Capítulo 17
Llegamos a Herrengarde al siguiente anochecer.
Con el paso de los días la nieve había disminuido de nivel, pero incluso así el paisaje seguía siendo blanco. Iba a necesitar unas cuantas jornadas más de sol intenso para que la naturaleza recuperase su verdor habitual.
Conscientes de nuestra inminente llegada, Selyna ya nos esperaba cuando fuimos escoltados hasta la imponente fortaleza de los Vermanian. La noble volvía a brillar como el primer día en que nos habíamos conocido, desbordando energía. En la memoria de ambas seguía estando el recuerdo de lo ocurrido, pero tal era su paz que parecía haberlo superado.
Tras los saludos, Selyna nos guio hasta la torre de invitados, lugar que parecía haberse convertido en su centro de operaciones. Allí, en la última planta, habían preparado una cena en la que, para mi sorpresa, había alguien más.
Alguien cuya expresión sombría no varió un ápice al verme entrar. Seguía cayéndole tan mal como el primer día, o puede incluso que más.
Alexander Auren.
El hermano menor de Selyna se levantó para saludarnos. Estrechó la mano a Oleq con firmeza, mirándole a la cara, mientras que en mi caso se limitó a asentir con la cabeza. Después, sin disimular un ápice la incomodidad, regresó a la larga mesa donde no tardaron en traernos la cena.
La conversación apenas fluyó durante el primer plato. Selyna quería saber cómo estaba Oleq y si tenía noticias sobre Elisabeth, pero el estado anímico del pretor era cada vez más taciturno y apenas hablaba. No le apetecía. Además, habíamos ido hasta allí para escuchar, no para hablar, y el tiempo pasaba.
—Estoy a punto de convencer a mi tío para que nos permita el traslado de la Centurión —anunció para tranquilidad de Oleq—. Le disgusta la idea, prefiere tenerla cerca, pero sé que lo puedo conseguir. Además, no es estúpido, sabe que su encierro está provocando un gran malestar entre los miembros de tu Casa. Estén de acuerdo o no con sus decisiones, Elisabeth es admirada por todos sus compañeros. Alargar esta situación solo va a empeorar la situación.
—Mi tío quiere demostrar quién manda —la secundó Alexander—. Odia perder el control, y en el momento en el que la Centurión decidió operar por decisión propia, se convirtió en un peligro. A pesar de ello, no pierde de vista que sus decisiones fueron acertadas. Estoy convencido de que, por dentro, da las gracias por lo que hicisteis. Aunque quizás no lo sepas, fuisteis la fuente de inspiración de muchos. Reiner fue la primera en dar la orden, pero fuimos muchos los que nos trasladamos más allá de las ciudades para seguir vuestros pasos y proteger a nuestras gentes.
La pasión con la que Alexander narraba lo acontecido logró despertar cierta emoción en mí. Resultaba satisfactorio saber que la decisión de Elisabeth había concienciado al resto.
—Hicimos lo correcto —sentenció Alexander—. Y es precisamente por ello por lo que estoy aquí: aunque mi visión de la vida y la de mi hermana difiera en muchos puntos, coincidimos en que esta situación es inaceptable. Sois víctimas de una caza de brujas injusta que debe parar antes de que sea demasiado tarde. ¡Albia os necesita más que nunca!
—Pena que solo lo veáis vosotros, y no el Emperador.
A pesar de su malestar, Oleq hablaba con determinación. Al igual que Alexander, el pretor consideraba haber actuado bien, y si bien quizás los hermanos Auren no eran las personas más adecuadas frente a las cuales mostrar su descontento con la gestión de Doric II, no estaba dispuesto a guardar silencio.
Estaba harto de permanecer callado.
—El Emperador está pasando por un momento muy complicado —intervino Selyna—. La Luna Fría está pasándole factura. Y no hablo solo por los daños evidentes que ha provocado y provocará, sino por todo lo que se está generando a su alrededor. Son muchas las voces que empiezan a dudar de él. Voces que teme que puedan llegar a darle la espalda en cuanto se revele la identidad del culpable de lo que está pasando.
—Magnus Voreteon —recordé.
Los dos hermanos intercambiaron una mirada llena de incomodidad cuando pronuncié su nombre. No era tabú, pero el que lo mencionara tan abiertamente les preocupaba.
—Lo escuché en una reunión en el Palacio Imperial—aclaré, dando respuesta a sus evidentes dudas—. Elisabeth me llevó para que explicase lo que había vivido. En ese entonces no dijeron mucho más al respecto, solo dieron dos nombres, pero nadie pareció sorprenderse. Diría que le buscan hace tiempo.
—¿Quién es Magnus Voreteon? —se sorprendió Oleq.
Volvieron a intercambiar una mirada. Por un instante me pregunté si no existía algún tipo de conexión telepática entre ellos. Parecían mucho más unidos de lo que a simple vista me había parecido inicialmente.
Fue Selyna la que tomó la palabra.
—Magnus Voreteon es el único hijo vivo de Alexander Auren, el hermano mayor del Emperador. Valeria, probablemente tú no lo sepas, pero la línea sucesoria de los Auren señalaba a mi tío Alexander como el heredero al trono. Sin embargo, murió en Throndall.
—Lo asesinaron —aclaró Alexander, con la mandíbula rígida. Apretaba los puños bajo la mesa—. Lo asesinó la familia de su esposa, los Voreteon.
Su revelación dinamitó la paz reinante. Desconocía la historia por completo, y por el modo en el que Oleq guardaba silencio, tenía la sensación de que a él le pasaba algo parecido. Las muertes trágicas en las familias reales siempre eran impactantes para la sociedad del momento, pero eran tan habituales que había llegado un punto en el que se perdían rápido en la memoria colectiva.
Escuchamos la historia de Alexander Auren con una mezcla de sensaciones. Al parecer, el afán de adentrarse en el mundo mágico de Maximilian Auren le había llevado a investigar en profundidad las Hermandades ostarianas. Los guardianes de los grandes secretos eran un auténtico misterio para él. Sentía curiosidad por saber qué verdades ocultaban, y tras años de mucha investigación había logrado dar con el rastro de la Orden Voreteon, probablemente la más importante de todas.
Y después de siglos ocultos, la Hermandad salió a la luz.
Muy sorprendido ante el inesperado interés del por aquel entonces joven Emperador, el líder de los Voreteon acordó compartir parte de su esencia con el albiano. No iba a revelar sus secretos, esos se los llevaría a la tumba, pero sí que quería premiar su fascinación compartiendo con él su forma de vida. A partir de entonces, el vínculo entre ellos se fue fortaleciendo.
—Para cuando nació Alexander, la relación con la Hermandad era tan estrecha que llevó al pequeño para presentarlo ante los ostarianos. Curiosamente, en esa misma época había nacido también un nuevo miembro de los Voreteon, Camille, y aquella casualidad fue considerada una señal del destino. Todo apuntaba a que aquellos dos nuevos miembros estaban predestinados a unir las dos familias. Sin embargo, la necesidad de los Voreteon de permanecer ocultos lo dificultaba todo. Era un futuro que había nacido ya muerto... o al menos así hubiesen querido los Voreteon. Por desgracia para la Orden, el amor es más fuerte, y para cuando Maximilian quiso darse cuenta, su hijo se había hecho mayor y estaba profundamente enamorado de Camille. Después de tantos años de unión, era inevitable...
Alexander estaba destinado a heredar el trono de Albia, lo que complicaba enormemente aquella relación. Mientras los Voreteon mantuviesen su compromiso de permanecer ocultos, sería imposible que Alexander y Camille pudieran seguir juntos. Como era de esperar, aquella situación provocó grandes tensiones entre ambas familias, llegando incluso a distanciar a Maximilian de la Orden. Sin embargo, Alexander y Camille estaban tan decididos que viajaron hasta Throndall, donde se casaron en secreto en las tierras de la Reina Idhun.
Después, desaparecieron.
—Por desgracia, mi tío nunca regresaría —sentenció Alexander con amargura—. Estando en Throndall, fue asesinado por un espía dynnar. Con los años nuestros agentes de la Noche lograrían localizar al asesino y darle muerte, pero antes le obligarían a confesar cómo lo había localizado. Según dijo, fue la propia Camille quien le traicionó.
—¡Eso no es cierto! —intervino Selyna con indignación—. ¡Dijo que fue una mujer, pero no que fuera su esposa!
—A mí no me culpes, es lo que decía el abuelo.
—El abuelo estaba furioso porque habían asesinado a su hijo... y porque Camille no cumplió con lo que le pedía. —Selyna dejó escapar un profundo suspiro—. Alexander y ella habían tenido un hijo durante el tiempo que habían pasado en Throndall, y lejos de entregárselo al abuelo, como él exigía, ella decidió quedárselo.
—Magnus Voreteon —comprendió Oleq, sobrecogido por la historia—. Magnus Auren, en realidad.
Los hermanos asintieron.
—Magnus Voreteon es nuestro primo —admitió la noble con pesar—. Tal fue la furia del abuelo cuando Camille se llevó al niño que ordenó que lo secuestraran. Obviamente, eso provocó la desaparición definitiva de los Voreteon. La Orden se esfumó de la faz de la tierra, con Magnus en su poder. Desde entonces hay una Unidad de la Noche que los busca: se les culpa de la desaparición de Magnus, pero también del asesinato de mi tío.
Respiré hondo, tratando de asimilar toda la información. El drama familiar de los Auren no parecía tener fin. Fuese cual fuera la generación que les tocase vivir, los amores, envidias y traiciones llenaban de sangre y dolor su historia.
Selyna siguió hablando.
—Magnus reapareció hace cinco años. Usa el nombre de su familia materna, y aunque hasta ahora no se había mostrado amenazante, era cuestión de tiempo de que quisiera vengarse por lo que le han hecho a su Hermandad. —Hizo un alto para coger aire—. Al principio nadie quiso creer que él estuviese detrás de la Luna Fría, pero con el paso de los días empezaron las dudas. No podía ser otro.
La situación adquiría unos tintes especialmente dramáticos al descubrirse que había sido su propio primo el que había provocado la muerte de su nonato para iniciar la maldición. Alexander no era consciente de ello, pero podía notar en la mirada de Selyna la inquietud que aquella situación despertaba en ella.
Las guerras familiares podían llegar a ser muy crueles.
—Con esto no quiero exculpar el comportamiento de mi tío Doric, es cierto que está cometiendo muchos errores, pero es importante que entiendas que la situación es crítica para él, Oleq —prosiguió Selyna—. Es su propio sobrino el que le ha declarado la guerra, y está intentando encontrar la mejor forma de detenerle.
—Quizás por ello tenga tanto interés en potenciar a los magi —reflexioné—. Porque era cuestión de tiempo de que Voreteon volviera.
—La magia no solo se combate con magia —sentenció Alexander—. Pero es probable que tengas razón. Sea como fuere, mi tío está tomando decisiones complicadas que nos está afectando internamente, de ahí a que os hayamos hecho llamar... pero hay más razones. —Clavó la mirada en Oleq—. Valeria no es la única con la que Magnus ha contactado. Sabemos que lleva tiempo estudiando a Albia, empapándose de lo que sucede, y está buscando aliados... —Hizo un alto—. No es casual que mi tío esté tan obcecado con los de tu Casa, Reiner. Se sabe de contactos previos con Voreteon.
—¿Cómo dices...?
Se me secó la garganta. A mi lado, la tensión estalló en Oleq, al que la mera insinuación hizo levantarse hecho una furia. Alexander aún no había lanzado la acusación, pero no tardaría.
—¡Como te atrevas a acusar a mi madre de haber estado en contacto con ese hombre, te juro que...!
—Que ¿qué? —replicó Auren, poniéndose también en pie.
Los dos hombres se encararon. El uno se acercó al otro hasta prácticamente rozar las frentes, y durante unos segundos permanecieron en silencio, mirándose con fijeza. Ambos parecían invadidos por un repentino ataque de masculinidad y orgullo que les hacía comportarse como idiotas. Por suerte, aún les quedaba un mínimo de cordura como para no pasar a mayores.
—¿Eso os lo enseñan en la Academia Militar a todos, o qué? —gritó Selyna—. ¡Es vergonzoso!
—¡No voy a permitir que insulten a mi familia en mi cara! —aseguró Oleq con dignidad—. ¡Me niego en redondo!
Esta vez fue Selyna quien se puso en pie.
—¡Cállate y siéntate! —ordenó con contundencia. Inmediatamente después, dedicó una mirada amenazante a su hermano, cortando de raíz la sonrisita burlona que empezaba a formarse en su boca—. ¡Los dos: callaros y escuchad! Oleq, mi hermano está en lo cierto, hay pruebas de que Magnus contactó con tu madre, pero también de que ella lo rechazó. ¡Así pues, no hay orgullo ni honor que ensuciar! ¡Actuó como se esperaba! A pesar de ello, desde entonces está bajo la lupa del Emperador. Mi tío es desconfiado, y en cuanto ha podido, la ha apartado. No obstante, yo creo en ella. Ha demostrado su valía en demasiadas ocasiones como para no hacerlo. Quiero ayudarte, Reiner, pero no me lo estás poniendo fácil.
Oleq no respondió. Dedicó una fugaz mirada hacia Alexander, incapaz de apagar la rabia que tanto ardía en su pecho, y bajó la mirada.
Ambos volvieron a tomar asiento.
—¿Qué tienes en mente, Selyna? —pregunté con cautela. El pretor necesitaba un poco de margen para recuperar el control—. ¿Para qué le has hecho venir? No creo que sea solo para informarle de lo de Elisabeth: ya lo sabía.
—Voy a ir a Throndall —confesó al fin—. Nuestros informadores han encontrado grandes indicios de que los Voreteon se ocultaban en el norte, en los fiordos. En cierto modo tendría sentido, fue precisamente en Throndall donde se supo de la existencia de Magnus. Mi objetivo es ir, y, aprovechando las conexiones que tenemos, tratar de descubrir si sigue allí. Media Albia busca a ese hombre para matarlo; yo quiero entender qué está pasando. Quiero entender por qué ha hecho lo que ha hecho, y quizás encontrar así la manera de que lo pare. En el fondo, es parte de mi familia: quiero conocerlo.
—¿Conocerlo? ¡Es una locura! —replicó Oleq con horror, escapando de su silencio—. ¡Ese hombre es un criminal!
Lo era, coincidía con él, pero entendía las motivaciones de Selyna. Más allá del monstruo que aparentaba ser, era inevitable sentir curiosidad por su historia. Además, si se le sumaba el factor sangre en una familia como los Auren, lo raro era que no lo hubiese intentado anteriormente.
—Mi hermana no se va a exponer tan abiertamente —aclaró Alexander—. Jamás lo permitiría. Tiene una buena cobertura gracias al aliado que tenemos en la Corona de Throndall. Con suerte, si logra ganarse su confianza...
—¿Qué clase de aliado? —interrumpí con inquietud.
Incluso antes de que lo dijera, lo supe. La ausencia de Óscar Mars en aquella cena venía provocada por algo, y sin duda era por la identidad del hombre al que próximamente iba a visitar.
Respiró hondo antes de responder. Luchaba por mantener la compostura, pero no era fácil. Antes de tomar aquella decisión había meditado mucho al respecto y no se sentía feliz de haber llegado a aquella decisión. Muy a su pesar, las circunstancias la habían obligado.
—Mi tío lleva una temporada negociando con él un posible acuerdo matrimonial. No es el único, ha habido otros candidatos, pero desde que supo de la existencia de Magnus se centró más en él. En ese entonces yo era menor de edad, por lo que debía esperar, pero ahora ya no hay motivo para llevarlo a cabo. —Selyna se encogió de hombros—. Necesitamos tener ojos en Throndall, y ahora con más motivo que nunca.
Tragué saliva, impactada ante la tenacidad con la que pronunciaba aquellas palabras. Se había obligado a sí misma a creer en lo que decía, y estaba decidida.
—¿Te lo ha pedido el Emperador? —preguntó Oleq con inquietud—. ¿Te ha pedido que busques a los Voreteon?
—En absoluto: si se lo contara le horrorizaría. No obstante, sí que me ha empujado a retomar las relaciones. En el momento en el que nuestra comitiva parta hacia Throndall, serán muchos los agentes que podrán acceder a su territorio sin levantar sospechas. Será entonces cuando enviará a sus espías, estoy convencida. En paralelo, nosotros haremos lo mismo.
—Y es aquí donde entras tú, pretor —intervino Alexander—. Me vendría bien a alguien como tú a mi lado. Mientras mi hermana cumpla con su papel, yo iniciaré la búsqueda bajo la excusa de descubrir el país. Me serías de gran utilidad.
—¿Yo? —se sorprendió Oleq, no sin razón—. No sé por qué no nos imagino yéndonos de viaje juntos, «Alteza».
—Yo tampoco, no te voy a mentir, pero mi hermana ha insistido en que eres un buen candidato, y lo comparto. Los miembros de tu Casa sois los mejores guerreros de Albia, necesito a alguien así a mi lado. Además, apuesto a que, dadas las circunstancias, te irá bien abandonar el país una temporada. No creo que las cosas mejoren a corto plazo.
Era una buena solución a su situación. Mientras decidía si abandonaba o no definitivamente la hermandad, podría aprovechar el tiempo sirviendo a su país, pero de una forma diferente. Los hermanos iban a operar de forma independiente al Emperador, y esa valentía bien valía su apoyo.
—Y tú, Valeria... —Selyna retomó la palabra—. Te pido por favor que me acompañes. En parte porque sé que gracias a ti será más fácil acercarnos a ellos, pero sobre todo porque contigo me siento mucho más segura...
Nos dejaron unas horas para decidir.
Tenía la sensación de que Oleq había tomado su decisión antes de abandonar el salón, y la respuesta era negativa. El pretor sospechaba que el Emperador se encontraba tras la petición de sus sobrinos y se negaba a seguir luchando por él. Yo, en cambio, no compartía su visión. Creía en Selyna y Alexander. Además, me corroía la curiosidad. Ahora que al fin sabía quién se ocultaba tras el nombre de Magnus Voreteon, me hacía muchas preguntas. Al fin y al cabo, estábamos hablando de un hombre de origen albiano y ostariano... ¿cómo no mirarlo desde otra óptica?
No sabía cuál sería mi decisión al respecto. Por un lado, temía embarcarme en aquella aventura. Seguir involucrándome en los problemas de los albianos sería un error: tenía que volver a casa. Sin embargo, el pensar en Selyna sacrificándose y contrayendo matrimonio con un extraño por el bien de su patria me resultaba lo suficientemente respetable como para planteármelo con seriedad.
Y Mars... ¿qué sería de Mars? ¿Acompañaría a su amante a los brazos de su futuro marido?
Más allá de la parte humana, debía admitir que aquella historia despertaba mi curiosidad más morbosa. Tanta tragedia resultaba muy seductora.
Así pues, seguía en la misma encrucijada de siempre, con la diferencia de que se me estaba brindando una nueva oportunidad para seguir ganando dinero a costa de complicarme la vida.
Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Un tanto adormilada por la hora, pero con la mente llena de posibilidades, me acerqué a abrir, descubriendo en el umbral a Oleq. Tenía su teléfono en las manos y una expresión extraña en la cara.
Me lo tendió.
—¿Y esto?
—Baelin Lucano —respondió para mi sorpresa—. Lleva un tiempo intentando contactar contigo, al parecer. Cógelo, parece importante.
La conversación con el pretor fue muy breve, lo suficiente para saber que mi hermana llevaba días tratando de localizarme sin éxito y que tenía que contactar con ella de inmediato. Por suerte, él se sabía su teléfono de memoria de todas las veces que la había llamado durante su conato de romance, por lo que al fin pude recuperarlo. Tomé nota y la llamé de inmediato.
Cincuenta largos e intensos minutos después, ambas llorábamos al teléfono, cada una en un extremo del continente, por una misma razón: mientras yo había estado haciendo de las mías en Albia, nuestro padre había muerto.
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