Capítulo 2


El choque de nudillos contra mi puerta resonó en mi habitación. Fue un sonido débil, pero claro.

— ¡Adelante! —exclamé, sin levantarme de mi asiento. Ni siquiera me moví.

Estaba en mi escritorio, con los codos clavados en la madera y los ojos fijos en la pantalla, leyendo información sobre la etapa de la Regencia en Inglaterra para un trabajo de literatura. Estaba concretada en las tareas de clase, intentando terminarlas lo antes posible. Tenía toda la intención de ver el desfile de modas de Aberto Sciara, mi diseñador favorito, que se produciría en Nueva York esa tarde y se emitiría por cable.

Alguien se adentró en la habitación. La moqueta morada de mi cuarto absorbía bien el sigilo de sus pasos, pero también sabía que ese silencio gatuno solo podía proceder de una persona.

— ¿Qué pasó, Ed? —le pregunté en el mismo momento en que colocó su mano sobre mi hombro.

— ¿Estás ocupada?

Alcé la vista en su dirección.

— ¿Para qué?—cuestioné, con curiosidad.

— ¿Te apetece una partida de ajedrez? —preguntó, alzando con una mano la caja de piezas de ajedrez y el tablero, ambos de madera, como si no pesaran nada. No era de extrañar, con su metro ochenta y su musculatura pro-huida de Em.

Edward era mi hermano mellizo y, aunque a día de hoy no teníamos físicamente casi nada en común, de niños había sido diferente. Ambos teníamos los mismos ojos verdes, la misma piel pálida y, durante la infancia, el mismo cuerpo pequeño y enclenque. La mayor diferencia entre nosotros, aparte de lo obvio, era que mi cabello era liso y negro como la tinta, mientras que el suyo era ondulado y de un adorable pelirrojo. Siempre lo tenía muy revuelto, lo que me parecía muy divertido ya que me daba un punto para picarle.

Em, que era un año mayor que nosotros, había pasado toda su niñez incluyendo a Ed en sus juegos, incluso si él no quería. No era de extrañar, porque eran locuras que siempre acababan con el pobre de mi mellizo lleno de heridas. Todo ese martirio y las huidas correspondientes habían acabado con un Edward con cuerpo de atleta. Resultaba inevitablemente divertido porque era un intelectual que pasaba más tiempo en la sala de música del instituto que en la cancha.

A día de hoy, tenía más similitudes con Emmett, gracias a sus alturas de jirafas y sus músculos de rinoceronte, que conmigo. Después de todo, Em medía dos metros y triplicaba mi peso en puro músculo. Sin olvidar su pelo rizado, similar al de Edward, aunque mucho más moreno. Se había negado a tener un "nido de pájaros", como lo llamaba él, en la cabeza, así que casi siempre iba con el pelo rapado.

—Venga, va —accedí, dejando las tareas para después.

Con una sonrisa angelical, sin enseñar los dientes, Edward se sentó en mi cama y empezó a preparar todo para la partida. Esa era una de las pocas cosas que Edward mantenía de sus días más inocentes. Tenía una sonrisa galante y dulce. Me levanté de mi asiento a ayudarle.

—Un día de estos deberías dejarme peinarte —sugerí, viendo cómo se apartaba el pelo de la cara con la mano.

—Ni en broma —se negó, tajante—. A saber lo que me harías.

Inflé los cachetes, molesta, pero no le di importancia. Después de todas las bromas que había hecho a su costa por su pelo, sabía que esa era una guerra difícil de ganar.

Comenzamos a jugar, iniciando yo la partida. Estuvimos un rato concentrados en el juego, lanzándonos pullas a cada rato, entretenidos.

— ¿Qué pasó antes? —preguntó, abruptamente. No me pilló por sorpresa. Ya veía venir que esa pregunta saldría al aire en algún momento.

—Fue algo un poco raro, en realidad.

—Sabes que no te puedo leer la mente, ¿verdad? —interrogó, al ver que me quedaba callada, enarcando una ceja.

— ¿En serio? —cuestioné a su vez, fingiendo sorpresa.

Edward solo se cruzó de brazos, dejando el juego relegado a un segundo plano. Se enderezó y calvó su mirada en mí. Resoplé, sabiendo que no iríamos a ninguna parte cuando se ponía de morros.

—Siempre he tenido un sexto sentido muy particular.

—Lo sé. Siempre has tenido esas premoniciones.

—Pero esta vez fue extremadamente particular —continué, sin recelo.

La ceja enarcada de Edward ganó aún más altura, pero no dijo nada, esperando que me explicase.

—Por primera vez en mi vida, vi una imagen de algo que iba a pasar.

— ¿Tuviste una visión?—inquirió, sorprendido.

—Creo que sí. Por un segundo, vi como ese tío de la moto salía a toda velocidad y como a ti no te daba tiempo a frenar y lo atropellabas. El motorista salía volando por los aires. Fue como un parpadeo.

—Y cuando te diste cuenta de lo que iba a pasar, gritaste como una energúmena.

— ¡No soy una energúmena! —grité, enfadada.

—Como digas... —cedió, en fingida rendición.

Le lancé un cojín que se estrelló en su cara. Su blanquecina y recta nariz se enrojeció.

—Y más te vale no comentarle nada de esto a Em. Por fin se olvidó del chiste de que soy una de las hermanas Halliwell(1). No quiero que lo recuerde.

Edward no prometió nada, solo se echó a reír.

Hermanas Halliwell (1): Las hermanas Halliwell son las protagonistas de la serie de TV Embrujadas. Tres hermanas que, desde su nacimiento, están destinadas a ser brujas y a acarrear el poder de tres. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top