28
Diego
Su respiración era dificultosa. Sentía que lo habían golpeado fuertemente en el estómago. Quiso detener a Micaela pero no podía moverse, él tenía argumentos para defenderse, pudo haber arrastrado a Melissa hasta allí y hacer que explicara que no tenían absolutamente nada.
―¡Nada! ―gruñó. La muy astuta le había tendido una trampa y él cayó como un tonto.
¿Cómo se enteró ella de que estoy con Micaela?
Debió haber previsto que Melissa no se quedaría tranquila, más con el historial que esas dos se traían. En cuanto Micaela le mencionó que la chica de la que hablaba la otra noche era Melissa, su cabeza comenzó a trabajar, y entender al fin lo que pasaba lo dejó helado. ¡El imbécil de Tony era su ex novio! El de su relación tormentosa, el que la dejó sin darle ninguna explicación.
Se jaló el cabello con frustración y se sentó en el banco de la parada. ¡Maldito desgraciado!, jugaste con las dos y les hiciste mucho daño. La sangre le hervía al pensar en Tony cerca de Micaela. Fui un total imbécil al decirle que estaba exagerando, pero es que todo era demasiado confuso, demasiado complicado. Masajeó su sien, la cabeza le iba a explotar, tenía que buscarla, tenía que encontrarla y aclarar todo. Recordar su llanto y su mirada fría lo estaba matando.
―Nena, ¿cómo pude ser tan estúpido? No te puedo perder, haré lo que sea para que me perdones ―le dijo a la nada.
Se levantó de golpe y echó a correr de vuelta a la universidad para buscar su carro. Esa vez no esperaría a que pasara la tormenta, él aprendería a bailar bajo la lluvia.
Diego deseó con todas sus fuerzas que ella estuviera en su apartamento, porque pasó por la pastelería y no estaba allí, no fue a trabajar. Cecilia se quedó preocupada y él tuvo que explicarle que habían discutido y que no sabía dónde estaba; Richard lo miró con enfado y le dio una advertencia: «Por tu bien, arregla las cosas», y eso era lo que él justo deseaba.
Tocó el timbre y rezó para que no le echaran agua caliente. Una sorprendida Celeste fue la que abrió la puerta. Demonios, le debía una disculpa a ella también.
―¿Qué haces aquí? ―inquirió secamente la muchacha.
―Quiero hablar con Micaela... y quiero disculparme contigo.
―Mejor vete, dudo que quiera verte ―dijo cruzándose de brazos y apoyándose en una pierna―, cuando llegué la encontré muy mal. ―Diego se estremeció al escuchar eso, pasó de ella y entró al apartamento sin ser invitado.
―¡Espera!
Él la ignoró y siguió caminando hasta la habitación de Micaela, porque al no verla en la sala supuso que estaba allá. Cerró los ojos con fuerza para darse valor, y abrió, aunque lo que encontró fue un cuarto solitario.
―No está aquí ―escuchó detrás de él.
―¿Dónde está? ―preguntó. Diego percibió el olor de Micaela por toda la habitación y se calmó momentáneamente, pero no era lo mismo, quería verla.
―Nosotras hablamos y arreglamos las cosas. Hasta hace un rato estuvimos viendo películas pero me dijo que iba por un helado, ya sabes, por eso de que el helado cura las penas.
Diego sonrió sin ganas, porque en ese instante le vendría bien uno. Cerró la puerta de la habitación y encaró a Celeste.
―Me alegro de que hayan solucionado todo, ella te extrañaba mucho ―contó con sinceridad―. ¿En dónde la puedo conseguir?
―No sé, ¿sabes cuantas heladerías hay en esta ciudad?
Algo le decía a Diego que ella si sabía, y que no quería decírselo. La siguió hasta la sala con un poco de desesperación.
―¿Ahora te das cuenta de que yo tenía razón? Ocultárselo fue peor.
―Fui un imbécil ―declaró él.
―Un imbécil de marca mayor ―refutó la rubia mirándolo, y él asintió lentamente.
―Necesito que me perdone. Por favor, Celeste, sé que sabes dónde puedo encontrarla.
―¿Lo del beso entre Melissa y tú...?
―Me tendió una trampa. Debe haberse enterado de mi relación con Micaela.
―Lo sabía. ―Se tapó la cara con las manos y gruñó con molestia―, esa arpía nunca querrá verla feliz. ―Alzó la cara y enfrentó a Diego, lo apuntó con el dedo y a él le dieron ganas de reír, pero se contuvo―. Se supone que debo estar molesta contigo. No debería decirte esto... pero sé que el amor entre ustedes es sincero.
―Así es. Por favor, dímelo ―suplicó.
―Está en la heladería de la calle de atrás, pero asegúrate de que coma helado de chocolate, ese siempre logra contentarla.
―Le compraré la jodida heladería si así lo quiere, haré cualquier cosa por verla sonreír.
―No le caería mal tener su propia franquicia, y yo tendría helados gratis de por vida.
Diego soltó una risa relajante, esa chica era una completa loca.
―Háblale desde tu corazón, Diego. Explícale todo, solo sé tú, sin mentiras ―le dijo antes de abrir la puerta para que él saliera. Diego asintió y le dio un beso en la frente―. Y si eso no funciona, fue un gusto conocerte, amigo.
El muchacho volvió a reír. Bueno, ya sabía porque ella se llevaba tan bien con su amigo Manuel, ¡los dos estaban locos!
***
―¿Segura que no la ha visto?
―Segura. Aquí no ha entrado ninguna chica con la descripción que diste ―repitió la cajera de la heladería por segunda vez.
Ya Diego le había preguntado al vigilante, a dos mesoneras, y hasta a una pareja que estaba en una de las mesas, pero nadie la había visto.
―Disculpa..., Yeni ―dijo mirando la plaquita dorada con su nombre que ella tenía en la camisa―, ¿por aquí cerca hay otra heladería?
―No, ésta es la única heladería de la zona.
―Gracias por tu tiempo, linda ―le agradeció y la chica se sonrojó un poco.
Diego salió a la calle y llamó por teléfono.
―Hola.
―Celeste, mira, Micaela no está aquí, ¿cuántas heladerías hay en la zona?
―Una sola. Pero qué raro, ella me dijo que iba por un helado, no debe estar muy lejos porque anda con zapatos cómodos.
―¿A qué te refieres con «zapatos cómodos»? ―preguntó. Comenzaba a estresarse y a pensar que todo había sido una mentira para que no la encontrara. Seguramente está en el apartamento y se están riendo de mí.
―Se llevó sus pantuflas de Minions. Dijo que no le interesaba lo que pensara la gente, que solo iba a la calle de atrás y regresaba. ―Diego arrugó la frente, su novia parecía estar tan loca como la amiga. ¿Quién salía con pantuflas?
―Llámala al celular ―pidió―, seguro a mí no va a querer atenderme.
―Está bien, dame unos minutos.
Celeste 4:32pm
Me manda directo al buzón de mensajes. Ya le dejé dos.
Diego volvió a intentarlo, Celeste estaba en lo cierto: buzón de voz. Colgó y tecleó una respuesta rápida.
Diego 4:33pm
También me sale buzón. ¿Dónde más puedo buscar?
Celeste 4:35 pm
Busca en el parque que está a dos cuadras, quizás fue por un granizado. Si no está ahí, llamo a casa de su mamá, aunque dudo que se haya ido hasta allá en pantuflas.
Diego 4:36 pm
Te llamo si la encuentro.
Se acercó hasta el parque que había mencionado Celeste pero Micaela tampoco estaba allí, lo que vio fue a niños jugando, una parejita conversando, un tipo vendiendo globos y al señor de los granizados; a este último le dio la descripción pero tampoco obtuvo una respuesta favorable.
Diego comenzó a tener un mal presentimiento, algo no andaba bien. Le marcó unas veinte veces más pero el teléfono de su novia seguía apagado.
Regresó a casa de las chicas, por si Micaela regresaba en cualquier momento. En el camino se preguntaba: ¿Dónde estás, nena? La noche comenzaba a llegar.
Micaela
Los parpados le pesaban. Sintió un hormigueo en los brazos y trató de moverme pero no pudo. Un olor extraño hizo que sacudiera la cabeza. Poco a poco abrió los ojos y miró a su alrededor, confundida, estaba en un lugar con poca luz y había un montón de cajas y un escritorio viejo, la pintura de las paredes parecía desconchada.
¿Dónde estaba? Le dolía la cabeza. Trató de mover sus brazos y advirtió que estaba sentada, con las muñecas atadas detrás de la espalda. Un temblor le recorrió el cuerpo. Lo único que recordaba era haber estaba yendo hacia la heladería cuando alguien le tapó la boca con un pañuelo, luego nada, todo negro. ¿Qué estaba sucediendo?
Un sollozo se escuchó muy cerca y la alertó, produciéndole un espantoso escalofrío.
―¿Quién está ahí? ―preguntó con el miedo circulándole por las venas. El llanto incrementó pero ella no podía girarse.
―Soy yo... ―contestaron, y el cuerpo entero de Micaela se congeló.
―¿Melissa? ―preguntó, y la escuchó sorber por la nariz.
―Sí. ―Fue lo único que la rubia respondió.
¿Por qué llora? ¿Ella me trajo hasta aquí? Se preguntaba Micaela.
―¿Qué está pasando? ¿Dónde estás?
―Estoy de espaldas a ti... también estoy amarrada. ―Su voz tembló cuando trató de contar lo que sucedía―, Tony nos trajo, quiere hacernos daño.
―¿Qué? ―Micaela entró en pánico repentinamente.
Escucharon voces acercarse, el terror aumentó y ellas se encogieron un poco. Micaela quería desaparecer, eso no podía estarle pasando. Abrieron la puerta y alguien se paró en el umbral, la silueta dio unos pasos al frente y encendió la luz, dejando al descubierto su rostro. Los penetrantes ojos de Tony perforaron el cuerpo de las chicas, sus pupilas tenían un borde rojizo alrededor, Micaela no pudo evitar temblar, sabía lo que eso significaba: él estaba fuera de sí, estaba drogado.
―Mis queridas invitadas despertaron ―cuchicheó jocoso, parecía que estaba muy feliz de tenerlas allí, por eso lo manifestó.
El corazón de Micaela se detuvo por un momento. El alma se le iba con cada respirar. Saber que alguna vez quiso mucho a la persona que ahora quería hacerle daño le producía un nudo en la garganta del tamaño de una bola gigante de nieve. Cerró los ojos y comenzó a llorar en silencio, aunque sabía que él la estaba viendo, quería salir de allí.
―¡Eres el ser más despreciable del mundo! ―aseveró Melissa con rabia.
Tony chasqueó la lengua, gesto que hacía cuando algo no le gustaba, y sin que ellas pudieran predecirlo sacó un arma y se la pegó en la frente a Melissa. Un miedo terrible se apoderó de las mujeres, las dos sabían que las cosas pueden salir muy mal cuando alguien te apunta con una pistola.
―Estoy necesitando mucho autocontrol para no molestarme contigo, gatita, ¿qué te parece si mejor te callas? ―murmuró pegado a su oreja.
―Tony... Déjala, por favor ―pidió Micaela con labios temblorosos.
Él se giró hacia a ella. Era tarde para desear haberse quedado callada.
―¿La vas a defender? ―masculló asombrado―. Obsérvala, Ela. Siempre te hace la vida imposible, sabe que somos la pareja perfecta.
Las palabras de Tony la azotaron con fuerza, recordar el pasado agravaba el momento. Ella se removió y se tragó el miedo.
―Quiero irme a mi casa. No sé qué pasa aquí, pero por favor, Tony, déjame ir.
El frío se intensificó cuando él la observó negando, Micaela frunció el ceño al toparse con sus ojos azules.
―Te di la oportunidad de regresar conmigo por las buenas, y no quisiste ―susurró jugando con un mechón de su cabello―. Ahora no te quejes.
―¡Ya deja de comportarte como un loco! ―soltó Melissa.
Por suerte él no se inmutó, se apartó un poco, se quitó la chaqueta de cuero y guardó el arma en su espalda. Se movía lento; tal vez si lograban desatarse podrían correr, y Micaela casi se convencía de ello cuando él avanzó hacia Melissa y la abofeteó con fuerza. Micaela no tardó en sentir la impotencia aferrándose a sus entrañas, le temblaron las manos, el miedo la engulló.
―Vuelve a insultarme y tendrás más ―advirtió Tony―. Me parece increíble que todavía me hables de ese modo.
―¿Por qué haces esto? ―preguntó Micaela entre lágrimas.
―Porque se me ocurrió una manera de matar dos pájaros de un solo tiro ―contestó, y sonrió como un niño que se divierte con un juego al ver su cara de horror―. No te preocupes, Ela, no pienso hacerte daño, al que sí quiero hacerle daño es a Diego, por eso tuve que traerte así.
Micaela apretó los dientes. Esa confesión le dolió, y no pudo disimularlo.
―¡No se te ocurra tocarlo! ―lo amenazó, perdiendo el control, olvidándose de si era peligroso o no enfrentarlo.
―¿Después de lo que viste en la universidad todavía lo defiendes? ―Tony no la abofeteó con la mano pero ciertamente sus palabras si lo hicieron. Estaba jugando un juego en el que ella no quería participar―, eso creí ―dijo tras el silencio de Micaela.
―¿Qué piensas hacer conmigo? ―inquirió Melissa, porque no era de extrañar que las cosas salieran mal y que él olvidara la lealtad que ella le había ofrecido durante tantos años.
―Para ti tengo otros planes. Pienso sacarle mucho dinero a tu papá, así pagaré una deuda. ―Se pasó las manos por el cabello y prendió un cigarrillo―, a ver, que mal educado he sido... ―Jaló la silla de Melissa hasta colocarla frente a la otra mujer. Micaela miró a todos lados, buscando un reloj, pero ni siquiera había una ventana para saber si era de día o de noche. ¿Cuánto tiempo llevaban allí?―, así está mejor, ¿no les parece una maravilla? Esta será una buena terapia psicológica, mi gatita y mi Ela en la misma habitación, solas, para que puedan conversar de lo que quieran; sé que tienen mucho que decirse ―soltó con burla.
En ese instante, un hombre de pelo plateado entró al lugar, miró a Melissa, miró a Micaela, y por último a Tony, que se levantó y se le acercó.
―Es una pena, compañero. ¿Cuál de estas dos bellezas es la que no irá con nosotros?
―Estoy pensándolo...
―Estás pensándolo ―soltó una risa jocosa―. ¿Cómo se te ocurren éstas cosas? Tendrás que matarlas a las dos, o nos hundiremos.
―No.
―¿No?
―Ella no nos hundirá ―dijo mirando hacia Micaela―, ella es la que vendrá.
Silencio.
―¿Y si algo sale mal?
―Nada saldrá mal.
―Nada saldrá mal ―repitió el hombre, luego se alejaron y cerraron la puerta―, ya contactamos al padre de la rubia...
―Perfecto.
Micaela fijó los ojos en los de Melissa, que estaba tan aterrada como ella. Estar encerradas allí parecía un castigo, el peor de todos. No había forma de que se acostumbraran a estar tan cerca, y después de lo que había sucedido en la universidad, menos.
―¡Habla de una maldita vez! ―exclamó Micaela―. ¿Sabes por qué estamos aquí?
Melissa agachó la cabeza, mirando hacia suelo, y asintió. Micaela resopló, ya se lo esperaba.
―Te lo contaré todo ―masculló la rubia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top