11. Una belleza incomparable

Junio.

El chico pelinegro llegó ese día al hospital más temprano que de costumbre. Estaba muy ansioso, pero no sabía el porqué, así que se debatió por unos momentos al intentar identificar la causa de su ansiedad: por un lado, estaba la invitación recién hecha por sus mejores amigos, Park Jimin y Kim Namjoon, que le plantearon asistir durante esa tarde a la pista de carreras para hablar del deporte que los tres practicaban; y por el otro, la simple idea de encontrarse con Kim Taehyung, su fisioterapeuta.

Pasaron unos cuantos minutos para que Jungkook bajara de su camioneta, sabía muy bien que había llegado quizá cuarenta minutos antes de su cita, por ello decidió esperar en el asiento trasero de la misma mientras su chófer, Dongyul, cambiaba la estación de la radio cada vez que los comerciales aparecían. Luego de su impaciente espera, caminó a pasos decididos apoyándose en las muletas, desde el estacionamiento hasta el jardín, que adornaba armoniosamente las puertas principales del área de rehabilitación física.

Se detuvo unos instantes al notar que la estación del verano comenzaba a presentarse en el ambiente. Los árboles, que daban una extensa sombra al sitio, se veían relucientes ante el clima caluroso que empezaba a circular por la ciudad de Seúl, e incluso se podía sentir que se aproximaba la temporada de lluvias. El muchacho sabía que ese lugar no era el más agradable del mundo, pero aun así no había nada que pudiera arruinar aquella vista tan pacífica. Al contrario, cuando Jeon Jungkook desvió la vista del increíble paisaje que lo rodeaba, jamás imaginó encontrarse con algo más hermoso aún, pues Kim Taehyung deleitó sus sentidos en un instante.

—¿Recuerdas cuál es tú tarea? —la suave, pero grave voz del castaño, inundó con delicadeza los oídos del muchacho ojimiel, provocando que tensara su mandíbula al sentir aquel genuino buen humor que hace mucho no lo invadía.

Taehyung se encontraba en la entrada del hospital, hablándole atentamente a un pequeño niño de tal vez siete años, el cual era acompañado por su madre.

—Debo hacer mis ejercicios —contestó el niño mirando hacia arriba, como sí su fisioterapeuta midiera lo mismo que un edificio.

—Pero prometes que está vez los harás, ¿Verdad?, Sin hacer enojar a tu mami —indicó el castaño y el infante soltó una risita avergonzado, miró a su madre, y volvió su mirada al joven de la sonrisa cuadrada.

—¡Lo prometo TaeTae! —exclamó el pequeño pegando un salto de alegría y Taehyung sonrió como sí no hubiera un mañana.

TaeTae, lindo.

Pensó Jungkook de inmediato.

—¡Eso campeón! —vociferó el chico de los rulos y chocó su palma con la del niño—. No olvides llamarme si necesitas algo —dijo por último, para después despedirse y observar cómo ambos se alejaban.

Aquel camino dibujado por madre e hijo, lo llevó a encontrarse con una sonrisa que jamás imaginó llegar a admirar: la sonrisa de Jeon Jungkook. Fue extraño, sinceramente electrizante e ininteligible para su mente, ¿Qué es lo que veían sus ojos?

El paciente más complicado, ese que a finales de abril abandonó con molestia su consultorio pensando en no volver jamás, ese que no paraba de exagerar en un principio ante cada condición que le fue planteada, ese que creía que su vida era tan oscura como una noche sin estrellas, ese mismo, le estaba sonriendo de oreja a oreja, por primera vez.

Taehyung no pudo evitar mirarle con detenimiento, pues simplemente reparó en que esa expresión sobre el rostro blanquecino de su atleta favorito, quedaba mejor que cualquier otra que se haya visto. Sin duda, estaba sorprendido. Y sin darse cuenta ya le regresaba el gesto al joven pelinegro; pero el ajeno, al ver como los labios de Taehyung se ampliaron en una sonrisa dirigida a su persona, salió del transe en el que inconscientemente se había sumergido, y dejó de sonreír a la brevedad, viendo a Kim Taehyung caminar en su dirección.

—¡Buenas tardes joven Jeon! —exclamó Taehyung con una voz amable, pues su humor mejoró exponencialmente cuando los dientes de conejo de Jeon Jungkook divisaron con alegría el exterior de la cavidad bucal del pelinegro—. Es un gusto verlo el día de hoy.

—Lo... Lo mismo digo —contestó el menor, sintiendo como el calor subía a sus mejillas de un segundo a otro, y se avergonzó todavía más de presentar aquella condición ante los ojos más oscuros que había visto.

—Sígame, tenemos muchas cosas que hacer hoy —pero agradeció infinitamente que Taehyung presentara una conducta de despiste total frente a situaciones que no se relacionaran con la fisioterapia.

Y sin más, ambos chicos se adentraron a la sala de espera del hospital, abandonando aquel jardín que ofrecía una pacífica estadía para cualquier ser humano.

Jungkook caminó a la par de Taehyung, atravesaron pasillos y saludaron personas en el trayecto, hasta entrar al consultorio del profesional. Minutos más tarde, el Golden Maknae ya se encontraba sobre la camilla del consultorio, esperando que Taehyung dejara de teclear en su computador y se acercara para masajear su rodilla antes de comenzar con la terapia.

Segundos después, así sucedió, las finas y cálidas manos del castaño se posaron sobre la rodilla flexionada del menor haciéndolo sentir extraño. No es que antes no lo hubiese masajeado, tampoco le dolía la articulación, simplemente aquel tacto se comenzó a sentir distinto durante los últimos días.

Y Jungkook no podía dejar de admirar: el chico tenía las manos más suaves del mundo, con dedos largos y delgados. Se preguntó si el castaño sabría tocar algún instrumento, quizá el piano, pues, así como logró aliviar el dolor de su rodilla, sabía muy bien que sería capaz de conmover corazones en cuanto a melodías se tratasen.

Se quedó observando por un momento el techo del consultorio. No tenía nada que decir, y supuso que el castaño tampoco, pues con el tiempo que lo había conocido, ya se había percatado de que era bastante parlanchín. Se extrañó por aquello y bajó un poco la mirada hasta encontrar al chico del uniforme púrpura. Le causó gracia imaginar el armario del rizado, repleto de uniformes de todos los colores e incluso organizados como si del círculo cromático se tratase. Era tonto, pero realmente creía que Taehyung era una persona bastante ordenada.

Lo miró sin disimular, pero no le preocupó por que Taehyung estaba demasiado perdido manipulando su pierna, y ante aquello no pudo evitar darse cuenta de lo irremediablemente lindo que se veía el joven del uniforme al estar tan concentrado. Le siguió mirando, apreciando como pequeños mechones rizados caían con gentileza por su frente, con el único propósito de adornarla sin temor. Aquel color castaño en su cabello venía perfecto con el café con leche de su sedosa piel, y eso sin hablar de sus grandes ojos a chocolate intenso, que contrastaban increíblemente con el matiz rosado en sus labios y la bonita nariz perfilada que engalanaba su perfecto rostro, tan perfecto que parecía no ser de este planeta.

Sí, era momento de aceptarlo, el joven de los rulos extraños era guapo, bastante, a decir verdad. Y aquella belleza no se comparaba con ninguna otra, pues no existía, y en caso de que si lo hiciera, Jeon Jungkook ya no podría reconocerla, no después de admirar a Kim Taehyung.

—Noté que el día de hoy se encuentra de excelente humor —articuló el castaño, sacando al distraído atleta de sus pensamientos maravillados.

—¿Sí? —preguntó de inmediato demostrando su desconcierto, simplemente le costó unos segundos regresar al mundo real.

—Si —soltó una risita ante el inquisitivo cometario del pelinegro—, ¿Puedo conocer el motivo de su alegría? —cuestionó sin levantar la mirada de la rodilla de su paciente en ningún momento.

Jungkook se tensó, realmente no esperaba entablar una conversación más personal con el joven de los rulos. Tampoco era como si tuviera una respuesta para aquella pregunta, al menos no una respuesta en particular; sería extraño si le dijera que le agradaba su compañía, que percibía una mirada soñadora en sus ojos chocolates, o que simplemente era muy guapo y ver sus muecas de felicidad le provocaban exagerada alegría en su alma.

Pero no. No diría eso, no podía e incluso no sabía.

—Hoy volveré a la pista —le contestó después de unos segundos, expresando la única respuesta que se le ocurrió en el momento.

—¿Qué me está diciendo? —los ojos oscuros recayeron en los amielados, exhibiendo cuan desaprobatoria era la idea—. ¿Cómo se le ocurre pensar siquiera en semejante barbaridad?, no puedo permitirlo.

Jungkook no pudo evitar soltar una carcajada ante el comentario del castaño, y al ver ese rostro divino repleto de inocente preocupación.

—No se angustie, solo iré a ver a mis amigos, ellos desean convivir conmigo. Dicen que me he vuelto un amargado y con tal de sacarme de mi casa, rogaron a mi madre durante horas para que me permitiera acompañarlos por la tarde —explicó y Taehyung sonrió ampliamente, pues pensó en el bien que le haría al pelinegro salir de sus cuatro gigantescas paredes.

—Bien, entonces puede asistir —respondió y Jungkook dibujó una gran sonrisa en su rostro, aquel comentario que no significó nada para Taehyung, hizo sentir demasiado bien al pelinegro, era como si le estuviera dando permiso, un permiso que no necesitaba, pero que sin duda lo hacía emocionarse, ¿Qué le estaba sucediendo?, no lo entendía, pero el castaño, de verdad que le agradaba—. De cualquier manera, no intente ningún movimiento brusco, no podemos perder lo que hemos logrado en éstas últimas semanas.

—Lo prometo... —dijo y por unos instantes reprimió el deseo por nombrar al chico como lo había hecho el pequeño niño que miró en la entrada.

—Bien, de cualquier forma, en unos meses usted volverá a la pista.

Concluyó el castaño, y una sonrisa soñadora apareció en los labios del pelinegro, permitiéndose, después de mucho tiempo, sentir esa ilusión que le llenaba los pulmones de vida. Y no lo sabía, en el fondo no entendía nada, lo único en que pudo pensar fue que todo era gracias a Kim Taehyung.

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