Capítulo único
"La Navidad Boricua comienza con el día de Acción de Gracias
y termina con las fiestas de la Calle San Sebastián"
-todo puertorriqueño.
Carlos, nombre típico y utilizado con frecuencia en la Isla del encanto, Puerto Rico, recordará por siempre aquél inusual 24 de diciembre del 2010. Esa Nochebuena, o Víspera de Navidad, fue una llena de sorpresas.
La mantendrá en su recuerdo por tres razones principales que lo marcaron de por vida: fue la primera vez que comió una morcilla, que experimentó un temblor con una magnitud de 5.4 y conoció al amor de su vida. Sin duda alguna, una noche de mucha adrenalina.
Era usual y típico que su familia se reuniera para compartir juntos cada año en esa noche tan especial. El punto de encuentro se realizó en la residencia de una de sus tías. Le gustaba mucho visitarla pues tenía la casa más grande y una vista espectacular. El hogar estaba rodeado de una finca majestuosa, que incluía arbustos de mediano tamaño, flores hermosas por doquier, y animales como caballos, vacas, ovejas y cerdos que hacían maldades a diario.
Cuando Carlos arribó a la vivienda con su madre, jamás pensó que iba a ser una noche tan mágica. Desde que llegó, saludó como de costumbre a los familiares. Entre besos y abrazos, no pudo dejar de mirar el festín que había en las mesas. ¡Nada como la comida en época navideña! Con solo ver los grandes platos que incluía el famoso lechón asado que no podía faltar nunca, al igual que el arroz con gandules, pasteles de yuca, gandinga, la ensalada de papas y el coquito, el estómago rugía y pedía comida al instante.
Lo único que a Carlos no le gustaba del festín y que al igual que los demás alimentos, no podía faltar en la mesa, eran las morcillas. ¡Las morcillas! ¿Cómo la gente podía comer ese embutido a base de sangre coagulada de cerdo? ¡Lo veía todos los años y no lo creía!
Pero aquella noche fue diferente. Probó por primera vez una morcilla gracias a la chica angelical que apareció en la casa de su tía esa noche tan especial. Esa noche fue la primera vez que sintió lo que en las películas llenas de cursilería llaman mariposas en el estómago. Así se sintió Carlos cuando vio llegar a Ana, una joven de diecinueve años al igual que él.
Ana era la mejor amiga de su prima, Laura, que vino de visita a pasar las Navidades. ¿Cómo era que nunca había conocido con anterioridad a ésta mejor amiga de su prima?
—Carlos, Ana. Ana, Carlos —les presentó Laura.
—Un gusto —respondió Ana.
—Un placer —replicó Carlos con una grata sonrisa.
Y es que Ana era preciosa ante los ojos de Carlos. Si bien su exterior era hermoso, más bello aún era su interior, el cual el joven tuvo el placer de conocer esa noche. Dialogaron por mucho tiempo y compartieron sus gustos. Aunque fueron muy diferentes unos de los otros, por alguna razón, se complementaron.
—¡La canción que tengo pegada en estos días es la de Waka Waka de Shakira! —compartió Ana.
—Mi canción de estos días es la de Danza Kuduro de Don Omar. ¿Dónde queda tu apoyo a los de la Isla? —preguntó entre risas el joven.
Carlos nunca se imaginó que una conversación tan sencilla pudiera unirlos tanto. El apoyo a los puertorriqueños lo hizo en forma de broma, pero dio paso a conocer más sobre la vida de la chica. Supo que Ana estudiaba en los Estados Unidos y que a pesar de que amaba a su hermosa Isla, entendía que estudiando, trabajando y viviendo en el país norteamericano, le traería más oportunidades. La situación económica comenzaba a decaer.
A pesar de que el joven entendía el razonamiento de Ana, se le hacía un poco difícil imaginar pasar las navidades lejos de su familia y su tierra borinqueña.
—Lo es. Es difícil. Incluso por eso vine a pasar las navidades por acá. Extrañaba a mi querida isla y la comida puertorriqueña. ¿Quieres una morcilla? —preguntó. La joven agarró una para ella y ofreció otra al joven.
—No me gustan —respondió Carlos.
—¿Las has probado? —preguntó Ana con curiosidad.
—No.
—¿Y cómo sabes que no te gustan? Es como decir que no te gusta una canción sin haberla escuchado. Luego tienes que darle una oportunidad a Waka Waka, por cierto —sonrió.
La sonrisa de Ana lo puso a pensar. ¿Estaría dispuesto a intentar cosas nuevas por ella? Quizás sí. Quizás era momento de atreverse a nuevas oportunidades. Pensó que probar la morcilla sería un paso adelante a querer comenzar algo nuevo. Miró a Ana a los ojos, aceptó la morcilla de sus manos y la probó.
—¡Es picante! —exclamó Carlos.
Ana rió. El joven sonrió con ella. Momentos tan simples como esos quedaron grabados en su memoria.
—¡TEMBLOR! —gritó entonces la tía de Carlos.
Y era cierto. La tierra se estremeció. Por muchos años no temblaba en la Isla. Y cuando temblaba era muy leve. Pero ese temblor se sintió por varios segundos que se hicieron eternos. Incluso se escuchó la tierra rugir como si pasara un camión en esos momentos.
Todos se levantaron de sus sillas y corrieron hacia el exterior, lejos de techos y columnas que se pudieran desprender. No obstante, el temblor duró apenas segundos y fue nada más que un simple susto.
—¡Demos gracias a Dios que estamos todos bien! —comentó un familiar.
—¡Eso fue Santa Claus que se cayó por una chimenea! —gritó otro familiar.
—¡Del techo será! ¡Aquí no hay chimeneas! —comentó la tía de Carlos.
—Según el periódico El Nuevo Día fue de 5.4 la magnitud. Bastante fuertecito —interrumpió Ana quién buscó la información navegando en su móvil.
—Yo ni tengo señal de internet —dijo Carlos—. Es típico de Puerto Rico que cuando sucede un evento como éste, la señal del móvil se cae.
Ana rió. Era cierto. Algo tan sencillo, y quizás insignificante, como la pérdida de señal del móvil le hizo recordar las cosas típicas de la Isla. Aunque, no todos los días se vivía un temblor, y menos en una noche tan especial como esa.
Esa noche pudieron todos compartir en familia, escuchar de buena música y hasta tirar fuegos artificiales en celebración de que estaban vivos. El pequeño temblor les recordó lo bendecidos que eran.
El pequeño terremoto muchos lo recuerdan como el temblor de Nochebuena. Ana lo recuerda por el temblor que ocasionó Carlos por haber probado una morcilla. Carlos lo recuerda por el temblor que hizo que ambos se unieran más, puesto que ambos se agarraron sus manos por instinto al sentir la tierra estremecerse.
Aquella noche del 2010, nació un interés entre dos jóvenes que luego con el tiempo se convirtió en amor. Entre la comunicación a distancia y visitas regulares por los primeros tres años, la relación evolucionó a una más seria donde ambos vivían cerca uno del otro. Carlos también tuvo que migrar a los Estados Unidos en búsqueda de una mejor oportunidad laboral.
Ocho años después de esa mágica noche, ambos jóvenes celebraban nuevamente su Víspera Navideña al estilo boricua. ¿Y qué si estaban en otro país? ¡La Navidad va y viene con cada uno de nosotros! La llevamos en nuestro corazón.
Entre los platos típicos puertorriqueños y las anécdotas de cada año, ambos compartían unidos, como una pareja, la noche que unió sus caminos. La noche en la que sembró esa semilla que retoñaría en un amor que esperaban fuera eterno, como los anillos que cada uno portaba en sus dedos anulares.
Era la Nochebuena; la noche de buen amor.
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