una primera impresión de cada uno de ellos. El volver a verlos con algo más de información facilitaría mucho todo.

—¿Y qué pasa con los Vermanian? Son los gobernadores de Herrengarde, ¿verdad?

—Desde hace tres generaciones, sí. Son buenas personas, el abuelo de Eric y Maximilian Auren eran íntimos, de ahí a que, con la desaparición de la estirpe predecesora, fueran ellos los elegidos. Desde su llegada las cosas están yendo muy bien en el norte.

—¿Te gustan?

Oleq se sorprendió ante mi pregunta, poco acostumbrado a que le pidieran su opinión.

—¿A qué te refieres?

—A que si te caen bien. Si te parecen buenas personas.

—Imagino que sí —reflexionó—, aunque admito que no conozco demasiado la ciudad. Tengo algunos compañeros apostados allí, y dicen que es un lugar increíble, que no se aburren precisamente, pero no sabría decirte.

—Los albianos nunca os aburrís, ¿eh?

Volvimos a la torre, donde esta vez no tuvimos que firmar ningún documento para regresar a la habitación. En ese entonces el ambiente era más relajado, con la pareja recuperada de tantas emociones. Las dudas y los miedos seguían presentes, probablemente no desaparecerían hasta después del nacimiento del pequeño, pero al menos ya no había lágrimas.

Selyna acudió a nuestro encuentro cuando llegamos. La noble dejó a su hermano junto al matrimonio y se acercó a la puerta, para responder a la pregunta que aún no habíamos formulado.

—Disculpad lo abrupto de la llamada —empezó Selyna, dedicándonos una sonrisa amable—, pero ha sido una decisión apresurada. Los Vermanian han decidido que quieren vivir el nacimiento de su pequeño en Herrengarde, por lo que hoy mismo partiremos de regreso al norte. La idea inicial era aguardar hasta el parto, pero dadas las circunstancias prefieren estar en casa con el resto de sus hijos.

—Es comprensible —respondí—. De todos modos, eso no va a influir en nada de lo que hemos hablado previamente. Mientras mantengan la pluma cerca, todo irá bien.

—Lo tenemos muy presente —aseguró Selyna—. Sin embargo, no es por ello por lo que requería tu regreso, Valeria. Jenna me ha transmitido su deseo de que estés cerca durante el alumbramiento. Además de por razones obvias, tus capacidades médicas podrían ser de gran ayuda en caso de que hubiese algún problema. Que no lo va a haber, estoy convencida, en Herrengarde tiene a su disposición un amplio equipo de profesionales preparado, pero dadas las circunstancias puedo entender su petición. Es por ello por lo que me veo en la obligación de pedirte tu apoyo una vez más. Y sé que en tus manos está la decisión, no eres ciudadana albiana, pero te agradecería encarecidamente que te lo planteases. Tu presencia sería muy valorada y, por supuesto, recompensada.

Selyna puso una nota en mi mano y se despidió con un ligero asentimiento, dejándome un poco de espacio para que reflexionara sobre su petición. Era una petición compleja, había contado con tener que estar localizable, pero viajar a Herrengarde era un paso importante.

Sin duda, la decisión merecía una buena reflexión...

Reflexión que llegó a su fin en cuanto vi el contenido de la nota. Ensanché la sonrisa felizmente, imaginando la cara que pondría mi padre cuando le hiciera llegar aquella considerable suma de dinero a la cuenta de la Hermandad, y di por zanjada la cuestión.

—Pues habrá que conocer Herrengarde, ¿no?








Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top