31
A veces lo malo sucede para que puedas agradecer todo lo bueno que te da la vida.
Así se sentía Micaela en ese momento: complacida de poder abrir los ojos, premiada por respirar, y lo más importante, contenta de tener la oportunidad para poder agradecerle a la persona responsable de eso.
Melissa la salvó, se interpuso en el camino cuando Tony perdió los estribos y le disparó. Sí, desde ese momento, Micaela estaría en deuda con ella y con la grandeza de su corazón.
Cerró los ojos e hizo una plegaria mental. Señor, hoy perdono para siempre y arranco de mi alma todos aquellos rencores que me atan al pasado, hoy estoy dispuesta a olvidar, hoy elijo el camino del amor.
Miró a su alrededor y suspiró, esperaba haber saldado las cuotas de visitas a las habitaciones de ese hospital. Su madre le contó que acababa de despertar, la habían sedado porque llegó en estado de shock. Respiró profundo y soltó el aire lentamente, sería difícil olvidar todo lo que ocurrió, pero había que intentarlo; Tony ahora estaba preso y ya no podía hacerles daño, era hora de dejar el pasado atrás.
La puerta de la habitación se abrió. El corazón de Micaela comenzó a latir enloquecido, como cada vez que lo sentía cerca. Sus ojos azules la miraron intensamente, un tanto preocupados, pero a la vez emocionados. Ella sonrió para demostrarle que estaba bien, pero él seguía parado en el mismo sitio, eso la comenzó a desesperar porque creyó que él iba a dar marcha atrás y a cerrar la puerta, hasta que vio lágrimas rodarle por las mejillas.
¡Joder, lo amo tanto!
Micaela se levantó volando de la cama y antes de darse cuenta Diego ya la abrazaba con fuerza, la levantó a varios centímetros del suelo, su corazón también latía frenético junto al de ella.
―Tuve miedo, mucho miedo de perderte ―musitó en un hilo de voz.
Micaela le capturó el rostro con las manos y pegó su frente a la de él. Se permitió llorar junto a Diego, los dos habían sentido el mismo miedo, incluso en el peor momento ella sólo pensó en él. Pensaba que la relación se había acabado, no sólo por estar cerca de la muerte, sino también por la discusión que habían tenido.
―Tranquilo ―balbuceo―, estoy bien, estoy aquí. ―Diego apretó los labios, suspirando, la mirada de Micaela siguió la perfecta forma de su boca―, y planeo estar a tu lado por todo lo que me quede de vida. ―Él abrió los ojos y le regaló la sonrisa más hermosa y resplandeciente que jamás le había visto Micaela.
―Te amo ―susurró sobre los labios de su novia, antes de besarla.
―Y yo a ti...
***
Ella tenía llave, pero decidió tocar el timbre, así sería más divertido. Luego de unos minutos, Celeste abrió, al verla se abalanzó sobre Micaela con tanta fuerza que casi caen al piso. Micaela soltó una carcajada mientras disfrutaba del asalto.
―¡Estás aquí! ―chilló Celeste emocionada.
―Vivo aquí, ¿recuerdas? ¿O ya alquilaste mi cuarto?
Se echaron a reír y entraron al apartamento. Micaela no pasó por alto que Celeste ignoró completamente a Diego. ¿Seguiría enojada con él? Su amiga la tomó de la mano e hizo que se sentara en el mueble, junto a ella.
―¿Qué haces, Celeste? ―preguntó divertida, porque ella estaba revisándole la cara, los brazos, el cabello.
―Buscando el GPS.
―¿Qué GPS?
―El que seguro te puso Diego. Mira, es que a ese hombre le iba a dar un infarto, dijo que en tu vida te volverías a desaparecer. ―Diego resopló y se sentó al otro lado. Micaela se echó a reír, ellos no estaban molestos, esa era la forma natural de Celeste de molestar a los buenos amigos―, me alegro de que estés en casa, Mika ―dijo sonriendo y Micaela pudo ver que sus ojos verdes se cristalizaban, la rubia miró hacia Diego―. Me encanta que estén juntos y felices.
Él asintió y jaló a Micaela hacia su pecho, luego le besó la coronilla. Celeste le agarró una mano a cada uno, sintiéndolos seguros y felices.
Hablaron bastante de lo sucedido. Micaela les contó todo lo que Melissa le había confesado y ellos quedaron tan sorprendidos como ella. Para nadie era un secreto lo mala persona que había sido Melissa durante mucho tiempo, pero nadie conocía las razones del por qué actuaba así. Para Diego y Celeste, escuchar a Micaela justificarla y disculparla los dejó atónitos, saber que la había salvado de esa bala fue aún más alucinante; la verdad era que ni Micaela se terminaba de creer todo lo que había pasado durante ese par de días, pero así era, ya no tenía una enemiga.
―Voy a ir a verla mañana, Diego.
Él asintió, sabía que la entendería más que Celeste, después de todo, él y Melissa habían sido amigos durante muchos años y había estado con ella en los momentos claves de todo lo que Melissa contó.
―Creo que también debería hablar con ella, si no te molesta, claro ―comentó con algo de pena.
Ella lo miró con ternura, ahora estaba completamente segura de su amor.
―Está bien, iremos entonces los dos ―anunció sonriendo.
***
Llevaban rato abrazados, acostados en la cama, disfrutando del hecho de estar cerca, de estar juntos, del sonido de sus respiraciones y de un beso cada diez segundos. Micaela le peinaba el cabello con la mano, como siempre le gustaba hacer. Él hacía círculos en su espalda, sobre su camisa. Ella creía que deletreaba la palabra «Diego» con el dedo, se estremeció al recordar la primera vez que lo hizo, él notó que ella se removía inquieta.
―¿Qué sucede? ―preguntó con voz pícara. ¡Había que darle puntos al hombre porque sabía lo que hacía!
A Micaela le hubiera encantado decirle que estaba pensando en lo mucho que le gustaría hacer el amor y amanecer en sus brazos, pero no podía, Delia salía a primera hora de la mañana a Londres, no era justo que se lo quedara para ella toda la noche porque su hermana seguramente quería estar con él.
―En que me gustaría escuchar un poco de música ―mintió amargamente.
Él arrugó la frente, no era la respuesta que quería escuchar. Se levantó riendo porque ella protestó cuando lo hizo, prendió el equipo de sonido y colocó la canción Thank you for loving me de Bon Jovi. Luego se acercó lentamente y extendió su mano, Micaela la agarró mientras reía porque él hizo una reverencia. Diego deslizó la otra mano hasta su cintura, con delicadeza, ella apoyó la cabeza en su pecho, escuchando la melodía y el latido de su corazón. Comenzaron a moverse lento, al compás de la música, escucharlo susurrar en su oído frases de la canción hizo que el corazón se le derritiera.
Gracias por amarme, por ser mis ojos cuando no podía ver, por ser mis labios cuando no podía respirar, gracias por amarme...
¿Se podía ser más feliz en la vida? Ella no lo creía. En ese instante estaba amando la idea de haberle pedido que pusiera música.
Nunca supe que tenía un sueño, hasta que ese sueño fuiste tú... cuando miro en tus ojos, el cielo es de un azul diferente.
Esa parte la cantó ella, mientras lo miraba a los ojos. Diego ladeó el rostro y tomó su cuello para besarla con ternura, Micaela cerró los ojos al sentir su sabor dulce y su olor a menta, con roces sutiles él iba dejando huella en sus labios. Le respondió acostumbrada a sus besos que la llevaban a un lugar extraordinario, y cuando se separaron, la idea de que él se fuera le pareció la peor del mundo.
―Quédate hasta que la canción deje de sonar ―le pidió apartando la mirada, sintiendo como se le iba formando un nudo en la garganta.
―¿Solo ésta canción? ―preguntó él, dándole el control del equipo.
―Sí, apenas suene otra puedes irte ―contestó reteniendo las lágrimas.
―Está bien.
Micaela suspiró y volvió a colocar la cabeza en su pecho, disfrutó de la calidez de su pulgar acariciando suavemente su cuello.
―Sé que me estás echando porque Delia se va mañana, pero le dije que quería estar contigo y entendió, ella cambió su vuelo para mañana por la noche, ¿así que todavía quieres que me vaya? ―Alzó con el dedo la barbilla de Micaela para que lo mirara.
Ella sonrió con la felicidad desbordando su alma, mientras que a escondidas le ponía replay automático a la canción.
***
Estaban parados frente a la puerta de la habitación de Melissa, un leve apretón hizo que Micaela bajara la vista hasta sus manos entrelazadas, Diego le estaba dando ánimo para que entrara. Tomó una respiración honda antes de tocar la puerta, una voz masculina contestó «adelante» y ella pensó que era la voz del padre de Melissa.
Entraron y un hombre apuesto los recibió, sin duda no era el padre de Melissa, sino alguien mucho más joven. El desconocido sonrió con complicidad hacia Diego y rápidamente se abrazaron, palmeándose la espalda como dos viejos amigos. Micaela escaneó la habitación y dio con los ojos de Melissa, quién miraba pálida y un tanto impresionada al par de hombres. Fue a acercarse a ella, pero Diego no le soltó la mano.
―Nena, quiero presentarte a Gustavo.
¿Gustavo? Pero claro, Gustavo el doctor. Oh, diablos.
Con razón Melissa tenía esa cara, seguro no sabía que esos dos se habían conocido en la casa de Micaela cuando el señor Cañizales había ido a buscar a Diego.
―Un placer, Gustavo. ―Extendió la mano hacia él―. Micaela Andrade.
―El placer es mío ―dijo sonriendo.
Ella ignoró lo que Gustavo y su novio comenzaron a hablar porque se acercó a Melissa.
―Ellos... ¿Cómo? ¿De dónde?
―Se conocieron en mi casa. Gustavo y tu papá fueron los que avisaron que estábamos secuestradas ―le susurró y Melissa asintió lentamente.
―Debí imaginarlo. ¿Qué hace él aquí? ¿Ya no está molesto conmigo?
―Quiso venir para ver cómo estabas. Además, hay varias cosas que debemos hablar.
Un carraspeo las hizo mirarlos.
―Bajaremos un momento por algo de café, ¿quieren que les traigamos algo? ―preguntó Gustavo amablemente.
Micaela supo que querían darles espacio, lo agradeció. Ambas mujeres negaron con la cabeza. Pero cuando ellos ya estaban afuera de la habitación, Gustavo se devolvió corriendo y estampó la boca sobre la de Melissa, y esta se puso tan roja que Micaela tuvo que taparse la boca para no echarse a reír.
―Lo siento ―murmuró acelerado el joven doctor―, le prometí a ésta bella mujer que cada media hora le daría un beso. ―Le mostró su reloj de pulsera a Micaela―. Ya le tocaba.
Las carcajadas de Micaela inundaron la habitación y Gustavo cerró la puerta, esta vez sí se marchó. Melissa la miró con cara de pocos amigos y ella advirtió que tenía las mejillas encendidas, no le importó su gesto de advertencia, Gustavo había logrado romper la tensión que ella sentía antes de entrar.
―Ya dilo ―musitó Melissa, rodando los ojos.
―¿Decir qué? ―preguntó entre risas.
―Que es el tipo más cursi del mundo.
―La verdad es que hacen linda pareja ―respondió calmando la risa. Melissa la miró como si le hubiera salido otra cabeza―. ¿Qué pasa?
―Aun no somos pareja, él no me lo ha pedido.
―No te preocupes por eso, seguro no tardará. Alguien que quiere besarte cada media hora y que sigue aquí luego de saber todo sobre ti... ―Y se arrepintió de decir eso en el mismo momento en que salió de su boca, porque Melissa agachó la cabeza y se miró las manos entrelazadas sobre el estomago―. Disculpa... yo no quise...
―No pasa nada, tienes razón, para mí también es extraño que él quiera seguir aquí.
―Oye, en serio, discúlpame, soy una tonta. ―Se sentó a su lado e hizo que la mirara―. No quise decir eso, se ve que Gustavo está realmente interesado, por eso sigue aquí. ¿No crees que es hora de darte una oportunidad? Déjate querer por alguien bueno, alguien que esté dispuesto a entregarte su corazón. ¿Qué mejor manera que con alguien que sabe todo de ti y te acepta tal cual eres? Además, yo también lo sé todo sobre ti y regresé, ¿no?
Melissa sonrió por el último comentario.
―Es cierto, regresaste.
―¿Cómo no iba a hacerlo? Tú me salvaste, te debo la vida.
―No, no es así. ―Movió la cabeza de lado a lado, negando―. En todo caso, estamos a mano, con tu perdón también me has salvado. ¿Crees que alguna vez podamos ser amigas?
Micaela la instó a que se arrimara un poco para acostarse a su lado, igual que hacía con Celeste, igual que hizo con Delia; luego le entrelazó el dedo pequeño y suspiró.
―Antes de que Tony nos secuestrara leí en internet algo que llamó mi atención.
―¿Qué leíste? ―Melissa sonrió al ver sus dedos.
―Que la gente cree que una alma gemela es la persona con la que encajas perfectamente, una pareja del sexo opuesto, un amor... Pero están equivocados, cada uno de nosotros tiene varias almas gemelas que pueden ser parejas o amigos. A algunas las reconoces desde el principio y a otras no. Un alma gemela autentica es un espejo, es la persona que saca todo lo reprimido y en algunos casos lo peor de ti. ―Giró la cabeza para mirarla―. Te hace volver la mirada hacia adentro para que puedas cambiar tu vida.
―Polos opuestos, ¿tal vez? ―preguntó la rubia.
―Sí, exactamente.
―Me gusta la idea. Entonces, nosotras no somos amigas, somos almas gemelas, soy yo con un poco de ti. ―Micaela asintió de acuerdo.
A veces solo tienes que dejar de preocuparte, ten fe que las cosas saldrán bien, tal vez no es como lo habías planeado, pero solo es la forma en que están destinadas a ser.
2 MESES DESPUÉS...
En la mesa del comedor estaba el rompecabezas sin terminar, el mismo que Micaela había comenzado cuando Diego la llamó por primera vez para invitarla a almorzar. No le faltaba mucho, así que decidió terminarlo. Mientras buscaba las piezas, pensaba en todas las cosas que habían sucedido esos días.
Consiguió la primera pieza y la encajó...
Delia se había ido a Londres. Llamaba constantemente y los ponía al tanto de todo lo que estaba viviendo, era agradable escucharla tan feliz y emocionada. La primera semana a Diego se le nublaban los ojos cada vez que colgaba, es normal, no es fácil saber que alguien que amas está lejos. Es ahí donde Micaela se hacía cargo de la situación. En su vida había visto tantas películas de terror y acción, pero a él le gustaban y con eso lo distraía. ¿Pero a quién engañaba? Ella también se distraía y era feliz cuando se acurrucaba en su pecho, fingiendo miedo.
Encontró otra pieza y la colocó en su lugar...
Desde el día que salió de la clínica Diego se tomó muy en serio su trabajo de guarda espaldas, tanto así que estaban viviendo juntos. Suena loco eso de dormir todas las noches con él, o encima, o abajo... pero ese no es el punto, el punto es que estaban viviendo en el apartamento de Micaela y que habían decidido que pronto se irían a casa de él. Diego quería estar cerca de su abuela y ella estaba de acuerdo; mucha gente no entendía por qué ella estaba haciendo eso sin antes casarse, no la malinterpreten, claro que quería hacerlo, pero Diego no se lo había pedido y Micaela no se veía durmiendo sin él; lo necesitaba como el aire para respirar.
Otra pieza...
¿Qué cómo lo tomó Celeste? Pues no fue fácil, ya la conocen. Hasta hace unos meses Micaela tampoco veía la posibilidad de compartir un techo sin ella, pero ahora estaba más tranquila porque no se quedaba sola. ¿Lo adivinan? Manuel era su nuevo room-mate.
«Dios se apiade de él», había dicho Diego. Pero al fin esos dos habían conseguido tener una relación estable; tal vez el hechizo también había funcionado para Celeste.
Hay cosas que no pueden cambiar jamás, así que las chicas hicieron reglas y se las entregaron a ellos: «Los jueves son de amigas. Prohibido faltar a las parrilladas en casa de los padres de Micaela. Las llamadas pueden ser a cualquier hora. Y muy, muy importante, noche de karaoke una vez al mes».
Suspiró profundamente. Que fuerte es crecer. Encontró otra pieza...
Las clases iban bien, cada uno estudiaba la carrera que le gustaba. Diego no pudo hacer mejor elección en la suya. Hace poco había registrado una empresa a su nombre y pronto firmaría su primer contrato de trabajo con un amigo del tío Alfonso. Micaela estaba orgullosa de él, sabía que estaba empezando, pero él tenía el talento suficiente para crecer. Diego decía que pronto estaría celebrando por ella también, ¡y es que no saben!, Ceci y Richard viajaron a Londres, cerraron el contrato con el inglés, pero se enamoraron tanto del lugar que cambiarán de residencia. Micaela era la nueva socia y encargada de Rici Cake. Ellos se iban en un mes y ella se quedaba al mando para dirigir su propio negocio.
Oyó las llaves y luego la puerta. Él le sonrió apenas la vio. Micaela repasó la ropa que Diego llevaba puesta y su corazón dio un vuelco; él y su manía de acelerar su pulso cardíaco. Su chico estaba más sexi que nunca: pantalones de vestir gris, una camisa manga larga azul que resaltaba sus ojos y una corbata plateada. Sonrío con picardía y se mordió el labio antes de levantarse, dio una vuelta para que él observara lo que ella se había puesto: un vestido de coctel color celeste, el top era de encaje floral con transparencia, la falda tenía un estampado geométrico, lo había combinado con unos tacones dorados; sabía que a él le había gustado porque escuchó un jadeo.
―Creo que cambié de opinión, mejor celebramos aquí ―murmuró con voz ronca mientras abrazaba la cintura de su novia, pegándola a su cuerpo.
―Aunque la idea suena muy tentadora, no puedo dejar plantados a nuestros amigos y familiares ―dijo sobre sus labios―. Vámonos antes de que yo también cambie de opinión.
―Solo déjame buscar una cosa ―contestó él, y lo vio perderse en dirección hacia la habitación.
Ella suspiró, algo se le ocurriría en el camino para matar las ganas. Desde que lo conoció, Diego había sido un hombre detallista y romántico, uno al que le gustaban las sorpresas, no podía ser distinto el día de su cumpleaños.
***
Acababan de estacionarse en algún lugar que ella no sabría explicar porque llevaba los ojos tapados con una venda. Él le abrió la puerta y se agachó para quedar a su altura.
―Aunque te quedan muy bien no necesitarás esto ―lo escuchó decir. Ella protestó porque él comenzó a sacarle los tacones.
―¿Dónde estamos, Diego? ¿Por qué no necesito zapatos? ―jadeó cuando él la alzó en brazos, trató de aferrarse a su cuello mientras él reía.
―Calma, nena, ya lo verás.
Caminó unos pocos metros y la depositó con cuidado sobre una superficie dura. Micaela deslizó la mano por el lugar, parecía...
¿Madera? ¿Un banco de madera?
―Si llegamos tarde te mataré ―le advirtió.
―Desde que me conoces no llegas tarde a ningún lado. ―Un roce de labios la hizo sonreír―, así que no te preocupes por eso. ―Micaela se echó a reír porque era cierto, su puntualidad ahora era importante.
Una brisa suave hizo que varios mechones de cabello se le pegaran a la cara, los apartó y pudo aspirar un aroma que no era el de Diego. Por Dios, es imposible que estemos en... Pero interrumpió sus pensamientos cuando sintió algo sobre el cuello, subió las manos para ver qué era y dio un respingo porque lo adivinó: el collar. Diego se lo estaba abrochando. Ella había tratado de devolvérselo varias veces a la abuela Erika, pero esta insistía en que se lo quedara; le había contado la maravillosa historia de la joya y Micaela todavía se sorprendía. Había decidido usarlo solo en ocasiones especiales y por lo visto a Diego le parecía una.
―¿Recuerdas que cuando éramos niños te dije que el collar era mágico? ―Ella tragó saliva y asintió―, pues de verdad lo es porque he soñado contigo, he visto lo que me has contado y otras cosas que tú no has visto. ―El cuerpo entero de Micaela tembló ante la confesión―, si pudieras pedir algo, Micaela, ¿qué sería?, ¿qué pedirías? ―Aún con la venda puesta cerró los ojos, todo lo que quería ya lo tenía, él era lo que quería y eso la hacía muy feliz―, te espero en el mismo sueño de siempre ―le susurró en el oído.
Micaela tomó una respiración honda antes de quitarse la venda. Cuando lo hizo lo que vio la dejó sin habla. La playa. Estaban en la playa y ella estaba sentada en un banco de madera. Al frente tenía la inmensidad del mar, las olas rompían en la orilla con un suave sonido que hasta ese instante pudo captar, la luna llena se levantaba en el cielo, sonriéndole, la brisa marina acariciaba su rostro; estaba dentro de su sueño, pero todo era más hermoso.
Unas velas encendidas hacían la atmosfera más romántica. La canción The Scientist de Coldplay le trasmitía magia. Cerró los ojos y se dejó llevar hasta un lugar muy lejano de este mundo. La mano de Diego le acarició la espalda... Él estaba allí, con ella, no había nada más maravilloso que eso.
―Si abres los ojos podrás ver la parte que no veías en tu sueño.
El corazón le latió a toda prisa y el cuerpo le tembló. Abrió los ojos y se giró para verlo, ahí estaba él, con su sonrisa de infarto y más impresionante que nunca. Diego metió la mano en su bolsillo y de éste sacó una cajita, Micaela se tapó la boca para evitar un sollozo, los sentimientos estaban desbordándola. Él se acercó hasta quedar muy cerca y abrió la caja ante la mirada cristalizada de su novia, cuando él le preguntó qué deseaba pedir, ella pensó en eso, pero le fue imposible decirlo, se había resignado a que vivir juntos estaba bien. Diego le sujetó el rostro y con la sonrisa más espectacular del mundo, habló:
―Micaela, ¿me dejas ser la pieza que le falta a tu rompecabezas? ¿Quieres casarte conmigo?
La mayor alegría que había sentido en la vida la embargó, lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas.
―¡No lo puedo creer! ―exclamó, para de inmediato besarlo con dulzura, con amor, con devoción.
―¿Eso quiere decir sí? ―preguntó divertido y la volvió a besar.
―Eso quiere decir que sí. ¡Me caso contigo, mi vida!
Y así fue como el cumpleaños de Micaela se convirtió en el más especial que había tenido. Miró a los ojos al amor de su vida y como siempre pasaba se perdió en ese mar azul. En ese momento supo que la felicidad siempre estaría a su lado porque la magia de la vida está en aquello que hace vibrar y latir tu corazón.
Y tendremos otros cuerpos, pero con las mismas almas, tendremos otros ojos, pero las mismas miradas. Parecen dos, pero no es así, uno sin el otro no podría vivir.
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