Capítulo 16

Me entristeció la marcha de Oleq. No solo por la separación física, que también, sino por lo que significaba. El no saber si volvería con el uniforme o sin él le estaba consumiendo.

Visto desde fuera, era complicado entender la situación. El comportamiento de los pretores estaba siendo ejemplar, arriesgando sus vidas por salvar a aquellos que habían jurado proteger. Sin embargo, se les penalizaba por ello, algo difícil de entender. La disciplina y la obediencia eran clave para el funcionamiento de las Casas pretorianas, pero teniendo en cuenta el resultado, ¿acaso no valía la pena pasarlo por alto?

De no ser porque aún quedaba mucho por hacer en Rada, me habría ido con él. Aunque sin los pretores el pueblo quedaba de nuevo a su suerte, quería pensar que mi presencia suavizaba un poco la sensación de abandono. Yo no podía cambiar las cosas, en mis manos no había poder suficiente, pero al menos ayudaba a los heridos del ayuntamiento.

Y lo valoraban. Vaya que si lo valoraban.

Incluso Madrueño había mejorado su trato hacia mí. La noticia de la partida de los pretores le había ofendido enormemente, pues lo consideraba una nueva traición del Emperador, pero agradecía que al menos yo hubiese tenido la "decencia" de no abandonarles.

—Doric II va a ser nuestra perdición —se quejaba mientras devoraba los pastelitos de almendra que le había llevado aquella mañana—. No hay nada peor que un Emperador cegado por sus propias obsesiones.

—Siendo usted un magus debería estar encantado con él, ¿no? Hasta donde sé, ha potenciado mucho a los suyos.

—Nos ha metido hasta en la sopa, es cierto. Ahora hay magi de batalla en las legiones, e incluso los están incorporando en los grupos de élite. De hecho, en el Castra Praetoria enseñan a sus agentes a potenciar el uso de la Magna Lux. ¡A los pretores! ¡Es de locos!

—Suena raro, sí.

—Todo se resume a que están intentando sacar el máximo rendimiento posible a la magia sin tener en cuenta las consecuencias. Pena que su uso indiscriminado debilite la realidad y abra nuevas brechas al Velo, ¿eh? ¡Estúpidos, la separación entre ambos mundos es cada vez más débil, y a no ser que lo frene a tiempo, es posible que llegue el día en el que deje de cicatrizar!

—¿Qué quiere decir con dejar de cicatrizar? ¿Cree que las brechas podrían llegar a no cerrarse?

El anciano asintió. Su argumento tenía lógica, el uso excesivo de la magia dañaba gravemente nuestra realidad, pero el imaginar llegar a aquel extremo me sorprendía. Jamás habría imaginado que existiese esa posibilidad.

—Auren lo sabe, estoy convencido. Tanto él como su padre. El problema es que no le importa: cree que su ejército de magi podrá destruir cualquier amenaza que encuentre a su paso, pero se equivoca. No tiene la más remota idea de lo que aguarda en el Velo, y si realmente cree que no hay nada peor que la Luna Fría, estamos perdidos. ¿Has viajado por el Velo? ¿Has atravesado las puertas? Lo que allí aguarda es muchísimo.

Escuchar a Madrueño despertaba en mí recuerdos de los primeros años con Megara. El magus había venido con tanto conocimiento dispuesto a compartir que había llegado a sentir envidia. La Academia le había formado muy bien, y su conocimiento del universo parecía infinito. Con el paso del tiempo, sin embargo, empecé a entender que su visión de la realidad no era del todo cierta. Estaba demasiado marcada por sus creencias.

Creencias que chocaban con las mías frontalmente.

La historia se repetía con Madrueño. Sabía a lo que se refería, incluso sin haber viajado por el Velo sabía a qué clase de seres hacía referencia, y difería. El problema de los albianos era que veían como enemigo a todo aquel que no pisara su propia tierra, y era un error.

Mimosa, por ejemplo, no era un monstruo.

—Me resulta curioso ver la antipatía que despierta vuestro Emperador —comenté despreocupadamente—. La imagen que tenemos desde fuera de los Auren es impecable.

—Y en otros tiempos lo era. Ha habido muy buenos Auren en el trono, hombres y mujeres gracias a los que Albia sigue en pie. Sin embargo, no todos son igual. Maximilian sembró las semillas del cambio, y su hijo es la viva imagen de la nueva era. El fin de los tiempos, si no se le detiene a tiempo.

—Puede que la Luna Fría sea un intento de ello, ¿no cree?

Madrueño desvió la mirada hacia la ventana, pensativo. Incluso sin leer su mente podía percibir que en ese entonces su cerebro no dejaba de cavilar sobre mis palabras.

—Podría ser —accedió—. Pero intentar apagar un fuego con gasolina no tiene sentido.




Pasé los siguientes tres días aislada en el pueblo, maldiciéndome por haberme deshecho del teléfono móvil. De haber tenido uno me habría puesto en contacto con Oleq o con Mars. Podría incluso haber llamado a casa, pero tras el incidente de la estación, estaba incomunicada. Ni me sabía ningún número de memoria, ni tenía forma con la que contactar con nadie. Por suerte, apenas tenía tiempo para aburrirme. Las jornadas eran maratonianas, con visitas continuas al ayuntamiento, a Madrueño y al centro médico. Además, intentaba colaborar con las tareas de construcción de la empalizada. El avance era evidente, la obra estaba muy adelantada, y en gran parte se debía a la llegada de una unidad militar de la VI Legión. Un total de doce legionarios que, acampados en las afueras del pueblo, se habían unido a los constructores, acelerando notablemente el proceso. Con suerte, Rada contaría con una muralla nueva tras la cual protegerse en la siguiente Luna Fría.




Pasada una semana, la ausencia de noticias empezaba a preocuparme. Madrueño ya se sentía con la suficiente fuerza como para salir de casa a molestar a los legionarios, por lo que mi papel en Rada estaba llegando a su fin. Además, el resto de los enfermos habían salido del centro médico y ahora descansaban en sus casas, una magnífica noticia que me permitía moverme con algo más de libertad. Quería volver a Hésperos a descubrir qué había pasado con los Reiner, aunque la simple idea me generaba vértigo. Tenía un muy mal presentimiento, y no quería enfrentarme a ello. En cierto modo, estaba muy cómoda en mi burbuja.

Pena que estuviese a punto de romperse.




Diez días después de su partida, recibí un mensaje de Oleq desde la ciudad de Olodea, a la que recientemente había llegado. Me lo hizo llegar a través de Madrueño, y aunque no daba demasiada información sobre su situación, marcaba el final de mi estancia en Rada.

Oleq me pedía que me reuniera con él aquella misma tarde. Decía que me recogería en la estación... y, sobre todo, que me comprase "un maldito teléfono" con el que poder contactar.

Lógico.

Me despedí de Madrueño, el cual no desaprovechó la ocasión para recordarme lo lejos que estábamos los ostarianos de la senda correcta, y di por finalizada mi etapa en el pueblo pidiéndole a uno de los médicos que me acercase a la estación de tren más cercana. Allí compré un billete de tren a Olodea y busqué una tienda de telefonía móvil. Dos horas después, Reiner vino a recogerme a la estación de tren con la moto de Óscar Mars.




—Me he ido —anunció nada más entrar en la humilde habitación del hotel de carretera donde se había instalado aquella misma mañana.

Oleq estaba nervioso. A simple vista parecía estar bien, pero empezaba a conocerle lo suficiente para sospechar que llevaba al menos dos días sin dormir. No presentaba ojeras, pero sí un brillo de ojos algo desvaído, como si su mente estuviera muy lejos de allí.

En Hésperos, probablemente.

—No tenía sentido que siguiera.

El pretor atravesó la habitación a grandes zancadas hasta la cama, en cuyo borde tomó asiento. Apoyó los brazos en las rodillas y agachó la cabeza, incapaz de mantener la mirada alta.

Empezó a temblar.

Impactada ante su reacción, acudí a su encuentro de inmediato. Tomé sus manos entre las mías, empapándome de la ansiedad que en ese entonces le atenazaba los músculos, y las apreté. Dudaba que fuera a ser fácil consolarle, pero tenía que intentarlo.

—Siento mucho lo que te está pasando, Oleq.

—Ya...

—¿Sabes? Creía que los pretores no podíais dejar vuestra Hermandad.

—Y no podemos: se considera un crimen de guerra.

—¿Entonces...?

Tras presentarse hecho una furia en el Águila Dorada, Oleq había pasado la primera semana decidiendo qué hacer. Tina Armentia, la nueva Centurión al mando, comprendía su malestar. Ella misma compartía sus dudas sobre el inesperado desenlace de su predecesora, pero era consciente de lo peligroso que era mostrar debilidad. Estaban en el ojo del huracán, y a no ser que actuasen con precaución, la caza de brujas se podría extrapolar a todos.

—Ayer discutimos. Durante estos días me ha pedido paciencia, decía que tenía que tranquilizarme, que haría todo lo posible para ayudar a Elisabeth... —Oleq sonrió sin humor—. ¿Te lo puedes creer? ¡La han encerrado en la Ciudadela como si fuera una delincuente! ¡A mi madre! ¡Auren se ha vuelto totalmente loco!

Podía sentir su rabia crecer. La situación era desesperante, pero esperada. La agente no solo había sido destituida de su cargo, sino que se enfrentaba a una grave acusación de desobediencia, y era de suponer que hasta que pasase un tiempo en la sombra hasta que se celebrase el juicio. Lo que no imaginaba, sin embargo, era que fueran a meterla en la Ciudadela junto al resto de presos de alta seguridad.

Aquella decisión era excesiva además de innecesaria.

—¿Es algo temporal? —pregunté con inquietud.

—Sí, aunque no saben hasta cuándo. Al parecer la van a trasladar a un centro de alta seguridad al norte, cerca de Herrengarde. Ha sido el propio Vermanian quien ha solicitado el traslado alentado por Selyna Auren.

—¿Y el Emperador ha aceptado?

Oleq se encogió de hombros.

—Digamos que discutí con Armentia precisamente por ello. Parece que de momento ha rechazado el traslado, y decidí ir a por ella.

Abrí mucho los ojos, presa de la perplejidad. Sospechaba lo que estaba a punto de decir, pero incluso así necesitaba oírlo de su propia boca.

—Dime que no te está persiguiendo media Albia, Reiner.

—No, tranquila... aún no. Logró disuadirme. Ella y media Hermandad. —Negó con la cabeza con rabia—. ¡Pero debería haberlo hecho! Debería haberla sacado a la fuerza. Armentia insiste en que debo confiar en ella, que le dé tiempo, pero mi renuncia ya está sobre la mesa.

—¿Y qué implica que renuncies? Te juzgarán, ¿verdad?

Oleq se encogió de hombros.

—No me importa. En esta nueva Albia no hay sitio para gente como yo, así que, ¿qué importa que desaparezca? ¡Qué importa todo! —Soltó mis manos y se puso en pie, sintiendo que le faltaba el aire—. Sacaré a mi madre como sea de ahí y nos iremos. ¡A la mierda con Albia y el puto Auren! ¡No lo soporto más!

Yo también me puse en pie, pero no me acerqué. Oleq necesitaba poder moverse con libertad para serenarse. Estaba sacando todas las emociones que probablemente hubiese estado escondiendo durante días, y no quería interrumpirle.

Necesitaba soltarlo todo para poder seguir adelante.

—Mars me ha pedido que vaya a Herrengarde con él y su señora. No sé qué demonios quieren, pero supongo que no puedo negarme. Después de lo que me planteó hace unos días, no quiero cerrar ninguna puerta.

—¿Y qué te planteó?

Oleq me miró de reojo, dubitativo. Le frenaba el que fuera una civil, pero aún más mis orígenes... o al menos eso quería creer. Me costaba creer que, simple y llanamente, no quisiera implicarme más de lo que ya estaba. A aquellas alturas no tendría sentido.

—Me ha pedido que te lleve a Herrengarde —reveló—. Cree que por separado ninguno de los dos iría, pero juntos...

El pretor extendió la mano hacia mí para que la cogiera, pidiéndome que me acercara. Su rostro seguía teñido de sombras, pero parecía algo más relajado. Incluso se esforzó por sonreírme.

—Mars cree ciegamente en Selyna, pero yo tengo mis dudas —confesó cuando acudí a su encuentro—. Un Auren siempre será un Auren. Y admito que agradezco el gesto de Vermanian con mi madre, pero ahora mismo no puedo pensar con claridad. Estoy enfadado... estoy decepcionado. Siento que el país por el que tanto he luchado me está dando la espalda por intentar protegerlo, y eso es algo que me rompe el corazón.

—No le va a pasar nada a Elisabeth —le aseguré, apretando con suavidad su mano. Entrelacé los dedos—. No se atreverían. Quiero pensar que lo que quiere es mandar un aviso para que nadie vuelva a desobedecerle. Es una forma de reivindicar su autoridad.

—Armentia también lo cree, pero eso no cambia nada. Si no la liberan, la sacaré yo, cueste lo que cueste.

No podía culparle. A pesar de su condición única, los pretores no dejaban de ser personas y era comprensible que se dejase llevar por las emociones. Sin embargo, cometer el error de enfrentarse a la Corona marcaría su destino para siempre. Los Reiner pasarían de ser agentes pretorianos a enemigos de Albia, y se iniciaría su búsqueda y captura.

Sería el final de sus vidas tal y como las conocían ahora.

Así pues, no podía permitir que se dejase llevar. Desconocía qué podría ofrecerle Selyna en Herrengarde, pero por el momento bastaba con que nos diese algo de tiempo.

—Iremos a Herrengarde —decidí—. No sé qué te va a plantear Selyna Auren, pero sea lo que sea, vale la pena escucharlo.

Oleq asintió, aceptando mi decisión como definitiva. Estaba demasiado agotado como para seguir luchando consigo mismo, por lo que simplemente iba a dejarse llevar.

Iba a confiar en mí.

Algo más relajado, me acarició la mejilla con la mano, tratando de ocultar su tristeza tras una sonrisa. La carga que arrastraba a las espaldas tenía tales dimensiones que a duras penas era capaz de concentrarse.

—A veces pienso en lo que pasó en Herrengarde... en esas sombras apareciendo en el pasillo y tratando de darte caza. Si no hubiese llevado el uniforme de gala, habría sido mucho más fácil detenerlas antes.

—A pesar de ello llegaste a tiempo.

Guardamos silencio al recordar lo acontecido. El primer cara a cara con los portadores de la Noche Fría había sido muy violento, cargado de una agresividad que jamás habría imaginado. Un acontecimiento que no podría olvidar fácilmente, pero que quedaba eclipsado con lo que le seguiría.

Selyna.

Sentí un escalofrío de solo recordar a la noble con la ropa empapada de sangre. Resultaba admirable como, a pesar de las circunstancias, había logrado mantener la compostura.

—Fue una noche para olvidar —reflexioné.

—Al menos la parte final —respondió. Sus dedos seguían acariciando mi rostro con cariño—. Me lo pasé muy bien en la fiesta, te sentaba muy bien ese vestido rojo.

Me recordé a mí misma comprando la prenda aquella misma mañana y mirándome al espejo con ella puesta. Jamás me había visto tan atractiva. Era una lástima que hubiese acabado empapado de sangre y hecho jirones, de haber podido quedármelo, no habría dudado.

Pero, aunque el recuerdo del vestido me hacía sonreír, era lo que había sucedido a continuación lo que despertaba las emociones en mí. La música de la fiesta, el vino, los bailes... y después el ascenso por la torre, los susurros al oído... la despedida.

Recordé el beso que nos habíamos dado en la puerta de la habitación y se me encendieron las mejillas. Había dedicado muchos pensamientos a aquel momento durante aquellas semanas. Intentaba negármelo a mí misma, obligándome a pensar que había sido un momento pasajero que apenas había tenido importancia, pero no era cierto. Me había importado.

Me había importado más de lo que podía admitir, y ahora que volvía a estar a solas con él no podía evitar preguntarme qué habría pasado de no haber pasado lo que pasó.

—Yo también me lo pasé muy bien.

Nos miramos a los ojos.

Era el momento perfecto. Estábamos solos, tranquilos y no había prisas: era el día ideal para retomar lo que habíamos empezado en Herrengarde. Oleq me gustaba, yo le gustaba a él, y nada impedía que nos dejásemos llevar...

Nada a excepción de mi conciencia. Aquella vocecita que durante décadas me había encargado de alimentar con tradición y que, en ese entonces, sin unas cuantas copas de vino que la silenciaran, no dudó en interponerse entre nosotros.

Porque no era lo correcto.

Porque no era ostariano.

Porque no.

Sencillamente, no.

Solté su mano y me alejé, marcando la distancia. Si empezaba, no iba a poder parar, y no podía permitírmelo. Ojalá, pero no...





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