26. Dulces sentimientos

Agosto.

Dentro de aquella camioneta blanca, lo único que se podía escuchar eran los pequeños golpecitos continuos que daba Min Yoongi, con la yema de sus dedos, al volante entre sus manos.

El tráfico nocturno era lo que menos quería que le sucediera ese sábado, pues contrario a sus últimos fines de semana, esa noche simplemente quería ir a su casa para tirarse sobre el sofá, encender la televisión, ver alguna serie dramática y comer un par de hamburguesas que, media hora antes, se detuvo a comprar en un local de comida rápida.

Golpeó el ambiente con un resoplido y, limitándose a observar la luz en rojo que anunciaba el semáforo frente a él, decidió divagar en sus recuerdos.

Era hijo de una familia decente, tuvo una buena educación y una infancia memorable. Creció viendo a su padre desempeñar la profesión que ahora le pertenecía. Era inteligente, muy curioso y risueño. En ocasiones, le causaba gracia rememorar las veces que quedó castigado por andar en bicicleta y alejarse mucho de casa.

Todo siempre fue muy sencillo, tan sencillo que resultaba aburrido.

Pero luego, un púbero bastante peculiar, entró al consultorio de su padre llorando a grito abierto. Aquellas lágrimas cargadas de nostalgia le recorrían sus mejillas regordetas haciendo que Yoongi se entristeciera a la par. El pequeño llorón tenía el brazo izquierdo roto y recién operado, pero se lamentaba como si fuera la peor desgracia de la vida.

Yoongi comenzaba a preocuparse, sin embargo, recordó lo que su padre siempre le decía: "Tienes que ser un hombre fuerte. Si no quieres sufrir, debes evitar que te duela el dolor de los demás". Entonces decidió ignorar a aquel niño y se dispuso a jugar, dando vueltas, sobre la silla giratoria de su padre.

Unos cuantos meses más tarde, mientras ambos adolescentes se divertían en un parque cercano a sus residencias, una fuerte tormenta azotó a Seúl y provocó que el dúo corriera a refugiarse debajo del frondoso árbol central del sitio.

Mientras la lluvia caía, Min Yoongi solo podía pensar en cómo evitar el regaño de su madre, pero Park Jimin pegó un fuerte estornudo y fue cuando, el más grande, notó su presencia del otro lado del tronco. Se asomó un poco y observó interesado al jovencito que se abrazaba a sí mismo, tallando su piel de arriba a abajo, temblando de frío y con la ropa empapada.

El pálido muchacho pensó dos veces antes de actuar, pero aún dudando, se acercó al menor y puso su chaqueta azulada en los hombros del bajito, haciéndolo pegar un brinco del susto.

Pero justo cuando pensó que debía retractarse, tomar su chaqueta y salir corriendo por ser tan atrevido, Jimin le sonrió en grande, dejándole ver aquel curioso diente frontal desalineado y achicando sus ojitos por la elevación que hacían sus mejillas ante tal mueca de alegría.

Fue tan agradable esa sensación que el corazón de Min Yoongi latió con calidez dentro de su pecho. Entendió que, si seguía viendo aquella linda sonrisa de mejillas abultadas, su vida se volvería realmente interesante. No habría más aburrimiento, pues el niño parecía un ángel, un pequeño ángel luminoso que se quedaría a su lado por muchos años.

Una notificación llegó a su celular y fue la causante de que Min Yoongi volviera a la realidad, una en la que el semáforo seguía en rojo. Aquello no le importó, el rubio seguía en sus pensamientos y desbloqueó su celular con la esperanza de haber recibido un mensaje del mencionado.

¿Podemos volver a vernos?

Decía aquello y, aunque la decepción le invadió, soltó una risita burlona mientras negaba ligeramente con la cabeza.

"Salir" dos veces con la misma persona no estaba en su vocabulario, pues le parecía una pérdida de tiempo. No obstante, analizó sus alternativas: sus planes eran volver a casa, pero quizá todos los inconvenientes que estaba teniendo lo estaban conduciendo a otro lado, tal vez con su cita de la semana anterior.

Dejarse llevar de vez en cuando, y romper las reglas impuestas por él mismo, no debía ser tan malo. De todas maneras, era fin de semana, aún podía divertirse.

Lo pensó un poco más y se dispuso a responder positivamente al mensaje, pero antes de poder hacerlo, un estruendoso tronido le hizo mirar hacia el frente. El cielo se iluminó en un relámpago aterrador y las gotas no tardaron en caer.

Vaya año, ¿eh?

Se dijo, y justo cuando iba a bajar la mirada hasta el móvil que yacía entre sus manos, un jovencito rubio cruzó la calle frente a su camioneta, dejando una estela de su presencia y haciendo que el mundo se detuviera para el azabache que vivía entre dilemas.

Park Jimin iba tan perdido en sus pensamientos como siempre, caminando con lentitud y pareciendo vagar sin rumbo. Era muy duro consigo mismo y pocas veces se tenía consideración. En realidad, Jeon Jungkook tenía mucha razón cuando lo arrastraba a las pizzerías y le pedía rellenar ese vacío con toda la comida que pudiera consumir.

El verdadero problema era su mente inquieta.

Esa fue la conclusión que tuvo antes de que una gota gigantesca le golpeara en la frente descubierta y se deslizara con calma por el camino de su pequeña nariz. Miró al cielo confundido, no sabía que llovería y, sinceramente, durante los segundos anteriores no estaba prestando atención como para haber escuchado la tormenta que amenazaba sobre su cabeza.

Eso era lo que le faltaba, darse cuenta de cuan nublada estaba la noche. Aquello era malo, pues desde que se confesó con Yoongi, odiaba las noches lluviosas.

Inmediatamente, el aguacero comenzó a caer e hizo que toda la población corriera despavorida en busca de un refugio. Pero Park Jimin no se movió, ya no tenía ganas. Verdaderamente, ese día le importaba muy poco cualquier cosa que le llegara a suceder, incluso si un rayo lo partía en dos.

Tampoco era como si morir fuera el remedio, pero es que el vacío que había en su cuerpo y corazón se sentía firmemente terco.

¿Cómo contenerlo?, ¿Cómo expulsarlo?

Quizá jamás lo sabría.

Y entre aquella depresión, no le quedó más que burlarse de sí mismo por lo tonto que llegaba a ser y, simplemente, comenzó a caminar como había hecho desde que atardeció.

Sin embargo, le fue imposible seguir avanzando, cuando una fuerte mano le sostuvo del brazo, a la par que una sombrilla púrpura le cubrió de la lluvia torrencial que, segundos antes, azotaba contra su cuerpo.

Se giró algo asustado, pero el rostro pálido de Min Yoongi le hizo saber que todo estaba bien.

—¡Park Jimin! —gritó el mayor y el pequeño se sorprendió. Esperaba un saludo, no un regaño—. ¿Qué te sucede, niño irresponsable?, ¿Acaso quieres enfermarte?, Sabes muy bien cuánto te afectan este tipo de acciones y lo graves que resultan ser tus resfriados. No deberías siquiera —pero Yoongi detuvo el discurso que tenía preparado al observar como una risita traviesa abandonaba los labios de su menor—... ¿Qué sucede?

—¡Hyung! —exclamó el rubio con alegría y se lanzó a abrazar al joven que sostenía la sombrilla sobre sus cabezas.

¿De verdad era tan bipolar?, ¿Así de pronto toda aquella tristeza se había ido?, ¿Y el vacío que le atormentaba, dónde había quedado?

Pero es que no pudo contenerse, jamás creyó que Yoongi recordara ese tipo de aspectos. Estaba tan conmovido que quería pegar de gritos, mientras sentía que su corazón latía con emoción.

—Minnie... ¿Qué harías sin mí? —preguntó con algo de gracia mientras la ropa del menor se pegaba, fría, contra la suya.

—Nada Hyung, no haría nada —respondió el menor, hundiendo su empapada nariz en la curva del cuello de Min Yoongi, disfrutando de aquel aroma que tanto le gustaba.

—Exactamente.

Y mientras Jimin se aferraba a su cuerpo evitando preguntarse de donde había salido, Yoongi seguía analizando sus opciones.

¿Ir a casa, tener una cita o dejarse abrazar por Park Jimin?

Sin dudar, la última alternativa le dejaba el corazón repleto de armonía. Quizá no había mucho que pensar ni decidir. De todos modos, Bajo esa lluvia interminable, la vida ya había elegido por él.

La sonrisa de Park Jimin contra su cuello era lo mejor del mundo. Lo quisiera admitir o no, aquello en serio le hacía feliz.

Y en cuanto a Jimin, nunca pensó que abrazar a Yoongi fuera la cura para dejar de odiar las noches de lluvia.

[...]

Jungkook intentaba regular su respiración mientras daba pequeños tragos a la botella de agua que, recientemente, Taehyung le había proporcionado.

Durante esa tarde, ambos jóvenes llevaban ya algunas horas de estar en la pista de carreras y Jeon mentiría si dijera que no disfrutaba cada segundo. Al principio de la sesión, comenzó con una lenta caminata que le molestaba, pero luego, el castaño de ojos oscuros, le animó a empezar a trotar.

Todo se tornaba mucho mejor cuando las cosas parecían funcionar.

Aunque Taehyung inició la caminata con él, decidió asumir su derrota cuando aceptó que, en definitiva, el deporte no era, es, ni será una de sus habilidades. Por ende, el chico pelinegro ya tenía un buen tiempo practicando en soledad. Aquello aparentaba ser triste, pero la realidad era que el atleta no podía evitar emocionarse cuando, desde lo lejos, su mirada captaba a un lindo joven de rizos extraños y sonrisa cuadrada que no dejaba de animarle con vítores, saltos, gritos y manotazos para que no se rindiera, para que continuara siempre.

—Jungkook —le llamó el fisioterapeuta al chico que sudaba por montones—... Ya es momento.

Sin duda alguna, Jungkook estaba demasiado fuera de contexto, pues no sabía a qué se refería el muchacho bonito que miraba a la pista pensativo.

—¿De qué? —preguntó, sintiendo como su cabello mojado se pegaba a su frente y goteaba, de vez en cuando, desde unos pequeños mechones.

—De correr —le dijo en un tono serio, girándose a ver los ojos mieles del menor y encontrándose con una expresión desconcertada en el angelical rostro.

Jungkook tenía miedo, no estaba listo para eso... o quizá simplemente no quería volver a decepcionarse ante un fracaso inminente.

—En realidad, Taehyung... yo no creo...

—¡Shh! —ordenó el mayor llevando su dedo índice hacia los labios del menor. Por un momento creyó que sus belfos iban a ser tocados por esa piel tan maravillosa que, sin duda, le sacaría un par de suspiros. Pero Taehyung no pudo traspasar esa barrera y, aunque su accionar fue algo inconsciente, se detuvo antes de llegar a rozar los distinguibles y delineados labios rojizos del pelinegro—... Esta vez podrás hacerlo... No quiero escusas. Comenzarás lento e irás acelerando conforme sientas que es primordial, pero esta vez, intenta correr y llegar a la meta, ¿Sí? —aquella orden sonó más como un ruego y Jungkook observó con seriedad los ojitos oscuros que brillaban inmensamente.

Jamás había visto los orbes curiosos del mayor lucir tan ilusionados... ¿Cómo le podía decir que no a eso?, ¿Cómo podía negarse, si esos ojos lo miraban con tanta vida?

Si, quizás estaba siendo un poco manipulado por el poder que Taehyung no sabía que tenía sobre él, pero esa mirada en serio lo hechizaba. Pues, aunque el castaño lo estaba viendo como un pequeño cachorrito pide de comer a su amo, también le estaba trasmitiendo una seguridad irreconocible en su persona... una seguridad que había perdido en la primavera de ese cruel año.

—Hyung...

—¡Hey!, ya te he dicho que no quiero que me llames formalmente y menos cuando estás a punto de negarte ante mis peticiones.

—Lo siento Tae...

—¡Vamos!, ¡Puedes hacerlo, Jungkook!, ¡Eres maravilloso!, siempre puedes con todo, esta vez no será la excepción. El tiempo se llegó, ya estás listo. Llevas días enteros preparándote. El día de hoy, tu articulación lo resistirá —se detuvo para tomar con suavidad las mejillas de Jungkook, cosa que le hizo temblar por completo—. No pasará nada, todo va a estar bien —le dijo viéndolo directo a los ojos y el Golden Maknae no tuvo más que perderse en los finos orbes de la deidad que lo miraba—... Puedes hacerlo. Yo confío en ti.

Y no hicieron falta más palabras para que Jungkook se lanzara a abrazar con fuerza a su fisioterapeuta, quien sonrió victorioso al sentir la motivación en el más joven.

Casi de inmediato, Jungkook caminó hasta la línea de partida correspondiente a la calle uno, se puso en posición y antes de comenzar a avanzar buscó a Kim Taehyung con la mirada.

—Deséame suerte —le pidió y el castaño asintió sonriente, cruzando los dedos de ambas manos, aunque en el fondo, creía que no hacía falta desear aquello. Jungkook no necesitaba suerte, él ya era un sujeto muy afortunado. El talento que había en sus venas realmente dejaba impresionado a cualquiera.

Mientras el pelinegro comenzaba su caminata rápida, se quedó meditando y tratando de buscar una solución para que el deportista recuperara su confianza. Tal vez, eso era lo que más deseaba. Quería verlo confiado, quería verlo seguro y triunfando ante los ojos del mundo entero.

Luego soltó una risilla.

¿Cuándo fue que el deporte se volvió tan importante en su vida?

No lo sabía, en verdad que no. Supuso que todo había sido un proceso, a la par que conocía a Jeon Jungkook su pasión por la pista también iba creciendo. Lo agradeció en el fondo, pues estaba seguro de que jamás se perdería una competencia en la que el menor participase.

Jungkook, por su parte, estaba demasiado concentrado al trotar en la pista, quizá ya llevaba un par de minutos manteniendo el ritmo seguro que, prácticas anteriores y varias sesiones fisioterapéuticas invertidas, había logrado adquirir.

¿De verdad Taehyung quería que corriera?, ¿Realmente estaba listo para eso?

Aún concentrado, no podía evitar preguntárselo, porque en serio que tenía miedo. Pero logró escuchar un par de gritos de Taehyung que, ciertamente, le animaron a seguir.

¿Qué era esa actitud mediocre?

Al diablo con el miedo, lo mejor que le había pasado en la vida le acababa de decir que confiaba en él, ¿Por qué simplemente no podía ser recíproco ante ello?

Sí Taehyung confiaba en él, lo menos que podía hacer, era regresarle esa confianza.

Así que lo hizo, confió en las palabras de su fisioterapeuta que le aseguraban un exitoso movimiento y, sin más, se disparó cual flecha lanzada.

La adrenalina que anhelaba sentir, pronto le recorrió el cuerpo entero. Aquello se sintió tan bien, que su corazón amenazaba con salirse de su pecho.

Lo estaba logrando y no podía siquiera respirar.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que gozó de esa sensación?, ¿Cómo es que su cuerpo pudo resistir la abstinencia de la pasión derivada de hacer lo que más amaba, de correr?

Si, se sentía más libre que nunca, más veloz, más ágil, más fuerte.

Estaba feliz.

De pronto, la meta estaba a unos cuantos pasos. No podía creerlo, en serio que no. No podía ser posible.

Pero cruzó.

Los brazos de Kim Taehyung lo recibieron al instante, los aceptó de inmediato y se fundieron en un abrazo tan cálido que ambos chicos sentían sus pechos latir al mil por segundo.

Comenzaron a pegar saltitos de la emoción, se sentían tan entusiasmados que la adrenalina no podía parar de recorrer sus cuerpos. Ambos gritaban vítores, la satisfacción los embriagaba.

Y justo fue ese sentimiento de inconsciencia, el que hizo que Jeon Jungkook definiera un antes y un después en sus vidas. Pues tomó las mejillas de Kim Taehyung entre sus manos y estampó intensamente sus delgados labios contra los rojizos ajenos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top