Museo de horrores - Heads A. (re) Rolling
Se despertó sudando, respirando a bocanadas. Eran apenas las 7:30 de la noche. No, las 7:31.
Levantándose, llevó sus manos a su frondoso cabello y lo peinó con sus dedos. Volvió a ver a la cama, nada. Las sábanas estaban blancas y revueltas, sin nada entre ellas. Recordó otra vez la única imagen en su mente sobre sus incesantes pesadillas, siempre las mismas, con la misma araña negra y fina rondando por la infinidad de sus sábanas y su cuerpo moreno. La sensación de encontrar a la araña exageradamente peligrosa en su cama le dio escalofríos, así que apartó su vista de su cuarto y se dirigió a la cocina.
Desde que va a la universidad a cumplir sus sueños de ser maestra de Historia, vive en un apartamento pequeño ubicado en Queens, Nueva York; justo hace ocho meses. Ella nació en el suroeste de Pensilvania, en su hogar de aroma a frutas frescas y el sonido de la TV, que indicaba que papá estaba viendo a los Steelers de Pittsburgh con su jersey favorita y una cerveza fresca en su mano izquierda; con su cicatriz tan representativa.
Savannah recordaba bastante esa gran cicatriz, cada vez que le tomaba la mano, ella veía la marca con miedo y cierta admiración, con los años pudo saber que la cicatriz era producto de una pelea que tuvo contra unos niños blancos.
Él le dijo que después de una gran persecución el niño blanco con los dientes amarillos lo atrapó y sacó su navaja para cortarle la cara. «¡Esto es por haber huido, negro!» Pero Victor Chapman agarró el filo de la navaja entre su palma y le dedicó una victoriosa patada en los huevos a Harold Roy, lo que le hizo estrujarse y atiborrarse de dolor. Así su padre huyó y corrió como nunca con una mano ensangrentada. Savannah admiraba bastante a su padre, pero después de la historia, supo que él era un hombre resistente, fuerte.
Ella disfrutaba bastante la compañía de su padre, con sus historias que retrataban desde las aventuras de Jesús y sus discípulos (su padre era teólogo y predicador de una pequeña iglesia con un coro increíble) hasta sus conocimientos de historia como la Segunda Guerra Mundial o la guerra de Estados Unidos contra Vietnam.
Hoy, en un apartamento sola, era difícil entretenerse tanto como lo hacía con papá. Actualmente va a trabajar a una cafetería donde pasan rolas hippies las veinticuatro horas al día y se le hace tedioso no poder hablar tanto con su padre como lo hacía antes.
Abrió la refrigeradora y se sirvió un vaso lleno de jugo de naranja, más relajada, se sentó en el sofá cerca de la cocina. Se lo tomó en tres grandes tragos, y se siguió sirviendo más jugo hasta tener sueño y volver a su cama.
«¡Pero niña! ¿Quécreesssquehayaentuclóset?» Se revolvía en las sábanas, con ganas inmensas de poder despertar. «Dime,» dijo entre carcajadas el hombre de las palabras rápidas «¿Quécreesssquesehallaentuclósetesperándote? ¡Ja, ja, ja!».
Con un grito se despertó y apartó bruscamente los colchones, vio a su alrededor con angustia. 9:08.
Se levantó y miró de reojo al clóset que tenía en frente, pero algo fuera de lugar le llamó la atención.
Una mancha roja, como un punto desigualado, habitaba en las sábanas blancas de su cama. Miró bajo sus prendas también el mismo rojo en su ropa interior, necesitaba un baño.
El agua estaba helada. No del frío normal, sino de una frigidez extraña, que se mezclaba con las gotas sin frescura.
Aun así, ella tomó un buen baño. Al finalizar, se cambió y decidió ver que había en la TV, necesitaba escaparse de sus recuerdos. Se estuvo ahí, sentada en el sofá, como una hora, con la cara estática y con la necesidad de poder dejar sus pesadillas atrás. Su pasado atrás.
«Hola, Sssavvie.» Recordaba, cuando aún le resguardaba aprecio inocente a la voz magnífica. La imagen de la TV se quedó ahí, moviéndose y funcionando, pero su mente escudriñaba de forma brusca a la voz que se habías hecho maligna.
De niña, jugaba con soldaditos de plomo, armaba maquetas y construía edificios altos con legos. Las muñecas nunca fueron lo suyo. Pero sin dudas, la mejor forma de entretenerse para Savannah era con su amigo imaginario. Sí, el de las voces grandes y apresuradas.
Ella nunca le contó a su padre o a su madre sobre su amigo. No tenía nombre, no tenía apariencia alguna, sólo vivía con ella en su pequeño cuarto lleno de estrellas decorativas. De niña, todo era un parque de diversiones.
La Savannah de cuatro años le contaba cosas, cosas como sus gustos por la historia y las donas, él la felicitaba diciéndole que era una niña muy inteligente, llena de entusiasmo. En conclusión, ese gran conjunto de misterios habitaba con ella y antes era su forma de animarse, una forma que parecía un paraíso muy cerca de convertirse en el infierno mismo.
Y así fue y se convirtió, cuando él le ordenó encender su cuarto y el cuarto de sus padres en llamas. Savannah aún recuerda la cara de terror y confusión de su madre, cuando la encontró con un paquete de fósforos a la medianoche.
Ella casi lo hizo, en ese mismo momento, su madre supo que su amigo imaginario, era maligno.
Ellos se fueron de su primera casa y se mudaron en el hogar dónde Savannah creció, ese lugar con olor a frutas frescas y mañanas brillantes. Ella lo extrañaba, pero después de que esa voz le hubiera pedido quedarse, ella sintió que ser amiga de alguien sin cara y sin nombre no era algo normal.
Sus recuerdos de su infancia son hermosos, ella no le importaba tanto la época de ese amigo-monstruo que tenía antes, hasta que él reapareció en los escombros de sus delirios.
Un ruido seco, golpe profundo de sólo un momento, le trajo otra vez a la realidad.
Sólo fue un ruido, pero ella se levantó, dejando la TV encendida y el control en el sofá. Provenía de su cuarto, y justo en el camino para llegar a este, se oyó un suave Toc. Como si proviniera de las entrañas del clóset.
—¿Quién está ahí? —preguntó sin percatarse de su propia voz.
No hubo respuesta.
Cuando entró al cuarto, divisó la mancha bastante notoria en su cama de sábanas claras. Algo fuera de lugar, pensó ella.
Un suave pero nítido Toc le hizo ver al clóset frente a ella. Se acercó automáticamente, sin abrir sus puertas. No hubo otro golpe.
Un color rojo brillante infestó la esquina de su vista. Sus ojos volvieron a la cama ya no tan blanca, ya no tan pura. Gritó y saltó de respingo al ver una araña, esa araña, en las sábanas inundadas del rojo sangre.
Se apartó lo más que pudo hasta la puerta viendo como su cama se tornaba roja lentamente, y oyó ese dulce Toc de bienvenida y la voz espeluznante de su antiguo amigo.
—Toc, toc, cariño. ¿Dónde te has ido? —musitó la voz atrapada en el clóset, algo cercana a una voz masculina, pero más monstruosa que eso. Vio su cama otra vez, con la araña de garras ligeras y colmillos pequeños, fulgurantes y a la vez de color negro pulcro. —Me olvidaste, me contó un conocido —continuó la voz, sobresaltando a Savannah. —, ¿ya no piensas más en tu amigo?
De la cama empezaron a brotar gotas de color sangre, pintándola casi entera. Oyó adentro, no supo de dónde provenían esas risas, carcajadas masivas, risas de bienvenida.
Corrió por su teléfono y marcó el número de su madre, la línea fue interrumpida por su voz.
—¿Hola?
—Mamá, necesito que me ayudes —Se odió por no haber llamado primero a la policía. —, hay alguien en mi piso. —El cuarto se llenó del silencio malo e inquietante.
—¿Mamá?
—Estoy acá cariño —Pudo sentir un cambio ligero en la voz de su madre. —¿Quépasa? —Savannah se quedó boquiabierta al oír la misma voz grave y monstruosa.
Colgó, llamó a la policía.
—Beeeeeeeeeeeeep, beeeeeeeeeeeeeeep —Sonaba como un intento seco de pasarse por la línea muda del teléfono, pero era él. —, Holanena, ¿enquélepodemosayudar?
Colgó otra vez, con lágrimas en sus mejillas.
Otras carcajadas resonaron en el piso completo, como si vinieran de todo, no sólo del clóset. Estaba cansada, tres veces la misma pesadilla, pero era la primera vez que oía esa voz en este mundo, y estaba cerca.
Ella sacó un cuchillo de cocina y lo mantuvo en sus manos por un instante. No es un soldado nazi, ni Harold Roy con una navaja, es algo grande. Se dijo, y por tercera vez pensó: Ve allá, haz que muera.
Corrió hacia el cuarto y le golpeó un silencio ensordecedor, intranquilo.
(del silencio malo e inquietante)
—¡Ja, ja, ja, ja! —Retumbó la voz como un rayo en los oídos de la chica. La voz de todos lados se reía, se burlaba de ella.
Con las risas, vino la sangre. Las sábanas sueltas arrojaron el líquido al suelo con brusquedad, y la araña seguía en el centro.
Pudo sentir su sangre llegarle a los pies. Como el agua fría del mar de playa. Las risas siguieron hasta que ella abrió el clóset de un portazo. Fuerte, como su padre.
—¿Quétepondrássshoy, cariño?
Se veían sin textura. Muertos. Chaquetas negras y afelpadas para el frío de Nueva York en pleno invierno. Muertos. Sus padres colgaban juntos, con sus cabezas cabizbajas, dos chaquetas con dos cuerpos adentro.
El grito llenó el piso y ella cayó al suelo, soltando el cuchillo. Sollozos la acompañaron corriendo hacia la puerta, gritos abriéndola y los dos la acompañaron llamando a los vecinos de su apartamento.
—¡Señor Huggins! —gritaba. —¡Señor Pasley! —Seguía gritando, golpeando las puertas de sus vecinos. —¡Mags! ¡Por favor, alguien, ayuda!
Se iba a hundir en el suelo cuando de repente la puerta de Maggie Hester se abrió, mostrando a la señora tranquila, viendo televisión.
—Mags, ayúdeme, a-alguien hay, en mi piso —dijo con dificultad, viendo que la señora no se movía, lucía como la televisión un segundo después, estática.
De pronto, una oleada de disgusto le agarró por atrás, provocándole escalofríos. Preguntó a Mags si estaba bien, ella sólo tembló. Carajo, pensó. Y Mags Hester abrió la boca.
Vestidas de verde mugriento, saltonas de ojos viscosos; ranas, salieron de la boca de Maggie acompañadas de una hilera de saliva ligera.
Por segunda vez corrió con gritos, huyendo de las ranas y dejando marcas de su propia sangre por los pasillos. Trató de ir a la salida, pero ranas saltaron hacia ella. Y vio que la única salida era entrar otra vez a su piso.
Cerró la puerta con llave, casi todo el suelo estaba cubierto de sangre espesa. Sacó otro cuchillo de su cocina y se dirigió al cuarto chillando y sacando mocos mientras las carcajadas retumbaban todo el lugar.
Con un fuerte alarido, apuñaló su cuchillo contra las puertas del clóset, más risas, más alaridos, más risas, más alaridos.
Por poco resbalaba por la piscina de sangre bajo sus pies, hasta que se le ocurrió una idea casi suicida. ¿Y si mataba a la araña? ¿Y si él venía a matarla a ella después? Pero no le importó porque la furia le había atacado primero. Entonces apuñaló con fuerza la cama —¡Déjame en paz! —, decía entre sollozos y lamentos coléricos. Las risas iban disminuyendo por cada rajada, no le importó llorar.
—¡Déjame en paz, déjame en paz! —repetía como una loca que batallaba contra ella misma. Atrás de ella, en el clóset, se desvanecían los muertos.
Después de tantas apuñaladas, le dio a la araña, justo en el centro de la cama. Y dijo con el grito más desgarrador:
—¡Déjame en paaaz! —Pudo ver que el cuchillo se clavaba, esparciéndose, como tinta blanca por la cama.
Sin darse cuenta, dedicó una última mirada al clóset abierto. La mísera tranquilidad le hundió los párpados al ver que los ganchos eran ganchos, y que las chaquetas; sólo eran chaquetas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top