El comienzo de la noche eterna - artangel
Tal vez por una cuestión de resentimiento o simple rebeldía, solía gustarme desafiar a los religiosos. Iba a un colegio católico y le dije una vez a un sacerdote, solo para molestarlo, que no creía que existiese el infierno. Él me miró con un semblante decepcionado y dijo:
—Por supuesto que existe el infierno. Hay un lugar especial reservado para ti y cada uno de nosotros.
Pero no lo creí sino años después, cuando empezaron las apariciones.
Una noche, acostada en la oscuridad de mi habitación, vi que la luz del pasillo se encendía. Lo supe por el destello de luz amarilla que entraba por debajo de la puerta. Yo vivía sola. Y como hasta ese momento no sabía realmente lo que era estar asustada —y aun peor, tampoco era consiente de mi ignorancia—, salí de la cama y abrí la puerta. Recuerdo haber pensado que mientras no sea un ladrón el autor de los hechos, esa noche no se convertiría en más que en una divertida anécdota.
Cuando abrí la puerta, para mi sorpresa, la luz estaba apagada. Pero aun así pude ver el rostro de mi hermana fallecida, que sonreía y me clavaba su mirada.
Así empezó el primer desfile de apariciones que ahora inicia cada noche. He visto las caras de todas las personas muertas que conozco queriendo asustarme. A esta altura no creo que sean realmente ellos, sino una triste imitación llevada a cabo por algún ser demoníaco. Pero ha pasado tanto tiempo —o al menos lo siento de esa forma— que no sé si me he ido acostumbrando o si de a poco estoy perdiendo la cordura, y con ello la capacidad de sentirme como se supone, porque ya no me resisto a los fantasmas. Ya no me asustan.
Lo normal es despertarme a la noche transpirando, sacándome inconscientemente la pintura de las uñas con la otra mano, y clavar la mirada cegada por la oscuridad en el techo. Parece transformarse en un abismo infinito al que estoy a punto de caer; como si estuviera boca abajo y no boca arriba.
Ya me siento a punto de despegarme de la cama, ya se acerca la hora de caer al infierno.
Ahora fantasmas aparecen casi todas las noches; me llaman con sus voces lóbregas, deshumanizadas por la muerte y el sufrimiento, y yo los recibo con los ojos como platos, los brazos abiertos de par en par colgando a cada lado de la cama. Ellos hablan y yo los escucho, lo que dicen es solo asunto nuestro. Me cuentan sobre un futuro pagano, desolado y lo que es peor: irrevocable.
Desentierran el pasado como un cadáver devorado por gusanos, lo traen a la vida solo para repetir su muerte. Me muestran todas las veces que el diablo estaba detrás de mí y no lo sabía, las veces en que un demonio, designado especialmente por él, mecía mi cuna.
Sí, lo que dicen los fantasmas es solo asunto nuestro. Ninguna otra persona podría escuchar estas palabras y salir de la cama el día siguiente, mirar el techo blanco como si nunca hubiera sido la puerta del infiero abriéndose, mostrándome el lugar que tengo reservado.
A estas alturas solo le tengo miedo a una cosa, y es al sufrimiento eterno. La noche eterna.
Poco me importa si los fantasmas me destapan y me rozan la punta de los pies, tomándome también de las manos y elevándome hasta casi dar con el techo. Aunque el techo ya no está ahí y yo ya no estoy en casa, sino que floto por mi cuenta, sin nada a dónde agarrarme. Podría caer en cualquier momento, pero nunca lo hago. Ellos solo quieren probarme, masticarme y escupir. Y me compadezco, porque no son más que almas en pena haciendo su trabajo.
Pero sé que alguna de estas noches no serán ellos quienes me eleven hacia el abismo; sé que una de estas noches moriré y sentiré la caída. Ya imaginé una innumerable cantidad de veces a mi cuerpo sin expresión, abriéndose de par en par mientras flota. De allí siempre veo caer un ser irreconocible, cubierto en sangre y presentándose con un alarido que hasta los fantasmas envidiarían. Pero el ser pesaría demasiado como para estar suspendido, y caería sin salvación a ese agujero negro.
Así es como imagino mi alma, y así es como veo mi llegada triunfal al infierno.
Me he cruzado algunas veces con el sacerdote luego de que comenzaran las apariciones, y siempre parece estar muy apurado para charlar, siempre le quita importancia a todo. Dice que aunque recuerda haber enseñado en mi clase, no me reconoce por nada en particular. Pero yo percibo el atisbo de algo trágico. Aunque su mente me haya descartado, sé que su santa alma me reconoce. Lo sé por la forma en que quiere alejarse a toda costa, ni siquiera puede mirarme a la cara. Bien sabe desde el día que quise desafiarlo que llevo el infierno en mis entrañas.
Hay algunas veces, como ahora, que algo me arrebata, algo impide que los fantasmas me aturdan con sus cánticos. Es un miedo distinto, la culpa por estar rindiéndome tan pronto. Entonces me llevo la mano derecha a la frente y me hago la señal de la cruz, sin saber qué decir a continuación. Nunca he vuelto a rezar desde la muerte de la abuela Mazzy, cuando tenía siete años. Si alguna vez pudiera rezar, me gustaría hablar con ella. De todos modos no creo que a Dios le guste que lo llame a estas horas.
Nunca sé qué decir en estos momentos. Me persigno como si marcase un teléfono con cuidado, pero la idea del rechazo de Dios y la abuela me deja muda. La imagino sentada en una nube resplandeciente, atendiendo el teléfono con entusiasmo.
—¿Hola? —casi la puedo oír diciendo, con un hilo de voz que tambalea entre la esperanza y la desilusión.
Pero nunca logro decir nada, y me imagino una nube en el cielo con mi nombre que empieza a juntar telarañas.
Mis brazos cuelgan de lado una vez más. Ya no me resisto ante la voluntad de los fantasmas: no me queda nada por hacer. De todos modos vivo sola y a ninguno de mis vecinos parece interesarle mis gritos de madrugada. Dejo que las almas me eleven hacia el abismo, con el único deseo de que por favor, esta noche no sea la noche.
Aprieto los ojos y pienso en mi abuela, la última oración que hice en su funeral, las lágrimas que cayeron en ese momento y que estoy saboreando ahora. El deseo de sobrevivir a esta noche se expande como una llama en el bosque.
Y entonces caigo. Reboto sobre el colchón con fuerza y luego me quedo quieta. Las luces titilan, ahora se prenden y se apagan como si mi cuarto fuera un club nocturno. Los espíritus como bailarines perpetuos, y yo el espectáculo final.
En medio del vaivén de luces y sombras, localizo el interruptor de la luz. Va de derecha a izquierda, derecha a izquierda, sin nada a la vista que lo mueva.
Entiendo entonces que hay fuerzas que me quieren despierta, y otras que me quieren dormida eternamente.
Entonces escucho un sonido. Parece lejano y a la vez resuena en mi cabeza, hace vibrar mis entrañas. Me atrae hacia él como la fuerza de gravedad.
Alguien me llama. Salgo disparada de la cama y corro escalera abajo, chocándome con paredes invisibles, ramas filosas y animales con ojos rojizos que salen de cada puerta. Veo a mi hermana muerta deambular por el pasillo y una voz que habla en leguas extrañas se escucha desde la cocina. Las fuerzas que me quieren dormida buscan detenerme, espantarme, pero yo sigo corriendo porque por primera vez en mucho tiempo, alguien me llama.
Cuando llego a la sala, lo encuentro en la misma esquina de siempre. El teléfono. Más que sonar, se retuerce desesperado. Alguien me llama. Lo agarro como quien toma una mano para no caer del precipicio, y me lo pongo en el oído mientras veo a los focos chispear.
Y por fin mi voz consigue salir de mi boca.
—¿Hola?
Tengo el aliento entrecortado y la cabeza me palpita en dolor, pero no importa. El deseo de sobrevivir a esta noche quema mis entrañas podridas y las renueva, las bautiza.
—Nena, ¿por qué no me dices de una vez por todas lo que quieres decirme?
La voz de la abuela Mazzy del otro lado de la línea, su tono suave y eterno hace que me tiemblen las rodillas.
—Abuela, necesito que me ayudes esta noche.
Las chispas de los focos caen sobre la cortina, que se consume creando formas inhumanas antes de desaparecer.
—¿Abuela?
El humo negro se vuelve más compacto, es una nube oscura que avanza implacable.
—¿Abuela?
Pero una mano negra se extiende y corta la llamada.
Y la voz de la cocina me susurra con una perversa felicidad:
—Me temo que esta noche durará para siempre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top