Capítulo 7: Prometido
En un instante la entrada se abre frente a mí. Máximo está sentado junto a una esfera de conexión neural básica, algunos cables aun cuelgan entre él y la máquina; sus ojos buscan los míos, pero yo los esquivo. Mientras él estira los brazos después de retirar los electrodos restantes de su sien, yo permanezco inmóvil bajo el umbral.
—Pasa —dice, señalando el camino con sus manos.
Dentro, el lugar es estrecho, pero acogedor. Aparte del equipo de conexión neural, una poltrona sobre la ventana y una mesa baja, llenan el estudio. No tardo en darme cuenta que se trata de un cuarto insonorizado, pero cuidadosamente decorado.
Las puntas de mis dedos heladas me hacen difícil sostener la bandeja mientras arrastro los pies hacía el sillón, no levanto la mirada, pero tampoco oculto el rostro por completo. Dudo antes de decidirme a dejar la comida sobre la mesa, siento que algo falta. Estoy por sentarme cuando tomo conciencia de que no he preparado bebidas para acompañar los sándwiches.
—Iré por bebidas —mascullo resignada, volviéndome a poner de pie—. Lamento el contratiempo.
—No importa. Solo siéntate, por favor. Comeremos así —Nuestros ojos se encuentran por primera vez en el día—. Gracias por la comida.
Sus ojos tan vacíos como en la ceremonia, me dejan sin dar importancia al encuentro, en mi interior el corazón se me dispara. Él acerca su silla rodante hacia la mesa hasta que tiene distancia suficiente para alcanzar un plato. Yo me obligo a sentarme justo frente a él.
—Aletheia —me llama.
Doy un respingo y me congelo observándole, mientras escucho mis latidos bombear sin descanso.
—Respira y cálmate—Sus ojos se plantan en mí, impávidos unos segundos antes de seguir—. Ahora, permíteme disculparme, debí separar un tiempo prudente para conversar contigo ayer, ya que no me fue posible acompañarte en el traslado. Pensé que darte algo de tiempo y espacio, ayudaría a calmar tus nervios, fue una suposición errónea de mi parte—Da un mordisco de su sándwich y mastica antes de continuar—. Sin embargo, tu comportamiento el día de hoy es inaceptable, mi falta de cortesía no justifica que me evadas en la mañana o me niegues la palabra en la tarde.
—¡No es eso! —respondo asustada por su disgusto, mis ojos se humedecen—. Yo, yo solo me quede dormida un par de veces.
Luego me muerdo el labio por dentro ante la cobardía de mis palabras. Escondo mi rostro entre mi cabello, para evadir su mirada que me analiza unos segundos más.
—Está bien. Sé que aún eres muy joven, pero aspiro a que te comportes con suficiente responsabilidad en adelante. Come tranquila, después hablaremos.
Fuerzo una sonrisa, sin levantar la cabeza y acepto su invitación a comer.
Mientras como, entre miradas discretas, estudio al hombre frente a mí. Mi ideal de un noble se pierde en los profundos surcos de ojeras alrededor de sus ojos y se enreda en las hebras desordenadas de su cabello, para terminar igual de arrugada que su camisa; saberlo en la intimidad de su hogar, no me ayuda a superar la decepción producida por su propia trivialidad. Algo se desencanta en mi interior, cuando veo lejos del rango y el poder, al hombre con quien habré de casarme.
Aprovecho el silencio de la comida para buscar indicios en su expresión, de su estado de ánimo. Recorro con cautela los ángulos de su rostro. En cada encuentro de nuestros ojos me apresuro a desviar los míos y él regresa la atención al plato sin alterarse. No logro percibir una sola variación de sus gestos, pero él consigue con su tranquilidad y sin necesidad de un gesto amable, que la carga sobre mis hombros se sienta menos pesada.
En medio de nuestra comida realizo un vago intento de conversación al preguntar por el sabor de los sándwiches, me arrepiento de inmediato cuando responde: <<sabe a jamón, pan, queso y lechuga>>. El sonrojo producido por esa respuesta me acompaña hasta que veo —o creo ver por fin—, una sonrisa disimulada colarse en sus labios. Ese sutil primer gesto logra más en mí de lo esperado, pues una sonrisa real se dibuja también en mi rostro.
Al terminar, Máximo levanta la mirada en mi dirección. Me pongo alerta para su sermón.
—Debes sentirte incómoda con esa ropa, pero no pude preparar nada para ti. No te conozco: ni tu personalidad ni tus gustos. Y si soy sincero, tampoco sé de ropa de mujer o medidas. Estoy convencido que debes ser tú misma quien realice sus compras —Sus ojos me recorren completa en el lapso de un respiro—. Lamento que no sea de tu talle, era lo más pequeño que tenía a mano. Supongo que es parte es mi culpa que no quisieras salir vestida así, ni con tu traje de ayer. Ninguno parece apropiado para la diligencia.
Mis mejillas se calientan en un segundo cuando me observa en detalle. Me siento vulnerable e indefensa al saberme a merced de su voluntad, aunque esta voluntad dé destellos de cortesía.
—No. No fue por eso —admito—. No salí porque el carro no encendió, solo esperé hasta el punto de quedarme dormida y...
— Y el resto ya lo sé —Suspira, sin dejarme de mirarme—. Así que por eso estabas recostada sobre el volante. SIS activó la alarma para despertarte, pero es evidente que no funcionó. Tienes el sueño profundo, Aletheia. Cuando escuché el pitido me apresuré en buscar qué había sucedido, no pensé que todo el alboroto se debiera que te quedaste dormida tras no encender el carro. Si hubiéramos hablado en la mañana, seguro me habría ahorrado el disgusto.
El calor en mi rostro aumenta con la explicación que Máximo da a los hechos recientes. Me hace sentir incompetente. Jamás imaginé sacar a flote toda mi estupidez en el primer día fuera del instituto.
—Yo —Maldición—, lamento no despertarme a tiempo esta mañana, estaba agotada. No volverá a pasar. Tendré listo tu desayuno puntual en adelante.
—Creí escuchar que no sabías cocinar. —dice, en tono condescendiente y yo intuyo que también burlesco.
—No, no sé —Bajo la vista, incapaz de mentir a mi prometido—. Pero mejoraré rápido.
Máximo me da la razón sin entusiasmo y se lleva una mano a la nuca.
—No te preocupes por eso. Sé la clase de educación que has tenido, no necesito tus cuidados, me sentiría satisfecho con que aprendas a cuidar de ti misma—Su mirada se mantiene fija en mis ojos—. No le voy a pedir a una adolescente la responsabilidad de un adulto, después de todo para las tareas domésticas tenemos a SIS. Enfócate en aprovechar el tiempo en casa en actividades más productivas que solo dormir, cultiva algún talento que quieras. Aprender a manejar el carro no te vendría mal, así podrás salir a visitar a tus conocidos ¿Tienes amigos, cierto?
—¡Los tengo! ¡Y no me quedé dormida porque si! —contesto en tono de reproche.
De golpe me doy cuenta de mi error. Los ojos se me aguan, apretó los puños en mi camisa y me arrepiento de inmediato.
—Lamento subir el tono de voz —murmuro al borde del llanto—. Solo quería decir que no sé comunicarme con el exterior, así que pensé que tal vez podría buscar a un vecino y pedir ayuda. Recorrí una a una las doce viviendas, no sabía que estaban vacías. —Me arriesgo a poner el tema en el plató, insegura de si es el momento y el tono adecuado, sé que acabo de alterarme frente a él, pero estoy alterada desde que llegué.
Su reacción, por otra parte, me confunde, noto que rumea sobre su respuesta.
—Entiendo que sin SIS no puedas comunicarte con el exterior, pero no sigo tu razonamiento ¿Por qué recorrer todas las viviendas? Los nobles no vivimos en comunidad, deberías saber que no había nadie. ¿Qué más ayuda podrías necesitar que SIS?
Soy yo quien no comprende, sé que los nobles no viven en comunidades, pero tampoco lo hacen en residencias del tamaño de un salón y aquí estamos él y yo.
—Hay una docena de casa, supuse que alguien debía habitarlas. Yo solo fui a buscar quien me prestara ropa y me acompañara de compras.
—Insisto, no te comprendo. Son casas estrechas que están dentro de nuestro terreno ¿Por qué alguien a parte de nosotros viviría aquí? Te dejé claro que no tenía empleados. —dice, con sacudidas casi imperceptibles de su cabeza.
Muerdo mi labio, sin seguir su razonamiento.
—No podía estar segura si no revisaba a fondo, estaba asustada, sola y no entendía, entiendo, nada —Me siento irrespetuosa al llevarle la contraria, pero insisto—. Esto es extraño.
Máximo frunce el ceño, en lo que interpreto como una forma de demostrar su molestia con nuestra conversación. Yo respondo recogiendo mis manos sobre mis piernas y juntando los muslos. Puedo sentir su enojo emanar hacia mí.
—Seré claro, dentro del terreno que el muro en piedra delimita solo vivimos tú y yo. Y no entra nadie a menos que yo lo autorice. Es mi hogar, construido bajo mis estándares. Pertenece a la familia real, y mi padre lo personalizó bajo mis estándares como una tecno-vivienda que no requiere empleados husmeando de un lado a otro el día entero. El duque, mi padre, consideró un desperdicio construir solo una casa pequeña y levantó todo un condominio funcional sin mi autorización. Notarás que a pesar de la falta automatización, como habría sido hace un par de siglos, un buen número de funciones son programables... —Sus ojos se abren a medio camino e interrumpe su monólogo—. ¡Oh! Hablando de programar, aun no te he ingresado al software de la casa. Iba a hacerlo en esta mañana.
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