Capítulo 54: Lo que hemos perdido
Parece que han pasado años desde la última vez que subí a un auto para recorrer las desoladas autopistas del continente, aun así el viaje se me antoja cotidiano, cargado de la misma ansiedad que me ha invadido cada una de las veces que las he recorrido acompañada —Deprimente—. No me resulta peculiar sentir el corazón estrujado pero latiendo a mil por hora, una roca atascada en mi cuello, tamborilear mis dedos contra el vidrio de la ventana o el incontrolable deseo de verle aparecer en medio de la carretera para detenernos. Lo que sí es inesperado es sentir como algo frío se resbala por mi mejilla, antes de que yo misma me percate ya tengo las manos en mi rostro, sintiendo la humedad. Estoy llorando.
Me giro hacia Máximo, que tiene su atención puesta en conducir. La ansiedad se convierte en desesperación. Pronto grito mientras me abalanzo con todo mi cuerpo sobre el volante, cubriendo las manos de Máximo con las mías intento tomar el control.
—¿¡Que haces!? —espeta Máximo, cambiando de lugar sus manos y las mías para impedirme mover los mandos.
—¡Da vuelta! —grito, tratando sin mucho éxito de quitarle el control a Máximo—. ¡No me iré! ¡No me iré!
Yo continúo gritando y usando todas mis fuerzas en voltear el volante, mientras Máximo intenta que SIS le escuche entre el ruido para pasar a piloto automático. Forcejeo contra él, golpeo sus brazos con mis codos y uso mi cabeza para bloquearle la vista, pero él que solo parece interesado en evitar que me lastime, usa toda su movilidad para impedir que cambie el rumbo del auto sin evitar o devolver mis golpes, aun cuando nuestras fuerzas, ahora, son comparables. Pero yo solo deseo que regresar, que él entienda que no puedo irme. No ahora que he recordado lo que hice.
—¡Lo recuerdo! ¡Lo recuerdo! —sollozo incansable tras liberarme de su agarrare, golpeando sus manos con mis puños. Enterrando mis uñas en su piel para despegarlas del volante.
De repente Máximo suelta una de sus manos del volante, lo que aprovecho para girarlo y oponerme a la mano que aún conserva fija. Mis acciones tienen efecto inmediato, el auto pierde control y resbala sobre las vías antes de comenzar a girar, hemos recorrido casi los 180 grados del cambio de dirección cuándo siento un pinchazo en el cuello. Me llevo la mano al punto por reflejo, notando el cable que me penetra.
—¿Qué...—Me giro a verle, pero su mirada va más allá de mí hacia el camino.
Antes de que pueda continuar luchando, Máximo frena, SIS retoma el control y regresa el volante a un punto estable para evitar que nos salgamos de la vía y choquemos contra la arboleda. En medio del súbito sacudón mi corazón se detiene y las sillas se giran para contrarrestar la inercia, obligándome a terminar de mover mi cuerpo hacia el lado de Máximo. Por un momento me olvido de todo, pero solo por un momento.
Ya tirada en las piernas de Máximo suelto a llorar de nuevo. Me acurruco en su pecho golpeándole sin mucho ánimo. Muerdo la tela de su camisa con fuerza para no gritar, hundo mis uñas sobre mi propio rostro, arañando sin piedad mi piel para desplazar el dolor. El olor de mi sangre me perturba. Mi respiración no es la única entrecortada, pero si la única desgarradora. Mi mandíbula tiembla cada vez que expiro y gruño, pero sé que la infiltración está surtiendo efecto, el dolor mengua y se convierte en ira poco a poco, con cada respiración.
Máximo palmea mi cabeza en un pobre intento de consuelo. Pobre porque no hay nada que él pueda hacer que me consuele. Yo no conocía el dolor de perder a un ser querido. Nunca lo había vivido y no pensé vivirlo siendo yo misma la causante.
—¿Qué haces cuando has perdido a quien amas?¿Qué haces cuando ha sido tu decisión? ¿Cuándo ha sido todo por ti? ¿Si es el producto de tu egoísmo? ¿¡Qué haces Máximo!? ¡Yo no sé qué hacer, yo no puedo... no quiero... sentir esto, pero tampoco quiero olvidarlo, si pierdo este dolor.... Máximo.... Máximo....!
—No olvides —dice, enterrando sus dedos en mi cabello y pegando su mentón a mi cabeza—. Recuerda lo que has hecho, recuerda siempre lo que has decidido, porque ha sido una noble decisión. Lo has hecho por su bien, aun cuando te lástima.
Casi quiero burlarme de sus palabras, noble, nada en esto es noble, quizá desde su punto de vista, pero yo le lastime primero y le arrebaté todo al final.
Máximo me rodea con sus brazos permitiéndome pegarme contra su pecho, entreabro los ojos para ver la tela de su camisa manchada con sangre. Mi sangre y quizá también la suya.
El peso de mis decisiones no desaparece, pero estas se vuelven más correctas con el paso de los segundos. Más lógicas y menos dolorosas.
—¿Crees que le he matado por su bien? Yo le he matado, Yo... yo no le amaba lo suficiente.... Porque pensé en mí y no en él. Yo no podía.... —las palabras se atascan en mi garganta—...no podía... No podía vivir viéndole así y sabiendo que es por... por... mi causa. No sabes lo que se siente.
De nuevo tiendo a llorar, pero ahora ya no desespero, solo me culpo porque nunca llegue a amar al hombre con quien me iba a casar, al hombre que me sonreía en las mañanas, a quien podía confiar mis más profundos secretos y con quien estaba dispuesta a compartir todos los años de mi vida.
Sé que no podemos regresar, sé que no quiero regresar. La reprogramación pronto termina, el cable me deja pero su efecto es inminente en mi cuerpo. El dolor junto con mis lágrimas se desvanece casi por completo.
Esta pérdida, este sufrimiento no será en vano.
Los colores comienzan a cambiar en mis ojos, los olores se fortalecen y los sonidos me inundan, mientras mis sentidos se adaptan, mis emociones se esfuman. La pena se pierde entre una claridad mental imposible. Máximo permanece atento a mi reacción, los músculos faciales regresan a su tono usual, levanto la mirada para encontrarme con la suya expectante. Sus brazos aún me retienen entre ellos.
—¿Mejor?
—Mejor. —contesto, preguntándome porque mis decisiones varían tanto entre ella y yo. Su exagerada reacción, su culpa absurda y sus deseos de regresar a un lugar donde no le queda nada, donde no me queda.
La silla se gira de vuelta a su ubicación original, yo decido permanecer en las piernas de Máximo solo moviéndome lo suficiente para sentirme más cómoda. Él saca del pequeño botiquín del auto unas cintas regenerativas y ungüento. Me organizo de tal forma que le quedo viendo hacia la ventana y remuevo el cabello que me cubre la nuca. Un largo silencio invade el aire. SIS da el reporte de daños, Máximo se encarga de cubrir mis heridas. Yo me enfoco en recordar el rostro sonriente de Caesar, una sonrisa se va formando en mis labios. Así le quiero ver cuando piense en él, sonriente, bromeando y disfrutando su vida. Listo para abalanzarse a abrazarme hablándome de su día.
—¿Un buen recuerdo? —pregunta Máximo, que recorre con la yema de su dedo mi parpado cerrado.
— El único que vale la pena conservar. —contesto, alejando su mano con la mía, pero sin soltarla.
Sostengo su mano cuando salgo de mi ensoñación. La apretó al recordar los últimos momentos de Caesar. Sus labios pálidos, sus ojos apagados y su resentimiento. En especial su resentimiento. Llevo de regreso la mano de Máximo a mi rostro, porque quiero que me acaricie, espero su consuelo para soñar con que es Caesar a mi lado.
—Sé qué fue lo correcto. —digo, segura por primera vez desde que mis recuerdos han regresado de ello. Respiro profundo antes de levantarme para volver al lugar de copiloto, lista para enfrentar los que viene—. Debemos irnos. Ese era el plan ¿Cierto?
Máximo asiente con su cabeza. Sus labios se tuercen momentáneamente en lo que yo confundo con una sonrisa. Me dejo caer sin fuerza en la silla, intentando minimizar mis sentidos, a pesar del fuerte dolor de cabeza que implica. Quiero al menos esa parte que me ate a mi yo humano.
Recapitulo cada instante al lado de Caesar. Lo que he hecho. Recuerdo la luz del cuarto, lo suficiente baja para ocultar del ojo humano el estado su cuerpo, su piel envejecida y moreteada. Recuerdo sus ojos hundidos en las cuencas oscuras de su rostro, vacíos. Pero lo que más recuerdo, lo que resuena en mi cabeza como gritos son sus últimas palabras: 'Por ti'. Lo que dijo al verme es por mucho lo que más le duele a la yo humana, porque es tan verás como que ha muerto.
Un suspiro me abandona, un suspiro cargado con mi compasión por él. Muy a mi conveniencia siento como si aquel suspiro pudiese llevarse toda la incertidumbre que su muerte me provoca.
—¿Qué sucede? —pregunta Máximo, que ya ha encendido el auto nuevamente, mirándome de reojo.
—Es solo que él murió odiándome —respondo, dispuesta a dejarle oír todo lo que tengo por decir—. Aun cuando cumplí su deseo, murió odiándome. Él quería vivir, pero sé que no así, yo le robé su vida. Y lo merezco su odio, todo esto pasó por mi culpa. Yo vivo y él muere.
—No fue tu culpa, tú no has tomado ninguna decisión —Máximo intenta consolarme, con la objetividad que lo caracteriza—. Era un humano, te amaba y sintió mayor dolor por que tú eras parte de todo, por eso te culpó a ti aun cuando no fue tu decisión, sino la de ellos. —Pero por primera vez, sus palabras calmas y monótonas me resultan consoladoras.
Porque no fui yo quien eligió insertarle un simbionte aun niño humano para luego retirárselo de adulto, no fui yo quien destruyo el cuerpo de Caesar, quien lo llevo a ese denigrante estado.
—Tú eres tan culpable como mi familia —señalo, sin siquiera esforzarme en mirarle. Quisiera herirle, dejar que sienta un poco de la pena que me aflige, aun cuando sé que es improbable—. Tú por Magdala y ellos por mí. Iban a usar a un bebé. ¡Un bebé!
Me esfuerzo por sonar indignada, por transmitirle algo de la miseria que se supone debemos sentir, que sé habría sentido antes de la cirugía.
—Cuyo cuerpo hubiese sobrevivido con menos efectos colaterales que el de Caesar. No creas que no entendía las consecuencias de retirarle el Simbionte al bebé, pero eran peores las consecuencias de hacerlo en un adulto. Si el niño no hubiese muerto Caesar aun...
—¡No lo digas! —Espeto cubriendo su boca con mis manos—. Aun así lo hicieron, lo sacrificaron a él por ella y por mí. Un simbionte de Marquesa no habría estado tan mal. Aun si es un rango inferior... —Entonces concluyo— ... No fue él por mí. Fue él por ella. Por tu hermana mi prometido ha tenido que morir. Después de todo, la prioridad siempre fue reinstalarme el simbionte a mí y no a ella. Lo sabes bien...
—Era suyo para empezar —me interrumpe la voz de Máximo, que toma un tono más alto y cortante, sin duda enojado—, el simbionte que Caesar llevaba era de Magdala. El tuyo siempre estuvo guardado, esperándote. Los planes del rey dejaban a Magi atrás, perdiéndose en su locura, mientras sus hijos gozaban de una vida feliz. Tampoco era justo.
Trago saliva, lo entiendo. Realmente entiendo que quisiera salvar a su hermana, pero al mismo tiempo soy incapaz de darle la razón.
—¡¿Y Caesar, estaba bien dejarlo así? Pensar que sabías lo que le habían hecho a él durante la cirugía —Le miro con los ojos húmedos—. Todos lo sabían y solo yo permanecía ignorante mientras él debía descubrirse destruido y enfermo solo en su habitación. ¡Por las decisiones de otros!
Comienzo a imaginar el sufrimiento que debió pasar al verse a sí mismo débil, inmóvil y enfermo. Imagino mi propia piel marchita, mis plumones inútiles, mi corazón conectado a una máquina y mis extremidades demacradas, es fácil imaginarlo cuándo siempre esperé que ocurriera. Pero para él fue sorpresivo, nadie le advirtió, nadie le pregunto. Ellos simplemente tomaron todo de él y jamás le informaron.
No necesito escuchar lo que Máximo dice para entender que ella no hubiese sido capaz de soportar la idea. Me ha costado manejarlo aún en este estado, me ha costado ayudarle a irse aún en este estado, cuando era consciente de que era su deseo y de que era lo mejor. Perderle me ha costado la mitad de mi alma. Y tener que recordar su el dolor, la pena, las lágrimas que estaban ya secas en sus ojos, sus poros destruidos por donde la máquina que vive en nosotros le dejó. Saber que alguien lleva el simbionte que una vez le perteneció. Que todos hemos sido culpables de su muerte, que ha sido el chivo expiatorio de nuestros deseos. Esa es una carga que debo llevar, pero no yo, no la yo de ahora que puede manejarlo, sino la yo de siempre, que se parte del dolor al punto de olvidarlo.
Trago saliva, segura de lo que he decido. De mi último regalo para él.
—Desconéctame —pido, mirando a Máximo, buscando sus ojos que se posan en los míos con firmeza alejándole del camino—. Merezco vivir con ese sufrimiento.
Máximo respira profundo antes de abrir un pequeño compartimiento entre las sillas.
—No puedes estar desprogramándote a gusto. Tiene consecuencias —dice, extrayendo con su emblema los cables.
—Será la última vez —Sonrió. Tan segura como la primera vez que lo hizo unas horas antes. Incluso más segura—. Vamos SIS, bloquea acceso a sistema límbico. Libérame.
Conozco las consecuencias de cambiar la configuración de acceso del simbionte, de menguar sus efectos de forma forzada y localizada. Máximo me ha explicado bien lo que significa para mi esperanza de vida, pero es lo mínimo que puedo hacer por mí misma, por lo que he ganado a costa del sacrificio de otra persona y por lo que siempre ha sido importante para mí. Si voy a ser libre, lo mínimo que debo hacer es sufrir un poco. ¿Verdad, Lydia?
Agarro con fuerza la mano de Máximo que acelera, en cuanto siente como mi ánimo cambia.
—¿Puedes olerla?¿Mi tristeza? El dolor. Debo ser estúpida para elegir esto antes que la tranquilidad de estar bien. Yo...
Me dejo caer en el regazo de Máximo, mi cabeza sobre sus piernas, me dejo sufrir, llorar. Perderme en mi pena y dolor.
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