3
Todavía no entendía cómo es que siempre terminaba haciéndole caso a Celeste, pero allí estaba, estacionada frente a la casa de la tal Oleska, observando el lugar.
―¡Vamos, ya son las cuatro! ―afirmó Celeste y abrió la puerta del auto.
―No, espera... ―Micaela la tomó del brazo―. De verdad no quiero hacer esto.
―Ya estamos aquí, Mika, nada pierdes con entrar y ver que nos dice.
Cuando a Celeste se le metía algo en la cabeza no había poder de Dios que la hiciera cambiar de opinión. Micaela resopló resignada y la siguió. Al llegar a la puerta Celeste tocó el timbre. Escucharon pasos del otro lado y pronto frente a ellas apareció una señora de contextura un poco gruesa, con pómulos anchos y resaltados, tenía los ojos marrones y unas pestañas muy largas, el cabello crespo y rojizo le llegaba a los hombros. Se fijaron en su ropa, llevaba puesta una túnica de color azul; todo un personaje que no parecía pasar de los cuarenta años.
―Buen día, señora Oleska. Somos Micaela y Celeste. ¿Me recuerda? La llamé esta mañana para pedir cita y usted dijo que podíamos venir a las cuatro.
―Oh, sí, claro. Mucho gusto, chicas. ―Estrechó sus manos mientras sus pulseras hacían bastante ruido al chocarse unas con otras―. Pasen, las estaba esperando.
Oleska las condujo por un pasillo, pasaron una cortina hecha de conchas marinas y entraron a una habitación parecida a una sala. Micaela percibió un olor fuerte que impregnaba todo el lugar; pronto adivinó que se trataba de incienso de coco. Notó un velón encendido, estaba en el centro de una mesa redonda, junto a un mazo de cartas, no eran cartas normales, eran barajas con dibujos extraños y entendió que eran las cartas con las que consultaba. También había una libreta y un lapicero.
Oleska cogió una silla, se acomodó en ella y las invitó a hacer lo mismo; quedando frente a frente.
―Y bien, ustedes dirán. ¿En qué puedo ayudarlas? ―Entrelazó sus dedos y miró a Celeste para que comenzara a hablar, y fue lo mejor, porque Micaela estaba muy nerviosa, no quería estar en ese lugar. Las manos le sudaban y tenía el corazón muy acelerado; las cosas de "magia" no eran lo suyo.
―Bueno, señora Oleska, vinimos porque...
―No, querida. ―La pelirroja arrugó la frente y alzó la mano callando a Celeste―. Eso de «señora» no va conmigo, suena a vieja, solo dime Oleska, ¿está bien?
Celeste asintió y continuó, ella era de las que no se cohibía con nada.
―Está bien, Oleska. Estamos aquí porque Mika... ―la señaló―. Desde hace varios meses ha estado teniendo unos sueños muy raros. Más bien, es un sueño repetitivo, y queremos que nos ayudes a saber qué significado tiene.
―¿Sueños raros? ―preguntó curiosa―. Explícame un poco ese sueño, ¿qué tan repetitivo es?
Micaela dejó de ver las llamativas pulseras y se dio cuenta de que la bruja la miraba a ella, la mujer quería que le contara todo.
¡Mierda!
―Este... No sé... como explicarlo ―tartamudeó nerviosa.
Comenzó a sentir la boca completamente seca, tomó una respiración honda para agarrar valor y se atrevió:
―Mire, hay noches en las que sueño con él. Primero escucho mi nombre de forma lejana, luego me veo en una playa mientras espero, y espero. Siempre estoy sola observando el mar, y entonces siento ansiedad, así como cuando esperas algo por mucho tiempo y comienzas a desesperarte. ―Oleska la observó con interés, así que ella continúo―: de pronto siento que él llega, la ansiedad pasa y se convierte en algo grande. Y cuando veo sus ojos... me parece que lo conozco, que estoy en el lugar correcto, con la persona que quiero estar, pero pronto despierto y no recuerdo nada, a parte del sentimiento de extrañarlo.
―Interesante ―murmuró la bruja.
¿Interesante? Frustrante diría yo. Pensó Micaela.
Oleska se levantó y caminó hasta un pequeño estante que tenía en un rincón, sacó un libro con apariencia prehistórica y se volvió a sentar, pasando las páginas con cuidado.
―¡Aquí está! ―gritó a los minutos haciendo que Celeste y Micaela se sobresaltaran, pero ninguna se atrevió a preguntar.
¡Por Dios, sí que sabe ponerle los nervios de punta a la gente!
―Esto es lo que vas a hacer ―demandó garabateando algo en una hoja.
Cuando terminó, arrancó el papel de la libreta y se lo pasó a Micaela; ésta lo agarró con recelo y leyó:
Hechizo
Mi corazón tiene alas, mi alma se eleva,
mi corazón canta en las costas lejanas o cerca de casa,
mi amor imposible me encuentra a donde quiera que vaya.
―Ese hechizo lo vas a decir en voz alta antes de irte a dormir esta noche, prendes una vela rosada y dejas que se apague sola, verás que en diez días conocerás a la persona de tus sueños.
Micaela alzó la mirada hasta chocar con los ojos chocolates de la bruja y arrugó la frente.
¿De verdad esto es todo lo que me va a decir?
¿De verdad Celeste gastará dinero en esto?
¡Tremenda estafadora! Pensaba.
Celeste notó la molestia de su amiga, advirtió que algo no iba bien.
―¿Qué pasa? ―le preguntó con cautela.
Micaela se levantó de la silla tan rápido que las otras dos mujeres se asustaron, se cruzó de brazos y miró a Celeste.
―Es hora de irnos. La verdad es que todavía no sé qué hago aquí. ―Miró a Oleska―, gracias por su tiempo pero yo no pienso hacer eso. ―Le devolvió la hoja―. Yo no creo en la magia, no creo en la suerte, tampoco en poderes que controlan la vida más allá de nosotros mismos.
―Mika, pero si ni siquiera te ha leído las cartas. Sé que eres una persona incrédula pero por lo menos deja que lo haga. ―Su tono de voz era preocupado y ansioso―. Además, me costó mucho traerte, no nos vamos a ir así.
Micaela la miró con mala cara.
¿Es que acaso no se da cuenta de que esa señora es una charlatana?
Chocó el zapato contra el suelo una y otra vez.
―Bien. ¿Quieres gastar dinero en esto? ¡Entonces hazlo!
Se volvió a sentar, o mejor dicho, se lanzó de nuevo en la silla y puso su mejor cara de «no me interesa lo que diga».
―Empecemos antes de que se arrepienta ―comentó Celeste con diversión.
A Micaela le cayó mal que Celeste se divirtiera a costilla suya, mientras que Oleska seguía sonriendo, la examinaba con la mirada, le parecía que Micaela tenía algo grande que contar. Barajeó las cartas con bastante agilidad y le pidió que tomara tres. Micaela obedeció. Oleska le dijo que colocara las cartas sobre la mesa y cuando las fue descubriendo abrió mucho los ojos, luego soltó un suspiro. Micaela rodo los ojos, sintiendo que estaba perdiendo el tiempo.
―¡Eso es! ―Sonrió la bruja con supremacía―, lo veo clarito, la carta del sumo sacerdote. ―Micaela la miró de reojo sin querer demostrar mucha atención―. Esta carta dice que lo que te pasará es algo que viene marcado en tu destino, es voluntad divina que se encuentren.
Luego levantó la segunda carta y la examinó.
―La carta de la estrella, de ahí viene la conexión en sueños. ¡Chica, pero es que si ustedes se conocen de otra vida! ―exclamó entusiasmada. Micaela se giró hacia Celeste, que estaba concentrada escuchando―, la muerte... ―musitó entrecerrando los ojos.
Al oírla decir «la muerte» Mika sintió escalofríos y todo el cuerpo se le erizó. Al parecer no fue la única, porque Celeste dio un respingo y tomó la mano de Micaela, viéndola alarmada. Oleska advirtió sus caras de espanto.
―No se preocupen, chicas. Esta carta no necesariamente significa muerte física, también anuncia transformación. Déjenme ver bien... sí, es lo que pensé, alguien que no vendrá a tu vida silenciosamente, es alguien que vendrá a cuestionar tus convicciones, a cambiar tu cotidianidad. Él marcará un antes y un después. ¡Sí, es que aquí está! Parecen dos pero no es así, uno sin el otro no podría vivir. Aunque no será fácil, habrá obstáculos que superar.
―¿Cómo funciona eso entonces? ―preguntó Celeste en un tono poco audible―. ¿Cómo se vuelve a encontrar a la gente?
Micaela se encontró haciéndose la misma pregunta, no quería creer ni una sola palabra de lo que la bruja estaba diciendo, pero como dicen por ahí, la curiosidad siempre mata al gato.
―Lo único que les puedo decir es que aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla ―afirmó Oleska, muy convencida.
Micaela se revolvió incómoda en la silla.
¿Magia? ¿Creo yo en la magia? Eso es como pedirme que crea en Papá Noel, Los Reyes Magos o el Ratón Pérez.
La vida siempre le había demostrado que la magia no existía.
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