7
DÍA 10
Noche del accidente.
DÍA 9
Estaba sentada en la cama del hospital, rodeada de muchas personas: sus padres, Celeste, tío Richard, tía Cecilia y varios compañeros de la universidad. Habían ido a saludarla y a ver como se encontraba; la habitación estaba inundada de risas que se escuchaban hasta el pasillo. De pronto, alguien tocó la puerta.
―Adelante ―dijo el papá de Micaela.
Una mujer con vestimenta de enfermera entró y frunció el ceño cuando vio a tanta gente, en su boca se formó una línea recta y todos quedaron en silencio sepulcral.
―Vengo a revisar el vendaje de la paciente, también le voy a aplicar un tratamiento, así que necesito que todos salgan. Y quiero recordarles que solo pueden estar dos, o máximo tres personas en la habitación.
―¡Oooh! ―Todos dijeron al unísono.
―No se preocupe, señorita. Ya mismo salimos al pasillo ―habló Richard, y tía Ceci asintió de acuerdo―. Algunos ya se van a sus casas.
Uno a uno fueron saliendo del cuarto, no sin antes despedirse y asegurarle a Micaela futuras visitas en el apartamento en cuanto tuvieran tiempo disponible; esa noche solo se quedaría su madre con ella. Cuando llegó el turno de Celeste, Micaela la tomó del brazo y acercó la boca a su oreja.
―Entra en lo que veas que la enfermera esté saliendo, y asegúrate de que yo esté sola.
Celeste le guiñó un ojo y asintió.
A los quince minutos apareció con un suéter con capucha, dando pasos sigilosos. Se acercó a la cama de Micaela y esta no pudo evitar reír fuerte al verla.
―¡Ufff! No sabes lo que me ha costado deshacerme de tu madre, esa mujer puede llegar a ser realmente exasperante.
―Lo sé ―contesto resoplando―. ¿Qué hiciste con ella?
―Le dije que la llamaban del área de administración, así que habla rápido, debe volver pronto.
―La cosa es así... Quiero que subas al cuarto piso, a la unidad de cuidados intensivos, e investigues todo lo que puedas sobre el paciente Diego Dávila. ―Celeste arrugó la frente y ladeó la cabeza, no entendía la petición―. ¡Es la persona que me salvó, cabezota!
La boca de su amiga formó una gran O.
―Cuando dices que averigüe todo, ¿a qué te refieres exactamente?
―No sé... averigua si está mejor. Si sigue en la UCI. Si puede recibir visitas, o si sus familiares me odian.
―¿Y por qué te odiarían, Micaela?
―Está ahí por mi culpa, Celeste ―refutó algo exasperada.
―Voy hacer lo que me pides ―dijo resoplando―. Pero si escucho algo en tu contra te juro que les dejo bien claro que nadie lo mandó a tirársela de héroe.
―¡No, no dirás eso! ―la detuvo sujetándola del brazo—. Gracias a él sigo viva.
―Bueno, es cierto... ―vaciló un segundo―. Voy a subir a ver qué consigo.
DÍA 8
Micaela seguía recuperándose de la fisura y los golpes, su cabeza ya no dolía tanto. Richard y tía Ceci le habían dado reposo en el trabajo, y menos mal, porque los analgésicos eran tan fuertes que parecía dopada todo el día; sentía ganas de encender un cigarrillo y cantar canciones de Bob Marley. Celeste le había contado que Diego seguía en terapia, al parecer se recuperaba de un derrame en la pleura y no podía recibir visitas. Eso fue lo único que le contó una enfermera.
DÍA 7
Estaba aburrida como una ostra. Su madre parecía un general y no dejaba que se levantara de la cama, Micaela agradecía los cuidados pero ya la estaba volviendo loca. Celeste pasó por el hospital luego de la universidad, volvió al piso de cuidados intensivos y allí vio a un doctor, a una señora mayor y a un muchacho conversando, oyó que hablaban del tal Diego, los escuchó decir su apellido.
DÍA 6
Viernes. Micaela ya se sentía mejor. La señora Mariela fue a descansar a su casa luego de dejar a su hija en el apartamento. Celeste había preparado todo para un gran maratón de Grey's Anatomy. Llamaron al hospital y una dulce enfermera (nótese el sarcasmo) no les quiso dar información sobre Diego. Micaela ya se estaba cansando de todo.
DÍA 5
―¿Qué tú qué? ―Las curvas de los labios de Micaela llegaron casi a sus ojos.
―Sí, Mika, terminé con Miguel. Tomé la decisión el día de tu accidente, por eso fue que esa tarde no pasé a buscarte. Resulta que el muy idiota me estaba montando cachos con cuanta tipa se le cruzaba por el frente. ¿Puedes creerlo?
―Oh, claro que puedo creerlo...
DÍA 4
En los pasillos de la UCI se escuchaba: Familiares de Diego Dávila...
El muchacho que acompañaba a la señora mayor días atrás se levantó de su asiento y le explicó a la enfermera que él era su mejor amigo, y lo dejaron entrar. Celeste observaba escondida detrás de una columna. ¡Entonces ya podía recibir visitas! Pero no corrió a contarle a Micaela de inmediato, porque se dedicó a observar con detalle al rubio, el amigo de Diego estaba recontra bueno.
DÍA 3
Micaela ya podía caminar sin marearse tanto y al día siguiente le quitaban los puntos de la cabeza. Se sentía muy ansiosa, quería ir al hospital y pensaba en algo para personalmente poder obtener información sobre Diego.
DÍA 2
Su celular sonó con el tono que le tenía asignado a Celeste.
―¡Hola!
―Mika ―susurró su amiga―. Estoy en el hospital. ¡Tengo noticias!
―Ya mañana me tocaba ir. ¿Tu visita tiene que ver con cierto rubio?
―Tal vez... ―Se echó a reír bajito―. ¿Quieres saber o no?
―Claro, dime que has averiguado.
―Hoy lo van a trasladar a una habitación. Eso quiere decir que está mejor. Sus familiares están aquí... Espera... ¡Ay, no! El rubio me está mirando, ¿qué hago? ¡Micaela, viene hacia mí!
―No hagas nada estúpido, Celeste. Actúa normal.
―¿Normal? Yo no nací ese día ―dijo antes de colgar.
DÍA 1
Solo los dividía una puerta.
Sí, Micaela estaba parada frente a la habitación de Diego Dávila.
Giró la manilla lentamente y asomó la cabeza, se encontró con un cuarto en penumbras, seguramente estaba descansando. Parpadeó varias veces para acostumbrarse a la poca luz y tuvo que acercarse para verlo mejor. Ya a un paso de la cama su corazón comenzó a latir muy rápido. Ahí, justo frente a ella, estaba acostado un hombre realmente hermoso. Tenía unos rasgos perfectos, a pesar de varios rasguños que se marcaban sobre su ceja derecha y su pómulo. Una pequeña barba comenzaba a crecer, su nariz era perfilada y su boca ligeramente abierta mostraba unos labios delgados. Diego tenía las cejas espesas y el cabello castaño oscuro le caía desordenado sobre la frente dándole un aspecto realmente sexi; Micaela pudo ver a través de su camiseta gris, su pecho subía y bajaba al compás de su respiración. Parecía relajado y tranquilo.
¡Jesús, debería ser un pecado ser tan atractivo!
Diego sintió la presencia de alguien a su lado porque movió las manos. Micaela dio un respingo, retrocedió un poco y tropezó con algo. Se llevó una mano al pecho cuando advirtió que él iba abriendo poco a poco los ojos, escaneó la habitación y pronto su mirada la encontró.
El corazón de Micaela se detuvo por completo, algo dentro de ella estalló...
Unos ojos azules grisáceos la observaban curiosos.
―¿Tú? ―inquirió él con voz suave.
Ella se quedó petrificada en el sitio, un escalofrío le puso de punta los vellos del cuerpo. Es ahí donde Micaela lo supo: ella no lo estaba viendo, ella lo estaba reconociendo.
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