Capítulo 38

Nos hallábamos ante la torre, en formación de punta de lanza, con el Emperador Doric II al frente. Yo me encontraba entre el grueso de los pretores que iban a acompañar a su Alteza real, con el rostro oculto bajo una capucha. Era la única civil que formaba parte de la comitiva junto a Voreteon, y muchas eran las miradas que sentía en la nuca. También había algunos magi, aunque sin sus túnicas resultaba complicado identificarlos. Uniformados de oscuro y con armaduras plateadas, bien podrían haber pasado por soldados de élite.

Calculé que seríamos unas cien personas las que estábamos a punto de irrumpir en la torre. Un auténtico destacamento que, a la sombra de aquel gran coloso, parecía poco más que un burdo ejército de hormigas. El enemigo se alzaba más peligroso y enigmático que nunca, y ni tan siquiera su aparente docilidad nos tranquilizaba. Y es que, aunque la torre pareciese más mundana que nunca, con su fachada blanca repleta de sombras de águilas dormidas y las luces apagadas, lo cierto era que el ambiente estaba embriagado de una insoportable cantidad de magia salvaje.

Durante el traslado me había parecido ver a Oleq entre el grueso de pretores que formarían guardia en los alrededores. La Casa del Invierno se había encargado de evacuar a los vecinos, pero ahora eran ellos, los hermanos de las Espadas, los que tendrían que velar por la ciudad a partir de entonces. Sospechaba que era la medida que había tomado el Emperador para detener a los ocupantes de la Academia en caso de derrota, pero prefería no pensar en ello. Necesitaba la mente despejada para poder hacer frente a lo que nos esperaba.

Permanecimos unos minutos a la espera. El propio Emperador nos había dividido en distintos grupos para acceder a la torre a través de sus cinco entradas. Una vez diese la señal, todos avanzaríamos a una y haríamos frente a lo que fuera que aguardaba dentro, pero hasta entonces el nerviosismo nos consumiría los nervios. O al menos a mí, los pretores parecían sorprendentemente tranquilos. Con los rostros ocultos bajo sus cascos reflectantes y las armas preparadas, parecían androides a la espera de recibir órdenes.

Respiré hondo, sintiendo el corazón acelerarse a cada segundo que pasaba, y clavé la mirada en el suelo. Ante mí Magnus Voreteon se giró, seguramente dispuesto a decirme algo, pero no llegó a hacerlo. Antes de que sus labios se separasen, todos escuchamos la orden del Emperador, y la espera llegó a su final. Intercambié una rápida mirada cargada de complicidad con Magnus y, a modo de despedida, asentimos. Inmediatamente después, nos pusimos en movimiento, uniéndonos a la masa de pretores que pronto atravesaría las puertas de la Academia.



Una abrasadora sensación de poder me golpeó el rostro cuando atravesé las puertas de la Academia. Siguiendo al resto de agentes de mi grupo, me adentré en el edificio a través de una de las puertas secundarias que daban a un túnel que conectaba con uno de los patios interiores. Recorrimos el camino a toda velocidad, iluminando el paso la luz del Sol Invicto que emitían los báculos de los magi del equipo, hasta acceder a aquel jardín donde en otros tiempos Megara y los suyos habían pasado horas meditando bajo la luz de las estrellas.

Un patio cubierto de una espesa capa de naturaleza salvaje en el que los más jóvenes aprendices habían dado sus primeros pasos para entrar en comunión con el éter; un lugar único y cargado de simbolismo para los magi que poco tenía que ver con el campo arrasado lleno de escombros que teníamos ante nuestros ojos.

Era como si nos adentrásemos en las ruinas de un campo de batalla.

Sin mostrar sorpresa ni inquietud alguna, los pretores de la Casa del Sol Invicto que abrían la marcha aceleraron el paso con los enormes escudos protectores firmemente sujetos. El resto les seguimos de cerca, atentos a cualquier movimiento a nuestro alrededor, hasta alcanzar el centro del jardín. Una vez allí, aprovechando que se trataba de un punto algo elevado, localizamos un único acceso al interior del edificio a través de un pórtico de piedra. Los pretores se desplegaron, abarcando el máximo de terreno posible, e iniciaron el avance hacia allí...

Fue entonces cuando una lluvia de fuego cayó sobre nosotros.

Escuché a alguien gritar un «cuidado», y acto seguido los escudos formaron una cúpula protectora de energía dorada alrededor de cuantos les acompañaban. Yo, que me había quedado algo rezagada, quedé fuera de la protección del escudo, por lo que no tuve más remedio que buscar cobertura. Recorrí las ruinas con la mirada y corrí para refugiarme bajo los restos de lo que parecía haber sido una caseta. Me deslicé a toda velocidad bajo su cobertura, sintiendo ya el peso del fuego caer sobre mí, y me cubrí la cabeza, convencida de que iba a alcanzarme de pleno.

Había sido demasiado lenta...

Al abrir los ojos, sin embargo, descubrí que uno de los pretores había logrado alcanzarme a tiempo. Desconocía su identidad, pues el casco reflectante la ocultaba, pero sostenía el escudo con tanta firmeza como si fuera la vida de un igual la que protegía.

—No te apartes —me ordenó con voz monocorde.

Asentí avergonzada, y juntos volvimos con el resto del equipo. Una vez reunificados, retomamos la marcha. La lluvia de fuego nos acompañó durante todo el trayecto, sin conjurador aparente. En algún rincón del jardín se hallaba el causante, pero no nos detuvimos a buscarlo. Atravesamos el terreno a toda velocidad sin detenernos hasta alcanzar la arcada de piedra. Una vez al otro lado, nos repartimos en varios grupos: ante nosotros aguardaban tres escalinatas que ascendían a distintas plantas. Alguien decidió que yo debía unirme al tercer grupo, y sin apenas ser consciente de ello, me vi subiendo por la escalinata hasta la segunda planta, donde un sombrío corredor nos aguardaba.

Un corredor donde una nueva lluvia de fuego nos dio la bienvenida.

La barrera de escudos de los pretores logró detener el primer ataque, pero tal fue la violencia con la que las llamas golpearon sus muros que fueron impulsados hacia atrás. Traté de esquivar el retroceso de mis compañeros, pero la magia no me dio cuartel. La espalda de uno de los pretores me alcanzó de pleno y yo salí disparada escaleras abajo. Rodé por los peldaños hasta detenerme a media escalinata, justo cuando una segunda tormenta de fuego arrancó varios gritos a mis compañeros. Alcé la mirada, sintiendo el fuego acercarse demasiado rápido, y me apresuré a descender, escapando del infierno que aguardaba arriba.

De nuevo en la planta baja, me dejé caer al suelo. Estaba sin aliento. Resollé durante unos segundos, tratando de calmarme. Me preguntaba qué habría sido del resto de mi equipo. Los pretores habrían encontrado la manera de sobrevivir gracias a los escudos y sus armaduras, estaba convencida, pero en aquellas condiciones no podía seguirles.

Yo no era inmune a las llamas...

Me planteé la posibilidad de unirme a alguno de los otros dos grupos. Sus escaleras estaban en completo silencio, como si su camino hubiese sido más afortunado. Su objetivo era recorrer toda la Academia en busca del enemigo, una misión parecida a la mía, con la diferencia de que yo no buscaba combatir.

Es más, tan solo había traído conmigo un cuchillo. Al fin y al cabo, ¿para qué iba a cargar con otra arma que no sabía usar?

Me obligué a mí misma a analizar la situación. Podía intentar seguir la estela de los guerreros y tratar de hacer frente a las inclemencias que aguardaban en la Academia. El enemigo iba a resistirse y muestra de ello eran las demostraciones de vasto poder con el que nos habían atacado hasta entonces. Los pretores les harían frente y, victoria tras victoria, irían retomando el control de la Academia...

Pero esa era su misión. Mi objetivo era distinto, y basándome en mi lógica, era de esperar que los grandes tesoros de la Academia no se hallasen en el camino destructivo de los pretores. Si realmente querían protegerlo, habrían buscado un lugar donde ocultarlo. Alguna planta de difícil acceso o, al menos, donde confiaban que jamás llegarían los albianos.

En definitiva: un lugar secreto que pocos conocieran.

—Un lugar secreto... —me dije a mí misma—. Vamos, Valeria, piensa un poco...

Cerré los ojos para intentar concentrarme. Era complicado, la sonoridad de la Academia era perturbadora, con estallidos de ruidos y silencios absolutos intercalándose. No obstante, los años de preparación me permitieron aislarme. Me concentré en el pasado, en los tiempos que había compartido con Bastian en mi adolescencia, y buceé en los recuerdos.

Teníamos tantos y tan buenos que resultaba doloroso.

Demasiado doloroso.

—Megara... ¿cómo has podido...?

Sentí una fuerte opresión en el pecho. A mis labios acudió el mismo sabor metálico que había sentido durante el sueño en el que había acabado con su vida, y varias lágrimas recorrieron mi memoria. Inmediatamente después, como un estallido de clarividencia, a mi memoria acudió el recuerdo de cierta noche en la que, tumbados en el césped para poder contemplar las estrellas en su plenitud, Megara me había hablado de la Academia. No era capaz de recuperar sus palabras exactas, pero había hecho mención a la contaminación de Hésperos y la imposibilidad de ver las estrellas desde la ciudad. Al parecer, la sobrepoblación de la capital había cubierto con una capa de luz constante el cielo, lo que impedía que se pudiera divisar el firmamento como en el pasado. Sin embargo, él y el resto de magi se las habían arreglado para, a base de magia y espejos, crear una recreación en los subterráneos. Una sala única que, a pesar de encontrarse bajo tierra, reflejaba toda la belleza del firmamento.

En ese entonces no le había dado demasiada importancia a su comentario. Era joven y tenía al alcance cada noche el universo entero para mí sola, ¿por qué preocuparme entonces de las inquietudes del magus? Diría que apenas le presté atención.

Cosas de albianos, pensé.

Los albianos y sus tonterías.

Años después, aquella confidencia me daba una nueva visión de la realidad. Abrí de nuevo los ojos, preguntándome si aquella revelación habría acudido a mi memoria por casualidad o si alguien me habría ayudado a ello, y paseé la mirada por las escaleras en busca de alguna escalera que descendiera. Por desgracia, no había ni rastro de ellas... de momento.

Las órdenes de Doric II habían sido claras: había que llegar hasta la cúspide de la torre de magia para recuperar el control, así que, hasta cierto punto, tenía sentido de que el tesoro se hallase en el extremo opuesto.

Había llegado el momento de comprobarlo.



Recorrí el vestíbulo encontrando en la penumbra un estrecho corredor que bordeaba el patio central en ruinas. La estructura había cambiado, estaba convencida de que en el pasado toda la planta baja había estado conectada por distintos pasillos, pero dadas las circunstancias, no me detuve a comprobarlo. Avancé a toda velocidad por el corredor de piedra, alejándome el máximo posible de los pocos puntos de luz que había, hasta alcanzar un segundo vestíbulo parecido al que había pisado anteriormente, donde otras tantas escalinatas subían a otras plantas. Las bordeé con rapidez, prefiriendo obviar los grotescos sonidos que descendían por ellas, y seguí avanzando a través de otro pasadizo parecido al que había localizado. Este, a diferencia del anterior, no bordeaba el patio, sino que se adentraba en las profundidades de la Academia. Lo recorrí con algo más de cautela, encontrando solo oscuridad a mi paso, hasta dar con el final del camino. Tras una gran arcada de piedra aguardaba una sala circular en cuyo corazón se alzaba un gran árbol de gruesas ramas repletas. En apariencia parecía un ejemplar de roble aparentemente normal, con la única diferencia de que toda la corteza había sido grabada con runas de color azul.

Sorprendida ante su inesperada presencia, me detuve para examinarlo entero. Quizás fuese un efecto visual, pero las dimensiones del árbol parecían multiplicarse cuanto más alto miraba, llenando de nudosos y poderosas ramas toda la sala.

Bordeé un poco el tronco, tratando de entender qué estaba viendo. Las hojas del árbol emitían una suave luminiscencia verde gracias a la cual alcanzaba a ver dónde me hallaba. Por lo demás, todo parecía relativamente normal... a excepción de la potente aura mágica que emanaba del tronco. Era como si me hallase ante una fuente de energía pura.

Una fuente salvaje.

—Mejor que me vaya cuanto antes —decidí.

Con una sensación de apremio palpitándome en el cerebro, recorrí toda la sala en busca de una salida. Había querido pensar que detrás del árbol seguiría el camino, pero solo aguardaban muros de piedra.

Muros como el que me encontré cuando, al retornar al punto inicial, descubrí que el pasillo por el que había accedido se había esfumado.

Ahora me hallaba atrapada en la sala, con el árbol como eje central.

—Mierda...

Alcé la mirada para observar con detenimiento sus hojas. La falta de brisa debería haberlas mantenido estáticas en al aire, sin movimiento alguno. Sin embargo, había una ligera vibración en ella. Quizás fuese provocada por la magia que flotaba en el aire, o quizás por alguna otra razón que no era capaz de adivinar, pero algo estaba pasando.

Algo que, en apenas un par de minutos, provocó que la vibración de las hojas se transmitiera a las ramas hasta que todo el árbol se meciera violentamente sobre mi cabeza.

Sentí que el corazón se me encogía en el pecho.

El balanceo de las ramas se transformó en latigazos, y, de repente, convertidas en afiladas cuchillas, las hojas se desprendieron y salieron disparadas contra el suelo, convertidas en una tormenta letal.

Una de ellas se clavó en el suelo con tanta violencia a apenas un metro de mí que sentí que se me helaba la sangre. Inmediatamente después, otras tantas siguieron su estela, con mi hombro derecho como uno de sus objetivos. Sentí la punta de la hoja clavarse en mi carne sin piedad y se abrió paso hasta tallo, arrancándome un profundo grito de dolor. Después...

Después hubo una estruendosa tormenta de hojas. Corrí hasta la pared, tratando de escapar de su alcance, y me pegué de cara a ella, rezando para poder esquivar del ataque. Quería pensar que podría quedar fuera de su alcance. Por desgracia, el árbol lo abarcaba todo. Incluso tratando de evitarlo, otras tantas hojas se hundieron en mi piel. Dos se me clavaron en el gemelo y otras cuatro más en la espalda.

Diez segundos de terror después, todo quedó en silencio. Volví la vista atrás con lentitud, demasiado asustada como para poder ser dueña de mis movimientos, y comprobé que las ramas estaban totalmente limpias. Alrededor del tronco, miles de hojas se habían clavado como cuchillas en el suelo... y de mis pies surgía un charco de sangre.

La sangre me corría por el cuerpo, dibujando dolorosas líneas carmesíes desde donde se habían clavado las armas del enemigo.

Me doblé lentamente, sin llegar a apartar la mirada del árbol, y cerré los dedos alrededor de una de las hojas que se me había clavado en los gemelos. Estaba hundida hasta sus topes, lo que provocaba que arrancarla fuera doloroso en extremo. Tiré de ella... pero cesé en el intento de inmediato.

La extracción era insoportable.

—¿Y ahora qué? —dije en apenas un susurro.

Volví a alzar la mirada hacia el árbol, preguntándome qué hacer y si en aquellas circunstancias podría caminar, cuando una poderosa explosión procedente de algún lugar de la Academia provocó que toda la estructura se sacudiese. La pared a mis espaldas me golpeó con violencia, lanzándome contra el suelo, y caí sobre varias de las cuchillas. Tuve suerte de que mi cuerpo arrastrase varias y las arrancase con el peso. Otras, sin embargo, dibujaron decenas de cortes en mi pecho, piernas y brazos, recrudeciendo la agonía. El edificio siguió sacudiéndose y sobre mi cabeza el árbol y sus ramas empezaron a gemir y moverse con violencia soltando latigazos. Unos golpes tan violentos que, al alcanzar una de las paredes, provocaron que parte de ella se desmoronara.

Después, volvió la calma...

Y las hojas empezaron a crecer de nuevo en las ramas.

Impresionada ante la posibilidad de tener que sobrevivir a una nueva tormenta, no lo dudé: me incorporé y corrí a toda velocidad hasta el tronco. Una vez en él, me ayudé de manos y pies para treparlo hasta las primeras ramas.

Claro que no era algo fácil.

Incluso siendo alguien de campo, tuve auténticos problemas para subir por el tronco. Ni me acompañaba la fuerza física, ni la coordinación. Estaba histérica, aterrada ante la posibilidad de morir bajo el metal, y el miedo me impedía avanzar. Por desgracia no me quedaba otra opción. Me obligué a mí misma a concentrarme y, a contrarreloj, fui trepando, esquivando las cada vez más gruesas hojas, hasta alcanzar la rama más cercana al agujero que se había abierto en la pared. No era demasiado grande, pero al menos me permitiría quedar fuera del alcance de las ramas. Muy mi pesar, no tardé en comprobar que había una importante distancia desde donde me encontraba hasta allí.

Miré de reojo hacia el suelo. La caída podía ser letal...

—Si salto y no llego, me mato —resumí—. Y si no salto y me quedo, me mata igualmente...

En un lapso de tiempo inferior al anterior, las ramas empezaron a temblar bajo mis pies, marcando el final de la cuenta atrás. Respiré hondo, dediqué una fugaz oración a un dios en el que no creía y salté con todas mis fuerzas contra la pared. Un segundo después, mi cuerpo chocó de pleno contra la piedra, con la suerte de que mis brazos lograron adentrarse en la apertura. Sentí los dedos alcanzar el suelo... y acto seguido, deslizarse, arrastrados por mi propio peso.

La gravedad tiraba de mí hacia abajo.

Me resbalaron las manos por la superficie de piedra y cemento, raspándome las palmas, y a punto de precipitarme al vacío, logré aferrarme al borde con los dedos. Me mantuve sujeta durante unos segundos, con la lluvia de hojas ya iniciando su feroz caída...

Y la presión me superó. Mis dedos cedieron y caí...






Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top