9
Necesitaba salir rápido de la habitación porque su cabeza era un caos. Estar en presencia de Diego la puso muy nerviosa, las manos le sudaban y varias veces se había colocado el mismo mechón de cabello detrás de la oreja. Estaba segura de que él se había dado cuenta del efecto que producía en ella, y que lo estaba disfrutando. Cada vez que cruzaban alguna mirada sentía que él analizaba cada uno de sus movimientos y ella no hallaba como comportarse ante tal situación.
Bueno, tampoco es como si todos los días descubriera que la persona con la que sueña y nunca ha visto, sí existe, la salva de un accidente y de paso es el pecado hecho hombre. ¡Tenía derecho a estar descontrolada!
―Me alegro que estés mejorando, y gracias por ayudarme la otra noche ―dijo lo más amable que pudo―. Pero ya debo irme.
―Espera... ―Manuel detuvo a Celeste del brazo―, todavía no me has dado tu número de teléfono. ―Volteó a mirar a Micaela―. Diego también quiere el tuyo.
―¿Y eso cómo para qué? ―preguntó Micaela.
―Es para que mi abogado pueda hacer una denuncia formal en contra del idiota que nos atropelló, necesitará tu declaración. El tipo estaba totalmente borracho, por eso no te vio cuando cruzaste; también quiero que pague por los diez días que llevo aquí ―explicó Diego.
Eso sonaba lógico. Micaela estaba segura de haber cruzado cuando le tocaba. Diego parecía de verdad interesado en que ese tipo inconsciente pagara por todos los daños que les había ocasionado. Después de todo, él la había salvado, merecía su ayuda.
―Está bien, anota mi número. ―Micaela de alguna forma se sentía en deuda con él, así que aceptó.
Él sonrió satisfecho, acercó la mano a una mesita que estaba al lado de su cama, agarró su teléfono y comenzó a teclear el número que ella le iba dictando. A los segundos, el celular de Micaela sonó con el tono de mensaje, lo sacó de su bolsillo y leyó:
Número desconocido:
Morías por tener mi número, pues aquí está.
¿Pero qué?
Alzó la vista, alucinando, él le sonreía con picardía, las mejillas le ardieron. Celeste y Manuel no se daban cuenta de nada porque estaban muy animados en su propia burbuja personal. Micaela guardó el contacto y respondió el mensaje.
Para: Diego Dávila
¡Qué tarado eres! Eso quisieras tú.
Luego se encaminó hasta la puerta sin esperar su reacción, si se quedaba un minuto más capaz y se convertía en gelatina. Vio de reojo a Celeste, que iba detrás de ella a paso rápido para alcanzarla. Micaela se dirigió al estacionamiento y apuntando el mando hacia el auto le quitó la alarma pero no entró. Se recostó de la puerta del conductor, Celeste no tardó en darse cuenta de que algo sucedía y comenzó a bombardearla de preguntas.
―¿Qué se supone que pasó exactamente allá dentro? ¿Por qué corres?
―No lo sé, es muy confuso. ¡Y no estoy corriendo!
―Claro que es confuso. ¡Y sí estás corriendo! A ver, explícame como es que de «subo a la habitación, lo conozco, le doy las gracias y me voy» ―dijo imitándola―. Pasaste a agarrar su mano, a estar tan cerca y a parecer que te iba a dar un ataque cuando entramos. Ah, otra cosa, ¿ahora eres tartamuda? ¡Y mujer, no puedo olvidar el detalle de que cada vez que Diego te veía o hablaba tu cara era un poema! Me contuve varias veces para no explotar y reírme de tus mejillas coloradas.
Con molestia por sus carcajadas, Micaela le pegó en el brazo.
―¡Ay, cállate ya! ¡Eres insufrible! Me dijo que le dolía el pecho, por eso me acerqué pero el muy abusador no me soltaba la mano y... ¿es que acaso no te diste cuenta?
―¿Cuenta de qué?
―¿No le viste los ojos? ―resopló exasperada.
―Claro que se los vi... ―Alzó los hombros despreocupada―. Los tiene azules y... ¡Oh, no...!
―¡Oh, sí...! ―Se burló por su tono de sorpresa.
―¿Crees que es el mismo de los sueños? ¡Ay mira, me ericé!
―No creo. ¡Estoy segura! ―confirmó Micaela temblando de pies a cabeza.
―¡Por las barbas de Merlín, Mika! ¡No lo puedo creer! ―gritó Celeste.
―¿Ahora entiendes por qué estoy así?
―Sí, amiga, te entiendo. ―La abrazó―, y yo de boba fastidiándote. ―Le quitó las llaves de la mano―. Vamos, yo manejo hasta el apartamento.
En el camino Celeste continuó preguntándole cosas, pero ahora no se burlaba, estaba igual de sorprendida que su amiga. Micaela aprovechó y le preguntó que por qué había subido hasta la habitación de Diego, Celeste le contó que se había conseguido a Manuel en la cafetería de la clínica y que él la invitó a que lo acompañara a visitar a su amigo; Celeste no dudó en aceptar la oferta. Micaela podía notar que a ella le estaba gustando bastante el rubio, se le iluminaban los ojos cuando hablaba de él. Manuel le agradaba, parecía un buen tipo.
―A pesar de la sorpresa del momento y todo eso, ¿qué te pareció Diego?
―Un idiota ―dijo Micaela sin pensarlo mucho.
―¿Por qué? ¿Me vas a negar que el tipo está como quiere? Ahora no me creo que esos sueños que tienes con él no son pasionales, con un bombón así yo soñaría con gusto.
―Dime algo, Celeste... ¿cómo fue que nos convertimos en amigas? A veces me provoca matarte.
―Claro que no, amiga. No podrías, tú me amas. ―Le pellizcó la mejilla―. Yo soy la oreo y tú la cremita, ¿recuerdas? ¡Y no me cambies el tema!
―Bueno, sí. Está bueno. ¿Contenta? Pero eso no le quita lo idiota.
―¿Solo está bueno? Es más que eso. El tipo te dejó tartamuda, roja y nerviosa; que yo sepa a Micaela Andrade no la pone así nadie que yo conozca.
Si no decía lo que Celeste quería oír nunca la dejaría en paz, así que optó por decirle la verdad.
―Ya. Bueno, sí... está más que bueno. ¡Jesús, el tipo es el pecado hecho hombre!
―¡Lo sabía! Te gustó bastante ―comentó dándole un golpecito al volante.
Al llegar al apartamento Micaela se encerró en su cuarto, necesitaba un tiempo a solas para pensar en todo lo que daba vueltas en su cabeza. Prendió el equipo de sonido porque la música siempre lograba relajarla. Se tumbó en la cama y se tapó los ojos con un brazo mientras las notas de la canción De repente de Soraya comenzaban a llenar el ambiente.
Mil ojos mirando hacia mí, de los tuyos no puedo huir.
Tú mirada me tiene encantada, si te dejo entrar estaré equivocada.
Que acertada, Soraya. Pensó.
Que ojos tan hermosos tiene Diego. Son de un azul tan profundo... Claro que Micaela no podía huir, si hasta en sueños lo veía. ¿Cómo era posible que lo hubiese conocido?
Primero, no entendía por qué soñaba con él. ¿Oleska pudo haberle dicho la verdad? Ella había mencionado al «destino», o que se conocían de otra vida, ¿pero eso algo posible? Micaela no lo había pensado, jamás se le habían ocurrido esas cosas, y de pronto quiso investigar un poco sobre el tema.
Se levantó y buscó su laptop. Tecleó en el buscador: Almas gemelas.
«Un alma gemela es alguien que comparte una afinidad profunda y natural con otra persona en el campo afectivo, amistoso, amoroso, sexual o espiritual. Este concepto da a entender que ambas personas son las mitades de una alma, y que éstas deben encontrarse...»
¡Vaya, por ahí iba la cosa!
Volvió a teclear: Sueños con tu alma gemela.
«La unión que existe con nuestra alma gemela es imperceptible, es decir, nosotros podemos no tener conciencia de su presencia, puede estar muy cerca de nosotros y no la reconocemos físicamente, pero nuestra alma si lo hace. Una de las formas en que lo hace es manifestándose en sueños...»
No podía creer lo que iba leyendo, todo eso le parecía una locura. Se acomodó con desgarbo en la cama y así fue encontrando muchísimas páginas que hablaban sobre esos temas: historias, leyendas, y hasta testimonios de personas que aseguraban haber encontrado a su "mitad".
Se le fue la noche investigando, leyendo, hasta que poco a poco se fue quedando profundamente dormida.
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