29


Se sentía desesperada, los días parecían eternos. Las primeras semanas creyó que se volvería loca: las manos le temblaban, el pulso siempre lo tenía acelerado, su humor era espantoso.

Una noche destrozó aquel cuarto de hospital, en otra se comió dos cajas enteras de goma de mascar, todos los días le dolía la cabeza y vomitaba; lo más difícil fueron las terapias psicológicas. El insistente doctor Gustavo repetía una y otra vez que lo importante era aceptar que estaba enferma, que si de verdad quería superar los veintiún días de abstinencia debía cooperar con todo lo que él le dijera. Abrirse a contar los motivos que la impulsaron a consumir. Ella no lo hizo a la primera, se encerró en su propio mundo y deseó morirse; así de mal se sentía.

Una tarde en la que devolvió lo poco que tenía en el estómago comenzó a marearse y cayó desmayada en el suelo del baño, vio todo negro y agradeció que faltara poco para dejar el mundo de mierda en el que estaba sumergida. Cuando abrió los ojos, a la mañana siguiente, se encontraba acostada en la misma habitación que días atrás había destrozado. Ella sintió decepción, pero sobre todo, miedo de seguir viva y de continuar siendo la horrible persona que era. Lloró, lloró como no recordaba haberlo hecho en años, ese día desahogó hasta la última gota de dolor que habitaba en su pecho; todo esto bajo la compañía y mirada dulce y comprensiva de ese doctor.

Ellos hablaban por horas. Por primera vez en mucho tiempo Melissa sentía que la escuchaban, tal vez no estaba tan sola, y al tiempo y con paciencia, Gustavo la hizo comprender los verdaderos motivos que la habían llevado a la adicción. Algo sucedió en los días siguientes, comenzó a pensar en que tal vez no era tan malo seguir viviendo, se dio cuenta de que él tenía razón al decirle que sólo ella podía levantarse y buscar soluciones; ella ya estaba harta de no encontrarle sentido a su vida.

Los días pasaron y ella se sorprendía por su mejoría. Podía pasar el día conversando con el doctor Gustavo sin sentir los temblores en las manos y su pulso se mantenía estable; la droga comenzaba a salir de su organismo y la esperanza de que podía lograrlo, surgió. Nunca había llegado a ese punto, las veces anteriores que se había recluido no había aguantado. Y si somos sinceros, notó que Gustavo influenciaba mucho en ese cambio positivo que ocurría en ella, aunque luego entendió que lo que de verdad la ayudaba era hablarle de su madre...

Las manos de Micaela temblaron, aunque seguían estando amarradas, observaba a Melissa y percibió algo en su rostro que nunca antes había notado: tristeza. Los penetrantes ojos verdes de la rubia le devolvieron la mirada y Micaela pudo ver claramente el dolor reflejado en ellos; le pareció irreal escuchar las cosas tan personales y privadas que Melissa dijo a continuación:

―Mamá se fue cuando yo tenía siete años. Recuerdo que una noche entró a mi habitación, besó mi frente y dijo que debía hacer un viaje ―se rio con amargura―, me pidió que fuera una niña buena y que le hiciera mucho caso a papá... Ella lloraba y yo la abracé, inocente de saber que sería el último abrazo que le daría. Los días pasaron y no volvía, preguntaba por ella y mi padre no sabía qué responder, él sólo se encerraba en su habitación por mucho tiempo mientras yo me sentía cada vez más sola. Mi única compañía en ese tiempo era cuando los padres de Diego nos visitaban los fines de semana, mientras los adultos se sentaban a hablar en la sala por largas horas, Diego y yo jugábamos y eso hacía que me olvidara un poco de la tristeza. Así pasaron los años, hasta que comprendí que mamá no volvería. Papá no sabía qué hacer conmigo y comencé a comportarme como una mocosa rebelde y contestona, sentía el deseo de llevarle la contraria a mamá, estaba en huelga: no me portaría bien y no haría caso hasta que ella regresara.

Micaela imaginó a una pequeña rubia de siete años triste y solitaria. Ella no había dicho las razones por las que su mamá se fue, tal vez ni las supiera, pero Micaela consideraba que ninguna madre tiene justificación para abandonar a un hijo. De pronto se encontró agradeciendo mentalmente, menos mal que Diego estuvo ahí para acompañarla... ¿Pero qué me pasa? ¿Estoy sintiendo pena por Melissa?

―Nada de lo que hice funcionó ―continuó la rubia con ojos nublados―, mamá no volvió, papá me malcriaba y me llenaba de regalos inútiles, como si así pudiera compensar ese vacío. ―Miró a Micaela y sonrió débilmente―. Yo no quería ropa, yo no quería regalos ni viajes, ni autos; yo quería sólo una cosa pero él no la podía comprar.

Micaela recordó la cantidad de veces que Celeste, los chicos de la universidad y ella, habían hablado de eso; Melissa tenía todo lo que quería y cuando quería, pero nunca pensaron que alguien que lo tiene todo tal vez sentía no tener nada.

―Le hablé mucho a Gustavo de Diego. Le conté que somos amigos desde niños, le conté cómo me apoyó cuando mi mamá me abandonó, le hablé de nuestra relación... ―Micaela apartó la vista, el corazón le dolió al oír su nombre, el estómago se le contrajo y cerró los ojos, el miedo a seguir escuchando a Melissa le heló la sangre, no estaba segura de querer saber más. Abrió la boca varias veces para detenerla, pero la cerraba, ¿de qué serviría?, no podía salir corriendo, estaba obligada a oír todo hasta el final, así doliera―, le hablé de que Diego nunca fue más que mi amigo. ―Micaela abrió los ojos, sorprendida, ¿había oído bien? Melissa alzó los hombros―. No me mires así, esa es la verdad. Lo quería porque me entendía y escuchaba, vivíamos situaciones similares: yo perdí a mi mamá y él a sus dos padres. Siempre me impresionó su manera de sobrellevar todo, le dolió pero nunca se tiró al abandono, al contrario, se presentó en mi casa, le pidió empleo a mi padre y con tan sólo diecisiete años decidió asumir responsabilidades, mientras yo hacía lo opuesto, cada día me hundía más y más; él trataba de estar ahí para aconsejarme y ayudarme pero yo en ese tiempo no sabía valorar nada.

Melissa hizo una pausa larga y Micaela se dio cuenta de lo mucho que le costaba contar todo aquello.

―También le hablé de ti...

―¿De mí? ―preguntó Micaela en un tono poco audible. Melissa la miró, como diciendo, «es lógico que le hablara de ti».

―Cuando éramos niñas llegabas al colegio todas las mañanas tomada de la mano de tu mamá, yo te veía desde la entrada, también lo hacía cuando ella regresaba por ti en las tardes. Los días de las madres, cuando le dabas su regalo y sonreía, o cuando te empujaba en el columpio en el parque, yo pensaba en lo afortunada que eras al tener una mamá. Pero un día llegaste molesta a la puerta del colegio, ella te quería dar un beso y tú se lo negaste, le gritaste que no la querías, que ojalá fueras grande para irte de casa y no verla más. Desde mi escondite cerré los ojos con fuerza, casi corrí a golpearte por lo imbécil que estabas siendo, ¿cómo podías tener algo tan hermoso y no valorarlo?

―Me acuerdo de ese día... ―logró articular Micaela, sintiendo una sensación horrible en el pecho―. Yo estaba molesta por una estupidez, aunque luego me arrepentí de haberla tratado así. No puede ser que todas las peleas entre nosotras hayan comenzado porque traté mal a mi mamá.

―Lo sé, es una locura, pero trata de comprender, yo era una niña que te tenía envidia, para mí lo tenías todo y yo... sólo quería un poquito de eso. ―Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de ambas, Micaela no pudo evitar sentirse un poco culpable―. A partir de ese momento comencé a tratarte mal, todo lo que hacías y decías me molestaba, eran cosas estúpidas, hasta el día de lo del parque.

El nudo volvió a la garganta de Micaela mientras más lágrimas se arremolinaban en sus ojos. Se le encendió la cara y el pecho le comenzó a subir y bajar, pasó de sentir culpa a sentir rencor en un segundo.

―Papá se había ido de viaje muchos días y llegué a pensar que él tampoco regresaría. La señora que me cuidaba me llevó al parque y ahí vi a Diego y a Manuel, como siempre. Diego me distraía con sus tontos juegos, sus trucos de magia me encantaban; pero cuando tú llegaste y él te miró como si yo no existiera, sentí miedo. La única persona que me tomaba en cuenta no lo estaba haciendo y precisamente te miraba a ti... y cuando lo vi besarte, la rabia me cegó. Sé que no tengo justificación, el remordimiento lo llevo clavado en mi pecho... quiero que sepas que de verdad lo siento.

Recordar ese día dolía bastante. Micaela siempre quiso saber por qué Melissa se comportaba así con ella, pero entender sus razones le estaba costando mucho; sentía que no tenía culpa de tener una mamá, tampoco de que Diego la besara en aquel parque. Apretó con fuerza una de las cuerdas que ataban sus muñecas, porque no lograba todavía deshacerse del rencor, y para más confusión Melissa parecía realmente arrepentida.

Un ruido detrás de la puerta las alertó, pero nadie entró, eso llevó a Micaela a pensar de nuevo en la situación reciente.

―¿Qué está pasando con Tony? No lo reconozco.

―Siempre tuvo un carácter fuerte, pero las drogas lo mantienen peor ―contestó Melissa.

―Ah, por poco olvido que ustedes dos se conocen a la perfección ―soltó con enfado.

―No vayas por ese camino, Micaela. No te puede gustar lo que tengo que decir.

Tony era un tema muy delicado entre ellas. Micaela suspiró hondo, y ya que la rubia estaba en plan sinceridad, pues la haría terminar de hablar.

―A ver, ilumíname Melissa. Sabes mucho de él, ¿por qué se fue?, ¿por qué se convirtió en un ser tan despreciable?

―Él siempre fue así, lo que pasa es que nunca te diste cuenta, ¿quién crees que me inició en el mundo de las drogas? Y se fue porque le debe una cantidad inmensa de dinero a unos tipos. Tony es tan basura que me propuso ser la otra cuando estaba contigo.

―Y déjame adivinar... Tú aceptaste porque me odiabas, por eso estuviste todo ese tiempo con él. ―Melissa separó los labios pero luego los volvió a cerrar.

―En parte. En otra, porque estaba enamorada.

¿Enamorada? Micaela la miró incrédula, ella lo había dicho tan en serio. ¿Pero cómo era posible que fuera tan cara dura para decirle que fue la otra?

―¿No vas a preguntarme si estuve embarazada? ―inquirió Melissa y Micaela apretó los puños. Tony ya no significaba nada para ella, pero claro que quería saber la verdad, quería saber qué tan idiota había sido en ese tiempo.

―¿Lo estuviste? ―Sentía un cúmulo de emociones dentro de ella al preguntar.

Melissa sollozó y Micaela apartó la mirada.

―Lo más preciado que he tenido en la vida... la única persona que no me iba a abandonar nunca... y lo jodí todo por las putas drogas.

El nudo en la garganta de Micaela se convirtió en un grito ahogado. Quiso que Melissa le dijera que era una mentira, pero no lo hizo, ella realmente había perdido un bebé de Tony.

―Lo siento... ―musitó con un hilo de voz. Quería soltarse de esa soga y ahorcar con sus propias manos a ese desgraciado.

―¿De verdad?

―Claro. Nadie debería pasar por algo así.

La rubia sacudió la cabeza, al tiempo que le caían las lágrimas.

―Es cierto, no se lo deseo ni a mi peor ex enemiga.

Micaela hizo una mueca cuando advirtió que se refería a ella.

¿Ya no eran enemigas? Trató de limpiarse con el hombro las lágrimas que bajaban por su rostro, pero necesitaba saber una última cosa.

―Melissa, lo que vi en la universidad...

―Fue una trampa ―confesó la rubia con ojos enrojecidos. El corazón de Micaela comenzó a latir con fuerza y la esperanza se abrió paso en su interior, a pesar de estar en esa horrible situación―. Tony logró comunicarse conmigo al centro de rehabilitación, me ofreció sacarme de allí, también dijo que me daría drogas.

―¡No puede ser que hayas aceptado! ¿Dónde queda el avance que tuviste? ―dijo Micaela con decepción. Y se impresionó al darse cuenta de que el bienestar de la rubia comenzaba a importarle.

―No, no entiendes. Las cosas con Gustavo, mi doctor, se pusieron extrañas. Él me besó. ―Se rio con amargura―. Entonces acepté irme con Tony porque necesitaba alejarme de Gustavo, después de ese beso me sentí confundida, pero eso es algo que no te incumbe.

Ahí estaba de nuevo "Maléfica", pero por alguna extraña razón a Micaela no le molestó.

―¿Y qué sucedió? ―inquirió.

―Tony me contó que Diego y tú tenían una relación. Al principio me molesté mucho y eso a él le encantó. Me dijo que debía vengarme, era fácil, tenía que ir hasta la facultad y hacer que me vieras besando a Diego. Me di cuenta de que Tony solo quería usarme para llegar a ti, que eso le causaría mucho daño a Diego, que seguramente no me perdonaría nunca, así que decidí no participar. Entonces cuando se detuvo a echar gasolina inventé que iba al baño, escondida lo escuché hablar con alguien, le decía que tuviera preparado el sótano del Bloom Club, que pronto llegaría con dos invitadas.

»También escuché cuánto dinero pretende sacarle a papá. Me asusté mucho y corrí de nuevo al baño, pensaba en cómo escapar, pero me fue imposible, él custodiaba la puerta y vi que llevaba un arma. Fingí todo el camino, me llevó hasta la universidad y bueno... viste lo que viste. Lo siento, no hubo forma de evitar eso, estaba parado muy cerca de nosotros, amenazando con intervenir si yo no cumplía mi parte. Luego me hizo subir al auto y te siguió. Diego y tú discutían cerca de una parada de autobús. Cuando se descuidó le quité el celular, le envié un mensaje a Gustavo, él es la única persona que sabe dónde estamos y con quién, luego logré borrar el mensaje antes de que me tapara la boca con un pañuelo, y desperté aquí.

Unos gritos espantosos las alertaron, algo estaba sucediendo arriba. Se miraron aterradas, los gritos cada vez eran más fuertes, se estaban acercando. El sonido de un disparo hizo que se encogieran, pero era inútil tratar de protegerse.

―Micaela, si algo sucede... sólo quiero que sepas que siento todo lo que te hice. Lo siento... perdóname.

―¡No te disculpes! ¡No así! ―gritó aterrada Micaela―, no nos pasará nada, Gustavo seguro sabrá que hacer. ―Melissa asintió frenéticamente y Micaela de verdad quería creer en sus propias palabras.

Abrieron la puerta con brusquedad y las dos dieron un respingo. Era Tony, tenía la cara desencajada.

―¡Maldita sea! ―Sacó un cuchillo de su pantalón, cortó las cuerdas que las mantenía atadas y jaló el brazo de Micaela con brusquedad, incorporándola y haciéndole daño―. ¡Es hora de irnos, Micaela! ―sentenció.

El pánico la invadió, ella sabía que Tony hablaba en serio, si salía de allí con él, no sabía qué podría pasar. Hay momentos en la vida en que debemos tomar decisiones, pero a veces esas decisiones no miden las consecuencias futuras e inmediatas de nuestros actos; Micaela sólo quería ser libre y para lograrlo debía enfrentarse a él.

―Prefiero que me mates a estar con alguien como tú ―escupió, al mismo tiempo que se zafó con violencia del agarre y corrió hasta una esquina de la habitación.

Tony ladeó la cabeza y la examinó, chasqueó la lengua, y en segundos la apuntó con su arma.

―¿Por qué me obligas a hacer esto, Micaela? Podías haber elegido irte conmigo... tenerlo todo. ―Su voz tembló, al igual que su mano cuando pronunció su nombre.

Ella no contestó. No podía verlo más a los ojos, así que los cerró. Micaela se obligó a pensar en algo bonito y el rostro de Diego apareció en su mente. Se aferró con fuerza a él y a ese sentimiento que habitaba en su corazón. Si iba a morir, que fuera sintiéndolo cerquita de ella.

Casi podía oler la brisa marina cuando el sonido de un disparo retumbó en toda la habitación... Micaela se deslizó hasta el suelo, con lágrimas surcando sus mejillas.





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