Noblajn, en el reino de Eresus Niger.
Erase una vez un lugar olvidado de un tiempo perdido en la noche de la historia, donde los hombres habían sucumbido ante una especie de arácnidos que moraban en el cielo y no en los agujeros de la tierra, o debajo de las piedras de los jardines, ni en rincones oscuros y olvidados de las casas humanas como sus ancestrales predecesoras. Ellas, las grandes arañas, habían conseguido invadir el cielo, habilitando un manto de redes de seda en él. Subían y bajaban con sus apéndices suspendidos por un fuerte hilo de telaraña, apareciendo en tierra para cazar a sus presas como si de naves extraterrestres se tratara. La envergadura de aquellos seres era descomunal y, para desgracia de todos los habitantes de aquel lugar, habían logrado imponerse sobre el resto en la cumbre de la escala evolutiva: eran las feroces Eresus Niger. Completamente negras, con gran cantidad de pelos cubriendo sus ocho patas articuladas, con abdómenes hinchados y prominentes que, en ocasiones, iba cargado de crías a las que las Eresus mimaban y colmaban de atenciones desde su más tierna infancia. Las monstruosas y gigantescas viudas negras, llevaban a su macho instalado en sus cloacas asegurándose de esta forma la fecundación constante. Y cuando ésta función se había consumado, éste era disuelto en jugos gástricos para ser devorado por la misma hembra enorme que acababa de ser inseminada. De dónde o cómo habían llegado a estas tierras nadie, ni los más ancianos lo recordaban, -era un verdadero misterio perdido en el recuerdo de los tiempos-, pero debía de hacer cientos de años que los hombres, habituados a la feroz depredación, llegaron a adquirir una serie de hábitos rituales para colmar a aquellas diosas de la naturaleza.
Aquel lugar había sido diseccionado del resto del mundo y convertido en territorio de caza, pues aquellos engendros, las Eresus, habían logrado imponer el terror sobre toda otra forma de vida. Ningún animal podía eludir el confinamiento y la devastación, incluidos los hombres. Si, los hombres eran el alimento más deseado por ellas. Y en ese extraño rincón, el sol no traspasaba las nubes, pues éstas se habían solidificado irremediablemente en el cielo. Y no porque las gotitas minúsculas de agua, de las que están hechas las nubes, se hubieran convertido en hielo, no. El problema del cielo tenía que ver con una extraña reacción química que convertía el vapor de agua en un tejido compacto, en una construcción proteínica de seda pegajosa. Grandísimas y compactas telarañas cubrían el firmamento. Todo ser viviente que se acercara al cénit, caía preso en las redes celestes de las Eresus Niger. Después era cubierto artesanalmente en seda, y convertido en un hermoso capullo blanco meticulosamente preparado para ser digerido por una de ellas. El domo de telaraña cubría toda aquella comarca, y los bosques que la rodeaban habían sido infestados por las crías, impidiendo así que nada ni nadie pudieran salir o entrar de aquel lugar maldito.
Desde tiempos inmemoriales el estado del cielo iba agravándose, habiendo llegado un momento en el que las tinieblas comenzaban a reinar sobre el mundo inexorablemente. A la par, en la tierra, los hombres y animales de todo género eran cazados sin misericordia por aquellas viejas malvadas que habitaban en los cielos compactados por las nubes-trampa. Habían dado presa de las bestias aladas del cielo de manera intensa durante cientos de años, y su extinción era dada por hecho consumado en el mundo, desde el lustro anterior al presente.
Las generaciones pasadas de los reinos de los hombres habían ido perdiendo batalla tras batalla, y las Eresus Niger ya no necesitaban dar caza a sus presas pues los mismos hombres, que eran siervos de sus propios miedos, ofrecían un tributo alimentario a las bestias del cielo. Los animales domésticos eran sacrificados en primer lugar, desde luego. Pero el paladar selecto de aquellas diosas de las alturas requería, de vez en cuando, del preciado alimento humano (mucho más jugoso y agradable en la digestión para las arañas celestes), sobre todo en épocas de crianza. Y en cada uno de esos momentos, las familias humanas realizaban la selección ritual de uno de sus miembros para ofrecerle, en tributo, a los engendros de la cúpula celeste. Los años se convertían en siglos, pero la tierra seguía enferma, y sus gentes moribundas, amedrentadas, viviendo una vida miserable de postración ante unas bestias a las que la supervivencia del mundo no les importaba en ningún grado. Las vidas silenciosas de los hombres eran poco valiosas, hasta para ellos mismos, y más de un anciano se ofrecía voluntario en sacrificio para no seguir sufriendo una vida sin esperanza.
Y sucedía, en este lóbrego paraje, que cada estación era irremediablemente más oscura que la anterior y cada año, la vida sobre la tierra, iba siendo esquilmada. Era poco probable que la supervivencia de ningún ser viviente llegara al siguiente siglo. Después, las Eresus Niger, dejarían este lugar para asentarse en otro y depredarlo a su antojo.
Pero he aquí que, cuando el tiempo de aquellas gentes se acercaba a su final, nació un varón humano cuyo nombre fue Noblajn, que en su idioma significa "el que es generoso y noble". Nada hacía sospechar a sus padres, unos humildes campesinos, que el pequeño tuviera ninguna cualidad especial, más bien pasó desapercibido para todos hasta su adolescencia temprana. Y ya en ese momento, y sin que nadie pudiera explicarse el motivo o la razón, el joven Noblajn comenzó a mostrarse muy aventajado en una cualidad que para nadie tenía el menor valor en aquel país: La escritura. Su personalidad era extraña para el resto de los muchachos de su edad, pues mientras ellos ayudaban en las labores domésticas, en los trabajos del campo o en la crianza de los animales, Noblajn pasaba el día escribiendo historias fantásticas, de otros mundos imposibles, con seres fabulosos en bellas historias legendarias. A ninguno de sus congéneres le interesaban sus historias, pero él jamás cayó en desaliento alguno. Más al contrario, mientras los demás iban languideciendo en su triste y desesperanzada vida, Noblajn mantenía una mirada serena y una vida animosa. Su carácter fue mejorando con los años, pues aquellos mundos que él mismo iba creando de la nada -como si fuera un verdadero dios en la tierra-le mantenían vivo más que la comida o el aire que respiraba.
Pero había algo que llenaba poco a poco su corazón de sombras. Noblajn sufría al ver a los moradores de sus tierras tan sumisos ante las terribles Eresus Niger. Y es que, en realidad, era cómplice de la inacción. Sentía un miedo terrible cada vez que, sin previo aviso, las terribles arañas descendían a la tierra en busca de su alimento. En cierto modo los habitantes de aquel lóbrego mundo, luchaban a su manera para no sucumbir ante los arácnidos. Semana tras semana, cuando sabían que se acercaba la hora prevista en viernes de madrugada, todo el mundo se encerraba a cal y canto en sus casas, dejando un animal de los más grandes que tuvieran en sus ganaderías como ofrenda a las Eresus. Ellas bajaban y sabían lo que encontrarían, pues desde tiempos inmemoriales este hábito, las había domesticado en tal grado que prácticamente ya no cazaban animales salvajes. Su comida estaba a mano, sin necesidad de realizar acecho alguno sobre las posibles presas.
La desesperanza de sus semejantes hacía que la vida no tuviera valor ni sentido, y Noblajn intentaba ayudar de la única forma que sabía, leyéndoles sus bellas historias llenas de épicas proezas, o de luchas sin cuartel ante terribles monstruos venidos del más allá, o de nuevos mundos posibles que parecían salidos de los más extraños universos. Pero sus gentes no comprendían. Para ellos era inútil e inservible. ¿Para qué servían aquellas historias irreales? Las viudas negras acabarían con ellos de igual manera más temprano que tarde.
El joven comenzó a sentirse inquieto, una inesperada sensación comenzó a perturbarlo cada vez con mayor fuerza. No podía soportar la idea de que sus vidas fueran a acabar de manera tan triste y dolorosa, sin ni siquiera haber intentado luchar contra aquellos arácnidos del cielo. Pero nada podía hacer. No era un gran guerrero, no era un buen agricultor, no había sido instruido en la crianza del ganado...y en la desazón por su identidad supuestamente deformada, inició un proceso aislamiento de los demás seres humanos.
Comenzó a salir furtivamente de la aldeita, donde vivían encerrados los seres humanos, por un agujero horadado en la muralla, que casi nadie conocía. Había sido escarbado por alimañas salvajes que buscaban refugio dentro de la fortaleza de los hombres. Éstos la habían construido para evitar ser invadidos por los animales salvajes que huyen de los ataques de las Eresus Niger. No había espacio para todos. Cada especie debía cuidar de sí misma y de sus miembros. Y solo, el joven se marchaba todos los días con sus historias bajo el brazo. Expoloraba lugares que todavía mantuvieran alguna belleza por aquellas tierras, y se arriesgaba a ser devorado por una viuda negra, lo cual comenzó a no ser importante en absoluto para él.
En un día algo fúnebre, se alejó más de lo habitual y encontró, sin esperarlo, un precioso riachuelo de aguas tan cristalinas que parecían no existir, de no ser por el suave sonido del agua al deslizarse por el cauce. Cerca había un pequeño montículo que parecía especialmente creado para que pudiera sentarse y escribir. El aire en aquel lugar era menos viciado que en la aldea o que incluso en otros sitios de las afueras. Allí podía respirar, la humedad del agua limpia provenía de algún manantial de debajo de la tierra, más allá de los límites cerrados por las bestiales Eresus. Y aquel día, en lugar de escribir, comenzó a leer en voz alta como si alguien pudiera escucharle. Al comenzar la lectura, sentado en aquel montículo de cara al río, se sintió observado. Inicialmente tuvo miedo, y se quedó paralizado, pensando que una gran Eresus le daría caza de inmediato. Sin embargo, Noblajn siguió leyendo a pleno pulmón sin levantar la vista de su libro. Tras una larga espera y viendo que no se abalanzaban sobre él para inmovilizarlo con el letal veneno, el joven levantó su asustada vista y miró el río.
Ante su asombro aparecía una criatura cuya existencia no era conocida por ningún humano. En medio del cauce del pequeño riachuelo había una roca que sobresalía, en ella una figura humana de mujer alada, toda ella formada por agua cristalina del mismo río, estaba apoyada sobre sus brazos en actitud de escucha, de tal modo que casi parecía dormirse mecida por la pequeña corriente. Noblajn paró su lectura, completamente maravillado ante la fantástica visión de la ninfa acuática. Y ella, al darse cuenta, se alzó sobre sus pequeñas alas, le miró a los ojos y asustada, se disolvió en el agua desapareciendo ante la vista del joven. Noblajn se levantó, pero sus piernas temblaban por el shock que le había producido la inesperada aparición. Se acercó al cauce del río, pero allí no había ni rastro de ella. Ni siquiera podía recordar su gesto, o si la forma era más o menos acabada, pues parecía haber visto, que los pies de aquella hada del agua, se difuminaban formando parte del caudal. Esperó, pero no volvió a verla aquel día.
A la mañana siguiente, ni siquiera pudo desayunar, Noblajn partió ansioso con la esperanza en el corazón de encontrar de nuevo a la ninfa. Y al llegar, volvió a sentirse aliviado, y se sentó en el mismo lugar y comenzó su lectura. Pero esta vez, estuvo atento, levantando su vista unos pequeños instantes cada dos o tres frases para poder comprobar si el hada volvía a conformarse. Al poco de comenzar a recitar vio, con asombro e incredulidad, cómo del agua del río se alzaba poco a poco una figura medio humana. Tenía en su espalda dos ligeras alas que le daban aspecto de frágil mariposa. Aquello era un fenómeno inexplicable, pero él siguió la lectura, temiendo que pasara como el día anterior y que al cesar el sonido de las palabras, la ninfa se asustara y desapareciera de nuevo en el agua. Ella mantenía la misma postura de escucha que el día anterior, sus transparentes brazos reposaban sobre la roca, su cabeza permanecía inclinada y recostada sobre ellos, la mitad de su cuerpo desnudo de mujer salía del agua y la parte inferior se desdibujaba en el rio. Él la miraba de a pocos, emocionado y perplejo, y en mitad de una de sus frases intercaló una pregunta:
-¿Cómo te llamas?
Ante la ruptura de la cadencia monótona de la lectura, el hada levantó su cabeza transparente y miró a Noblajn, curiosa. Pero él seguía leyéndole como si nada, intercalando esa pregunta entre el texto de la historia, repetidamente. Ella sonrió divertida por la audacia del joven e incorporando un poco más su cuerpo, habló con una voz que sonaba al agua que corre por los manantiales:
-Me dicen Amatan.
Entonces él se la quedó mirando y tuvo que parar de leer. Y Amatan se mostró temerosa, como si hubiera roto alguna norma que le prohibiera hablar a los humanos. Asustada, se esfumo rápidamente en el río desapareciendo instantáneamente de la vista de Noblajn. Él conmocionado por la voz del hada, no sabía qué hacer y siguió leyendo sin levantarse para ver dónde estaba aquella sílfide, pero ese día ya no la vio más. Y su corazón se apesadumbró.
Volvió, ya cerrada la noche, sin recordar que ese día las arañas requerían su alimento. Y llegó en el momento mismo en el que las voraces Eresus Niger descendían como naves espaciales alienígenas para obtener su tributo. Vacas, cerdos, cabras, conejos en grandes cantidades, todo dispuesto en un cercado en la plaza central de la aldea. Allí se producía una vorágine caníbal que los hombres observaban resguardados en sus casas, con las ventanas y contraventanas, las puertas de hogares y de establos, cerradas a cal y canto. Era peligroso. Cualquiera de las arañas que le viera iría sin pensarlo a darle caza y fin de la historia para él. Pero ahora Noblajn había encontrado sentido a su vida. No podía morir en las garras de aquellos seres inmundos, y no porque apreciara su vida lo más mínimo, sino porque había conocido a Amatan, la ninfa acuática. Y sin saber por qué, quiso vivir. Entró a hurtadillas por la abertura de la muralla que rodeaba a la aldea. Sigilosamente se deslizó por las calles y al acercarse a su casa, se dio cuenta de que no podría entrar. Nadie le abriría la puerta. Sus padres no se arriesgarían por él. Si se lo comían las Eresus, se lo tendría merecido por incumplir las normas. Por salir de la aldea...Además pensaban dar al muchacho como ofrenda humana pues todos en el pueblo, le consideraban como un ser prescindible. ¿De qué servía lo que hacía Noblajn? ¿Cómo podían obtener algún beneficio de esas letras escritas sobre cosas imposibles? Era el hombre al que nadie consideraba necesario, y él lo intuía, pues las miradas de sus padres eran torvas, agresivas sus palabras y le reprochaban hasta el alimento que consumía. Él no era un hombre productivo, era una carga.
Noblajn observó, escondido detrás de la casa donde había vivido hasta ahora, el festín de las arañas del cielo. Con sus fauces abiertas, agarraban a los indefensos animales encerrados en aquella trampa mortal. Se escuchaban los sonidos aterradores en cada uno de los idiomas que los animales, en su idiosincrasia, poseen. Era estremecedor ver cómo les inyectaban, con los aguijones de sus apéndices abdominales, el veneno paralizante. Y cómo acto seguido eran completamente cubiertos, aún vivos, en la seda asfixiante. Después ellas mismas los agarraban con sus patas delanteras, casi como si llevaran un regalo perfectamente envuelto en papel de plata, y subían oscilando en el aire como péndulos de cientos de relojes de pared, al unísono. Cuando todo acabó, Noblajn respiró aliviado, y se dio cuenta de que jamás se dejaría atrapar por ellas. Ni siquiera para salvar a las personas de su aldea, que tanto desprecio sentían por él y por lo que mejor sabía hacer. Dio media vuelta y salió de nuevo ya sin peligro de allí para regresar al río, y sobre el montículo en el que le leía sus historias a la sílfide, se durmió sin miedo a la muerte.
Al despertar aquel lugar oculto de su comarca estaba en completo y absoluto silencio. Noblajn observó detenidamente el agua con el deseo de verla aparecer, y durante un largo rato se quedó pensando en ella. Reflexionó sobre qué podría ser lo que quería de él. Cogió uno de sus libros y comenzó a leer, esta vez en voz baja. Y memorizó cada una de las palabras que estaban allí escritas. Le llevó poco tiempo aprenderlas y recitarlas de memoria pues, el joven, deseaba contarle aquellas historias y poder mirarla, sin tener que desviar la mirada hacia el texto.
Una vez que comenzó a hablar, su voz fuerte y sonora se escuchaba en todo el claro del bosque, rodeado de árboles cubiertos por telarañas de Eresus, que imposibilitaban la huida de aquella trampa mortal que era su comarca. El río comenzó a mostrar una inquietud turbadora, y progresivamente una suave ondulación de las aguas comenzó a dibujar la figura de la cristalina Amatan. Ella se posó sobre su habitual roca, acoplando su líquido cuerpo al de la piedra en perfecta comunión con él.
Los asombrados ojos de Noblajn captaban cada uno de los acontecimientos milagrosos que la naturaleza, gracias a sus palabras, mostraba sin complejos ante él. Y sin parar de contar sus cuentos, pudo ver como ella disfrutaba en un estado de semiinconsciencia onírica. Y decidió contarle su propia vida, y entre los cuentos fantásticos intercaló todo aquello que en esta vida le preocupaba, su soledad, su aislamiento del mundo y el desprecio que sus semejantes le mostraban por ser un simple escritor, y le mostró que su vida era estéril y que nadie disfrutaba como ella de sus historias, pues el miedo hacia las grandes arañas del cielo, impedía que las gentes valoraran algo, más allá de su propia y miserable supervivencia. Se hizo de noche, y ni siquiera él había parado por un segundo de hablarle. Y tuvo que hacerlo, para descansar. Pensando que ella no habría entendido cual era el pesar de su corazón.
El silencio inundo el espacio entre ellos dos. Amatan levantó suavemente su rostro y poco a poco, su cuerpo acuoso se levantó como si una gran ola se estuviera formando. Aquella gran mole de agua con forma de mujer, se acercaba hacia él desbordando el pequeño cauce fluvial, que parecía quedarse vacío. Noblajn no se asustó, pues a su cabeza le invadió la idea de morir ahogado dentro de ella, y le pareció bello, pues de esta forma acabarían sus sufrimientos. Pero la sílfide al llegar hasta su lado, empequeñeció hasta tomar forma cuasi humana, y su cuerpo estaba desnudo ante él.
Noblajn sentado en el montículo, no articulaba palabra, Amatan se sentó sobre sus piernas y puso su cara trasparente muy cerca de la de él, mirándole con la intensidad de un relámpago. Él inmutable, miró a través de sus ojos y vio ternura. Entonces el hada, con su mano derecha y sus dedos mojados, tocó la boca del hombre dejando parte de su humedad en ellos. Era una curiosidad saber por dónde salían las palabras que a ella le encandilaban y le mecían en su reposo.
Fue entonces, todavía tocando la boca de Noblajn, cuando la ninfa comenzó a hablar:
- Noblajn es tu nombre, hermosas historias me has regalado. Grandes aventuras que jamás podría haber si quiera imaginado. Tu triste vida me apena, y debo recompensarte por tu hermosa ofrenda hacia mí. Si me pides un deseo en forma de cuento...éste se hará realidad.
- Mi único deseo bella Amatan, hermosa entre las hadas, cuya voz es tan delicada como el suave fluir de las aguas del río, es ver liberada esta tierra de la malvada y feroz maldición de las Eresus Niger.
- Pues si es tu deseo, así será.
Y él le contó todo lo sufrido en aquellas tierras por los hombres y animales en manos de las grandes depredadoras, desde el inicio de los tiempos. Y ella escuchó sentada delante de él, con ojos asombrados, pues nada sabía de todas aquellas desgracias y calamidades. Su vida transcurría ajena a la de los seres vivos y jamás se había detenido a comprenderlos, ni los amaba ni los detestaba, simplemente para ella no existían. Y al acabar el joven el relato, ya era de nuevo de día.
Amatan le miró sonriente y le dijo:
-Ve raudo y avisa a tus gentes. Deberán construir un refugio bajo tierra, capaz de contener a todos los habitantes del lugar. Y cuando esté terminado me avisarás, subiré entonces hasta el cielo desde mi río, inundaré sus bestiales madrigueras celestes. Y todas morirán ahogadas para siempre. Date prisa y haz lo que te digo.
Noblajn, sin responder, se levantó y -ante la atenta mirada de Amatan -salió raudo a realizar sus órdenes. Sin embargo, al llegar y explicarles los planes del hada del río a sus semejantes, éstos creyeron que el joven estaba contando una de sus historias imposibles. ¿Cómo creer que un hada se le había presentado para concederle un deseo? Y no porque no supieran que esos seres mitológicos moraran en los bosques solitarios, sino porque nadie que las hubiera visto en la antigüedad, estaba vivo para contarlo hoy en día. Y hoy en día nadie las había visto.
En lugar de escucharle, sus mismos padres le explicaron que esa noche él, Noblajn, sería entregado en sacrificio a las grandes arañas, no era nada personal, incluso querían convencerlo de que lo hiciera voluntariamente, ya que era el hombre más prescindible de la aldea y alguien tenía que ser sacrificado. Se les echaba encima la época de crianza de las Eresus Niger y era en esos momentos, tan especiales de su ciclo vital, cuando ellas deseaban más que nunca hincarle el diente a la blanda y proteínica carne humana. Mientras sus desalmados padres le explicaban la situación, cuatro hombres fornidos del pueblo lo cogieron a traición, le ataron de pies y manos, y lo llevaron al centro de la aldea, donde todo estaba ya dispuesto para el sacrificio humano y animal. En el centro un enorme tronco de olmo, cortado ya hace años por viejo, esperaba a su invitado especial de la gran noche.
Le ataron sin que él opusiera resistencia, en su corazón la esperanza había sido desterrada hacía ya mucho tiempo y sabía que él sería de los que estaban primeros en la lista como ofrenda a los arácnidos celestes, en su mente la imagen de aquel ser maravilloso que, desde el agua, le había devuelto la vida simplemente escuchándole. ¿Qué podía pedir para él? Nada. Aceptaba su muerte con total resignación y ni una sola lágrima cayó por su pálida mejilla. Miró al cielo y comenzó a hablar en voz alta. Los hombres y mujeres se escondieron en sus casas, pues las voraces Eresus comenzaban a hacer acto de presencia descolgándose de manera oscilante. Desde abajo, Noblajn las miraba asombrado, pues ya eran legiones las que descendían en busca de su alimento gratuito, sin embargo le parecieron menos terribles de lo que esperaba. Y siguió contando un cuento, en el que relataba cómo un hombre mortal había conseguido que un hada de las aguas le hablara. La gran viuda negra, que bajaba directamente hacia el pilón donde él estaba preso, cubría totalmente su campo de visión y mostraba un abultado apéndice abdominal, tan gordo y flácido como un globo algo deshinchado. Las patas eran largas y repletas de pelos erizados, lo que les daba mayor aspecto de fiereza. Sus quelíceros tenían gran tamaño y con ellos le agarraría en un mordisco mortal para inyectarle acto seguido el veneno paralizante, subirle hacia los cielos y allí en las sedosas nubes, convertirlo en un caramelo de algodón dispuesto a ser devorado.
Noblajn estaba asustado y gritó. La tierra de manera repentina montó en cólera, haciendo que todos sus habitantes sintieran bajo los pies un fuerte temblor parecido a un terremoto pero algo distinto, pues de manera casi inmediata una grandísima tromba de agua con una ola en forma de mujer arrolló todas aquellas tierras y subió con un impulso inusitado hasta los cielos habitados por miles de arañas. La destrucción fue completa y total. Nadie se pudo salvar. Las arañas perecieron agónicamente en las aguas y fueron arrastradas por la corriente torrencial. Pero también perecieron hombres y animales. Nada se salvó. Sin embargo el cielo, mostraba un firmamento repleto de estrellas que no se veían desde hacía cientos de años.
Solo un hombre, atado a un tronco de olmo, quedó flotando en la inmensidad de las aguas y la corriente le arrastró hacia algún lugar, muy lejos de allí.
Nunca más Amatan supo de él, y volvió a su cauce sabiendo que lo importante era haber salvado a aquel joven llamado Noblajn y a sus bellas historias con él.
FIN
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