Capítulo 26

Mimosa acudió a mi llamada con rapidez, surgiendo de la brecha de realidad a grandes zancadas. Estaba tan flamante como de costumbre, con las plumas relucientes, pero aquella madrugada su mirada era diferente.

Su mirada denotaba preocupación.

Me observó con inquietud de arriba abajo, sin perder detalle, y una vez comprendido que estaba bien, acudió a mi encuentro para frotar su pico contra mi mejilla en un gesto cargado de cariño.

—Empieza a gustarte demasiado tentar a la suerte, niña humana —dijo en tono meloso—, me preocupas.

Respondí con una suave caricia en la cabeza. Eran las palabras más amables que me había dedicado nunca.

—Al final me voy a creer que soy importante para ti, Mimosa.

—Tampoco te emociones.

El interés de «la grulla» no tardó en centrarse en Oleq, al que rápidamente se acercó. Le miró con los ojos encendidos, adoptando alguna expresión seductora en su imaginación, y frotó la cabeza contra su muslo.

Él no tuvo más remedio que responder acariciando su plumaje, con cara de circunstancias.

—La próxima vez que me avises espero que la situación sea mejor, humano. Ya me había hecho ilusiones...

—Mimosa —advertí, tanto porque el tiempo apremiaba, como porque no me hacía demasiada gracia la imagen—, necesitamos tu ayuda. Tenemos que volver a esa cueva: ¡Voreteon está dentro!

Sorprendida ante mi confesión, centró su atención en mí.

—¿Hablas de Magnus Voreteon?

—¡El mismo! ¡Tienes que llevarnos de regreso!

La petición la incomodó lo suficiente como para alejarse de nosotros. Su inquietud denotaba que la noticia de Magnus la había desconcertado.

—No sabría cómo —confesó—. Pude enviar a la humana porque estabas tú allí, no porque supiera la localización exacta. Seguí tu rastro.

—¿Y no hay manera de que vuelvas a repetirlo?

—¿Estando tú aquí? —Negó con la cabeza—. Me temo que no.

—¿Y Lessia? ¿No podrías seguirla a ella? Está allí... o bueno, estaba. La han matado.

Mimosa entornó los ojos, tratando de disimular el desprecio que despertaba en ella mi estupidez. Por mucho que nos conociéramos, seguía sin entender las reglas y el funcionamiento del Velo, y eso la enervaba.

—No puedo —insistió—, pides cosas ridículas, niña humana, pero admito que podría intentar descubrir un poco más. Quizás...

—¿Y Megara? ¿Podrías seguir su rastro? ¡Él estaba allí, estoy convencida!

—¡Deja de pedirme cosas y escucha! —gritó, endureciendo el tono—. Puedo intentar indagar, pero no puedo prometerte nada. No puedo involucrarme, lo sabes: no te enfrentas a simples humanos.

—Lo sé, pero...

—¡Pero nada! Estoy haciendo mucho por ti, ¡más de lo que debería! ¡Ahora mismo tu deuda conmigo es infinita, así que deja de exigir! Haré lo que pueda, pero no prometo nada.

Y dichas aquellas palabras, abandonó la realidad perdiéndose por la misma brecha que había entrado, dejándome un amargo sabor de boca. Habría sido tan fácil que nos hubiese llevado hasta la cueva... tan, tan fácil...

Bajé la mirada al suelo, agotada. Tantas emociones me estaban pasando factura.

—Si ella no puede, le encontraremos nosotros —aseguró Oleq, acudiendo a mi encuentro. Apoyó la mano sobre mi hombro y lo apretó con suavidad, reconfortante—. Si Lessia ha podido, nosotros también.

—Pero Mimosa dijo que la cueva estaba en el Velo...

—Puede, pero a esa mujer no le importó para dar con su marido. —Me dedicó un amago de sonrisa—. No es imposible.

Un rápido golpeteo en la puerta nos interrumpió. Al otro lado del umbral aguardaba Irina, ansiosa por transmitirnos las novedades. Alexander nos esperaba no muy lejos de allí, en uno de los salones de la planta baja que el gobernador nos había cedido para poder hablar. Después de haber sido informado de lo ocurrido, estaba ansioso por saber más.

Nada más llegar al salón me pidió que volviera a narrarle lo ocurrido. Con él, Banda y Voreteon escuchaban la narración con distinta actitud. Mientras que ella permanecía impasible, el rostro de él denotaba inquietud. Aquella realidad extraña de la que estaba siendo testigo rompía por completo el concepto que tenía de vida y le costaba asimilar que su Dios Todo Poderoso lo permitiese.

—¿Estás segura de que era Magnus? —quiso saber Alexander, con los músculos faciales en completa tensión.

—Era él, estoy convencida.

—¿Y estaba dormido?

—Eso creo...

—Pero entonces, ¿qué significa eso? ¿Puede estar controlando la Luna Fría en ese estado?

¿Podía? Sinceramente, no lo sabía.

No sabía nada.

Me encogí de hombros, gesto frente al que Alexander no pudo más que soltar una sonora maldición. Giró sobre sí mismo, llevándose las manos a la cabeza, y pasó varios minutos en silencio, reflexionando. Todos lo hacíamos, de hecho.

—¡No lo entiendo! ¡Tú misma dijiste que era Magnus quién estaba detrás de todo esto! ¡Tú lo viste en esa visión del juzgado!

—¡Y no mentía! Lo vi, lo juro. Además, no solo yo estoy convencida, tu tío...

—¡Mi tío no tiene nada que ver en todo esto! —gritó—. ¡Eres tú quien le vio! ¡Es en tu palabra en la que hemos creído ciegamente!

—¡Pero nadie te ha obligado!

Alexander me miró furioso. No estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria, y mucho menos que emplease para ello un tono cortante. Sin embargo, no me había dado otra alternativa. Si bien era culpable de muchas cosas, no iba a aceptar que recayese sobre mis espaldas aquel posible error.

—La decisión de venir hasta aquí fue vuestra —insistí. A nuestro alrededor, todos nos miraban en silencio, expectantes—. Yo solo dije lo que vi: ¡no he obligado a nadie a que me crea!

—¡No nos has obligado, es cierto, pero nos has mentido!

—¿Yo he mentido? ¿Cuándo?

—¡Mi hermana ha creído ciegamente en ti!

—¿¡Y acaso yo lo he pedido!?

La discusión empezaba a tomar unos tintes que no me gustaban. Alexander estaba fuera de sí y disparaba sin sentido. Quería volcar su frustración sobre alguien, y yo era el blanco más fácil. Pero no tenía razón. Él lo sabía, yo lo sabía, todos lo sabíamos, de hecho, así que no iba a permitirlo. Quizás estuviese acostumbrado a que otros pusieran la otra mejilla por su apellido, pero a mí no me importaban los albianos, y mucho menos los Auren.

—Vine aquí porque me lo pidió tu hermana —repliqué con frialdad—. ¡Solo he querido ayudaros! ¿Acaso crees que me importa lo más mínimo lo que le pase a tu país?

La petición de Mimosa retumbó en mi mente, pero me aseguré de silenciarla. No me convenía que nadie supiera que, en realidad, yo también estaba interesada en aquella causa.

—¡No sé cómo nos hemos podido dejar engañar! —dijo en tono amargo—. ¡No se puede esperar nada de un ostariano! A parte de soltar maldiciones, ¡no servís para nada!

—Con todos los respetos, Alexander —intervino Oleq—, creo que te estás pasando de la...

—¡Tú calla, pretor! —le ordenó, dedicándole una mirada furibunda—. ¡Esto no va contigo!

—En realidad sí que va con él —intervino Irina, cruzándose de brazos—, con él, conmigo y con todos. Es un mal momento, es cierto, pero no podemos dejarnos llevar por el nerviosismo. Que Magnus esté atrapado no significa que no pueda estar detrás de la maldición. ¿Quién dice que en su estado no pueda liberarla? ¡No sabemos nada! Además, sabes perfectamente que no solo Valeria apoya la teoría de Magnus...

—¡No metas a mi tío en esto, Irina! —replicó él con brusquedad. Con demasiada brusquedad, de hecho—. ¡Sabes perfectamente que mi hermana a quien cree es a ella! ¡Está convencida de que ella es la clave de todo!

—Pero entonces a quien debes reclamar es a Selyna, ¿no crees? En el fondo, Valeria solo está intentando ayudar.

Empezaron a discutir entre ellos con tanta vehemencia y confianza que empecé a preguntarme qué relación les uniría. Desde luego, no parecía el trato habitual entre un soldado y un noble...

Los escuché durante unos instantes, pero mi atención no tardó en desviarse hacia Banda. Mientras que su compañero seguía la disputa de cerca, ella se había levantado para mirar por la ventana. Había algo que había captado su interés... y pronto comprendí el motivo: en el cristal se había empezado a formar unas marcas blancas.

¿Habría empezado a nevar?

Sentí una desagradable sensación de inquietud cuando las marcas empezaron a extenderse por todas las ventanas y se colaron al interior de la sala, donde cubrieron las paredes como una plaga. El color blanco se expandía dibujando telarañas de inscripciones que parecían girar sobre sí mismas, conformando extraños símbolos.

Símbolos que refulgían con luz propia...

Símbolos que empezaron a teñir el salón de una luminiscencia púrpura...

—¡Eh! —exclamó Banda—. ¿Estáis viendo eso? ¿Qué demonios es?

La telaraña acabó con la discusión. Mientras la observaban desconcertados, la temperatura de la sala estaba cayendo en picado, y aunque ellos aún no sabían lo que significaba, por desgracia, yo sí.

La magia se estaba apoderando del salón. Las marcas palpitaban al ritmo de la cuenta atrás que pronto rompería la realidad en mil pedazos, y nosotros, encerrados en aquella sala, éramos sus prisioneros...

Éramos sus víctimas.

Era ella.

Antes incluso de que pudiera reaccionar, el estallido de cientos de cristales me ensordeció. Me llevé las manos a las orejas y traté de cubrírmelas sin éxito: aquel sonido no era real. El crujido de la realidad se extendía por todas las dimensiones, y nada ni nadie podía detenerlo... y mucho menos unas simples manos humanas.

Mis rodillas cedieron y caí al suelo, desde donde vi con horror cómo a nuestro alrededor las paredes del salón se rompían en cientos de desgarros para dar paso a cascadas de oscuridad. Las sombras se desbordaban de su interior como un chorro de agua negra...

Para luego alzarse como grandes titanes.

El caos se desató en el salón cuando los primeros seres se abalanzaron sobre todos. No parecían distinguir entre unos y otros, y su objetivo era claro: querían destruirnos. Sus manos buscaban alcanzar nuestros miembros y nuestros cuellos para romperlos como si fuésemos muñecos. Y lo hacían a gran velocidad, con la fuerza del Velo.

Adelantándose hasta situarse ante mí, Oleq se plantó como un escudo protector. Yo seguía en el suelo, impactada por la escena, pero también superada por las circunstancias. En apenas unos segundos, todo cuanto nos rodeaba parecía haber enloquecido. Por suerte, conmigo había tres soldados y dos pretores, y todos sabían lo que debían hacer.

Todos menos yo.

Pero todo iría bien mientras Oleq estuviese conmigo. El pretor no iba a permitir que me pasara nada. Ni él, ni el propio Alexander, quien no dudó en cogerme por el cuello de la camiseta y tirar de mí hacia el centro de la sala. Allí, rodeada del resto de mis compañeros, estaría segura...

Pero ¿cuál era su objetivo? ¿Por qué habían tardado tanto en reaccionar? Su aparición era la respuesta a mi incidente en la cueva de Magnus: el «ángel» de Jenna quería silenciarme. Pero llegaba tarde. Incluso si yo moría, mis compañeros sabían lo que estaba pasando.

Había ganado aquella batalla.

La violencia se desató con mayor brutalidad con la llegada de más sombras. Durante los primeros minutos habían tenido que luchar utilizando el mobiliario de la sala a modo de arma. Desde libros hasta el atizador de la chimenea. Sin embargo, tras una ausencia de apenas tres minutos, Irina Sumer había regresado cargada y ahora estaban equipados para hacerles frente.

Incluso yo tenía un cuchillo entre manos...

Un cuchillo que ni sabía usar, ni iba a utilizar, puesto que no era una guerrera. Yo era un miembro de Dos Vientos, lo más parecido que había allí a un magus, y tenía que actuar en consecuencia. A diferencia de sus oponentes, mis compañeros no podrían luchar eternamente.

Así pues, tenía que hacer algo.

Tenía que reaccionar.

—Vamos, Valeria, espabila...

Venciendo al miedo que tanto me aprisionaba el pecho, traté de analizar la situación. Más allá de los gritos, golpes y disparos que se oían dentro de la sala, la violencia se estaba extendiendo por toda la fortaleza, donde las sombras habían empezado a expandirse. Los hombres de Celes Meriestonn habían acudido a la llamada de Sumer, que además de conseguir armas se había encargado de despertar a todos los habitantes, y las consecuencias eran inevitables. Los golpes se multiplicaban, junto con los gritos, el dolor y la sangre...

¡Tenía que reaccionar! Pero ¿qué podía hacer? Mirase donde mirase, las sombras surgían de los muros sin que nada las detuviese. Era como si no tuviesen límite... como si toda la estructura se hubiese fracturado, abriendo decenas de brechas al Velo, allí desde donde el «ángel» convocaba a sus tropas...

El «ángel».

Su recuerdo acudió a mi memoria. La vi estirando los brazos para convocar su poder y sentí que el corazón se me aceleraba aún más. Ella era la culpable, y probablemente solo ella pudiese pararlo...

Respiré hondo. La última vez que había hecho frente a aquellos seres su objetivo había sido totalmente distinto. Habían intentado secuestrarme, no asesinarme, lo que ponía una cosa en evidencia: que aquellas puertas eran de entrada y de salida...

Y que ella estaba al otro lado.

Ella.

Apreté los dedos alrededor del cuchillo y clavé la mirada en la pared. Las sombras caían en cascada de las brechas, pero creía poder trepar hasta una de ellas y colarme.

—¡Cuidado!

Alguien me derribó de un empujón justo cuando una de las sombras se materializaba junto a mí. No la había visto aparecer, pero ella sí. Banda, surgida de la nada, se interpuso entre el monstruo y mi persona y empezó a disparar.

Cinco balas después, la sombra se desintegró.

—¡Atenta, ostariana! —me gritó.

Sentí la mirada de Alexander a unos metros de distancia taladrándome. Tenía el rostro empapado en sangre y parecía desesperado. Claro que no era el único. Vermanian, que combatía espalda con espalda con él, también rezumaba sangre y presentaba varias heridas. Además, respiraba cansado. Los únicos que parecían frescos eran los pretores, cuya capacidad innata para el combate no les permitía frenar. Irina aparecía y desaparecía en la penumbra lanzando tajos certeros con su gladio mientras que Oleq, convertido en un torbellino de furia, destrozaba cuanto se cruzaba a su paso con los ojos convertidos en dos bolas de fuego.

Era una imagen casi tan impresionante como aterradora.

Empezaba a entender lo que significaba realmente formar parte de su Hermandad...

Pero no podía seguir perdiendo el tiempo. Le dediqué una última mirada y corrí hasta donde Auren y Voreteon reducían al enemigo. Una vez con ellos, señalé la pared.

—¡Creo que la bruja está al otro lado de los portales, convocando a las sombras! —grité.

—¿Estás segura? —replicó Alexander, sin dejar de disparar.

Varias de las sombras cayeron en tromba sobre el legionario, que rápidamente las apartó empleando su espada ceremonial. En su mano se movía como un pincel sobre el lienzo.

—¡No estoy segura de nada, pero tengo que intentarlo! ¡Es lo único que se me ocurre!

—¡No te hagas la heroína! ¡Me vales mucho más viva que muerta!

—¡Las heroicidades os las dejo a los albianos! —dije, y me volví hacia la mesa más cercana a la pared. Hice un rápido cálculo—. ¡Necesito que me aseguréis la pared! ¡Tengo que subir!

—¿Y después qué? —replicó Auren—. ¡Irina! ¡Irina, ven, corre! ¡Ve con la ostariana!

La pretor apareció y desapareció un par de veces más antes de acudir a mi lado convertida en una delgada sombra parpadeante. Me miró un instante, después a Alexander, y sin decir palabra asintió y me cogió la mano. Acto seguido, observó con atención los movimientos de Vermanian y Auren, y aguardó a que yo me decidiera.

—¿Cuál es el plan? —me preguntó.

—No hay plan —respondí.

Y en cuanto vi que lograban asegurar momentáneamente la pared, corrí hacia la mesa. Me planté encima de un salto torpe, y una vez recuperado el equilibrio, me dejé llevar por la pretor, la cual parecía haber leído mis pensamientos. Nos lanzamos sobre la pared... y tras un instante de vacío, fuimos engullidas en una espiral multicolor en cuyo interior nos perdimos momentáneamente.

Solo unos segundos.

Después caímos en el frío suelo de piedra de la cueva. Y ella estaba allí, ante nosotras, con los brazos extendidos, concentrada, y a sus pies, sacudiéndose entre espasmos, Lessia.

Lessia seguía viva.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top