Extra 3 - El abismo entre nosotros

Taehyung siempre tenía razón.

No importaba lo que sucediera, él siempre tenía razón.

Jungkook no entendía si su sabiduría venía de la mano de su edad o si era causa de una madurez que, de un día para otro, lo vio adquirir.

Cualquiera que fuera la causa, se avergonzaba mucho: a veces sentía que no era ni la mitad de adulto de lo que era Taehyung. Quizá era por los casi dos años que había entre sus fechas de nacimiento o porque, posiblemente, él se golpeó la cabeza cuando era bebé y su premio fue quedar estúpido desde entonces.

Es decir, ¡se distrajo jugando un videojuego!... Una distracción, una muy simple y rápida, le causó el dolor más agudo experimentado en sus siete años de matrimonio.

Jamás imaginó que algo como eso iba a convertirse en uno de los peores errores de su vida. Nunca le pasó por la mente y solo permitió que sucediera cuando su única encomienda había sido cuidar de sus hijos, mientras su querido esposo se tomaba un merecido descanso en la habitación de su mejor amigo.

Cuando vio la camioneta alejarse por donde había venido, quiso tirarse en medio de la calle, hincarse y suplicar perdón, quiso llorar fervientemente en la espera de que Taehyung se conmoviera de su pecar y regresara por él, quiso correr detrás, como un perro que persigue a su dueño y, solo un segundo después quiso arrancarse la cabeza.

No obstante, solo se quedó ahí, con el alma petrificada por el pesar y la voz de Jimin sonando a lo lejos, consoladora. Pero no podía escucharlo a pesar de que lo intentaba, todos sus sentidos se habían quedado quietos de un momento para otro, como lo hacen los árboles cuando no hay suficiente viento.

Era una torre que nadie podría derrumbar, un faro que se había apagado ante el derrame de su luz en gotas.

Sin embargo, la llama que lo forzó a perderse en su penumbra fue la misma que lo obligó a reaccionar y salir corriendo por la avenida contigua en búsqueda de un taxi.

Sí, Taehyung había sido extremadamente claro con su última petición, pero ¿cómo iba a poder obedecerlo cuando se trataba de su hija?, ¿cómo iba a ser lo suficientemente valiente para dejarlo solo, con tal responsabilidad?... Simplemente, ¿cómo siquiera podría quedarse con los brazos cruzados cuando lo único que quería era tomar su lugar y enfrentar la situación como el padre y esposo que su familia tenía?

Jungkook amaba a Taehyung con una vehemencia incalculable, pero no por eso iba a hacer su voluntad mientras el deseo de acurrucarlo entre sus brazos, pedirle perdón y decirle que todo iba a estar bien, era más fuerte que la potencia de un gran huracán en tierras americanas.

Empero, el universo no estaba de su lado ese día, se lo había demostrado desde el amanecer y, a esas alturas, solo atinó a burlarse mentalmente de su propia ingenuidad al verse, otra vez, sorprendido por lo mismo. En ese instante, el problema era que las ruedas del transporte avanzaban con lentitud pusilánime, haciéndole hervir los sentidos porque eso ocurría mientras el tiempo le jugaba en contra, como si estuviera corriendo un maratón rumbo a las horas de la madrugada.

Por un segundo pensó en que hubiera sido mejor esperar en la casa de Jimin a Yoongi y a Hoseok, quienes se habían montado en el vehículo de los Min con la intención de ir a comprar el alcohol que esa noche beberían con motivo de celebración.

Entre recuerdos, el rubio le había sugerido que esperara por el auto, pero él, simplemente, necesitaba alcanzar a su familia. De todos modos, el maldito embotellamiento en el centro de la ciudad de Seúl iba a ser igual de infernal tanto en un transporte como en otro. No habría forma de que su penar aminorara.

Golpeó su muslo y sorbió su nariz, sintiendo la mirada del conductor por el espejo retrovisor. Ser objeto de morbo no le importaba una mierda cuando su silencioso, pero abundante llanto, era solo un efecto secundario de su roto corazón.

¡Qué le interesaba al mundo!

¡Era su problema, eran sus lágrimas y sus propias maldiciones!

Porque se maldecía, sí.

Era un imbécil, un pobre idiota sin cerebro... un inútil: justo como Taehyung le había llamado.

Si ya sentía que sangraba por dentro, recordar ese insulto solo agravó en demasía su malestar.

¿Realmente su bebé pensaba así sobre él?, ¿lo veía como un incompetente, como un inepto?

No fue solo la palabra que soltó, fue el tono de voz con el que lo hizo y la expresión de rencor que en su rostro plasmó: como si ese pensamiento llevara mucho tiempo escondido, guardado dentro de él, madurando cual fruto a punto de perder todo color.

¿Era posible que dentro de Taehyung estuviera creciendo alguna clase de odio hacia su persona?

Porque así se sintió.

Fue un balde de agua fría cayendo sobre sus hombros, una bala perdida que atravesó sus entrañas y una daga afilada que le perforó el corazón.

Más que ofendido, estaba dolido.

¿Qué tan mal esposo y padre había sido como para recibir tal descripción?

De todos modos, su pecho ardía más cuando analizaba la idea de estarle fallando a sus gemelos... de ser, en efecto, un padre inútil para ellos.

No quería eso.

Su más grande propósito en la vida era hacer sonreír a su familia, disfrutar a su lado y darles todo su amor. Si su convicción era esa, ¿en qué momento había errado?

Reiterando: Taehyung siempre tenía razón, si lo dijo fue por algo.

Al rememorar esa opinión, su alma perdió la poca serenidad que sumó después de dedicarse a hipar por unos segundos. De repente, el deseo de estar con su familia incrementó a niveles no palpables.

Necesitaba estar a su lado, necesitaba verlos ya.

Con los cientos y cientos de cláxones exclamando a su alrededor, hubo una decisión que fue tomada por su persona: debía seguir adelante y solo lo lograría efectuando la única cosa para la que sabía que no era un inútil.

Correr.

De esta manera, rápidamente liquidó el servicio y bajó del vehículo, quedando a mitad de la avenida. Un viento fresco le contorneó el húmedo rostro y se vio obligado, por enésima vez, a sorber su nariz: esa que lucía enrojecida, haciendo juego con sus acuosos ojos hinchados.

Recibió un par de maldiciones por parte de los conductores que se detuvieron sin preverlo para dejarlo atravesar la calle, pero ninguna tuvo el suficiente valor como para herir a su orgullo: este ya estaba ofendido por el amor de su vida, nadie tenía más relevancia que él.

Súbitamente, la acera chilló bajo sus zapatillas deportivas cuando sintió a Jungkook iniciar la carrera más importante de su existencia. El piso vibró con anhelo y se encendió fuego por la fricción, pero el hombre solo podía pensar en que necesitaba alcanzar su velocidad récord: 40 kilómetros por hora de puro esfuerzo.

Era la forma propicia para llegar al hospital con prontitud, mismo que aún quedaba muy lejos.

Cual rayo, fue cruzando cuadras con un paso tras el otro. Esquivó personas, chocó con los hombros de muchas más otras; los pies se le enredaron un par de veces por la falta de calentamiento y tropezó en determinadas ocasiones al bajar el borde de las aceras.

Pero nada fue un verdadero obstáculo. A pesar de todo lo que estaba en contra, siguió corriendo. Lo hizo más rápido que nunca, incluso rebasando los límites de su registro en la pista: podía sentirlo en los huesos y en el corazón.

Jamás había sido tan importante ejercer su deporte, ni siquiera cuando se preparó para las Olimpiadas. Esta vez era distinto, esta vez la meta significaba la gloria: su familia era su oro y necesitaba volver a ganarlo.

El agradecimiento hacia su profesión vino cuando sus pasos se abrieron camino por el jardín donde conoció el amor. Atravesó el lugar rumbo a urgencias pensando en lo afortunado que era por tener esa habilidad y haberla aprovechado, incorporándola como parte de su vida: de otra manera hubiera sido imposible llegar hasta la recepción y preguntar por su hija y por el traumatólogo Kim Seokjin, antes de que dieran las diez de la noche.

Cuando la información le fue indicada, pocos segundos hicieron falta para que volviera a emprender el vuelo. Como un loco, avanzó, reconociendo el pasillo blanquecino por el que transitó en una camilla, casi inconsciente, luego de haberse lesionado en el campo de batalla.

Los nervios se le atrofiaron y la angustia fue más grande al pensar en la niña que llevaba su apellido, entrando de esa forma tan agobiante al hospital. Debió estar muy asustada, debió soltar un llanto mortificador y debió alterar aún más la mente de su hermano, preocupando en exceso a su papá.

Pero no pudo cavilar mucho en eso porque el corazón le dio un vuelco: al doblar por el siguiente pasillo, se encontró con la imagen de su pequeño hijo, esperando sentado en una hilera de bancas de metal, completamente solo.

Sintió la frialdad de la sala y eso lo acongojó más, así que corrió hacia el menor y se dejó caer frente a él, sembrando sus rodillas en el lustroso piso blanco, ignorando el crujido que soltaron por el repentino golpe.

—¿Estás bien? —con una desesperación palpable, Jungkook le preguntó—... ¿Qué ha pasado con Hayoon?, ¿dónde está tu papi?

—¿Estás llorando?

Esa fue una cuestión muy sencilla, sin embargo, ambos implicados se llenaron de perplejidad con ella. El gran Jeon Jungkook jamás había llorado frente a los niños, al menos no desde que comenzaron a tener consciencia de lo que sucedía a su alrededor.

Era simple: él no estaba dispuesto a demostrarles cuán débil podía llegar a ser, no quería que lo vieran en un deplorable estado. Quería ser su valiente padre, ese al que le pudieran confiar sus vidas. Así, cuando necesitaba desahogarse, procuraba no decir nada y solo esperar a estar en su habitación para echar las lágrimas que su sistema necesitaba sacar, sin muchos remordimientos al respecto.

No obstante, ahora, viendo la carita absorta de su niño y sintiendo su rostro húmedo y tenso, ¿cómo podría negarlo?... Quería hacerlo, por supuesto, pero ¿cuál iba a ser su excusa: que le entró tierra en los ojos?

Lo único que pudo hacer fue limpiar su rostro con el dorso de su hoodie y tomar una profunda respiración para disminuir la imagen de adulto patético que estaba dando, aunque bien sabía que no servía de nada, su expresión enrojecida y melancólica no iba a desaparecer por solo quererlo.

—Hace mucho viento afuera, entraron basuritas en mis ojos —decepcionado de sí mismo al no tener algo mejor qué decir, terminó contestando y cayendo por su propia mano.

De inmediato, Haru supo que mentía. Su papá no tenía talento para poner excusas y en ese momento se veía como un pequeño niño desconsolado al que le acababan de robar un helado. Incluso esa excusa hubiera sido más creíble.

Iba a decírselo, pero sus palabras no salieron porque sus redondos ojos dieron con su papi Taehyung, saliendo del consultorio de su tío Seokjin, que estaba a las espaldas de su papá Jungkook.

Se asustó: su papi rodó los ojos y casi pudo ver cómo le salía humo por las orejas. Bastante miedo ya había acumulado en el camino: el joven castaño venía golpeando el volante a diestra y siniestra, murmuraba cosas sobre su papá y su matrimonio, lagrimeando en silencio con un semblante entristecido, todo ello haciendo eco junto a los alaridos de su hermana; si volvía a presenciar una pelea más entre sus padres, su corazón no lo soportaría. Por eso se hizo chiquito sobre la silla, subiendo sus rodillas y abrazándose a ellas, con motivo de permanecer en una sola pieza, aunque le doliera el alma.

Jungkook presenció todo y se angustió por el niño, pero su primera reacción fue averiguar lo que ocurría donde los ojos ajenos se perdían, encontrando lo que estaba buscando: al amor de su vida.

»... Taehyung —con la mención de su nombre, se puso de pie rápidamente, intentando acercarse lo necesario.

Pero se detuvo cuando los labios en forma de corazón se abrieron para atacar.

—Te dije que no quería verte aquí —aquellas palabras fueron bruscas, sobre todo cuando se combinaron con el molesto portazo que Taehyung le dio a la puerta del consultorio.

—Hayoon es mi hija también. Claramente estoy preocupado.

—¡Antes no lo estabas! —frunciendo el entrecejo, profirió con elocuencia, haciendo que el pelinegro se contagiara de su ira.

—¡Nunca imaginé que algo así pasaría, Taehyung!, ¡¿cómo iba a saberlo?!, ¡no veo el futuro!

—¡Exactamente!, ¡yo tampoco lo veo!: ¡¿cómo iba a saber, entonces, que mi marido no se haría cargo de nuestros hijos?! —el reclamo salió enfurecido y Jungkook iba a gritarle también: iba a decirle que ambos tenían responsabilidad, que los dos eran padres de los gemelos y que, si lo consideraba tan mal tutor, entonces debió haberse quedado despierto, haciendo su propia guardia.

No obstante, su pecho se cerró en cuanto iba a abrir la boca y lo agradeció inmensamente porque, en un simple segundo, su mente pudo analizar la situación con lucidez.

¿De qué servía gritar?, ¿de qué servía seguir discutiendo cuando, honestamente, ninguno iba a ganar la pelea?, solo se herirían más.

—Amor —fue lo que atinó a decir cuando volvió a sentir sus ojos aguados y el corazón hecho añicos: no iba a pelear más. Iba a ceder y a disculparse, porque solo así conseguiría lo que anhelaba—... Perdóname, sé que es mi culpa —aquellas palabras, en conjunto con su romántico apodo, hicieron que Taehyung se detuviera un momento para darse cuenta de lo fuerte que estaba siendo su respiración.

»... Soy consciente de que me distraje haciendo algo completamente irrelevante, que descuidé a los gemelos y que soy un inútil. Acepto la responsabilidad. Acepto que fallé y que todo lo que está ocurriendo es por mi causa... Escuché claramente cuando me ordenaste no venir, sé que no me quieres ver, pero Hayoon me importa tanto como a ti... Por favor, no me hagas quedar fuera.

—No es que yo te haga quedar fuera, Jeon Jungkook, tú has querido estarlo —la opresión que hubo en el pecho de Taehyung llegó a su límite cuando se atrevió a confesar su idea más angustiante, esa que había escondido por mucho tiempo dentro de su ser—. A veces siento que soy el único que se preocupa, el único que hace, el único que cuida, el único que se interesa, el único que resuelve... Me dejas solo... No quiero seguir así...

Con un profundo dolor arrinconándose en el estómago, se giró, con el propósito de seguir su camino rumbo a la farmacia. Todo para no seguir viendo el derrotado y perplejo rostro de su esposo, ni tampoco sucumbir ante la necesidad que tenía de abrasarse al mismo, a pesar de la cólera que le estaba causando.

No obstante, al sentir la mirada lagrimosa de Jungkook sobre su espalda, no pudo resistirse a soltar todo el veneno que le quedaba dentro.

»... Estaba a punto de decirte que planeáramos nuestra segunda luna de miel, pero ya no tengo nada que celebrar.

—Taehyung...

Pero su llamado ya no fue escuchado: el joven salió corriendo por el pasillo, deseando no ser perseguido. Sus pasos fueron rápidos y pronto desapareció a lo lejos, soltando cientos de lágrimas cargadas de enojo y resentimiento.

Sabía que había herido a Jungkook, que lo había hecho sentir como la mierda y que había establecido un punto de quiebre en su relación; pero no podía seguir pretendiendo que nada pasaba cuando su cabeza era un mundo de pensamientos contradictorios que le estaban haciendo daño.

No quería pasar por el deterioro que se avecinaba, no quería estar mal para sus hijos.

El pelinegro, por su parte, se había dejado caer en la silla al costado de Haru, provocando que el sonido seco del metal se propagara por toda la sala vacía. Lagrimaba también, lo hacía excesivamente, tapándose la boca con las manos para no sollozar con descontrol frente al menor, quien ya lo veía desahogarse con claridad.

Quizá, era momento de decirle a su nene la verdad: que a veces los adultos también se entristecen, que suelen sentirse vulnerables e impotentes cuando hay preocupaciones y que el llanto no se seca a pesar de los años.

Pero no hubo forma de hacerlo porque no pudo encontrar su voz en su garganta apretada y porque, casi inmediatamente, fue Haru el que habló primero.

—Lo siento, papá —esas tres palabras fueron suficientes para que el mayor saliera de su ensimismamiento y se irguiera sobre el asiento para prestarle atención a lo único importante: su hijo.

—Haru —solo pudo balbucear cuando se encontró con los ojos cristalizados del castañito. Entonces, el dolor se hizo más grande e hipó sin ápice de pena—, ¿de qué hablas?, ¿por qué te disculpas?

—Estaba jugando por mi cuenta y descuidé a Hayoon en el inflable —fue lo que dijo y las alertas se encendieron dentro de la mente de Jungkook, quien se puso a negar al instante.

No podía ser un peor padre, era obvio que ya estaba en el fondo.

—No era tu responsabilidad.

—Pero pude haberte ayudado... Si hubiera prestado atención, si hubiera estado atento como en las clases, ahora estaríamos en casa y mi papi te estaría abrazando con mucho amor —y se quebró, justo de la forma en que Jungkook lo hizo cuando fue abandonado en la casa de Jimin.

En ese momento, eran dos niños que lloraban de dolor, dos niños que tenían el corazón roto.

No existía enlace sanguíneo, pero ambos se parecían inmensamente, era difícil para cualquiera encontrar la diferencia. Tal vez era como Taehyung comentó una vez, quizá habían sido familia de sangre en sus vidas pasadas.

—Esto no estaba en tus manos, Haru-ssi —de todos modos, Jungkook trató de explicarle, mientras lo tomaba entre sus brazos y lo mimaba cariñosamente, para, así, intentar encontrar la calma junto a su campeón—. Los accidentes pasan y son inesperados; además, tú eres solo un bebé. Estás tan pequeño que me sorprende lo que has dicho.

Por consiguiente, acariciando el cabello de su hijo con suavidad y cuidado, le permitió un momento de silencio, pensando en que era el mejor método para contener las emociones del menor.

Y hubiera funcionado, de no ser porque el niño tenía otras cosas para decir.

—Odio que discutan. Odio que mi papi y tú se peleen. Me duele mi corazón —como si estuviera siendo torturado, el pequeño volvió a sollozar cual bebé recién nacido que se asusta por la soledad.

En seguida, Jungkook sintió un verdadero tormento. La culpa lo comenzó a carcomer vivo y entendió que era un completo y jodido miserable.

Estaba mal.

Todo estaba mal.

Él, Taehyung y su relación.

Todo.

Pero lo realmente horripilante era la forma en la que se estaba percatando de la situación: esa que le fue explicada por los diminutos labios de un niño que apenas, dos años atrás, empezó a ser consciente de sus acciones.

Los matrimonios perfectos no existen y la vida está llena de problemas, eso lo tenía presente pero lo suyo con Taehyung... lo suyo con Taehyung estaba yendo muy lejos, tanto, que sus frecuentes discusiones y desacuerdos estaban afectando lo único bueno que tenían, su más grande tesoro: sus hijos.

No podía ser cierto, no quería que lo fuera.

¿Qué les estaban enseñando?, ¿qué tipo de vida les estaban dando?... Ellos no tenían la culpa de nada y justo se encontraban sufriendo en silencio, incluso más que su esposo y él.

Fue entonces que el muro que construyó con las ideas positivas que tenía sobre su familia y la educación de sus hijos, se desmoronó pausadamente.

—Haru... Lo lamento... Yo...

—Si mi papi ya no te quiere, vuelve a conquistarlo —soltó y sus palabras llegaron a enredarse justo en el órgano de Jungkook, ese que sangraba ante sus pedazos rotos—... Quiero que las cosas sean como antes... quiero que los dos sean felices —en medio del llanto, continuó deseando, sin saber que su padre estaba al borde del colapso—... Quiero que estén juntos, que se amen y que se den besos en la boca, aunque sea asqueroso para Hayoon y para mí. Conquístalo de nuevo... hazlo, como si fuera la primera vez.

Inmediatamente, la misión de Jeon Jungkook fue evidente después de escuchar la petición del castañito que escondía su carita enrojecida contra su pecho, mismo que no tenía la menor idea de la vida, pero que, de alguna manera, era más sabio que cualquier adulto al que le pudiera pedir un consejo.

Reconquistar a Taehyung. Sí, eso era lo que tenía que hacer.

Aunque no fuera fácil, aunque el ajeno lo odiara y aunque él se sintiera herido al recibir las palabras más crudas, reales y concretas que había escuchado por parte de los amados labios acorazonados.

Debía ser valiente, tomar las riendas y encarar la situación.

Debía reconciliarse con su familia y hacer las cosas bien.

Debía hacer que Taehyung lo volviera a amar.

Era todo o nada.

Gracias por leer. No te olvides de dejar una afable estrellita.

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