Capítulo 14
Paule Madrueño era un magus de la Academia de Magia de Solaris. Un hombre de avanzada edad que en su juventud había destacado como uno de los dotados más poderosos de su generación. Con el paso del tiempo, sin embargo, su evolución se había estancado hasta tal punto que se había quedado atrás. A pesar de ello, a punto de alcanzar los noventa años, el magus seguía siendo respetado y venerado como el héroe del pueblo.
Madrueño se resistía a morir.
El magus había colaborado en las noches de Luna Fría, y el desgaste por intentar emular las cupulas protectoras de las capitales sumado a un mal golpe al resbalar por unas escaleras le había debilitado notablemente. El dictamen era claro: se había roto la cadera, y a no ser que se le interviniera a la brevedad, moriría. Sin embargo, él se resistía a que le trasladasen a la ciudad más próxima, Olodea. Su lugar estaba en Rada, y que, aunque fuera desde la cama, no abandonaría el pueblo hasta el fin de la Luna Fría. Porque alguien tenía que protegerlo, claro, dado que "el maldito Emperador se había olvidado de ellos", sería él y el resto de "viejos abandonados de la mano del Sol Invicto", quienes tendrían que sacrificarse...
Era un hombre conflictivo. Incluso sin conocerle, lo supe en cuanto le vi postrado en la cama, con una pistola y una botella de ron a medio beber en la mesilla de noche. No era demasiado alto, apenas superaría el metro sesenta, y tenía un sobrepeso alarmante. Ojos profundos, nariz aguileña y piel morena componían la imagen de un anciano que, aunque a simple vista despertaba cierta lástima por su estado, no era un corderito precisamente.
—Él lo niega, pero es evidente que está mal. El veredicto de todos los médicos coincide: necesita esa intervención, pero es tan cabezota... Se niega a que le trasladen.
—¿Y cuáles son sus planes? ¿Seguir operando desde la cama?
Mientras Oleq me explicaba la situación en la planta baja, Madrueño no dejaba de quejarse desde arriba. Le inquietaba la llegada de extraños a su casa hasta tal punto que sonaba un poco desquiciado.
—Es un magus muy poderoso —me advirtió Oleq—. Ten cuidado.
—Ni que fuera a batirme en duelo con él —reí, quitándole importancia—. Solo vengo a echarle un vistazo.
—Mejor subo contigo.
—¿Y yo qué hago de mientras? ¿Os toco el violín?
Aprovechando que Mars quería hablar con privado con Reiner, subí sola. No me asustaba visitar a aquel hombre, por muy amargado que estuviera, no era su enemiga. Además, solo quería ayudar, ¿qué podía haber de malo en ello?
Pronto descubrí lo tremendamente equivocada que estaba.
Nada más entrar en la habitación comprendí que no iba a ser fácil. Me recibió con una mirada tan inquisitiva que incluso logró hacerme sentir un poco amenazada.
Me pregunté si sería capaz de coger la pistola y pegarme un tiro.
—Buenas noches, señor Madrueño, me llamo Valeria Venizia, y...
—Tú no eres albiana —me cortó con voz ronca. Si ya de por sí estaba tenso, mi acento empeoró aún más sus ánimos—. ¡Tú no eres albiana! ¿Eres lameliard? No tienes pinta de lameliard.
—¿Y qué pinta tienen los lameliard?
—De idiotas con sombrero. ¿Dónde está tu sombrero?
La rabia con la que pronunciaba aquellas palabras me hizo reír... algo que no mejoró las cosas precisamente. Alzó el dedo y me señaló con él, amenazante.
—¡Ni se te ocurra dar un paso más!
—Solo vengo a ayudarle, señor.
—¿Eres médico?
—Soy algo mucho mejor.
—¿El qué?
Alcé las manos, para mostrarle así que estaban vacías, y me acerqué unos cuantos más, hasta alcanzar la mitad de la habitación. La cama donde yacía se encontraba al fondo, junto a una ventana abierta a través de la cual se podía divisar el paisaje.
Un simple vistazo me bastó para comprobar que las flores del alfeizar estaban muertas tras los días de nieve.
—Soy de la Hermandad de Dos Vientos, de...
—¿¡Ostariana!?
El grito resonó con tanta fuerza por toda la casa que se hizo un repentino silencio en la planta baja, donde los dos pretores habían estado hablando hasta entonces. Me los imaginé mirando hacia las escaleras, decidiendo si subir o no.
Por el momento optaron con quedarse abajo.
—Lo que me faltaba por ver, ¡una ostariana en mi casa! ¡Sal ahora mismo, bruja! ¡Vosotros sois los culpables de todo lo que está pasando! ¡Habéis vendido el alma al demonio!
Empecé a frotarme las manos para calentarme los dedos. No era la primera vez que tenía que hacer frente a un paciente conflictivo, pero admito que me molestaba el modo en el que me estaba tratando. Me daba que pensar. Su tono era tan parecido al que yo había solido emplear con los extranjeros que me hacía plantearme muchas cosas.
—Vamos, no se ponga así...
Seguí avanzando hasta quedarme a un par de metros de la cama. Las sábanas estaban cubiertas de manchas secas de sangre y otros fluidos que no me gustaban en absoluto. Además, visto de cerca el magus tenía muy mal aspecto. Más allá de la barba sin afeitar y la suciedad propia de llevar varios días sin salir de la cama, era evidente que estaba débil. Su cuerpo apenas soportaba al límite de dolor al que lo estaba llevando, y era cuestión de tiempo de que colapsase.
—¡No te acerques a mí! —insistió, incorporándose para pegar la espalda al cabecero—. ¡Aún me quedan fuerzas para acabar contigo, bruja!
—Señor Madrueño, solo vengo a ayudarle, se lo aseguro. El pretor de ahí fuera dice que ha luchado usted con ferocidad para frenar el avance de la Luna Fría. Es usted todo un héroe.
Sorprendido ante mi inesperada respuesta, el magus relajó un poco la expresión.
Le duró solo un segundo.
—¿Está el chico aquí?
—Si el chico es Reiner, sí, está abajo con un compañero de la Casa del Invierno.
—¿Un Culo Frío en mi casa? ¡Menudo honor! ¡A buenas horas!
—Llega un poco tarde, sí, pero a su favor puedo decir que las cosas no estaban bien en Hésperos. Están siendo días complicados.
—¿Y de quién ha sido la culpa?
—¿De quién sea que ha convocado la Luna Fría?
Recorrí los últimos dos metros con cautela y tomé asiento en el borde de la cama. El magus me miró con desconfianza, pero menos que antes. Parecía que, mientras tuviese las manos a la vista, se sentía más cómodo.
—Los ostarianos sois los protectores de los grandes hechizos, en consecuencia, es culpa vuestra, bruja. Vosotros habéis liberado la maldición.
—En realidad, no sabemos lo que ha pasado. Puede que haya habido un robo, o un asesinato incluso, pero dudo que la hayan liberado por voluntad propia. No obstante, es cierto que somos los responsables, así que, hasta cierto punto, debemos asumir cierta parte de la culpa. ¿Mejor?
—Ahora consigue que esas mismas palabras las pronuncie tu rey y me daré por satisfecho.
Logró hacerme sonreír.
—Señor Madrueño, me han contado que tiene la cadera rota. Debe estar sufriendo unos dolores insoportables, ¿me equivoco?
—Aunque me veas viejo y acabado, estas manos aún son capaces de hacer milagros, ostariana. Duele, pero menos de lo que crees.
—Supongo que es usted consciente de que mientras no ponga solución, la fractura le seguirá consumiendo.
La incomodidad volvió a su rostro. El magus apartó la mirada, frunciendo las cejas, y la desvió hacia la ventana, donde la noche había teñido de sombras el paisaje.
Se cruzó de brazos.
—¿Se les han acabado los psicólogos albianos que ahora mandan a extranjeros?
—Pues si tengo que ser yo su psicóloga dese por desahuciado.
Acompañé a mis palabras de un guiño con el que logré que me dedicase un asomo de sonrisa. Poco a poco estaba debilitando sus defensas, pero aún se resistía. Por suerte, el ser una chica joven y con buen aspecto estaba ayudando.
—Te lo advierto, no pienso moverme de aquí hasta que solucionéis lo que habéis provocado. ¡No puedo dejar a esta gente sola!
—No lo están, ahí abajo hay pretores dispuestos a proteger al pueblo.
—Pretores que en cuanto vuelva la calma se irán. —El magus negó con la cabeza—. Ni tan siquiera deberían estar aquí, sé cómo funciona el mundo. Volveremos a estar solos y nada los detendrá. No hay fuerza que pueda parar a los monstruos que aguardaba en el corazón del Velo. Son almas demasiado atormentadas.
—Encontrarán la solución, estoy convencida.
—Pues a no ser que tengas a un ejército entero dispuesto a instalarse en cada una de las aldeas que pueblan Albia, no sé cómo lo vas a hacer, ostariana.
El planteamiento daba vértigo. Personalmente solo había conocido dos de las localizaciones que habían sido atacados, pero como bien decía el magus, había miles de lugares como aquel que debían ser protegidos.
Me pregunté qué planes tendría Selyna Auren.
—Ni lo tengo, ni lo voy a tener nunca, pero apuesto a que hay otros que sí. Por suerte, yo solo vengo a ayudar. Y visto lo visto, lo que tengo claro es que este pueblo le necesita. Usted se ha encargado de protegerlo durante esta crisis, y tiene que seguir haciéndolo. Pero admito que no me sorprende que no quiera que lo trasladen, yo tampoco me fiaría de los hospitales albianos. Esos matasanos son unos auténticos carniceros. Por suerte para usted, aquí estoy yo. Si me deja que le ayude, no tendrá que ir a ningún hospital: yo mismo me encargaré de dejarlo como nuevo.
—¿Tú y tu magia del Velo? ¡Ni muerto!
Respiré hondo. No iba a ser fácil, pero no iba a rendirme tan pronto. Volví a frotarme las manos, llenando mis dedos del calor mágico procedente del corazón del Velo, y las deposité disimuladamente sobre sus piernas, fingiendo acomodarme. Tal y como imaginaba, el magus tenía el cuerpo dormido de cintura para abajo, por lo que ni tan siquiera notó que me estaba apoyando sobre él.
Le dediqué una sonrisa amistosa.
—¿Sabe? Me recuerda usted a mi padre en cierto modo... —empecé.
Y mientras que yo iba hablando y él iba respondiendo, la magia iba fluyendo por mis manos, tratando de devolver a su estado original unos huesos y un cuerpo que a aquellas alturas estaban al borde de sus fuerzas.
—¿Mars se ha ido?
Pasaban varios minutos de las dos de la madrugada cuando las fuerzas me abandonaron y di por finalizada la sesión. Iba a tardar varios días en devolverle la movilidad al magus, tenía la cadera destrozada, pero valía la pena. Después de escucharle hablar de su vida hasta quedarse dormido, era innegable que valía la pena esforzarse por él.
—Hace un rato. No sabía si te ibas a quedar.
—Si queréis que vuelva a haber un magus operativo en el pueblo, no me queda otra.
Oleq y yo salimos de la casa con paso tranquilo, dejando al anciano durmiendo plácidamente en su cama. A la mañana siguiente se despertaría con dolor, pero sería menor, y en menos de una semana, si Mimosa seguía brindándome su apoyo, notaría una gran mejoría.
—Imagino que os encontrasteis con un panorama complicado cuando llegasteis.
—No te haces a la idea —admitió el pretor—. El magus decía que se debía a que Rada tiene un centro de poder de esos de los que tanto hablan los magi, no lo sé, pero desde luego este lugar parecía un imán. Los portales se abrían continuamente, y lo que salía de su interior era producto de la peor pesadilla. Por suerte, llegamos a tiempo.
Oleq aprovechó el camino de regreso a la plaza del ayuntamiento para contarme lo que habían vivido. Su narración era similar a lo acontecido en el complejo industrial de Genethix, con la diferencia de que en el pueblo no habían contado con muros que rodeasen el perímetro. Por suerte, la defensa organizada por los propios habitantes sumada al escudo protector del magus había logrado evitar que la tragedia fuese peor.
—Sé que esto le va a costar el puesto a mi madre. Hace tiempo que buscan destituirla, y esta es la excusa perfecta. Sin embargo, no me arrepiento. Aunque me expulsen a mí también, me da igual: esto es para lo que servimos, no para aguardar de brazos cruzados en la ciudad más protegida del mundo. No tiene sentido.
—Supongo que el Emperador os quiere preparados por si sus defensas fallan.
—Probablemente, pero ¿y qué pasa con el resto? —Oleq negó con la cabeza—. Sé que puede sonar injusto, y que probablemente tenga sus motivos, pero parece que haya dejado a las zonas más rurales a su suerte. Y sí, sé que es imposible protegerlos a todos, pero resulta frustrante. ¿Sabes cuántas personas han muerto durante estos días? ¡Ni tan siquiera son capaces de dar el número! Las patrullas de legionarios están yendo a poblaciones y las están encontrando arrasadas. ¡No hay ni cadáveres que contar! Y lo peor de todo es que esto no es más que el principio. Hasta que no logren parar a quien sea que esté detrás de esto, se va a seguir repitiendo... y Albia no está preparada. Al menos a día de hoy no lo está.
Oleq y el resto de sus pretores se alojaban en uno de los hoteles turísticos del centro, un edificio blanco cuyas tres plantas estaban vacías a excepción de los agentes. Los pocos turistas que había habido durante la Luna Fría ya se habían ido, por lo que el dueño del negocio les había dejado elegir habitación.
Cogimos algo de cenar en uno de los bares de los alrededores y nos acomodamos en uno de los salones del hotel. El resto de sus compañeros estaban fuera, colaborando en las tareas de vigilancia. Aquella noche Oleq se uniría a ellos para realizar el último turno, pero aún le quedaban unas horas para descansar. Incluso con la seguridad que les daba las noches posteriores a la crisis, preferían no bajar la guardia.
—Entiendo entonces que te quedarás unos días más.
—Al menos hasta que el magus esté bien. ¿Y vosotros?
—Mi idea es asegurar toda la zona, incluidos los pueblos de los alrededores. Al parecer hay un proyecto en marcha para que desplazar magi de combate a los distintos núcleos urbanos. Hay muchas esperanzas en ello, pero tengo mis dudas, no hay suficientes efectivos. Lo que habría que preparar en realidad son los planes de evacuación para que, cuando se acerque la fecha, la gente pueda desplazarse a lugares seguros.
—¿Y dejar los pueblos vacíos?
Oleq se encogió de hombros.
—Mejor perder casas que vidas. De todos modos, estoy convencido de que las grandes mentes del país están trabajando para dar con una solución. Pienso en una nueva noche eterna y se me hiela la sangre.
Según la leyenda, el brujo causante de la Luna Fría necesitaría al menos un mes entero para poder volver a invocarla, pero no descartaba que el plazo se acortase o ampliase. La magia de las maldiciones no siempre seguía los parámetros marcados. Además, la única documentación que había al respecto era de la época en la que se había liberado por primera y única vez, por lo que nos enfrentábamos a un lienzo en blanco.
—Tardarás en volver a Hésperos entonces —reflexioné.
Oleq asintió. No se atrevía a dar fechas, pero iba a tardar. No obstante, todo dependería de lo que pasase en la ciudad con su madre.
Fue una cena algo más lúgubre de lo que habría imaginado, pero reconfortante. No había sido consciente de cuánto había echado de menos a Oleq hasta en ese entonces. Era una pena que los buenos momentos en Hésperos y Herrengarde hubiesen quedado tan atrás. Parecía haber pasado una vida entera desde la fiesta de presentación de Marlin...
—¿Mars te ha contado los planes de su señora?
—Apenas. Me ha hecho algún comentario, pero no ha profundizado. Creo que Selyna está esperando a ver qué sucede con Elisabeth para decidirse a dar el paso.
—Puede que para ese entonces sea demasiado tarde. —Oleq suspiró—. Sinceramente, no espero de ella demasiado. Tengo la sensación de que pretende dar una imagen diferente a la de su tío, pero en el fondo todos los Auren son iguales.
Su falta de esperanza no me sorprendió. Las promesas que Mars no llegaba a pronunciar resultaban difíciles de creer incluso para mí, que lo veía desde una esfera diferente. No obstante, prefería no cerrarme en banda. Si algo estaba descubriendo en aquel viaje era que los albianos no siempre eran lo que aparentaban.
Acabada la cena, nos pasamos por la recepción para conseguir la llave de la habitación contigua a la de Oleq. Subimos a la tercera planta por las escaleras, para bajar un poco la cena, y entramos en la que sería mi casa durante los siguientes días, una agradable habitación a la que la falta de calefacción había dejado congelada.
Me despedí de Oleq y encendí la calefacción. Hubiese preferido quedarme un rato más con el pretor, pero teniendo en cuenta que empezaba su turno de vigilancia en veinte minutos, ni tan siquiera se lo propuse. En lugar de ello me di una ducha de agua caliente, me metí bajo las mantas y cerré los ojos, creyendo que aquella noche me costaría dormir.
Conté hasta diez...
Y justo cuando el sueño empezaba a apoderarse de mí, el sonido de una ventana al romperse me despertó. Me incorporé con brusquedad, con el corazón desbocado, y ante mí vi surgir una elegante figura negra. Una silueta que hacía días que no veía, pero que rápidamente reconocí. Me llevé la mano al pecho, recuperando el aliento, y lancé una maldición cuando Mimosa hizo acto de presencia.
—¿Pretendes matarme?
Bajé de la cama y me acerqué a ella. Como de costumbre, su aspecto era impecable, con el plumaje brillante y los ojos llameantes. Me saludó con un ligero ademán de cabeza.
—Recurres demasiado a mí últimamente —replicó ella, estirando su elegante cuello—. Al final te has dejado seducir por el encanto albiano... curioso, como poco. ¿No eras tú la que tanto los despreciabas?
—Si vienes a castigarme, no hace falta, lo hago yo solita.
Mimosa rio con su dulce voz mágica.
—Me gusta verte evolucionar, nos abre un auténtico abanico de oportunidades. Y precisamente por ello estoy aquí. Supongo que no es necesario que te recuerde que estás en deuda conmigo, y que tu deuda ha adquirido un tamaño colosal.
—Y has venido a cobrártela, ¿verdad?
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