Capítulo 36

Tras liberar a Elisabeth Reiner de su encierro, volvimos a nuestra realidad; un mundo que aún se estaba lamiendo las heridas después de cuatro intensas semanas de Luna Fría en las que el Velo había golpeado con dureza a Albia.

Incluso habiendo organizado las defensas y asegurado la protección de gran parte de la población, habían sido muchos los que habían sufrido en su propia piel el revés del Velo. De nuevo, Albia había sufrido muchas bajas, y todo apuntaba a que así seguiría sucediendo hasta que no se frenase la maldición. Y es que, por mucho que el Emperador se esforzara, no podía proteger a todo un país, y mucho menos cuando era su magia la que alimentaba al enemigo.

Albia estaba cavando su propia tumba con cada día que pasaba. El uso indiscriminado de la magia se estaba cobrando un alto precio, y no solo por lo que había provocado. El auge de los magi había disminuido notablemente el ejército, provocando que, sin su apoyo, el país estuviese más vulnerable que nunca...



Nos reunimos con Doric II a puerta cerrada. Tras unas primeras horas de desconcierto en las que nuestro regreso había disparado todas las alarmas, logramos que el Emperador nos recibiera. En un inicio nos escuchó con cierta reticencia, dudando de nuestra palabra, hasta que Mimosa intervino. A partir de entonces, su predisposición cambió por completo, embelesado por lo que le contaba el dios del Velo. Albia había creado un monstruo, pero aún no era demasiado tarde para enjaularlo y debilitarlo.

—No podéis destruirlo: acabaríais con vosotros mismos. Desde vos hasta el último de los aprendices de magia de vuestra Academia. La corriente mágica que ha creado vuestro Imperio es tan poderosa que ya no es posible deshacerse de ella sin acabar con la vida de todos los implicados.

—Quieres decir entonces que nosotros mismos somos parte de ese monstruo.

—Digamos que esa parte de su subconsciente ha tomado las riendas y, por alguna razón que desconozco, no parece demasiado satisfecho ni con vos, ni con el rumbo de su país. Es un ente inteligente, ha intentado camuflarse tras la identidad de Magnus Voreteon, pero lo cierto es que su conocimiento nace del de sus miembros y sus temores más profundos.

La crudeza de las palabras de Mimosa me sobrecogía. Temía que pudiera provocar la ira del Emperador, pero lejos de ello, Doric se mostraba mucho más comprensivo y cauteloso de lo esperado. Me pregunté si no habría empezado a sospechar antes de nuestra llegada.

—La sombra de la muerte de mi hermano siempre fue alargada —admitió con pesar—, pero la realidad es que pecamos de exceso recelo.

—Magnus jamás habría intervenido de haber podido elegir —intervine, recuperando del recuerdo la imagen de Magnus y su esposa—. Es probable que ni tan siquiera hubiese pisado Albia: su lugar estaba en Throndall. Ahora, por desgracia, lo ha perdido todo.

En realidad, Doric II ya era conocedor de la amarga situación a la que estaba haciendo frente su sobrino. Aquellas cinco semanas les habían servido para acercar posturas, y no solo por voluntad del Emperador. Pasadas las primeras noches de Luna Fría, Magnus Voreteon se había presentado en el despacho de su tío para ofrecer sus servicios para la causa, y aunque al principio muchos habían sido los que habían desconfiado de él, Doric II no había dudado. En él veía el reflejo de su hermano mayor, y algo le decía que no le fallaría.

La ironía quiso que la Luna Fría les devolviera los años perdidos. Sobrino y tío se habían enfrentado a la maldición espalda contra espalda, y juntos habían luchado hasta recuperar el amanecer.

La reunión se alargó varias horas. Mimosa no tenía respuestas a todas sus preguntas, pero estaba dispuesta a ayudar en cuanto fuera posible para recuperar el equilibrio. La mancha de magia albiana empezaba a extenderse con demasiada rapidez y pronto serían muchos los interesados en posicionarse del lado del enemigo de los hombres.

Agradecido por su colaboración, el Emperador solicitó a Mimosa que se reuniese con su Consejo Mágico, y para cuando quisimos darnos cuenta, Elisabeth y yo habíamos quedado en un segundo plano. Nuestro papel como mensajeras había llegado a su fin, y aunque era probable que pronto necesitasen de nuestra presencia, lo cierto era que, al menos por el momento, nos habíamos ganado un más que merecido descanso.



Lejos de ir a mi habitación a descansar, mi primera parada fue el puesto de vigilancia de la Casa de las Espadas, donde Elisabeth me había indicado que quizás podría encontrar a Oleq. Después de tanto tiempo sin verle, me veía en la obligación de darle explicaciones. Además, quería disculparme por no haberle avisado. Viendo en perspectiva en lo que se había convertido mi paso por el Velo, me arrepentía de haber actuado con tanta frialdad con él.

Así pues, fui directa a verle. Para mi sorpresa, sin embargo, sus compañeros me informaron de que aquella noche su turno de vigilancia se encontraba fuera del perímetro. Hice unas cuantas preguntas más, y sin poder encontrar a nadie capaz de darme la localización exacta, opté por acudir a una de las mejores fuentes de información que tenía a mi disposición.

Llamé a Irina Sumer.

—¡Valeria, cuanto me alegra escucharte! Había oído que habías vuelto hacía unas horas, pero estoy demasiado lejos como para poder ir a verte. ¿Cómo estás?

Me tomé unos minutos para conversar con ella. Irina era un soplo de aire. Era consciente de que todo cuanto le constase quedaría a disposición de la Casa de la Noche, pero no me importaba. Más allá de su uniforme, entre nosotras existía un vínculo de amistad que la convertía en una de las pocas personas en las que había llegado a confiar de verdad en aquel país.

Un rato después, tras explicarle mi aventura en el Velo, pero sin llegar a revelar el desenlace, le pregunté cómo le habían ido las cosas.

—Hemos vivido unos días muy complicados, con mucha muerte y violencia. Nadie esperaba que el enemigo cruzase los escudos de magia que protegían las capitales, pero por suerte estábamos preparados. Ha sido una prueba de fuego que, a mi modo de ver, Albia ha superado. No con el máximo de nota, ha habido demasiados errores, pero al menos no ha sido la catástrofe que podría haber sido.

—¿Es por ello por lo que no estás en la ciudad? ¿Te necesitaban en Herrengarde?

—Alexander se trasladó en cuanto empezó la alarma y quise acompañarle. Desde entonces estamos aquí apoyando a los Vermanian. Lo malo es que, entre tú y yo, hace igual de frío haya Luna Fría o no...

Me sorprendí a mí misma al escucharme reír. Hasta entonces no había sido consciente de la presión a la que me había visto sometida. Ahora, por suerte, parecía que poco a poco empezaban a calmarse las cosas...

Siguió hablándome de sus vivencias en Herrengarde. La lucha había sido muy cruenta, sobre todo tras la caída temporal del escudo de magia, pero Vermanian y sus tropas habían sabido hacer frente al enemigo con profesionalidad.

Por suerte, los muertos no superaban la docena.

Finalizado su relato, me decidí a hacer la gran pregunta. Podría pasarme horas hablando con ella, me encantaba la paz y alegría que transmitía, pero por desgracia mis ganas de ver a Oleq eran superiores.

—Ya sabía yo que no me llamabas solo para saludar... —dijo con humor—. Pues sí, sé dónde está Reiner. Me llamó esta misma mañana, cuando se enteró de tu regreso. Estaba impactado.

—Me han dicho sus compañeros que está haciendo guardia fuera del Palacio, pero no son capaces de darme la localización exacta.

—Normal, es información confidencial.

—Pero tú lo sabes, claro.

Me la pude imaginar sonriendo.

—¿Hay algo que yo no sepa? —Irina suspiró—. Sé dónde está, sí, y si lo que pretendes es ir a verle, mi recomendación es que no lo hagas. Sé que no me has pedido la opinión, pero ambos sois mis amigos y creo que no es el momento.

—Está enfadado, ¿verdad?

La decepción había vencido al enfado con creces. Reiner se sentía dolido por mi partida, pero aún más sus circunstancias. Mi silencio se le había clavado como una aguja envenenada.

—¿Cómo se te ocurre irte sin decirle nada? —me recriminó Irina—. Vale que no me avises a mí, que deberías, pero a él... no sé, Valeria, no te entiendo.

—En mi defensa diré que yo tampoco me entiendo a veces.

—Esa es una excusa de mierda, que lo sepas. Lo has dejado hecho polvo... de ahí a que sea mejor que no os veáis. Si quieres que le diga algo de tu parte, lo haré encantada, pero...

—¿Dónde está?

Insistí hasta lograr conseguir su ubicación. Irina no sabía con exactitud el punto dónde se había apostado, pero sí el área, información con la que me lancé a la calle, dispuesta a localizarlo. Sumer estaba en lo cierto, había hecho las cosas mal, pero confiaba en poder arreglar las cosas. Oleq me importaba mucho más de lo que creía e iba a esforzarme por arreglar las cosas...

Claro que no me engañaba. Sospechaba que Oleq no iba a querer que siguiésemos juntos. Era una decisión dura, pero comprensible, y en caso de que fuera la definitiva, lo aceptaría. No obstante, al menos iba a intentarlo.

Así pues, dejé atrás el Palacio Imperial para internarme en la ciudad con un claro objetivo: la Academia.



Vagué por los alrededores de la enorme torre blanca durante una hora, tratando de localizar al pretor. Irina se había limitado a señalar la Academia como el eje alrededor del cual se encontraba Oleq, lo que multiplicaba las posibilidades al estar en plena ciudad.

Recorrí las calles y callejones de los alrededores en silencio, incapaz de apartar la mirada del enorme y enigmático edificio, hasta acabar en una plaza colindante, sintiéndome cansada y preocupada por partes iguales. Si Oleq estaba por allí, debería haberme visto. Es más, estaba convencida de que sabía que estaba allí, y todo apuntaba a que me estaba evitando.

Maldita sea.

Pero no iba a rendirme. Decidida a esperar hasta el amanecer si era necesario, me acomodé en uno de los bancos y alcé la mirada hacia la torre. Vista desde fuera, la Academia no había cambiado. Era uno de los grandes faros de luz de la ciudad, y la impresionante aura mágica que la rodeaba potenciaba aún más aquella imagen.

El edificio en sí exudaba poder.

Después de mi visita al Velo, sin embargo, no podía evitar sentir miedo. Al fin y al cabo, si yo lo estaba viendo, ¿sería posible que él me viera a mí? Y no solo eso... ¿qué aguardaría tras sus puertas? ¿Sería la Academia perversa que había visto en el Velo, o se mantendría la real?

Más que nunca, me sentía intimidada por la ciudad. Me veía a mí misma como una pequeña hormiga frente a un titán imparable dispuesto a devorarnos a todos...

Pero por inquieta y asustada que me encontrase, me mantuve firme hasta que, probablemente arrastrado por el cariño que me tenía, Oleq decidió acudir a mi encuentro.

Su mera aparición me aceleró el pulso.

—Irina me avisó de que aparecerías por aquí —dijo en apenas un susurro, paseando la mirada por nuestro alrededor con disimulo. Tomó asiento a mi lado—. Ella creía que como máximo aguantarías un par de horas: yo, toda la noche.

—Se nota que me conoces.

—¿De veras? Quién lo diría.

No estaba acostumbrada a que Oleq me hablase con dureza. Hasta entonces siempre se había mostrado tan cercano y cariñoso que aquella noche me costaba reconocerlo. Era él, no me cabía la menor duda. Seguía siendo el mismo albiano en el que tanto había estado pensando aquellos últimos días, pero, a la vez, había cambiado.

La decepción se le reflejaba en el rostro como una máscara de desconfianza.

—Oye, Oleq... sé que la disculpa llega tarde, pero... pero no he actuado bien. Debería haberte avisado de lo que iba a hacer. En su momento creí que sería mejor no decírtelo y asegurarme de que no te veías involucrado, pero...

—No sigas, anda —me interrumpió, prefiriendo no mirarme a la cara—. No tienes de qué disculparte. En el fondo, lo que ha pasado no es nada nuevo. Eres tú, siendo tú, y contra eso no se puede hacer nada.

—Yo siendo yo... —repetí, y bajé la mirada al suelo. Sentía una extraña opresión en el pecho a la que no estaba acostumbrada. Era una sensación nueva, como una profunda tristeza que amenazaba con anegar de lágrimas mis ojos—. Debería haberte avisado.

—Quizás... —respondió, y negó con la cabeza—. Pero no lo hiciste.

Oleq tomó mi mano y depositó un cariñoso beso en el dorso. Después, dedicándome una sonrisa teñida de sombras, se puso en pie.

—Me alegra verte de vuelta, te lo aseguro. Sé que has cuidado de mi madre, y ella de ti, así que con eso me basta. Estoy convencido de que a partir de ahora te van a ir las cosas bien.

—Oye, Oleq... —murmuré, y me puse en pie también—. Sé que estás enfadado, y no te falta razón, pero me gustaría que entendieras por qué no quería involucrarte. Tú eres tan bueno y valiente que te habrías lanzado al vacío con los ojos cerrados.

—Y eso es un problema para ti, claro.

Asentí con pesar.

—No quería que te hicieran daño.

—¿Cuándo entenderás que a mí también me afecta lo que está pasando? —replicó con incomodidad. Apretaba los colmillos—. ¡Estás involucrada, sí, es evidente, pero es que es mi país al que están atacando! ¿¡Sabes lo doloroso que es sentir esta impotencia!? ¡Mi gente muere a mi alrededor y no puedo hacer nada para impedirlo!

Entristecida, no pude más que mantener la mirada gacha.

—Oleq, en serio...

—En el fondo, tú siempre tuviste razón, Valeria: somos demasiado distintos. Ostarianos y albianos no están hechos para estar juntos. Sin rencores, ¿de acuerdo? Si necesitas algo, sabes dónde estoy, pero si no es realmente necesario... preferiría que no me llamaras.

—No te lo vas a replantear, ¿verdad?

Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.

—He tenido tiempo suficiente para pensarlo. Cuídate, Valeria, y suerte en Ostara.

Y dichas aquellas palabras, volvió a perderse por el mismo callejón, marcando así el final de nuestra bonita historia.



Al volver al Palacio Imperial, una visita inesperada me estaba aguardaba en la habitación, cómodamente sentada en el borde de mi cama. Alguien a quien hacía mucho tiempo que no veía pero que había estado siempre muy presente en mis pensamientos.

Alguien a quien había llegado a considerar una buena amiga.

Selyna.

—¡Valeria! —exclamó la joven Auren al verme entrar.

Se puso en pie, extendió los brazos hacia mí... y tonta de mí, acudí a su encuentro como una niña pequeña, para acabar rompiendo a llorar con el rostro enterrado en sus rizos pelirrojos. Ella me abrazó y permanecí un buen rato apoyada en ella, dejando que me consolase con su eterna amabilidad... con su cariño infinito.

Tenía el corazón roto por Oleq, pero el alma tan destruida por todo lo que había vivido en el Velo que iba a necesitar mucho tiempo para recuperarme.



—Cogí un vuelo esta misma mañana en cuanto me enteré de tu regreso —me confesó un rato después. Estábamos sentadas en la cama, cogidas de la mano. Su mera presencia apaciguaba mi pesar—. Frigg se ofreció a acompañarme, pero preferí que se quedara. Ya habrá tiempo para que se asuste con todo lo que rodea a mi familia.

—Lo dices por Magnus Voreteon, ¿no?

—Qué menos. Alexander me lo ha contado todo durante estas semanas... y también mi madre. Incluso he podido hablar con mi tío Doric. Su llegada ha sido como un jarro de agua fría para la familia. Hay quienes le ven como una amenaza, pero hay otros a los que los lazos sanguíneos les han cegado. Yo, sinceramente, no sé qué pensar. En gran parte he venido por ti, pero admito que también lo he hecho por él. Hay una parte morbosa en mí que desea conocerle. Quiero saber qué tipo de persona es... pero a la vez, temo que pueda llegar a caerme bien como a mi hermano.

—¿A Alexander le cae bien? —me sorprendí.

Selyna asintió. Al parecer, los dos primos habían pasado el suficiente tiempo juntos como para que entre ellos se hubiese forjado una buena relación. Magnus ya no era el horrible ser que habían creído al principio, sino que se mostraba como un hombre cercano y colaborador al que le emocionaba conocer a su familia paterna. Alguien dispuesto a luchar por la causa albiana, y lo que era aún más importante, que aceptaba todo lo que había provocado sin miedo a las consecuencias.

—Es un hombre valiente, algo que él valora. Además, no ha dudado en luchar ferozmente junto al Emperador, lo que dice mucho de él. Quienes le han visto dicen que caía exhausto al finalizar las jornadas.

—Ya... me cuadra. Si te soy sincera, no creo que sea una mala persona.

—Llegado a este punto, yo ya no sé nada, amiga mía. O casi nada. ¿Sabes lo que sí que tengo claro? Que todo esto ha provocado que mi enlace se atrase, pero que pronto retomaremos la fecha y habrá ceremonia. En contra de lo que cabría esperar, mi lugar está en Throndall. Frigg es un buen hombre, cariñoso y comprensivo, y nuestra unión va a hacer mucho bien a Albia, así que todo salimos ganando.

—Todos menos Óscar, imagino...

Óscar Mars, el pretor de la Casa del Invierno con el que tanto tiempo había pasado seguía muy presente en mi memoria. No era una persona fácil, había demasiada arrogancia en él, pero su faceta sentimental siempre había despertado cierta lástima en mí. Su historia con Selyna era totalmente imposible...

O al menos, en la teoría. En la realidad, parecía que las nubes ya no eran tan negras.

—A Óscar le encanta Throndall, te lo aseguro... y le cae bien Frigg.

—¿Qué le cae bien? —repliqué con incredulidad—. Selyna, por tu alma... puede que te lo haya dicho, pero es mentira.

—Si tú supieras —dijo, y rio con misticismo—. Las apariencias son solo eso, amiga, apariencias. Y no solo existen en Albia, créeme... A Frigg le interesa este matrimonio tanto como a mí, por lo que ambos nos cuidamos de que vaya a salir todo bien. A los dos nos gusta tener un poco de libertad para dedicarnos a nuestros respectivos pasados...

A mi memoria acudió el recuerdo del destino de la antigua amiga de Frigg. La mujer a la que en teoría había asesinado el propio príncipe...

En teoría.

Selyna me guiñó el ojo con su habitual tono cautivador y supe que, por mi propio bien, era mejor que no siguiese metiendo las narices. Si algún día tenía que descubrir más, ya llegaría el momento.

—Espero verte en nuestra boda, Valeria... y espero que, si para ese entonces ya no te ata nada a Albia, y sabes a lo que me refiero, te quedes conmigo en Throndall. Puede que quieras volver a tu tierra, pero regresar a Caelí sería volver a un lugar sin vida. Un lugar que ya no es para ti. Ahora te toca levantar la cabeza y reconstruir tu vida. Y si vienes conmigo, te aseguro que puedo ayudarte a hacerlo. Allí serías feliz, créeme.

¿Yo en Throndall?, pensé, y aunque al principio me pareció una idea absurda, un rápido análisis me hizo entender de que, quizás, no fuese tan descabellada. Ciertamente, no me quedaba nada en Ostara, pero tampoco en Albia. Ya no había nada ni nadie que me atase en ningún lugar, así que, una vez acabase todo, ¿por qué no empezar desde cero en un lugar como Throndall? A simple vista sonaba extraño, no era un destino atractivo, pero teniendo en cuenta que Selyna estaría allí, quizás valiese la pena planteárselo.

—Quién sabe, puede que me lo piense —respondí, dedicándole un asomo de sonrisa—. Cuando logremos acabar con la maldición, yo...

—La maldición —repitió ella, y negó con la cabeza—. Imagino que aún no te han avisado, pero el Emperador ya ha tomado una decisión. Mañana, si el Sol Invicto quiere, Albia plantará cara al enemigo y acabará de una vez por todas con la Luna Fría.










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