Capítulo 20

Llegamos a Tysgard por la mañana, con el cielo cubierto de gruesos nubarrones oscuros que amenazaban con tormenta. La estación de trenes se encontraba a cinco kilómetros de la ciudad, y para ser una de las estaciones principales del país, destacaba por el número limitado de vías. Además de la nuestra, tan solo había cuatro más para cubrir toda la red ferroviaria hasta la capital.

Las carreteras tampoco gozaban de las óptimas. El pavimento estaba corroído y agrietado, víctima del continuo ir y venir de vehículos de grandes cilindradas. Era habitual ver convoyes de camiones atravesar el país de norte a sur, pero también caravanas de coches cuyos dueños, nómadas por naturaleza, iban y venían dependiendo de la climatología.

Throndall era diferente. Tan pronto dejamos el tren atrás y subimos a los distintos vehículos que los Heraldson había preparado para nuestro traslado, lo notamos. No diré que estuvieran atrasados, pues no era el concepto exacto, pero sí que era una sociedad muchísimo más rural que la nuestra. Con inmensos bosques cubriendo el horizonte y un aire tan puro que incluso dolía al respirar, nos encontrábamos en un lugar tan diferente a la realidad del sur del continente que el cambio resultaba chocante. A pesar de ello, el ambiente era agradable. Además del ruido del tráfico, el canto lejano de los pájaros acompañaba nuestro viaje, algo que me traía buenos recuerdos de Caelí.



Tysgard era una ciudad singular. De tamaño muchísimo más reducido que Hésperos o Brin-Moer, la capital de Throndall tenía cierto parecido a Herrengarde, con grandes murallas y edificios de piedra. No obstante, el parecido se acababa ahí. Más allá de sus férreos muros aguardaba un impresionante bosque de abetos cuyos caminos conformaban las avenidas y las calles de Tysgard. Había algunas zonas asfaltadas, sobre todo en el centro, pero la mayor parte tenía el suelo de tierra, perfecto para que sus gentes pudieran disponer de sus propios jardines y huertos. Porque en la capital no había edificios, solo casas unifamiliares que, diseminadas por el inmenso territorio, llenaban de vida y de luz un agradable lugar en cuyo corazón se alzaba un imponente castillo negro.

Mientras nos acercábamos, la sombra de la ciudadela se proyectaba sobre la ciudad como un coloso. Estaba compuesto por un conjunto de edificios muy altos, con varias torres acabadas en punta, que estaban conectados entre sí por finos y elegantes puentes que contrastaban con el estilo arquitectónico algo burdo del resto de la ciudad. El castillo parecía nacido del sueño de un mago, con unas alturas imposibles y llamativas filigranas en sus fachadas que hacía recordar a la Academia de Hésperos.

Nos llevaron hasta la muralla del castillo, donde un puente levadizo bajado nos aguardaba. Y en él, formando un pasillo de honor, un grupo de soldados uniformados de negro cuyas alabardas ascendían hasta cinco metros. Atravesamos el puente, escuchando uno de tantos himnos throndall a nuestro paso, y accedimos a un patio de armas. Allí, formando un semicírculo, el gigante Frigg Heraldson nos esperaba con una sonrisa.

Me mantuve en un segundo plano durante el recibimiento. Mientras sonaban gaitas desde lo alto de las distintas torres, donde estaban apostados los músicos, y el príncipe y Selyna se encontraban, yo observaba la escena con curiosidad. Más allá de la belleza arquitectónica del palacio, cuyos grabados florales se extendían por todos los muros, lo que más llamaba la atención era el estado de pulcritud en el que se hallaba. Los cristales de las ventanas estaban perfectos, las plantas muy cuidadas y el suelo reluciente. Incluso las libreas de los soldados parecían recién sacadas de la tintorería. Frigg Heraldson estaba decidido a sorprender a su prometida, y por el momento el resultado estaba siendo un éxito.

El castillo era impresionante.

Pero no solo el castillo. Incluso viéndolo desde la distancia, era innegable que el príncipe throndall era un hombre muy atractivo. Con el cabello pelirrojo lleno de rizos cortado sobre los hombros y la barba muy bien cortada, resultaba imposible no fijarse en él. Tenía los ojos castaños, profundos y con las pestañas muy oscuras, y el rostro cubierto por pecas. La mandíbula se le adivinaba cuadrada bajo la barba, e incluso con el traje negro se intuían músculos fuertes y bien formados bajo la ropa. Un aspecto imponente que, junto a su prometida, le hacía parecer un auténtico gigante.

—Es guapo, ¿eh? —escuché que me decía Irina Sumer desde atrás, recién surgida de entre la multitud. La joven albiana tenía una capacidad sobrenatural para aparecer y desaparecer—. Quizás un poco mayor para mí, diría que es de tu edad, pero vamos, que no le haría ascos precisamente...

No pude quitarle la razón.

Selyna y Frigg se saludaron con corrección, y tras unos cuantos minutos de espera en los que el futuro matrimonio intercambió confidencias, la comitiva se puso en marcha de nuevo. Frigg y Selyna se pusieron en cabeza, y poco a poco fuimos accediendo al interior del castillo, donde pronto el ejército de sirvientes del príncipe throndall se encargaría de organizar a los recién llegados.




Frigg resultó ser un hombre muy cordial. Aunque su apariencia resultaba un tanto intimidante, no tardó en mostrar su auténtica naturaleza, con una sonrisa amable siempre en la cara y una delicadeza inesperada en el trato hacia Selyna.

Los primeros días pasaron con rapidez, con la noble mucho más adaptada a la corte de lo que habría imaginado. Se movía como pez en el agua entre el círculo de Frigg, demostrando una capacidad de adaptación inesperada. Desde un principio había adecuado sus modales y ropajes a los de su prometido, convirtiéndose en apenas unos días en una más. Incluso se la veía hablando en el idioma nativo con el príncipe y su círculo más cercano. Al parecer, durante su formación le habían instruido al respecto, tanto en idioma como en costumbres, y el resultado era brillante. Quizás solo fuera pura apariencia, pero daba la sensación de que Selyna era feliz. Y lo que aún era más perturbador: parecía tremendamente cómoda con Frigg. Salían juntos a pasear y a cabalgar a diario, y no era inusual verlos cogidos de la mano o intercambiando confidencias al oído. Los gestos eran cercanos, con mucha facilidad para el contacto físico, aunque por el momento sus muestras de cariño no pasaban de ahí. Sospechaba que a puerta cerrada era posible que hubiesen llegado a besarse, o incluso a algo más, pero si no lo habían hecho, era cuestión de tiempo. Una situación que, aunque a simple vista parecía ser una merecida recompensa para Selyna, no parecía tranquilizar a su hermano. A Alexander le costaba ver a su hermana en aquellas circunstancias...

Y no era el único.

Aunque Óscar acompañaba a su amada siempre que podía, los momentos en los que ella le pedía que la dejase a solas con Frigg eran una tortura para él. El pretor no decía nada al respecto, siempre guardaba silencio, pero su mirada lo delataba. No estaba siendo fácil para él.

Por desgracia, no había otro camino.




Alcanzada la semana, el ambiente era inmejorable. La unión entre los dos prometidos era evidente y su relación avanzaba a pasos agigantados. Ya no era descabellado verlos besándose, aunque siempre lo hacían cuando creían gozar de un poco de intimidad, y las muestras de afecto eran continuas. Él la cogía de la cintura y ella le cogía del brazo; él le acariciaba la mejilla y ella le alborotaba el cabello sin pudor. Se dirigían apelativos cariñosos... destilaban complicidad.

Por el momento seguían durmiendo en habitaciones separadas, cada uno en una torre distinta, pero no me habría sorprendido saber que se escapaban para compartir las noches. Entre ellos había una gran sintonía, y con cada día que pasaba, los buenos resultados de la unión aumentaban.

Aquellos avances mantenían la actividad de la comitiva albiana muy activa. Todo apuntaba a que en tres semanas se celebraría la boda por todo lo alto, y ambas cortes estaban muy implicadas en sus preparativos. Aquella situación comportaba que algunos estuviesen muy ocupados, mientras que otros, como yo, no tanto.

Me pasaba los días paseando por el castillo, leyendo en la biblioteca o saliendo a pasear a la ciudad. Pero siempre lo hacía sola, lo que provocaba en mí cierto aburrimiento. Mis orígenes ostarianos habían despertado un gran interés entre algunos de los miembros de la corte, incluido algunos de los amigos más íntimos del príncipe. Hombres amables y apuestos a los que Selyna había incitado a que se acercasen a mí, probablemente para intentar darme un poco de diversión, pero que no habían conseguido más que llenarme algunas horas con conversaciones no tan interesantes como presumían. Con quien sí que pasaba algo más de tiempo era con Óscar, al que los encuentros privados entre Selyna y Frigg dejaban cada vez más horas libres. Durante esos ratos el pretor me buscaba, y aunque no hablábamos de nada en concreto, estábamos juntos, tratando de hacernos la estancia un poco más agradable.

Los que no se aburrían en absoluto eran Oleq e Irina Sumer. Apenas nos habíamos visto desde la llegada a Tysgard, cuando los soldados y el equipo militar había sido instalado en un módulo adicional al castillo, a cierta distancia de la torre de invitados donde yo tenía mi habitación. Sin embargo, las pocas veces que habíamos coincidido siempre estaban juntos, mostrando una complicidad inusual. Un comportamiento que me llamaba la atención, pero solo hasta cierto punto. Mientras que Óscar aseguraba que la relación entre aquel par era amistosa, yo no podía evitar sentir ciertos celos. Su complicidad no era como la de Selyna y Frigg, era innegable, no había muestras de cariño reales entre ellos, pero algo en mí me hacía sospechar que, en realidad, lo suyo era bastante más real.

Los celos, ¿quizás?

Mars se burlaba de mí cuando espiaba el patio de armas a través de la ventana. Que me estaba complicando la vida tontamente, decía. Con lo fácil que sería ser sincera con él... Lo que el pretor no entendía, por supuesto, era que mi dilema no se hallaba en el querer o no, sino en lo que podía o no podía hacer. Y visto lo visto, en Sumer.

Maldita Sumer.

Claro que, siendo sinceros, Irina era encantadora. No era de sorprender que se hubiese fijado en ella. Cierto era que le sacaba bastantes años, pero siendo pretores con más de cien años de vida por delante, ¿acaso importaba?

—De veras, ostariana, si esto acaba en tragedia será culpa tuya, lo sabes, ¿verdad?

—Cállate, anda...




Alcanzado el décimo día, empezaron los rumores de un posible viaje de Alexander por el país. En ese entonces Selyna ya era una más dentro de la corte, había conocido al padre de su prometido, el rey, y las cosas iban bien entre ellos. Frigg se mostraba como un prometido cariñoso y respetuoso, y ella brillaba de pura felicidad. Su hermano no estaba tan feliz, la situación le preocupaba, pero seguía en un segundo plano. Prefería no mostrar abiertamente sus sentimientos. Mars, en cambio, estaba más relajado. Si bien los primeros días habían sido duros, ahora sobrellevaba mucho mejor las horas de intimidad de los prometidos. Un cambio que me resultaba de lo más llamativo, pero que me alegraba. Mars empezaba a ser un apoyo importante en mi vida.

Se marcó como fecha de partida de la expedición dos días después. Un breve periodo de tiempo en el que Frigg decidió organizar una recepción en honor a Alexander. Durante aquellos días no había podido acercarse a él, pero sabía que, en el momento en el que trajera a sus tropas, lo conseguiría. Porque otra cosa no, pero Frigg quería demostrarle su valía a Alexander. Quería que confiara en él, y visto lo visto, estaba convencido de que aquella era la mejor manera.




La recepción se celebró en uno de los salones de la planta baja del castillo, con salida al patio de armas, donde los soldados se amontonaban para compartir bromas y confidencias. Los hombres de Frigg nos cuatriplicaban en número, pero era mucho más agradables y amistosos de lo que a aparentaban. Teniendo en cuenta que todos parecían gigantes musculosos capaces de arrancarte la cabeza con sus propias manos, resultaba agradable verlos reír y bromear. Les hacía parecer más humanos.

El ambiente festivo de la recepción me permitió poder charlar con Selyna. Durante aquellos días apenas habíamos podido compartir un momento de confidencia, pero allí, en aquel entorno repleto de gente, música y bebida, la ocasión era inmejorable.

Aprovechamos que una de las terrazas estaba vacía para salir a tomarnos una copa de vino. Vestida de verde con un vestido largo de pronunciado escote, costaba creer que fuera la misma jovencita recatada que había conocido en el Palacio Imperial.

—Me alegra verte tan contenta, Selyna —exclamé, dedicándole una sonrisa sincera—. Nunca imaginé que las cosas saldrían tan bien.

—Frigg no es lo que parece —resumió ella, asintiendo con la cabeza—. He sido afortunada, para qué negarlo. Su familia es radicalmente distinta a la mía, pero creo poder adaptarme a ellos. Eso sí, en cuanto empiece a nevar, no quiero ni imaginarme lo que va a ser vivir aquí. —Dedicó una fugaz mirada hacia el interior del salón y me cogió del brazo, para alejarme un poco más de la puerta—. Le he contado a Frigg lo que está sucediendo en Albia. Sabía de la existencia de la maldición, pero no de la gravedad con la que está asolando el país. Le ha impactado su poder.

Me limité a asentir, comprendiendo a lo que se refería. Teniendo en cuenta que la maldición solo se había liberado una vez anteriormente, era de esperar que nadie fuera consciente de su alcance.

—No hay registros sobre ninguna familia llamada Voreteon en el país, me lo mostró para que lo viera con mis propios ojos, por si no le creía. No obstante, eso no significa que no estén: gran parte de Throndall no está registrado en los sistemas. Digamos que les falta aún mucho camino por avanzar a nivel tecnológico.

—No es un no definitivo, entonces.

La joven asintió.

—Me ha contado que existe una colonia ostariana importante en el norte. Parece que están agrupados en los alrededores de Viklerr, una de las pocas ciudades al norte del país. Es una zona conflictiva, incluso siendo su princesa la esposa del príncipe Gunnar, el hermano mayor de Frigg, parece que no es del todo segura. Deberéis ir con especial precaución.

Tomé nota mental de sus indicaciones. Por el momento no habíamos avanzado demasiado, pero era de agradecer confirmar nuestras sospechas.

—Frigg dice que las gentes del norte son nómadas en su mayoría: algunos se mueven por carretera, pero otros por agua. No perdáis de vista los navíos, puede que nuestro objetivo no esté en tierra.

—¿Te ha dado algún nombre?

Negó con la cabeza.

—No... pero conoció a Magnus.

Una estruendosa carcajada procedente del patio de armas captó nuestra atención momentáneamente, dejando las palabras de la noble en el aire. Me llevé la mano al pecho, sintiendo el ritmo del corazón acelerarse, y volví a centrarme en ella. Dentro, Frigg la buscaba: no podía alargarse mucho más nuestro encuentro.

—Fue hace tres años, cuando nacieron sus hijos. Al parecer, está casado y tiene mellizos... dice que vinieron a presentarlo ante su padre como muestra de respeto. En ese entonces le pareció un hombre humilde y sincero: una buena persona. Apenas pudo hablar con él, pero le sorprende que sea la misma persona.

—Pero lo es.

—Lo es, sí... —Selyna me apretó con suavidad el hombro en un gesto lleno de cariño—. Tengo que volver. Asegúrate de que mi hermano se despide de mí antes de irse, por favor. Sé que es capaz de no hacerlo.

—Lo intentaré.




Permanecí una hora más en la fiesta, hasta que los primeros invitados empezaron a retirarse con la caída de la noche. Aproveché entonces para salir desapercibida del salón y me encaminé hacia mi habitación, en la segunda planta de la torre de invitados. Aún notaba el corazón acelerado después de la revelación de Selyna, aunque no entendía el motivo. Si ya sabíamos que Voreteon se había dado a conocer en Throndall, ¿por qué me sorprendía tanto?

Me detuve frente a la puerta con las emociones a flor de piel. Notaba algo extraño en mí. Una sensación que me trepaba por las entrañas, contagiándolas de un nerviosismo inusual.

Seguía dándole vueltas... ¿por qué? ¿Por qué me sorprendía?

¿Por qué el nombre de Magnus causaba de repente aquella sensación en mi pecho?

¿Por qué sentía aquel vértigo?

¿Por qué...?

¿Por qué empezaban a temblarme las piernas?

Alguien gritó mi nombre a mis espaldas, y me giré justo cuando, en mis labios, un desagradable sabor metálico estalló. Sentí la sangre teñirme los dientes y, por un instante, el miedo se apoderó de mí.

Volví a oír mi nombre con total y absoluta claridad a voz en grito. Una figura surgió en el pasillo y, como un huracán, acudió a mi rescate justo cuando las piernas me fallaban y me desplomaba. Me tomó entre sus brazos y vi su rostro como última imagen antes de desvanecerme.

Oleq...






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