Capítulo 15

Volví a visitar a Paule Madrueño a la mañana siguiente, armada con mi mejor sonrisa y un magnífico desayuno. Mi objetivo era ganarme la simpatía del magus, tarea que no se presentaba nada fácil. Por suerte, las horas de sueño profundo habían dado sus frutos y no me recibió a gritos, solo de mal humor.

Le dejé una bandeja en la mesilla de noche con el desayuno encima, acompañado de café caliente. Seguramente el equipo médico se habría llevado las manos a la cabeza de ver que estaba a punto de romper la dieta del enfermo con una sobredosis de azúcar en forma de pastelitos de nata y fresa, pero dadas las circunstancias me pareció lo más adecuado.

Se le hizo la boca agua de ver el desayuno.

—Sol Invicto, ostariana, dime que no me lees la mente.

—Si lo hiciera seguramente le habría abandonado a su suerte —respondí con amabilidad—. Le han delatado en la pastelería, parece que es usted un buen cliente.

—No tanto como me gustaría. ¿Puedo?

Le dejé que desayunara tranquilamente mientras abría la ventana para airear la habitación. Aproveché también para recoger la ropa sucia del suelo y llevarla a la planta baja, donde tenía la lavadora empotrada en la cocina. Desconocía su funcionamiento, la tecnología talosiana era algo que lograba colapsar mi cerebro, pero incluso así la metí en el tambor. Al menos allí dentro no apestaría.

Acabado el desayuno, retiré la bandeja.

—¿Acaso eres ahora mi asistente?

—De nada por el desayuno, maestro.

—Solo espero que no estuviese envenenado.

No hablaba en serio. A pesar de que seguía con el ceño fruncido, era evidente que la comida había apaciguado un poco su mal humor.

—¿Qué tal se encuentra? ¿Mejor?

—He dormido bien, sí. Bastante bien.

—Me alegro. ¿Quiere que le ponga al día de las novedades del pueblo?

Me dejó un hueco para que tomase asiento en el borde de la cama, como el día anterior, y mientras que le contaba los avances de la muralla provisional en la que estaban trabajando sus convecinos, mi mano sobre su pierna seguía canalizando la magia. El proceso curativo era largo, no quería que notase lo que estaba pasando, además de que la edad sumada a su estado de salud lo convertían en un cóctel molotov. Demasiado poder podría acabar con él, en vez de salvarlo. Así pues, debía ser precavida.

—Esta mañana me han explicado que su gobernador, Ramiro...

—Ramiro Darcea.

—Ese mismo. Pues resulta que está moviendo sus hilos para recibir apoyo militar de la VI Legión. ¿Sabía usted que había sido legionario en su juventud? Pero al parecer le pasó algo...

—¿Cómo no lo voy a saber? Yo soy de aquí, ostariana, lo sé todo. Ramiro era un buen legionario, de los mejores de su época, pero una tragedia familiar le obligó a dejarlo y volver. Dirigir el pueblo es lo que le ha mantenido vivo.

—¿Una tragedia familiar? ¿Podría saber qué pasó?

En realidad, conocía la historia, aquella misma mañana el joven pretor con el que había estado desayunando, Davin Solder, me había contado muchas cosas sobre el pueblo. Desde cómo había sido su triunfal llegada, hasta el último de los trapos sucios que había escuchado de boca de los vecinos. Al parecer, agradecidos por su apoyo militar, los radanos les habían estado agasajando no solo con la mejor comida y alojamiento, sino también con horas de distracción.

Y durante aquellas horas les habían contado muchas cosas...

Pero, aunque conocía la historia, me interesaba escucharla de boca del magus.

—No es casual que Rada se encuentre en el corazón de este valle, ostariana. Este pueblo nace de un antiguo asentamiento Gedwyn. Los primeros hombres protegían los lugares de poder, como vuestro pueblo los secretos, y aquí hay uno especialmente interesante... aunque si tienes un mínimo de sensibilidad, lo habrás notado.

—Algo he notado, sí —mentí.

En realidad, no había notado nada, pero era posible que, en caso de concentrarme, lo consiguiera. Por el momento estaba demasiado ocupada ayudando a moribundos.

—Según cuentan, las dos hijas de Ramiro se perdieron en las lagunas. Yo no las conocí, en esa época aún estaba en la Academia, pero por lo que he podido saber, tenían cierta sensibilidad mágica. No es de sorprender que las lagunas las atrajeran. Eran muy pequeñas cuando sucedió: imagino que se ahogarían y algún animal arrastraría sus cadáveres hasta el bosque. Nunca se las encontró, pero se da por sentado que murieron.

—Vaya, suena escabroso.

—Hasta ahora era la única gran tragedia que habíamos vivido en años. Y es una auténtica lástima, las lagunas son un magnífico lugar en el que meditar. ¿Las conoces?

—No, pero no me importaría, la verdad. Quizás podría ir esta tarde a visitarlas, después de pasarme por el ayuntamiento... siempre y cuando no quiera que empecemos su tratamiento.

Con tal de que le dejara en paz, Madrueño me habló de su localización. No estaba demasiado lejos, y tenía razones añadidas para ir a visitar la zona, por lo que a medio día dejé al magus dormitando en la cama y seguí con mi jornada. Con suerte, podría visitarlas antes de que cayese la noche.




Las lagunas estaban a cinco kilómetros de Rada, repartidas en distintos niveles de altura. Eran un total de veinte baños termales, y aunque en otros tiempos habían atraído a decenas de turistas, en ese entonces se mostraban prácticamente vacías, con tan solo unos cuantos jóvenes aprovechando el atardecer para darse un baño. Aguardé a que se fueran y, por fin, me acerqué a la laguna "mágica" de la que me había hablado el magus. No era la más llamativa ni su tamaño era destacable. Al contrario, era un lago más, rodeada de cañas algo crecidas que formaban un aro de vegetación a su alrededor. Se encontraba en el extremo opuesto al camino de acceso, y su superficie era especialmente brillante.

Parecía que los últimos rayos de sol refulgieran con especial fuerza allí.

Hundí la mano en el agua y sonreí al sentir su elevada temperatura. No estaba acostumbrada a aquel tipo de lugares, en Caelí no había baños termales, ni había conocido ningún lugar así sin contar la televisión o los libros. Sin duda, apetecía bañarse en ella. Era como si, en cierto modo, te llamase...

¿Sería por ello por lo que las niñas habrían acabado ahogándose?

Me alejé un par de pasos, prefiriendo mantener las distancias, y saqué del bolsillo los dos dados metálicos que solían acompañarme. Los froté entre las manos, insuflé un poco de mi propio aliento y los lancé al suelo.

Creí ver un par de cincos entre la hierba.

Poco después, con su habitual bienvenida de cristales rotos, Mimosa acudió a mi llamada. Surgió de la brecha de realidad con su habitual elegancia, y una vez en el exterior se tomó unos segundos para observar el paisaje.

Creí ver cierta sorpresa en su mirada.

Después, decidida, se acercó a la laguna y se lanzó de un salto para empezar a nadar con las patas, moviéndose por su superficie. Más que nunca, la grulla se mostraba tremendamente distinguida con las ondas dibujando círculos a su alrededor.

—¿De veras esto era lo que tanto te interesaba? —pregunté desde la orilla, de brazos cruzados. La imagen me resultaba cómica—. ¿Te presentas en plena noche en mi habitación porque te apetece darte un baño?

—Es complicado encontrar lugares que palpiten con tanta fuerza como este desde el Velo, niña —respondió con diversión. Hundió la cabeza en el agua para volver a sacarla poco después, escupiendo un buen chorro por el pico—. Estamos ciegos. Además, para eso te tengo a ti.

Dejé a Mimosa empapándose de la energía pura que emanaba de las aguas termales y me acomodé en la orilla, con los pies metidos en el agua. Tal era la felicidad con la que en ese entonces chapoteaba que su visión era reconfortante.

Me encantaba cuando Mimosa mostraba aquella faceta.




Permanecimos un rato en silencio, con ella sumergiéndose para bucear en la laguna y yo tumbada en la hierba. El cielo ya se había teñido de sombras con la llegada de la noche y la temperatura había bajado dramáticamente, pero el calor que emanaba de las termas me protegía.

—Me gusta Albia —comentó mientras nadaba haciendo círculos—. Es una lástima que vayan a destruirla.

—No digas eso, estoy convencida de que encontrarán la forma de parar la maldición.

—Si tú lo dices... hay apuestas entre los míos, el escenario se prevé de lo más interesante en los próximos años. Pero en el fondo todos sabemos cómo acabará: Albia es capaz de sobrevivir a los ataques externos, pero no a sí misma.

—¿Insinúas que esto no es un ataque externo?

La grulla emitió una poderosa carcajada que resonó por todo el valle. Algunos pájaros salieron de entre las ramas de los árboles asustados. Alzaron el vuelo y dibujaron varios círculos en la oscuridad. Después, emitiendo un último graznido a modo de queja, volvieron a sus nidos.

—¿Tan poco te interesa dónde estás que ni tan siquiera te has molestado en cuestionarte quién se oculta tras los nombres que escuchaste? —Mimosa negó con la cabeza—. Los humanos sois de lo que no hay.

—¿Y cómo se supone que voy a saber quiénes son? —repliqué, cruzándome de brazos—. Esos nombres no me dicen nada: Malek Noor y Magnus Voreteon. ¿Acaso a ti sí? Además, di por sentado que serían Dynnar. Hasta donde sé, llevan años de refriegas en las fronteras.

—¿Me estás diciendo que no eres capaz de reconocer un apellido ostariano, niña? —se jactó—. Aunque hasta cierto punto es comprensible que no sepas de su existencia, los Voreteon se han encargado de ello durante siglos. Al fin y al cabo, su Orden era protectora de uno de los secretos mejor guardados...

Fascinada ante su revelación, abrí mucho los ojos, expectante por saber más. No era la primera vez que Mimosa compartía algún secreto conmigo, y en todas las ocasiones el resultado había sido el mismo: lograba fascinarme.

Nadó hasta la orilla para situarse a mi lado.

—La Orden Voreteon existe desde hace siglos. Me atrevería a decir que fue una de las primeras fundadoras de tu patria, incluso. En otros tiempos su linaje estaba formado por reyes gracias a la sensibilidad especial de sus miembros. Eran gente con grandes dotes para la magia. Y fue precisamente ese don tan especial el que provocó que se convirtieran en una Orden de guardianes de secretos. En su poder tenían las grandes verdades del cosmos, y las protegían de las manos enemigas con gran talento... y entre ellas la maldición de la Luna Fría. Se dice que ellos mismos la ejecutaron, y ellos mismos la ocultaron.

No dejaba de crecer mi asombro.

—¿Estás segura de lo que dices?

—¡Tan segura como que mi plumaje es el más brillante de todo el Velo, niña! —aseguró con orgullo—. Con el paso del tiempo y las generaciones, los Voreteon se alejaron de la corona para tomar un nuevo rumbo. Tenían demasiado poder como para seguir tan expuestos. La Orden desapareció del ojo público y con el paso de los años fue cayendo en el olvido, hasta desaparecer. Sin embargo... —Me miró de reojo—. Hace unas décadas, algo cambió con Maximilian Auren.

Hice un rápido sondeo mental para recuperar la figura de Maximilian Auren de mi memoria. No recordaba demasiado sobre él, salvo que había sido el anterior Emperador y padre de Doric II. Con él había empezado la gran era de la magia en Albia.

Al parecer, estaba obsesionado.

—Maximilian Auren tuvo varios hijos... y te puedo adelantar que Doric II no fue el primogénito. Antes de él nació otro varón cuyo nombre era Alexander Auren.

—Alexander como el hermano de Selyna...

—No creo que fuese una elección de nombre casual —reflexionó la grulla, volviendo a reanudar el paseo por las aguas—. Apuesto a que Myldred Auren decidió llamar a su hijo como su hermano perdido. Todo un homenaje, ¿no te parece?

—¿Qué quieres decir con lo de hermano perdido?

La grulla siguió nadando un poco más, hasta que decidió dar por finalizado su baño. Salió entonces a la superficie, estiró las alas y se sacudió, empapándome entera con el agua de las plumas. Después, dedicándome un guiño pícaro, se alejó hasta la línea de árboles.

—¡Eh, no, espera! ¡No me dejes así! ¿Qué pasó con Alexander?

—Estás en Albia: ¡raro será que no encuentres la forma de enterarte! Además, así ya tenemos excusa para volver a hablar un poco más adelante. El baño me ha sentado francamente bien: te lo descontaré de la cuenta.

—¡Mimosa!

Volví a llamarla, pero para cuando quise darme cuenta, el avatar ya se había fundido con la oscuridad.




Ya era tarde cuando volví al hotel. Había calculado llegar para la cena y así coincidir con Oleq o alguno de sus pretores, pero pasadas las once no quedaba nadie en el restaurante. Tampoco en el salón donde habíamos desayunado, ni en la sala de juegos que había en la planta baja. Sencillamente, el edificio parecía vacío.

Era raro.

Subí a mi habitación y me asomé a la ventana, guiada por un mal presentimiento. Algo en mi me avisaba de que algo no iba bien... y no me equivocaba.

—¿Oleq...?

Descubrí a Reiner en la terraza de su habitación, teléfono en mano, mirando al vacío. La oscuridad impedía que viera con claridad su rostro, pero emanaba un aura de preocupación evidente. Había pasado algo.

Abrí la ventana y le avisé de que había vuelto, a lo que él respondió con un ligero asentimiento. Poco después, cuando llamé a su puerta, salió a abrirme. Entré tras él y cerré la puerta. Necesitó unos minutos para romper el silencio. Aferrado al teléfono, no dejaba de negar una y otra vez con la cabeza.

Finalmente, tras un largo suspiro, se volvió hacia mí.

—Han destituido a mi madre —anunció con pesar—. Lo han oficializado esta tarde, me lo ha contado Derrod Trigger.

Derrod Trigger era uno de los pretores de la Casa de las Espadas con los que Reiner compartía mayor sintonía. Ambos eran de la misma promoción, y aunque sus caminos los habían llevado a trabajar en unidades distintas, no habían perdido la relación.

—¿De veras? —me sorprendí—. ¿Por esto?

El pretor asintió con rabia.

—Sabía que iba a pasar... ¡lo sabía! Es cierto que el historial de mi madre no está del todo limpio, pero ¡joder, no es justo! ¡Fue la única con las suficientes agallas como para decidirse a actuar! ¡Alguien tenía que ayudar a esta gente!

No tardé en contagiarme del mal humor y decepción de Oleq. No podía compartir su dolor, no era mi madre, pero entendía sus sentimientos. Incluso siendo una decisión predecible, resultaba frustrante.

—¿Has podido hablar con ella?

—Apenas, solo un par de minutos. Me ha dicho que está bien, que no cometa ninguna tontería, pero es complicado. ¡Si por mí fuera, ahora mismo cogía mis cosas, y...!

—Coincido con Elisabeth: tienes que tranquilizarte. Como experta en la materia, es mejor que no tomes decisiones en caliente. Serán precipitadas y erróneas seguramente.

—Tú no lo entiendes.

Era cierto, no podía entenderlo. No contaba con todo el histórico de lo sucedido, pero me bastaba con haberlos conocido durante unas semanas para saber que no eran malas personas. Era cierto que no estaban siguiendo el camino marcado, pero eso no tenía por qué significar estar errado. Habían tomado decisiones atrevidas, pero necesarias.

—Oleq...

El pretor se llevó la mano al rostro, tratando de ocultar su malestar.

—Oleq, en serio, tranquilízate, tu madre está bien. ¿Te han dicho algo más?

—Tina Armentia la va a sustituir temporalmente. Es un parche, hasta que decidan a quién poner al frente del Águila. Alguien que baile su son, claro.

—¿Conoces a esa mujer?

Bajó las manos. Tenía la mirada cargada de desesperación.

—No demasiado, pero sé que era una de las agentes de confianza de mi madre. Me cuesta creer que haya aceptado sustituirla sin más.

—Es posible no le hayan dejado elegir. Quizás deberías hablar con ella y plantearle la situación.

En realidad, no tenía otra alternativa. La nueva líder del Águila Dorada había convocado a todos los pretores a una asamblea de emergencia al día siguiente, pasado el mediodía. Una llamada con la que el Emperador pretendía reagruparlos de nuevo en la ciudad.

Respiré hondo, tratando de mantener la calma. Parecía imposible pasar unos días tranquilos en Albia.

—Tengo que ir, no me queda más remedio, pero... —Negó con la cabeza—. Es probable que sea para presentar mi dimisión. Yo...

Oleq no supo qué decir. Tenía tal mezcla de emociones que se le agolpaban las palabras en el cerebro. Por suerte, no hacía falta que hablara. El pretor era como un libro abierto, tan solo había que mirarle a la cara para saber lo que estaba pensando.

Me acerqué a él y le atrapé entre mis brazos, tratando de sofocar su tristeza con mi abrazo. Era lo que necesitaba. Hasta entonces no había sido consciente de ello, pero en el momento en el que apoyó la cabeza sobre mi hombro, lo supo. Sentí cómo se relajaba. Me correspondió al abrazo, rodeando mi cintura con firmeza, y permanecimos un rato así, en silencio.

En realidad, ambos lo necesitábamos.




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