Capítulo 27

—No intentes entender el Velo, niña humana, no podrías. Tu condición te lo impide.

—Le das mucho misticismo, pero no creo que sea para tanto.

—Si algún día lo visitas, lo entenderás.

—¿Y hasta entonces no me lo puedes explicar?

Era una adolescente cuando Mimosa me habló por primera vez del Velo. Nuestra relación era muy nueva y mi juventud me hacía tomarme ciertas libertades que parecían divertir a «la grulla». Decía que era la humana más curiosa que había conocido nunca.

—¿Para qué? ¿No sería más divertido que lo vieras por ti misma? —Mimosa me dedicó una mirada cómplice—. Solo te adelantaré que el Velo y tu realidad son dimensiones distintas. Allí las limitaciones son distintas: la vida o la muerte no importan. Allí únicamente importa existir, y para existir necesitas alimentarte de magia.

—¿Entonces vivís los vivos con los muertos?

—Vivo, muerto, ahora, mañana, ayer... todos los condicionantes que dan sentido a la realidad carecen de importancia al otro lado. Todo depende de en qué esfera te encuentres, pero incluso podrías encontrarte a ti misma si buscas donde debes. Una versión de ti que aún no ha llegado a cruzar la puerta... o que la ha cruzado hace años. O puede que incluso sea una versión de ti que ni tan siquiera ha nacido. O puede que no nazca nunca. El tiempo y el espacio se distorsionan continuamente, creando distintas capas. En la mía, por ejemplo, el tiempo pasa muy rápido. Tanto que a veces olvido lo mucho que me gusta vuestro mundo. Por suerte, ahora estarás tú para recordármelo... para darme el placer de poder fantasear con mi antigua vida. Porque yo fui como tú, niña humana, hace eones, pero yo también fui como tú...



Habían pasado muchos años desde que habíamos mantenido aquella conversación. Tantos que sus palabras habían caído en el olvido. Mimosa me había enseñado muchísimo durante mi juventud, pero entre sus enseñanzas más populares no se encontraba aquella.

Al menos hasta entonces.

Aquel día, cuando mis pies alcanzaron el suelo de piedra y mis oídos captaron los agónicos gemidos de Lessia, el recuerdo afloró con escalofriante viveza.

El tiempo no funcionaba igual en el Velo. Lo que a veces eran segundos para nosotros, para ellos eran horas... y viceversa. Precisamente por ello la bruja había tardado en actuar, porque, aunque lo había hecho de inmediato, el tiempo había jugado a nuestro favor.

Nos había dado horas para que me recuperase, y ahora le daba una oportunidad a Lessia.

Todo sucedió muy rápido. En apenas una décima de segundo, cambié el planteamiento vital que me había llevado hasta la cueva. Mi intención era arrebatarle la vida a la bruja y acabar con aquella locura. Yo no era una heroína albiana, pero tampoco era idiota. Como cualquier otro, sabía blandir un cuchillo. Sin embargo, la visión de Lessia tendida en el suelo gravemente herida había cambiado mi percepción de la realidad. Había hecho despertar a mi yo real, a la mujer que llevaba años luchando por ser, y no había vuelta atrás.

Yo había nacido para devolver la vida, no para arrebatarla.

Por suerte, no estaba sola.

Mis pasos me llevaron al encuentro de Lessia junto a la orilla. El «ángel» de Jenna se encontraba a apenas un par de metros por detrás, y tal era su concentración que parecía no haberme visto. Sin embargo, las sombras que nacían a su alrededor sí. Ellas habían captado mi presencia, y dejando atrás las brechas para concentrarse en mí, cargaron. Quizás porque habían leído mis intenciones, o quizás porque habían sido creadas con el objetivo de acabar conmigo. Nunca lo sabría. Sea como fuera, Irina no permitió que me alcanzaran. Tan pronto vio que las primeras se acercaban, se abalanzó sobre ellas, trazando rapidísimos tajos con su espada.

—¡Rápido! —escuché que me gritaba.

Me arrodillé junto a Lessia y me froté las manos a toda velocidad, sintiendo la oscuridad cernirse sobre mí. Inmediatamente después, apoyé los dedos sobre su terrorífica herida y me concentré. La magia fluyó a toda velocidad como un torrente mágico que enmudeció a la mujer. Lessia abrió mucho los ojos y su cuerpo se estremeció bajo mi poder, quedando en un profundo letargo durante los segundos de conexión. La energía se adentró en su cuerpo a través de la herida, y con el poder sanador de las profundidades del Velo, empezó a suturar todo el daño provocado por el cuchillo de la bruja...

Pero era una herida muy grave e iba a necesitar mucho tiempo.

Tiempo que no me concedieron. Irina logró evitar los primeros ataques, pero en apenas un minuto el enemigo se tornó demasiado numeroso como para que pudiera frenarlo. La pretor se plantó tras de mí, y tras diez segundos de defensa, se vio obligada a desaparecer para volver a aparecer unos metros por delante, haciendo girar su arma entre las manos como si fuera un abanico. Mientras tanto, una de las sombras logró alcanzarme y me alzó en vilo cogiéndome por los hombros. Me levantó más de dos metros y, con una violencia inhumana, me lanzó contra la pared contigua, donde choqué violentamente.

Grité al sentir el cuerpo estrellarse contra la piedra y después caer.

Tal fue el dolor que incluso perdí parte del control de mi propio ser...

Pero solo fue un instante. La situación, por desgracia, me hizo recuperarlo de inmediato cuando, surgida de la nada, una sustancia pegajosa empezó a extenderse por mis brazos y piernas. Parecía petróleo, pero era mucho peor. Uno de esos grotescos seres estaba naciendo bajo mi cuerpo, y estaba dispuesto a devorarme con su propia oscuridad.

Sentí sus tentáculos envolver mis brazos, mis muslos, mi cintura...

Y hasta ahí. Lancé un grito de asco y hundí el cuchillo en su cuerpo, pinchándolo repetidas veces hasta alcanzar la roca; hasta mellar el filo. La sombra se esfumó y, quedando ya libre, me levanté justo cuando un segundo impacto me alcanzaba de pleno. Choqué con la pared de nuevo, con la diferencia de que esta vez era una figura ya formada la que me sujetaba. Un ser de sombras humanoide de casi tres metros de altura cuyos raquíticos brazos apretaban mi cabeza contra la pared con todas sus fuerzas...

Parecía querer reventarme el cráneo.

Grité, tanto de dolor como de miedo, y me apresuré a hundir el cuchillo en su pecho. O su cintura. O lo que me quedase a aquella altura. Lo agujereé varias veces, pero ante la falta de resultados opté por dibujar un tajo lateral, de una punta a otra de su cintura. El metal se hundió en su oscuridad y, partiéndola en dos, la sombra se esfumó, dejándome libre.

Fue entonces, en ese breve instante de respiro, cuando sentí los ojos de la bruja en mí. Tras ella, Irina se debatía entre decenas de sombras a las que, por mucho que eliminaba, rápidamente eran sustituidas por otras nuevas que impedían que avanzara.

Que impedían que se acercase a mí...

Tragué saliva al darme cuenta lo que estaba pasando. Las sombras ya no se me acercaban, sino que estaban formando un círculo protector alrededor de la bruja y de mí, para impedir que nadie pudiera intervenir.

Porque quería ser ella quien acabase conmigo, supuse.

Respiré hondo, sintiendo distintos aguijonazos de dolor atravesarme el cuerpo, y avancé un par de pasos. Estaba temblando por dentro, pero por mucho miedo que sintiera, no iba a mostrar debilidad.

No le iba a dar aquel placer.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

Me tomé unos segundos para hablar. El corazón me latía tan rápido que me costaba controlar mis propias emociones.

—¡Responde!

El grito de la bruja se me clavó en el cerebro con brutalidad, sacudiendo mis entrañas. Podía notar el nerviosismo crecer en su pecho al sospechar una traición.

Megara.

Había sido Megara.

Traté de ocultar su recuerdo en lo más profundo de mi mente. Con suerte, si lograba enterrarlo lo suficientemente lejos, podría salvaguardar su identidad.

—He llegado sola —confesé con apenas un hilo de voz. Me habría encantado sonar mucho más segura, pero era incapaz—. ¿Qué le habéis hecho a Magnus?

—Ha sido el magus... ¡ha tenido que ser él! —reflexionó con amargura—. Sabía que nos fallaría... no era de fiar. Demasiado tiempo fuera.

¿Demasiado tiempo fuera?

Las palabras de la bruja quedaron suspendidas en el aire durante unos segundos, tiempo durante el que varias otras sombras cayeron víctimas de los constantes ataques de Irina. Noté la mirada de la pretor fija en mí... y de repente, gritó. Fue un grito desgarrador, cargado de una energía única, que logró captar la atención de todos.

Incluida la bruja.

Acto seguido, cargué sobre ella. Había sido una distracción muy burda, pero suficiente para que al fin reaccionara. Corrí a por el enemigo con el cuchillo entre las manos, y alcanzada su posición, traté de hundirlo en su espalda. Al fin y al cabo, estaba de espaldas a mí...

O al menos eso había creído. De repente, sus manos sujetaban mis muñecas con violencia, con el metal a unos centímetros de su cuerpo. Los ojos furiosos de la bruja me fulminaron y me empujó con fuerza huracanada, tirándome de espaldas al suelo. Acto seguido, cayó sobre mí como un torrente blanco, con el cuchillo entre manos. El arma se enterró en mi vientre con brutalidad, y con ella sentí que parte de mí moría.

Parte de mí desaparecía.

Porque, aunque parecía un cuchillo cualquiera, no lo era. La oscuridad rezumaba de él...

Volví a escuchar a Irina gritar, esta vez mi nombre, pero no logré verla. En mi campo visual solo había espacio para el pelo blanco de la bruja, cuyos labios se habían curvado en una sonrisa cruel. Estaba sentada sobre mí, con el cuchillo firmemente hundido... y lo giraba. Lo giraba son maldad, arrancándome aún más aullidos de dolor.

Y la sangre salía a borbotones...

—No tenéis salvación —musitó con satisfacción—. Ni tú, ni ninguno de esos sucios albianos. Estáis todos condenados. Estáis todos...

Irina volvió a chillar, captando momentáneamente la atención de la bruja. Sin soltarme, volvió la mirada atrás... y un estallido de luz le alcanzó de pleno en el pecho. Fue un relámpago dorado, una especie de rayo solar que la fulminó en el acto, lanzándola de espaldas al suelo. La vi alejarse de mí... y mi campo visual se redujo al techo de la cueva.

Un techo por cuyas brechas seguían filtrándose las sombras...

Se me enturbió la vista. Notaba cómo se me escapaba la vida por la herida del estómago, donde el cuchillo seguía clavado. A mi alrededor se oían cada vez más y más gritos, pero ya no era capaz de reconocer su origen.

Estaba muriendo.

Estaba...

Estaba apagándome.

Pasados unos segundos, la cueva se llenó de destellos y detonaciones. Mis oídos distorsionaban el sonido, pero juraría que eran disparos. Disparos, gritos y golpes metálicos que, como un tsunami, irrumpieron en la caverna para arrasar cuanto nos rodeaba.

Tenían que ser ellos.

Incluso sin verlos, lo sabía. Mimosa había logrado llevarlos hasta mí, tal y como había llevado a Irina anteriormente... pero llegaban tarde.

Al menos para mí llegaban tarde.

Si al menos lograban salvar a Irina...

Una figura surgió ante mí. Me resultaba conocida, pero no era capaz de identificarla. Mi vista fallaba. Mi vista se apagaba. Vi su boca moverse, seguramente para gritar algo, y otras figuras se unieron a ella. Incluso sin ver, podía notar el miedo en sus miradas. Empezaron a discutir entre ellos, o hablar, no lo sé, hasta que alguien me tomó las manos. Me acarició el dorso con delicadeza y, con extrema precaución, las dirigió hacia mi propia herida.

Del cuchillo ya no había ni rastro...

Noté la sangre caliente en los dedos. Me estaba empapando con mi propia sangre, que no dejaba de salir a borbotones. Era una sensación muy desagradable... me estaba mareando. Se me apagaban los ojos y la figura insistía en presionar mis propias manos contra la herida.

Sospechaba lo que pretendía, pero ya no era dueña de mí misma. No era capaz de concentrarme lo suficiente como para generar el más mínimo torrente mágico. Irónicamente, iba a morir por no poder curarme a mí misma... Si al menos Mimosa pudiese ayudarme... si supiera lo que estaba pasando... entonces todo sería más fácil. Ella misma activaría su poder y la magia brotaría de mis dedos.

Pero no podía oírme, porque no podía llamarla.

No podía hacer nada salvo dejarme morir.

Pero la silueta insistía. Joder, casi podía escuchar su voz. Me gritaba. Gritaba mi nombre, y me reclamaba. Me ordenaba que reaccionase, que actuase... que me salvara. Sí, me daba órdenes. Incluso moribunda, me trataba a gritos...

Maldito Auren. Porque tenía que ser Auren, no me cabía la menor duda. El resto debía estar encargándose de las sombras mientras él había acudido a mi encuentro para intentar ayudarme. Para intentar que resistiera...

... pero estaba tan cansada...

... tan asustada...

Curiosamente, me pareció captar su voz. Apenas veía ya nada, pero mi oído parecía haber recuperado parte de la capacidad. Y sí, era él.

Y me gritaba, me ordenaba y se lamentaba a la vez.

Todo a la vez.

Maldito Alexander.

—Si te mueres Selyna me mata —me decía—. ¡Maldita sea, ostariana, ¿no se suponía que eras tan buena!? ¿Tan especial? ¡Pues demuéstralo! ¡Demuéstralo, joder!

¿Yo especial?, pensé, y una sonrisa se dibujó en mis labios. Jamás lo había dicho abiertamente, pero me consideraba como tal, porque ostarianos había muchos, pero gente como nosotros, de mi sangre, había muy pocos...

Ya solo dos, de hecho.

Y pronto uno.

Irene...

Alexander me atravesó la cara de un bofetón, logrando con ello que abriese los ojos presa de la indignación. ¿¡Es que ni tan siquiera me iban a morir tranquila!? Enfoqué la vista, dispuesta a recriminárselo, cuando, para mi sorpresa, descubrí que le veía con inesperada nitidez.

Parecía que empezaba a reaccionar.

Volvió a darme un segundo bofetón.

Alguien le gritó que parase, pero ya era demasiado tarde. Alexander me plantó una tercera bofetada y con ella me devolvió la chispa. ¡Si moría que fuera desangrada, no por las palmadas de aquel noble mal criado! Apreté los dientes con rabia, sintiendo como la furia despertaba en mi interior, y me valí de ella para unir suficiente consciencia como para que mis manos, aún sobre la herida, empezasen a coger temperatura.

—¡Así! ¡Bien, sigue! ¡Vamos, sigue!

—Maldito hijo de...

El resto de los insultos se los dediqué en ostariano. Mencioné a toda su familia, a las ganas que tenía de matarlo, y cuanto mejor me encontraba gracias a la entrada del torrente mágico en mi cuerpo, mayor era el tono... y más violento.

Pasados un par de minutos yo gritaba y él se reía con gran alivio. El maldito bastardo lo había conseguido, y se jactaba de ello.

Pero aquello no iba a acabar así, por supuesto. Le iba a hacer pagar por las bofetadas... aunque tardaría. Acabé de sellar la herida, para al menos dejar de sangrar, y mucho más agotada de lo que había estado jamás, me dejé desfallecer en el suelo. Para mi sorpresa, Alexander reaccionó abrazándome. Me estrechó con fuerza contra su pecho, emocionado, y me levantó en vilo, permitiéndome así ver cuánto me rodeaba...

Y lo que vi, me horrorizó.

Tal era la destrucción y la violencia de la que estaba impregnada la cueva que la oscuridad y la sangre se habían mezclado, creando una película de muerte que parecía cubrirlo todo. Alexander y sus hombres habían llegado a tiempo, pero no habían sido los únicos. Con ellos habían viajado agentes throndall cuyos cadáveres ahora decoraban el suelo.

Pero no eran los únicos que habían perdido la vida. Tiradas en el suelo, donde había yacido antes de evaporarse, se encontraban las prendas de la bruja. Su largo vestido blanco que, cubierto de sangre, había quedado como recuerdo de su terrible final a manos de Oleq, al que el fogonazo de luz dorada le había ayudado enormemente.

Sin él, no habría podido vencerla.

Y en mitad de aquella vorágine de destrucción, estaba Lessia. La pobre mujer a la que había hallado moribunda y que, aunque en ese entonces apenas se movía, sabía que estaba viva.

Lo había conseguido.

Hundí la mano pesadamente en el bolsillo del pantalón y dejé caer en el suelo los dados metálicos. Más que nunca, la ayuda de Mimosa nos iba a ir muy bien... y es que, aunque la necesitábamos para que tratase con urgencia a los enfermos, había otra razón.

Una razón de dimensiones titánicas que permanecía en completo silencio, aislada en su propio letargo, testigo de todos los horrores vividos, y cuyo nombre todos conocíamos: Magnus Voreteon.






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