Golpeteos - Val
Pequeños golpeteos retumbaron en mi habitación, llevándose con ellos el más inquietante silencio. Era la tercera vez que los escuchaba durante todo el trayecto de la noche y estaba segura de que no se trataba de mi madre. Por qué a pesar de que ella era la única que vivía conmigo, no tenía tiempo para levantarse a casi mitad de la noche para jugarme una mala broma. Menos cuando si quiera sabe de mi existencia.
Las lágrimas no dejaban de brotar de mis ojos, ahogándome al intentar retenerlas. Recientemente habíamos tenido una discusión, y aunque era una de las muchas, no dejaba de afectarme. ¿Por qué nunca me escuchaba? ¿Por qué no podía comprenderme?
Esta vez la discusión había girado en torno a ese estúpido espejo que estaba en mi habitación, el cual por una extraña razón estaba adherido a la pared. Hace una semana nos habíamos mudado a esta casa en medio de la nada, ya que el alcohólico de mi padre no dejaba de seguirnos con la amenaza de matarnos y según mi madre este lugar era perfecto para <<escondernos>> de él. Para mí madre todo era un juego y no se tomaba aquella amenaza como algo muy serio. Pero para mí... para mí eso era como estar escapando de un asesino en serie con el apodo de "padre".
La habitación de mi madre se encontraba en la segunda planta, y no obstante de haber tres inmensas habitaciones más, mi madre decidió que yo me quedaría en el sótano. Sola... y con ese espantoso espejo trizado a la mitad.
Le imploré que no me dejara allí... y que si lo hacía, que al menos sacara ese horrible espejo. Pero ella no me escuchó. E incluso cuando le dije que algo malo me sucedería si me quedaba con ese espejo roto, ella solo se dedicó a decirme que dejara de creer en supersticiones y que debía afrontar lo que sea que me aparara el destino. Pero no son supersticiones... es un presentimiento. Un horrible presentimiento que claro que afrontaré. Porque si ella no es capaz de cuidarme, lo haré por mí misma, y no permitiré que lo que sea que venga, me lleve.
El golpeteo vuelve a escucharse, esta vez, más fuerte que el anterior. Pero no me muevo, temo que al hacerlo se den cuenta de que estoy despierta y que no me he dormido en ningún instante.
Pestañeo con lentitud, tratando de que mi respiración entre cortada no sea tan evidente, al igual que los brutos latidos de mi corazón. Finalmente cierro los ojos, decidiéndome por dormir. Pero tras un rato me es imposible, porque aun estando en el sótano puedo sentir como la casa se sacude debido a la intensa lluvia que cae afuera, arrollando todo a su paso.
La noche parece volverse eterna y el miedo aún más perturbador. Ahora no solo son golpeteos, si no que se han incrementados los chirridos, como si alguien estuviera deslizando un objeto puntiagudo por sobre de un cristal. Mi barbilla tiembla y siento estar a punto de desfallecer.
Un fuerte relámpago se escucha de pronto, acabando con mi cordura. Grito tan fuerte que mi garganta duele y me es imposible no comenzar a llorar. El miedo me ha cegado, y ya no sé qué hacer. El ruido único de mis sollozos dura muy poco, ya que cuando menos me lo espero, el sonido de un cristal quebrándose en mil pedazos deja una resonancia que hace desaparecer inmediatamente cualquier otro sonido.
Me incorporo sin ser consciente de mis propios actos y miro en medio de la oscuridad como todo permanece intacto. Aquí no ha ocurrido absolutamente nada. Todo ha sido producto de mi imaginación. Pero aun así, sigo intranquila.
Meditando antes de hacerlo, aparto las sábanas de mi cuerpo, dejando mi piel desnuda a la vista. Solo llevo un blanco vestido, que me llega hasta la altura de las rodillas. Es el único obsequio por parte de mi madre. Mis pies tocan el suelo, y puedo sentir el polvo de este. Sin pensármelo más, comienzo a caminar. Tengo que dejar de temer por ese espejo, o terminare volviéndome loca. Esto tiene que acabar ahora.
Con cada paso que doy me encuentro cada vez más cerca de aquel espejo, que me espera al final de la habitación. La tensión en el lugar ya puede sentirse, algo inevitable. Mi cabello largo cae por mis espaldas, completamente suelto, y cuando estoy lo suficientemente cerca del espejo, puedo ver mi reflejo en él, partido a la mitad. Evito conectar mi mirada con mi otra yo.
Cuando verifico que todo sigue en su lugar y todo ha sido solo producto de mi imaginación, vuelvo a la cama. En el trayecto no puedo evitar sentir una permanente mirada en mí, que me hiela la sangre. Estoy a centímetros de la cama y cuando subo el primer pie en esta, el otro es agarrado por unos dedos tan delgados que provoca que mi piel se ponga de gallina.
Vuelvo a gritar, presa del terror. Aquellos dedos clavan sus garras en mi tobillo, tirando de mi pie y provocando que caiga de espaldas al suelo. Rápidamente me aparto de su agarre y sintiendo la sangre salir a chorros del lugar afectado, corro hacia las escaleras que me llevaran a la primera planta. Lejos de allí.
Subo el primer escalón casi tropezándome, pero cuando voy por el segundo, unos brazos se envuelven por mi cuello, tirándome con ellos con una fuerza tan descomunal que siento que vuelo por los aires antes de caer finalmente al suelo. Sin levantarme, me arrastro por el suelo, sin poder sentir mi pierna. La pérdida de sangre me ha vuelto débil y el miedo parece haber llegado a su punto límite.
Desde mi lugar puedo ver al culpable de que todo esto esté sucediendo. Esta de espaldas a mí, ligeramente encorvado. Lo único que puedo ver es el vestido blanco que lleva puesto, su cabello largo realmente negro y sus piernas rasguñadas con ligeros rastros de sangre.
Mi boca se entre abre, sin creer que lo que estoy viendo es... a mí misma. Mi otra yo se voltea y puedo ver en su rostro el mío. Sus cejas están fruncidas y su boca torcida, su rostro muestra espanto.
Nos quedamos en nuestros lugares, mirándonos fijamente. Puedo escuchar como su respiración se hace cada vez más fuerte, y cuando creo que está a segundos de gritar, pego un brinco desmesurado y me encuentro nuevamente en la cama.
Y allí, a mitad de la noche, puedo sentir mis lágrimas y como de pronto, a lo lejos, se escucha un leve golpeteo, que me hiela hasta la última gota de sangre.
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