18. Consejo de amor
Julio.
Era un día lluvioso, el ambiente estaba tan apagado que el ánimo de Jeon Jungkook parecía empeorar. No quería salir de su casa, no estaba listo para hacerlo, simplemente deseaba estar acurrucado en su habitación, viendo un par de películas de acción y comiendo pizza. Pero al contrario de todas sus intenciones, se encontraba parado frente a las puertas principales de la mansión.
Aún dentro del living de su hogar, sostenía sin muchos ánimos la sombrilla que segundos antes le había indicado Jeon Heeyon que tomara. Suspiró, casi pensando que el aliento se le iría a la par de ese suspiro. Se armó de valor, y abrió las puertas elegantes de su casa. Al evidenciar su salida, un aire gélido le golpeó las mejillas haciéndolo retroceder en un intento por evitar mojarse.
—Vaya —murmuró por lo bajo mientras su mirada se sumergía en el paisaje grisáceo que adornaba su inmenso jardín.
Las gotas de lluvia caían en cascada sin ningún remedio posible. Hacía ya un tiempo que no llovía de aquella manera en la ciudad de Seúl, y de cierta forma, el húmedo verano le renovaba un sentimiento de nostalgia a Jeon Jungkook.
Sonrió de lado sin muchos ánimos y abrió la sombrilla apresuradamente, para después correr hasta su camioneta, sentarse en el asiento del piloto y cerrar la puerta en milésimas de segundo. La lluvia azotaba con fuerza en los cristales de su vehículo, parecía que aquellas gotas estaban más que dispuestas a caer sobre la ciudad durante mucho tiempo.
El joven deportista simplemente se quedó ahí, pensando si realmente debía encender la camioneta y ponerla en marcha. Se debatió mientras escuchaba con atención el crepitar del incesante goteo en el techo de su auto.
Hizo una mueca pensativa y su mano viajó hasta la manija de la puerta, estaba decidido a regresar a su habitación, después de todo, inventar que tenía un resfriado no debía ser muy difícil. Pero de pronto, como si Jeon Heeyon le hubiera leído la mente, apareció en la entrada principal de la casa asomando su rostro acaudalado y cruzando sus brazos ante la presencia de Jungkook en la mansión. Con su mano señalando la muñeca donde tenía un bonito reloj, le indicó que se le hacía tarde, así que el pelinegro solo se disculpó con un rostro avergonzado y encendió la camioneta, para después arrancarla lentamente.
Condujo por la ciudad de Seúl con sumo cuidado, manteniendo la esperanza de embotellarse entre el tráfico, que su camioneta se descompusiera o tuviera que detenerse para ayudar a una anciana a cruzar la calle. Sólo quería perder la cita con su fisioterapeuta, pues dentro de sí, un revuelo de emociones encontradas le causaba ardor en el estómago.
Pero nada pasó, parecía que el destino le rogaba con ojos cristalinos que se encontrara con el muchacho castaño de orbes oscuros, y no lo culpaba, al fin de cuentas, eso era lo que se tenía que hacer.
Cuando menos lo imaginó, ya estaba caminando por los pasillos del hospital, en busca del consultorio de Kim Taehyung.
Se detuvo frente a la puerta cerrada de aquel sitio donde trabajaba el mayor, y como si fuera su afición, se quedó observando con detenimiento aquel acceso de madera refinada, la miró a detalle y comenzó a divagar en sus pensamientos.
—¿Taehyung no está? —preguntó una voz repentina que le hizo pegar un salto.
—Aah —balbuceó, pues no tenía conocimiento certero con el que pudiera responder a Jung Hoseok—... Aún no he tocado —confesó y el chico de la sonrisa brillante se acercó, haciendo a un lado a Jungkook y llamando a la puerta decididamente.
—Adelante —se escuchó, sin mucho ánimo, desde adentro y Jung Hoseok le sonrió a Jeon Jungkook.
—Taehyung, el joven Jeon ya está aquí — anunció Hoseok entrando sin ningún cuidado a la pequeña habitación y dejando en el pasillo a un nervioso atleta.
Kim Taehyung estaba sentado en su escritorio revisando unos archivos en su computadora, pero al escuchar aquel comentario no pudo evitar buscar con la mirada al joven pelinegro. Y lo encontró, parado cuál árbol en invierno, con la mirada perdida en el piso.
Recordó la última cita que habían tenido, aquel día en que Jungkook parecía tan impresionado como triste. Al seguir viendo aquella expresión, no evadió sumergirse en la melancolía que se dibujaba en el rostro del pelinegro.
—Adelante Jungkook —dijo con confianza, sonando exageradamente animado, llevando la contraria a lo que realmente sentía. Jung Hoseok le dedicó una mirada de desconcierto, era extraño escuchar a Taehyung llamar a Jungkook sin ninguna formalidad de por medio, jamás lo había hecho, con ningún otro paciente.
Jungkook se armó de valor, llenó sus pulmones con excesivo oxígeno y entró sin poder levantar la mirada.
En realidad, no sabía si quería volver a ver aquel divino rostro que le robaba la cordura, no sabía si quería volver a experimentar su piel erizada ante el tacto más suave que jamás imaginó existir... No quería perderse en la chocolatosa mirada, simplemente para no sentir su corazón acelerado por alguien que no era parte de su mundo.
No quería que el alma le doliera.
Así que solo se sentó frente a Taehyung, sin esperar nada más.
—Bueno, yo solo vine a pedirte que me envíes el expediente de la señorita Choi —dijo Hoseok aún sorprendido por como el castaño llamó al pelinegro.
—Muy bien Hyung, después de mi sesión con Jungkook lo tendrás en tu bandeja de entrada —contestó el castaño y Hobi le sonrió asintiendo, sin evitar percatarse de que ambos chicos demostraban el mismo ánimo afligido. Pero no dijo nada, simplemente salió de la habitación, dejando a aquellos dos jóvenes sumergidos en sus problemas.
—¿Cómo has estado? —cuestionó Taehyung observando al pelinegro detenidamente.
Jungkook no pudo decir nada, tampoco se atrevió a verlo, simplemente cerró sus ojos, pues el timbre de voz del castaño fue tan armonioso que cada uno de sus planes se derrumbaron en picada.
Se sentía como un tonto, actuaba como un tonto y era un tonto. No debía llevar aquel tema tan arraigado en la piel, debía seguir siendo el mismo de antes, al menos hasta que sus terapias terminaran. Después de todo, Taehyung no tenía la culpa de gustarle a alguien tan incorrecto como él, por ende, su fría actitud quedaba fuera de lugar.
Lo pensó bien, lo único que debía hacer era reprimir y controlar aquel gusto indebido hasta hacerlo desaparecer.
Entonces levantó la mirada y todo lo que había pensado durante los últimos días, junto con el muro que decidió construir hacia las fronteras de Kim Taehyung, fueron demolidos con tan solo volver a deleitarse con la bonita sonrisa cuadrada del mayor.
—Bien —contestó sin más y los ojos apagados de Taehyung le hicieron saber que el castaño tampoco tenía buen ánimo ese día—. ¿Y tú? —cuestionó sintiéndose extraño, pues aún no podía acostumbrarse a tratarlo como a un "amigo".
—Bien —contestó casi con el mismo tono de voz que había utilizado Jungkook.
El tiempo corrió más rápido de lo esperado por el Golden Maknae. Una hora después, ambos se encontraban en la sala de rehabilitación, casi a punto de terminar la sesión terapéutica de ese día. Jungkook se sentó en la gigantesca colchoneta azul para poder descansar sus músculos antes de enfrentarse a la tormenta que aún azotaba a Seúl.
—Taehyung, ¿Seguro que estás bien? —preguntó como quien no quiere la cosa. Durante toda la sesión, el castaño se mantuvo tan callado que de verdad le preocupó su estado emocional—. Yo sé que no.
—No estoy del todo bien Jungkook —confesó—, pero no quiero abrumarte con mis problemas.
—Sabes que no lo veo así, puedes contarme lo que sea. Para eso estamos los —se detuvo y sintió como su cuerpo se tensó—... Amigos.
Taehyung le miró pensativo y le regaló una media sonrisa. Luego, sin que el pelinegro lo previera, se acercó y se dejó caer a su lado, provocando que el corazón de Jungkook se acelerara al sentir el ligero choque que hubo entre sus hombros.
—Es Misuk —murmuró—, mi novia.
Y sí, aquella declaración le estrujó su corazón abatido. Dolió, no podía decir que no, pero tampoco podía pedirle al castaño que no le hablara de eso.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó sin querer hacerlo.
—Con ella nada. Sinceramente, el problema soy yo.
—¿Por qué tú?
—Bueno, no quiero justificarme, pero es que últimamente he tenido muchos problemas, principalmente en casa y... Olvidé nuestro segundo aniversario —dijo tapando con sus manos su rostro repleto de frustración—... No tienes que decírmelo, sé que soy el peor novio del mundo —admitió y Jungkook quiso tirarse del puente del río Han, pues descubrió que la palabra que menos le gustaba en el mundo era "novio", viniendo de la voz de Kim Taehyung—... Ella está muy molesta, y sé que no es para menos, digo, dos años es mucho tiempo. Haberlo olvidado de verdad la dañó, no sé qué hacer para arreglarlo —declaró—. ¿Tú cómo lo resolverías?
Y ante la presente cuestión, el alma del pelinegro se derrumbó. ¿Cómo contestar aquella pregunta sin evitar que su corazón doliera?
Pero tomó el aire necesario y simplemente contestó, con la única intención de ayudar al castaño con al menos uno de sus problemas—. Bueno, en realidad no sé nada sobre chicas —reconoció—, pero creo que si de verdad te importa debes buscarla. Repara el daño brindándole un momento que jamás olvide, llévala a cenar y dale un buen regalo. Dile lo que sientes, pero también demuéstraselo. Esfuérzate por ella, no la dejes ir —soltó sin siquiera esperarlo y la sonrisa que le estaba regalando Kim Taehyung hizo estremecer sus sentidos.
—¿Cómo rayos me vienes a decir que no sabes nada de chicas?, tienes toda la razón, debo buscarla y hacer algo lindo por ella, hace mucho no la consiento como se merece —habló perdiéndose en sus pensamientos, y un movimiento rápido conectó sus orbes con los del pelinegro—. Gracias Jungkook —expresó tan entusiasmado que el atleta no pudo evitar sonreírle.
Los ojos oscuros ahora brillaban, y una sensación tranquilizadora se apoderó de su mente. Había dicho lo correcto, logró ayudar a su nuevo amigo y algo en su alma dejó de pesar, pues una gran idea le golpeó los sentidos.
Está bien Jungkook, si sigues escuchando a Taehyung hablar sobre su novia, podrás entenderlo y superarlo sin demora alguna. Todo volverá a la normalidad, Kim Taehyung dejará de gustarte.
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