Capítulo 47: Ellos
Caesar se aleja despacio, alguien más espera fuera. No me resulta sorpresivo saber que se trata de Máximo. La sola mención de su nombre me recuerda lo palpable de sus mentiras. Una ola de ira olvidada crece en mi interior. He sido traicionada por la persona a quien le confié mi vida, pero aunque me molesta me siento incapaz de recriminarle nada. Intento calmarme antes de que entre, supongo que Caesar no me pediría verlo de no ser necesario. Debo esperar paciente lo que sea que Máximo tiene para decirme, lo que sea que me falta aún por saber. Suspiro consolada por la idea de que no estaré a solas con él.
Me sorprendo de encontrar a SIS en el hospital, respondiendo a las órdenes de Caesar, con la misma obediencia que a un ocupante más de la unidad familiar. Su recital de datos no me lleva a ninguna novedad, pero sus funciones de mucama siguen intactas.
No tarda mucho hasta que el mecánico, pero armonioso sonido que SIS produce como imitación de voz anuncia la entrada de Máximo. Debo sostenerme el pecho para que no se escape, me sudan las manos y no puedo mantener la vista fija en ningún punto. Quiero salir corriendo de aquel lugar, aunque no puedo siquiera ponerme de pie.
Al cruzar la puerta su expresión es sosegada, saluda con elegancia y familiaridad, puedo oler la incomodidad e incertidumbre, él debe suponer como siento ahora que sé lo que me mantenía oculto.
Caesar y Máximo conversan con palabras claves, sin pasar de los términos necesarios ni darme chance de inferir nada de su palabrerío. Pronto me veo obligada a intervenir. La respuesta a mi pregunta resulta recordarme a otra de las personas que preferiría olvidar.
—Estás en el centro de salud central de Granda y Dorado, se te ha asignado una habitación propicia a tus orígenes —Algo en su tono de voz me hace pensar que cita textualmente las palabras de Helena—, como hija del rey de esta honorable nación. Otras preguntas al respecto temo no poder contestarlas. Primero, su alteza —Máximo le dedica una corta mirada a Caesar—, deberá permitirle a nuestra invitada pasar, solo así podré continuar con el tema que nos concierne.
Máximo se gira un poco hacia la entrada, su gesto de frustración expresa mucho más de lo que suele, mientras SIS hace lo suyo, Caesar se pone de pie y se aleja, me estiro un poco hacia él. La puerta cruje al abrirse.
—¿A dónde vas? —pregunto aterrada de quedarme a solas con Máximo y su invitada.
Su respuesta se ve interrumpida por una cuarta figura en la habitación, de cabello negro y largo.
—No puedo creer que esa bruja en serio haya dicho algo así —dice Magdala, cuya voz estruendosa y movimientos amplios resultan nostálgicos—. Es peor que su esposo. Los odio, a ellos y a toda la familia real. Y eso...—me señala con su dedo índice—...también te incluye. No creas que somos amigas o algo por el estilo. Solo vengo a hablarte porque la demente de tu madre me pido hacerlo, así que quédate calladita y escucha. Que no lo diré — interrumpe para ver a Máximo—, que no lo diremos dos veces.
La actitud de Magdala, tan estruendosa, vulgar e impertinente como es, parece aliviar el ambiente, pues Máximo y Caesar muestran la misma indulgencia hacia ella, que yo llevo algunos meses practicando.
Caesar recibe a Magdala con una sonrisa en el rostro, inmune a todos sus alegatos le saluda con cordialidad y buenos deseos, lo que me resulta cómico es verla a ella comportarse como una mujer medianamente educada al percatarse de su presencia, un ligero sonrojo en sus pómulos da cuenta de ello. Pero eso es todo, Caesar se retira sin demora con una simple promesa de pronto regreso.
Mis manos continúan pegajosas y escondidas bajo las sábanas, mientras la figura de Caesar desaparece tras las puertas de la habitación. Me recuesto sobre la pared con mi espalda recta. Magdala relaja los músculos de su cara y camina sin mucho interés hacia donde minutos antes estaba Caesar, es en ese instante que me percato de su vestimenta, con pantalones. Lleva un traje deportivo azul de cuerpo entero. Algo que una noble jamás vestiría en público.
—Espabila, chica —dice, chistando sus dedos frente a mí—. Máx, sé que es injusto para nosotros, pero enserio agradezco no tener que ver a esta chica nunca más.
Magdala y sus palabras sin sentido. Si quiere molestarme, deberá intentar con algo más creíble.
Pero... Si Magdala está aquí... Entonces ¿Que ha pasado con Elora?
Repaso su expresión de nuevo. No hay ningún signo de preocupación.
Quizá el que diga que no nos veremos de nuevo, sea una clave para decirme que Elora está a salvo. Debo calmarme, si no sé nada, debe ser porque todo ha salido bien.
La presencia de ambos en la habitación hace que el aire sea más difícil de respirar, puedo sentirlos invadiendo mi espacio personal. Me encojo sobre mí misma intentando reducir mi presencia, hacerla pequeña y controlable. Máximo toma la palabra en respuesta a los gestos cargados de cinismo que Magdala le muestra. Sus palabras no dan cuenta de ninguna información nueva para mí, su preocupación no va más allá del tema de la negociación por el bienestar de su amante. Poco a poco se encarga de confirmarme, sin ningún remordimiento a la vista, todo lo que en algún punto supuse había sucedido. Excepto por una parte de su historia, que me lleva a interrumpirle.
—¿Tú le pediste a Alecto que se casara con ella? ¿Porque harías eso? —vocifero indignada, de la desfachatez de ambos.
—No me has dejado terminar.
— Puede que su cerebro inocente no lo capte, Máx, así que le explicaré yo. —Magdala levanta sus manos para detenerle de continuar, pero sus labios arqueados demuestran que no disfruta dejarla hablar conmigo—. Mira chica, eres algo así como el rehén de Max, si Alecto no se comprometía conmigo, lo habría hecho contigo como era el plan, entonces ya no tendríamos nada con que negociar, pues estarías bajo la tutela de la familia real. Así que muy amablemente accedí al compromiso.
—No digas esas cosas Magdala, esa no fue la única razón —el gesto de molestia en el rostro de Máximo se profundiza con cada cosa que sale de la boca de ella—. Aletheia, imaginarás que Alecto y yo hemos crecido juntos, formando una sólida amistad con los años, por lo que él accedió a cuidar de la persona que... —Máximo señala a Magdala con la mirada— ... de ti
Magdala frunce sus labios, y aleja el foco de sus ojos de Máximo, dando por hecho que dice la verdad. Pero a mí no importa lo que Máximo diga, Alecto bien puede ser su amigo ¿Pero casarse con su amante? Nadie se casaría con una mujer que mantiene una relación con su primo, sin considerar lo que vi en el consultorio de Hernán.
Máximo debe sospechar que soy escéptica, pues puedo sentirlo sobre la nuca mientras yo observo a Magdala.
—¿Que sucede? —Pregunta, con cierto tono de incredulidad—. Puedo ver que hay algo molestándote.
—Sé que mientes, y me irrita de sobremanera tu cinismo al hacerlo. Sabes bien que conozco su relación —digo, deslizando mis ojos de uno al otro—, no me creas estúpida para pensar que alguien, sin importar cuán cercanos sea a ti, se casaría con tu amante para cuidarla. ¡Me tomas por una estúpida si crees que te creeré!
De reojo veo a Magdala encogerse y cubrirse la boca, cuando el rostro de Máximo se deforma en una horrible mueca de ira e incredulidad, las risas de Magdala se tornan estruendosas y salvajes llenando la habitación mientras la voz de Máximo, se dispara mucho más alto de lo que jamás le había escuchado.
—¡Magdala! —grita, y es la primera vez que le escucho hacerlo con tanto enojo.
No entiendo lo que ocurre, pero aun así intento interrumpir, me muevo hacia ella como puedo para evitar el regaño que está por recibir, le digo a Máximo, en medio de su palabrería, que se calme; pero no logro entender la razón de que su enojo no esté dirigido a mí.
—No interrumpas cuando trato de reprender a mi hermana. ¿Entiendes? Mi hermana —dice Máximo, conteniendo su enojo al dirigirse a mí, y al tiempo dándome suficiente información para ponerme al corriente.
Las carcajadas de Magdala no se detienen, se sostiene el estómago entre risas y Máximo, tras unos cuantos regaños se da por vencido con ella.
— No sé cómo has podido creer que nosotros tenemos esa clase de relación, menos después de espiar en mi oficina. —Máximo parece indignado, aireado, pero resignado a que Magdala es lo que es.
La verdad ha sido la situación que observé en su oficina y las palabras de ella, cuya risa burlona hace que quiera abalanzármele encima, lo que me ha llevado a esa conclusión. Al final, todo lo que puedo hacer es cubrirme el rostro con las manos cuando el calor comienza a subir. Aunque el sonrojo no disminuye mi sorpresa por la revelación.
¿Su hermana?
Magdala y Máximo, suenan bastante a juego si lo pienso. Ambos tienen un profundo tono de ojos azules y el cabello especialmente oscuro. Los rasgos de su rostro no son muy parecidos, pero si los miro bien quizá sea solo el género. Sus personalidades fuertes e imponentes parecen hacerle justicia al hecho de ser familia.
¡Maldición! Con un poco de calma parece tener sentido.
— Hermanos... —¿Acaso salté a conclusiones apresuradas?— ¿Entonces eres como yo? —digo alarmada en dirección a Magdala, pero sus risas incrementan ante mis palabras.
Yo solo puedo pensar en que, sin importar cuán diferentes seamos, ella, al igual que yo, somos mujeres y nobles de nacimiento.
Mis ojos la abandonan pronto, en busca de respuestas hacia el único quien parece dispuesto a darlas, mientras las risas comienzan por fin a disminuir.
—No otra como tú —dice en calma, sin retirar los ojos, de quien ahora sé, es su hermana—, Magdala es mayor, así que tú eres como ella y como otras lo fueron antes. No es común, ciertamente, pero mujeres nobles nacen una o dos cada cierto tiempo. Pero sus casos no solo es únicos por el rango, que jamás había sido tan alto en las nobles nacidas antes de ustedes, sino que la poca diferencia entre sus edades demuestra que está aumentando la frecuencia. Pronto podríamos tener más nacimientos de los que se pueden ocultar.
—¿A eso vienes? A advertirme que soy una vergüenza para los nobles y que por eso debo mantener mi estatus en secreto. O solo quieres restregarme en la cara que ella es como yo ¡Pero está sana! ¡Que se casó con su primo y ha mantenido su título! ¿Quieres darme un ejemplo de buen comportamiento?
Magdala retoma sus carcajadas en cuanto hablo, pero ya no me molesto en prestarle atención. No logro entender la necesidad de Máximo de hablar conmigo, sé que lo envió la reina, pero me enfurece verla a ella divertirse con mi situación, pensar que... Pero ella no es como yo.
Levanto el rostro sorprendida por la conclusión que he alcanzado.
—No —decimos Máximo y yo al unísono, y giramos para mantener la mirada fija el uno en el otro.
Tomo la iniciativa para hablar, cuando de nuevo una mirada penetrante de Máximo logra acallar las burlas de Magdala.
—Ella no es como yo. Tú no eres igual a mí. —recordando las palabras del rey y sus hermanos, como si las susurraran en mis oídos.
—No, no lo es. —confirma Máximo, su voz suena más vacía de lo usual—. Así como el duque Livio no es mi padre, tampoco lo es de mi hermana. Nosotros no somos duques.
—Lo sé —afirmo calmada. Yo soy la hija del rey—, pero igual son nobles.
—Tanto como tú. —dice, sin bajar la cabeza o mostrar acongojo por aceptar que no ostenta el mismo rango que yo. O Caesar.
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