I. Azul

Su cabeza había empezado a gritarle todos los días, le era imposible dormir. Por eso aquella noche había decidido cambiar la rutina. Bajó al bar, tomando asiento en el lugar designado para ella, el lugar que únicamente Jinx podía ocupar.

—Entonces todos en mi vida un día solo... ¡puf! Se esfumaron —rio, bastante ebria, hablando con quien fuera que estuviera escuchando en ese momento—. El problema es que los malditos decidieron venir a joderme cada que quieren, como si mi cabeza fuera algún tipo de hotel o algo así. ¡Ja!

Siguió bebiendo a través de la pajilla, tal vez de hecho eso era lo que estaba poniéndola ebria tan rápido.

—Debe ser una mierda —dijo alguien más, sentándose a su lado.

Jinx recargó el codo sobre la barra y luego la cabeza en su mano, mirando a su nuevo acompañante de tragos. Nunca antes lo había visto en La Última Gota, no era un cliente frecuente ni tampoco un subordinado de Silco; además, parecía tener su edad, lucía como un muchacho idiota y muy borroso.

—Sí, es una mierda —aseguró ella, terminando su trago y poniéndose de pie para volver a su habitación.

Pero el piso se movía solo, si ella caminaba hacia la derecha, el bar completo se iba hacia la izquierda. Sintió unos brazos rodeándola.

—Déjame llevarte, bebiste demasiado —escuchó del mismo idiota.

Y luego todo se oscureció.



Cuando despertó no logró reconocer dónde estaba, no era ningún lugar cercano a casa de cualquier forma. Se levantó con un terrible dolor de cabeza que la obligó a sostener sus parpados con los dedos.

—Creí que nunca despertarías —escuchó frente a ella. La vista todavía nublada, pero en definitiva más nítida que ayer—. No tolero la idea de que ni siquiera recuerdes nada. ¿Qué te parece si lo repetimos?

Jinx arrugó la nariz, en señal de desagrado.

—¿Repetir qué?

El muchacho sonrió, mordiendo su labio, y fue cuando Jinx notó por fin que estaba desnuda.

—Me estás jodiendo... —bramó, buscando sus ropas en el suelo.

Ella no era ajena al sexo, ya no era una niña, había dejado de serlo hacía mucho, pero nunca se sintió particularmente atraída por nada que requiriera involucrarse emocional o físicamente con alguien.

—Vamos, ¿de verdad no recuerdas ni un poco?

De nuevo, el muchacho se acercó hasta ella, tratando de acariciar sus hombros desnudos, Jinx sintió un escalofrió, le torció la muñeca y lo dejó tirado en el suelo.

—Si hubieras sido bueno, lo recordaría —le escupió desde arriba.

Él frunció el entrecejo, molesto. Jinx volvió a vestirse, incluso había encontrado su pistola justo dentro de su pantalón, era evidente que el tipo ni siquiera se había molestado en desarmarla antes, vaya imbécil.

El muchacho volvió a tomarla con fuerza por ambas muñecas.

—No creerás que te dejaré ir tan fácil, ¿verdad? —gruñó—. Eres la maldita cachorrita de Silco, seguro pagará bien por recuperarte en una pieza.

Jinx ladeó la cabeza con una sonrisa arrogante. Le dio un rodillazo en el estómago y cuando éste la soltó para encorvarse, ella le disparó justo en la nuca.

Blah, blah, blah —volvió a guardar el arma, tocando con la punta del pie el rostro del sujeto—. Te dije que no eras lo suficientemente bueno.

Y salió dando un salto por la ventana, perdiéndose entre las calles de Zaun, con el sol apenas asomándose detrás de ella.




El trabajo que Silco le había encargado era sencillo, tan sencillo que cualquier idiota con media neurona hubiese podido hacerlo. Bueno, cualquier idiota excepto Sevika, que había fallado la primera vez que fue sola.

—No necesitaba que vinieras —gruñó la mujer.

—Tu magnifico desempeño no pasó desapercibido —dijo Jinx, sonriendo con sarcasmo mientras mordisqueaba un pedazo de madera y escupía los restos al suelo—. Silco no está feliz y es culpa tuya y de tu estúpido brazo de metal.

Los objetivos se movieron debajo de ellas, Sevika tuvo que tirar de Jinx para que se escondiera detrás de la barandilla de concreto y no las descubrieran.

—Solo dispárales y ya —murmuró Sevika—. Quiero largarme de aquí.

—Se nota que no me conoces, gruñona.

Jinx dio un salto, atravesando la barandilla y cayendo dos pisos más abajo, justo frente a los hombres. Llevaba al hombro una nueva arma en desarrollo que, en cuanto activó, lanzó una lluvia de disparos rosas y azules, llenando de agujeros a sus adversarios. Ni siquiera la vieron venir.

Sevika dio un salto junto a ella.

—Te gusta llamar la atención, ¿no?

—Es parte de mi chispa —su rostro dibujó una sonrisa engreída que pronto se disipó.

Y vomitó. Había vuelto el estómago justo sobre la bota de Sevika.

—¡¿Qué mierda te sucede?!

—Demasiada chispa —aseguró Jinx y luego miró sobre su cabeza—, o tal vez fue demasiada altura.

Sevika ni siquiera pudo borrar su gesto de desagrado, sacudió el pie y caminó de vuelta a La Última Gota, asegurándose de que la próxima vez que Silco se atreviera a mandar a Jinx de su acompañante se mantendría tres metros alejada de ella.




Todo tenía que estar mal. No había manera de que lo que sea que eso significara realmente estuviera pasando. Era un error, tenía que serlo.

Jinx tomó la prueba casera y la lanzó sobre las otras cinco que se había hecho.

Las malditas pruebas estaban mal, tenían que estarlo, porque había sido solo una vez, solo una maldita vez y no creía que el idiota ese con el hueco en la cabeza hubiera sido tan imbécil como para no haberse cuidado.

Ahora él estaba muerto y ella estaba jodida.

—Creo que estoy embarazada —le anunció a Silco, posándose frente a su escritorio. Él solo la miró con las cejas levantadas mientras las pruebas caían sobre la madera como un montón de fichas de dominó—. Bueno, en realidad, estoy bastante embarazada.

Silco ni siquiera quiso preguntar cómo había pasado, desde siempre supo que Jinx era una joven bastante capaz para cuidarse sola, bastante capaz de dispararle a cualquiera que la hiciera enojar, aunque jamás se la imaginó llegando con una noticia así, como si fuera cualquier cosa. Sevika miraba todo desde el sillón en la oficina, estaba sorprendida, pero ahora entendía porqué sus botas favoritas habían terminado en la basura.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Silco, volviendo a erguirse en la silla.

—¿En serio me lo preguntas a mí?

Silco no respondió, era claro que al final la decisión era suya. Jinx odiaba tomar decisiones, para ella el resultado siempre era el mismo: una mierda.

—No lo sé.

Sevika rodó los ojos y se puso de pie.

—Deshazte de él —soltó.

Silco no se movió, Jinx tampoco, era como si lo que Sevika había dicho se hubiese estancado en su cabeza.

—Sería capaz de tenerlo solo para joderte —se burló Jinx.

No quería darle el placer de hacer lo que ella decía, pero tampoco iba a negar que no lo había considerado. Esto definitivamente no estaba dentro de sus planes y tener a un ser diminuto y maloliente correteando por su habitación y La Última Gota no era precisamente algo que la llenara de alegría, y por las caras de Silco y Sevika, a ellos tampoco.

—Toma una decisión —se apresuró a decir Silco, levantándose para salir de su oficina, seguido por Sevika—. Esto podría cambiarlo todo.

Jinx permaneció con la mirada fija en la puerta que rechinó antes de cerrarse.

Claro que iba a cambiarlo todo, ¿o es que no le había quedado claro la parte de "embarazada"? Debía tomar una decisión, esta vez una buena, una que no fuera a joderle la vida más de lo que ya la tenía.

Se recargó en el escritorio a su espalda y miró su estómago.

—¿Se supone que justo ahora estás ahí dentro?

Habló para lo que sea que estuviera desarrollándose dentro de su vientre, pero no hubo respuesta.

Resopló, sacando todo el aire de sus pulmones.

—Y ahora el mandamás y su "mano derecha" —sonrió ante su propio pésimo chiste—, quieren que tome una decisión sobre ti. ¿No se han dado cuenta de que poner una vida en mis manos es lo más peligroso que pueden hacer?

Nada, la oficina estaba incluso más silenciosa de lo normal.

Se picoteó el estomago con la punta del dedo. No había forma de que algo estuviera viviendo ahí tan jodidamente tranquilo mientras ella se sacaba los cabellos tratando de decidir cuál sería el curso de sus vidas a partir de ese momento.

Echó la cabeza hacia atrás, mirando el techo y las vigas que cruzaban de un lado hacia otro.

—Es una pésima idea... —susurró—. Nada bueno sale de mi compañía, y tú inevitablemente estarás adherido a mí como una sanguijuela, sin importar nada. No hay forma de que eso resulte bien, simplemente no la hay.

Colocó la mano sobre su vientre, buscando cualquier señal de vida que pudiese detectar, pero era demasiado pronto para eso. A pesar de ello, sintió un escalofrío tensando sus músculos y cerró el puño sobre su piel helada.

Había tomado una decisión.

—Presiento que me arrepentiré de esto.

Pero si lo hacía o no, solo el tiempo lo diría.



No estaban contentos, por supuesto que no estaban contentos, Sevika principalmente había echado maldiciones a todos los dioses que conocía y Jinx podría jurar que casi lo hacía en orden alfabético.

Pero la decisión estaba tomada y ya no había marcha atrás, a pesar de que Sevika insistió en que era una locura tener a dos como Jinx rondando por el bar y, sobre todo, cerca de ella.

—Tú te harás cargo de ella —ordenó Silco, sin siquiera levantar la mirada de los documentos que escudriñaba tan recelosamente.

—¡¿Qué?!

Ambas habían saltado de sus asientos solo para plantarse frente a él. Tenía que estar bromeando, ¿el ojo malo no le dejaba ver el pésimo equipo que Sevika y ella hacían?

—Ella no tiene idea sobre embarazos y yo tampoco —terminó el hombre.

—¿Y parece que yo sí? —bramó Sevika.

Jinx soltó una carcajada socarrona.

—En algo podrás ayudarla, también eres mujer —se excusó él.

—¿Estás seguro de eso? —volvió a burlarse Jinx, dando dos pasos de distancia antes de que Sevika la alcanzara.

Silco se puso de pie, azotando las manos sobre el escritorio.

—Les guste o no —dijo, autoritario—, se harán cargo de esto. —Señaló el estómago de Jinx y luego miró a Sevika—. No quiero que nadie se entere, nadie puede saberlo, lo último que necesitamos son amenazas sin sentido, ¿oíste?

—No necesitas más amenazas si ella misma podría asesinarme en cuanto te des la vuelta —escupió Jinx, entre dientes.

—No me presiones, niña, ahora más que nunca estoy tentada en hacerlo.

Silco masajeó sus parpados, irritado. Lidiar con ellas ya era bastante difícil, no podía creer que ahora tendría que hacerlo con tres.

—Lo importante ahora es encargarnos del padre —resopló. Jinx permaneció quieta—. ¿Lo sabe?

—No creo que debamos preocuparnos por él —dijo la muchacha, sentándose en la silla frente al escritorio.

—No quiero cabos sueltos, Jinx.

—No los hay —aseguró, jugueteando con los dedos sobre el reposabrazos—. Digamos que justo en este momento no tiene cabeza para una noticia como esa.

Silco soltó un suspiro pesado. No era necesario preguntar, sabía que si estaba tan tranquila sobre él era porque ya le había metido una o dos balas.




Después de eso las cosas no mejoraron, de hecho, se habían complicado bastante, porque Jinx debía lidiar con el peso extra y la deformación de su cuerpo y eso no la tenía contenta, la tenía de muy mal humor.

Estaba más inquieta de lo normal, yendo de un lado al otro dentro del bar, molestando a Sevika y a los clientes con sus bombas de pintura, era su manera de exigirle a Silco que la dejara salir.

—O me envías afuera o vuelo todo —amenazó.

—Quiero ver que lo intentes —respondió Silco.

Y lo intentó. Lo hizo.

La mitad del bar había quedado en llamas que Sevika se vio obligada a apagar. Silco había aprendido la lección: no retes a la joven con desorden hormonal.

Tras el pequeño incidente, Silco comenzó a enviar a Jinx a las misiones sencillas, donde él supiera que tendría siempre un atajo para huir y donde no era necesario utilizar explosivos, pero eso, claro, era decisión de Jinx, porque si ella quería podía quemarlo todo.

Pero después de unos meses más ya no pudo hacerlo, aunque su cuerpo todavía se mantenía ágil y fuerte, no era sencillo que ella pudiera realizar las mismas hazañas de antes, era consciente de eso y no lo aceptaría frente a nadie.

La misión de aquel día definitivamente sería una de las últimas, para suerte de Sevika, que estaba ya bastante harta de cargar con ella de un lado a otro, soportando sus cambios de humor que de una u otra forma terminaban con una bala en su brazo prostético.

Esperaron varios minutos en la terraza del edificio, minutos que para Jinx parecieron una eternidad, porque ni siquiera podía mantenerse boca abajo en el suelo. Odiaba su nuevo cuerpo y estaba comenzando a arrepentirse de la decisión que había tomado.

Los hombres más abajo se colocaron en su mira, solo necesitaba un disparo limpio para acabar con los dos en un segundo. Colocó su dedo sobre el gatillo y tiró de él, pero su puntería falló y terminó alertándolos.

—Mierda —maldijo Sevika—. ¿Qué fue eso?

—No lo sé.

La mayor dio un salto desde la barandilla y terminó rompiéndole el cuello a ambos hombres antes de que la situación se complicara. Jinx retrocedió, marchándose sin ella.

Llegó hasta su habitación y se quedó de pie al centro, mientras las luces fluorescentes le iluminaban la cara. Elevó su mano, tocando suavemente con la punta del dedo su vientre ensanchado.

—¿Qué mierda fue eso?

Algo en su interior había revoloteado justo en el momento en que disparó, por eso había fallado, pero ¿cómo iba a explicarle eso a Sevika? Tampoco era como si esa ogra mereciera explicaciones.

Justo cuando estaba empezando a creer que todo había sido parte de su imaginación, volvió ese diminuto golpeteo, espaciado y lento.

Colocó ambas manos sobre su vientre para sentirlo con mayor claridad, ahí estaba de nuevo, como las cuerdas de un reloj, golpeando insistente y con suavidad.

—¿Estás reclamándome porque consideré que fue una mala idea quedarme contigo? —preguntó—. ¿Qué estés dentro de mí te hace poder leer mis pensamientos o algo así?

Un último golpe y luego todo se calmó.

Sevika entró, azotando los pies.

—Explícame qué mierda pasó allá atrás —exigió—. Si no hubiera sido lo suficientemente rápida me habrían disparado, se supone que para eso te cargo conmigo, para evitarlo.

—Me sorprende que creas que desaprovecharé la oportunidad de dejar que te maten. —Jinx tomó asiento y la miró agotada—. Ahora, si no te importa, estaba teniendo una conversación importante aquí.

—Sí, claro, con las voces en tu loca cabecita.

Pero Jinx no dijo nada cuando Sevika se marchó, pateando todo lo que se encontraba en su camino.



El haberse negado a seguir haciendo trabajos para Silco la mantenía cada vez más alerta, ansiosa y molesta. El estómago le pesaba más, demasiado, en realidad. Por lo que debía mantenerse quieta, aunque no lo quisiera.

Y eso la ponía a disposición de las voces, esas malditas voces que ya habían tardado en aparecer. Que se jodan.

De pronto las tenía ahí, susurrándole al oído, un día era Mylo, al otro era Claggor, y al siguiente Vi.

"Eres de mala suerte, solo harás que lo maten, como a nosotros", se lo repetían una y otra vez.

—¡Cállate! ¡No terminará igual que ustedes! ¡No lo hará!

Pero, realmente, ¿quién podía asegurárselo?




Lo más difícil llegó cuando el parto comenzó. No había manera de sacarla del bar, ni siquiera de su escondrijo en donde se había mantenido desde que las contracciones comenzaron.

Silco llamó a su médico de más confianza; no a Singed, porque Singed, por muy brillante que fuera, estaba chiflado y lo último que quería era lidiar con un posible experimento en la habitación de Jinx.

Tuvieron que alejar de ella todo lo que pudiera fungir como un arma, era el único médico que Silco mantenía con vida y ahora menos que nunca deseaba perderlo en un arranque de ira por parte de la muchacha.

Caos.

Era algo que caracterizaba a Jinx, pero jamás imaginó sentirlo en carne propia. El dolor caóticamente entremezclado con el horror y la sensación de desgarramiento. Claramente esta fue la parte que no había contemplado cuando decidió darle una oportunidad a esa criatura y ahora estaba pagando las dolorosas consecuencias.

Pero el dolor fue momentáneo; lo que vino después, eso sí había llegado para quedarse.

Jinx respiraba agitadamente mientras miraba como el pequeño paquete de carne que había sido expulsado de su cuerpo se retorcía entre los brazos del médico.

—Es una niña —anunció él, estirándola hasta ella.

Pero Jinx retrocedió.

Se acomodó sobre la cama, pegándose completamente a la pared detrás de ella y ni siquiera se molestó en levantar las manos para tomarla. Se quedó quieta, mirándola como si fuera una especie de fantasma, un diminuto problema que en cuanto tomara entre sus brazos se haría más y más grande.

El médico se la entregó a Silco y se marchó después de murmurarle algo al oído. Jinx abrazó sus rodillas, mirando hacia el vacío junto a ella, ignorando por completo que el hombre la miraba con insistencia.

—Dijo que necesita comer —comentó Silco, luego de sentarse a la orilla de la cama.

No hubo respuesta, ni un solo movimiento. Silco suspiró con pesadez.

—Si no la quieres, todavía puedo mover algunos hilos —siguió—. Esto jamás habrá pasado.

—Matarla solo te haría peor persona —murmuró ella, encajando aun más su rostro entre sus brazos.

—Hablaba de entregársela a alguien más, una familia capaz de cuidarla y mantenerla lejos de aquí.

Jinx miró de reojo a la niña y luego elevó la mirada hasta Silco.

—No creo que esa idea le agrade.

—No tiene ni idea de lo que está pasando, Jinx. Ella ni siquiera sabe que tú eres su madre.

Ouch.

Incluso si tuviera razón, algo no le permitía solo soltarla al mundo de los Carriles como si fuera carne fresca. Nadie allá afuera sería capaz de enseñarle cómo sobrevivir mejor que ella y, muy a pesar de lo que estaba sintiendo justo en ese momento, no quería verla morir.

Le había costado mucho trabajo traerla al mundo como para que no durara ni un día en él.

—Al menos podrías hacer que se calle —escupió Jinx—, estoy tratando de pensar y ya tengo suficiente con Mylo gritándome al oído.

—No puedo. Ese no es mi trabajo.

El hombre colocó a la niña sobre la cama, a los pies de Jinx, y se marchó sin decir nada más.

¿En serio pensaba dejarla sola en esto? No era una decisión que él pudiera tomar y ya le había ofrecido opciones, pero tampoco era como si Jinx tuviera cabeza para pensar mientras tenía a esa pequeña cosa llorando sin parar en su habitación.

El idiota de Mylo se había instalado junto a ella, los demás se habían mantenido particularmente callados, pero él no. Él estaba empeñado en seguir gritándole al oído.

"¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Nada bueno sale de ti! ¡Nada bueno! Acaba de una vez con esto y entrégasela a alguien más antes de que termine lanzándose al vacío por culpa tuya".

—Cállate... —musitó ella, cubriendo sus oídos con fuerza.

Esta vez fue Vi quien tomó el lugar de Mylo.

"Si no fuiste capaz de ser una buena hermana, ¿qué te hace creer que serás una buena madre?"

—Yo... yo no...

Risillas burlonas retumbaron a su alrededor después de eso. Era tanto el caos en su cabeza que todo lo que estuviera junto a ella quedó enmudecido, no había nada más a su lado, solo oscuridad y destellos violentos de la gente que amó y ahora le escupía en la cara.

—Basta, deténganse, ya basta...

"Harás que la maten, si es que no lo haces tú primero".

—¡DIJE QUE TE CALLARAS!

Tomó el arma que escondía bajo el colchón y disparó tres veces al aire. Todo por fin había quedado en silencio.

Silencio. Demasiado silencio.

Despegó las manos de su cabeza, buscando con la mirada frenética a la niña que hasta ese momento había olvidado que seguía ahí.

Se inclinó sobre la cama, mirándola más de cerca, buscando heridas de alguna bala perdida, pero no, no encontró nada.

Solo unos enormes y vidriosos ojos ámbares que la miraban llenos de terror. Jinx suspiró aliviada, por un segundo había temido lo peor.

La niña frunció los labios.

—No, no, no, no, espera.

Y volvió a llorar.

—Mierda.

Miró a su alrededor, buscando quién pudiera ayudarla, pero no había nadie, estaba sola. Además, ¿quién iba a ayudarla? ¿Mylo? Ja. Le había disparado tres veces, no volvería a aparecerse en un buen rato.

No tenía más opción, ya no le quedaba ninguna, salvo la que Silco le había dado. Comenzaba a sonar sensato el fingir que nada de eso había pasado, ella estaría tranquila y la niña tendría una buena vida, lejos de ella.

Lejos de ella.

Se acercó con cautela, como si esa pequeña bola de carne fuera a lanzársele directo al cuello. Volvió a mirar sus parpados arrugados por llorar tanto y sus mechones castaños redondeando su cara.

La tomó con las manos temblorosas, levantándola de la cama y llevándola contra su pecho.

—¿No sabes dejar de llorar? —preguntó, mirándola fijamente—. Me doliste bastante como para que me digas que voy a tener que aguantarlo toda la vida.

Esta vez la niña cesó su llanto, centrando su atención en ella.

—Ahí está, sí sabes hacerlo.

Pero no hubo respuesta, ni una mueca, nada. Solo la miraba como si analizara su rostro, su mirada, su locura.

Jinx frunció el ceño, incómoda.

—Entonces eras tú lo que me pateaba las tripas todas las noches —la niña arrugó la nariz—. Ya no pareces tan ruda, ¿eh?

Y luego la pequeña bola de carne en sus brazos sonrió.

Ahí lo tenía, ese pinchazo en el pecho. Silco estaba equivocado, ella sí sabía quién era su madre.

Estaba jodida.


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Desde hace un tiempo tenía esta idea rondando mi cabeza y necesitaba escribirla. 

Espero que les guste, pienso hacerle solo unos pocos capítulos, pero agradezco mucho su apoyo, votos y comentarios. 

Si todavía no la han leído tengo otra historia de estas dos en mi perfil, se llama Return

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