25


―Me gusta cuando sonríes pero me encanta cuando es por mí ―dijo acariciándole la mejilla.

¿Cómo no iba a sonreír? 

Micaela no podía volar pero así se sentía, flotando en las nubes. Lo que ocurrió entre ellos había sido... mágico.

―Es porque estoy feliz, todo fue perfecto. 

Diego curvó los labios, le rodeó la cintura con un brazo para pegarla más a su cuerpo y hundió el rostro en su cuello.

―Sí, fue lo máximo ―contestó oliéndola y besándole el cabello.

Micaela tenía algo rondándole por la cabeza pero le daba pena preguntar. No sabía si lo había hecho bien. ¿De verdad para él había sido tan bueno? Cerró los ojos para darse valor.

―En una escala del 1 al 10... ¿Cuánto le pones a mi desempeño? 

Diego echó la cabeza hacia atrás y la miró con una mueca divertida.

―¿Y eso a qué viene? ―preguntó. 

Micaela rehuyó a su mirada, bajando la vista hasta su pecho.

―No sé. Bueno, ya sabes... no había estado con nadie y tú...

―¿Quieres saber si lo hiciste bien? ―Alzó las cejas pero no pudo evitar soltar una carcajada. Ella le dio un manotazo en el hombro, tenía las mejillas encendidas. 

Estúpida curiosidad.

―Fuiste el primero... no tengo con qué compararlo ―vaciló un segundo―. Pero seguramente tú si has estado con muchas chicas.

―Estuviste... ―pegó su frente a la de ella y suspiró―. ¡Joder! Estuviste increíble, nena. Definitivamente te doy un 10. Y no, no lo puedo comparar porque con las otras, que no son «muchas» como estás creyendo, fue solo sexo, contigo hice el amor.

¿Cómo no iba amarlo si le decía ese tipo de cosas? 

Micaela lo miró con intensidad, le gustó eso de que con las otras fue solo sexo y nada más. Aunque igual sintió una pequeña punzada de celos, cosa de locos la verdad, porque claro que Diego tenía un pasado pero eso ella no lo recordó en ese momento y las palabras salieron sin control.

―¿Me estás diciendo que antes de mí no hubo nadie especial? 

Él arrugó la frente y pensó en su respuesta. Pensó, pensó, y luego habló con voz seria.

―Nadie que valga la pena recordar. ―Micaela soltó el aire con alivio, aunque igual sospechaba que por el tono en que lo dijo estaba evitando contarle algo―. ¿Y tú has tenido alguien especial antes de conocerme?

¿Qué? ¡Ay, Dios, eso le pasaba por preguntona!

Se quedó callada largo rato. Diego no dejaba de mirarla. Micaela se giró e hizo que él la abrazara, su pecho pegado a su espalda, si iban a hablar de eso no quería verlo a los ojos.

―Hubo alguien... ―comenzó a decir sin tener la menor idea de por qué demonios iba a hablarle sobre eso―, solíamos salir pero definitivamente «especial» no es la palabra que usaría para describir esa relación. Un completo desastre se le acerca más ―resopló y continúo―: lo conocí en la secundaria, estuvimos juntos tres años. Todo iba bien hasta que empezó a juntarse con un grupo de personas que no le convenían, yo trataba de adaptarme a la vida que él llevaba: fiestas, alcohol... drogas.

Micaela sintió que Diego se tensaba, así que se apuró en explicar.

―Nunca las probé pero sí lo acompañaba a esos espantosos lugares, sitios donde a nadie le importa si bebes, fumas o te drogas.

―¿Por eso conocías el bar donde buscamos a Delia? ¿Ibas allí? 

Micaela asintió, ese lugar era el preferido de Tony.

―Sí, ese es el que más frecuentábamos. Yo quería encajar en su vida, por eso me parecía bien ir a esos sitios, compartir con esa gente, hasta permitir que me tratara mal cuando estaba tomado, o probablemente drogado. Al día siguiente siempre me pedía perdón y yo lo aceptaba. Pero las cosas comenzaron a ponerse feas comenzando la universidad... ―apretó un poco la mandíbula al recordar―, se empezó a correr el rumor de que había embarazado a una chica, esa suposición hizo que lo dejara de inmediato, me sentí engañada, traicionada, pero él no me dejaba en paz. Siguió buscándome insistentemente, me juraba una y otra vez que solo era un rumor, que lo había inventado esa mujer para separarnos, y yo... volví a creerle porque era tan estúpida... me valoraba tan poco que lo disculpé ―dijo con amargura―. Un día llegó a mi casa, estaba molesto y lucía nervioso, me dijo que se iría por un tiempo y no quiso darme explicaciones, y claro, yo reaccioné, le dije que estaba decepcionada, le grité algunas verdades a la cara... y luego de esa pelea desapareció. No supe más de él, esa fue la última vez que lo vi.

―¿Así sin más? ¿Solo se fue y no volvió? ―preguntó Diego con molestia. 

Micaela alzó los hombros, dándole a entender que sí, que solo fue así sin más.

―Qué imbécil ―murmuró él entre dientes―. Aunque por todo lo que estás contando es mejor que se haya largado de tu vida, ¿no crees?

―Fue lo mejor ―confirmó ella sin dudar―, no puedo negar que me dolió pero si te soy sincera no creo que hubiera funcionado por más tiempo. Esa mujer no es de fiar pero ella me aseguró que decía la verdad, que estaba embarazada y que él se había ido huyendo de su responsabilidad. Yo no sabía que creer, no podía confirmar lo que ella decía porque también desapareció por un tiempo, no soportaba imaginarlos juntos pero luego volvió y comprobé que había mentido ―escuchó un suspiro pesado en su cuello―. Lo peor que pueden hacer las personas es mentir. Odio las mentiras con todas mis fuerzas.

Diego se volvió a tensar y ella decidió callarse. ¡Vaya momento que había elegido para hablarle del idiota de Tony! No culpaba a Diego por sentirse incómodo.

―Discúlpame, estoy arruinando un excelente momento hablándote del pasado. Todo eso quedo atrás, ahora estoy contigo, y te quiero. Esa es mi única verdad.

―Yo también te quiero, Micaela ―respondió él entrelazándole los dedos y besándole el hombro. Ella sonrió.

Pasaron un buen rato en silencio. Él se mantenía callado, su respiración pausada la hacía creer que se había quedado dormido. Seguramente no le pareció divertido saber de la existencia de ese ex; ella se hubiera muerto de celos si él admitía que hubo alguien especial en su vida.

―¿Qué haces? ―preguntó entre risas porque algo le hacía cosquillas en la espalda.

―Estoy escribiendo mi nombre, estoy grabando cada letra en tu cuerpo ―rozó sus dedos con tal suavidad que Micaela se estremeció, luego se giró para verlo y él apoyó un codo en la almohada.

―¿Y se puede saber para qué? ―indagó embobada, mirándolo a los ojos. Que sexi le parecía él cuando tenía el cabello alborotado y los ojos le brillaban.

―Para que pase lo que pase... ―se acercó y le rozó los labios, haciendo que a Micaela se le erizara el vello del cuello―, nunca olvides que eres mía.

¿Pase lo que pase? Seguro le había pegado fuerte lo de Tony y se sentía un poco inseguro. Pero él no tenía que estarlo, Micaela no volvería con ese tipo ni en un millón de años, no ahora que había encontrado la felicidad.

―Entonces yo tendré que hacer lo mismo, Sr. Dávila ―se subió a horcajadas sobre él, sintiendo su excitación, su cuerpo ardió por instinto―, para que pase lo que pase... ―dijo usando las mismas palabras con un tono provocador―, también sepas que eres mío.

―Siempre ―dijo él.

―Siempre ―respondió ella, y dejó un beso húmedo en la comisura de sus labios.

Bajo su mirada intensa comenzó a escribir su nombre en el torso masculino, finalizando muy cerca de sus zonas más calientes. Diego sonrió y la desarmó por completo, parecía querer comérsela con la vista. Con un movimiento ágil los colocó en una posición semi sentados, buscó la boca de la muchacha con desesperación y ella se levantó un poco para unir sus caderas con las de él.

Oh... por las Barbas de Merlin... 

Diego la miraba divertido mientras ella se iba perdiendo en un mar de sensaciones. Hacer el amor con él era el placer más grande que había descubierto en el mundo.

💙

Se levantó con cuidado y se puso una franelilla y un short de pijama, trataba de no despertar a Diego que dormía profundo entre las sabanas de su cama. Micaela se aprovechó de eso y le repasó el cuerpo con la vista; él estaba boca abajo, con la cabeza ladeada y abrazaba una almohada, sus labios entreabiertos y el cabello alborotado, los músculos de sus hombros se marcaban y la sabana lo cubría hasta la cintura. Se le veía totalmente relajado. Ella sonrió. Estaba feliz, feliz porque ese ser tan hermoso era de ella. Diego era el pecado hecho hombre; Micaela vendería su alma al diablo por verlo dormir en su cama todos los días.

Evitó soltar la risa por semejante pensamiento. Se apresuró a salir del cuarto directo hacia la cocina, sacó la jarra de agua de la nevera y se sirvió un poco pero al cerrar la puerta vio a alguien, justo detrás, se llevó la mano al pecho y ahogó un grito.

―¿Estás loca? ¡Me asustaste!

―Seré fantasma ―dijo, y le quitó la jarra para servirse un poco de agua también, luego se impulsó y se sentó sobre el mesón de la cocina―, entonces, ¿mucha sed? ―La miraba fijamente.

―Sí ―respondió sin entender. 

Celeste tenía una ceja levantada y su sonrisa maliciosa. Micaela rodó los ojos.

―Es una pregunta con doble sentido. ¿Me vas a contar?

―¿Contarte qué? ―Arrugó la frente.

―¡Ay, no te hagas, tu cuarto no está tan lejos del mío! 

Micaela abrió los ojos de par en par y tosió, se ahogó un poco con el agua. ¿Sería posible que los hubiera escuchado? Micaela no sabía a qué hora llegó Celeste pero la verdad era que ni se acordaba que no vivía sola.

―Dime pues, ¿o te digo yo? «Oh, Diego...», «sí, mi amor», «te amo, nene...» 

Le dio un manotazo en el brazo y Celeste se echó a reír. Micaela no pudo evitar contagiarse.

―Shhh... cállate, te va a escuchar.

―Bueno, que escuche, bastante que escuché yo de él. ―Micaela se tapó la cara avergonzada, luego se sentó en una silla―, deja la pena, mujer. ―Se volvió a reír―. Es mentira, no escuché nada, sé que está aquí porque vi su carro parado frente al edificio.

―¡Qué graciosa! ―dijo mirándola con advertencia.

―¿Qué tal estuvo? ―preguntó esta vez―, y no me mientas, si se quedó no fue precisamente a dormir. 

Micaela la miró por largo rato, pensando en que a la única persona en el mundo a la que le contaría algo tan privado era a ella. Pero de pronto cerró la boca, recordó que Celeste le guardaba un secreto, se había comportado como una extraña las últimas semanas y eso le molestaba; por primera vez sintió desconfianza, y dolía. Así que no, le pagaría con la misma moneda.

―Estuvo bien. ―Alzó los hombros y se levantó de la silla.

―¿Bien? ―preguntó la rubia haciendo una mueca―, Micaela, sé que fue tu primera vez pero puedes contarlo mejor. ―Y tenía razón, había miles de cosas que quería contarle y preguntarle pero no lo haría.

―Son más de las tres de la mañana ―se excusó poniendo el vaso en el fregador―, tengo sueño... ―Pero no le pareció suficiente dejarla solo con la intriga, siguió hablando―: Además Celeste, no a todo el mundo se le pueden ir contando cosas privadas.

No esperó a que respondiera. Micaela salió de la cocina dejándola estupefacta; sabía que le había entendido. Lo que le insinuó le dolió más ella.

Cerró la puerta tras de sí y se acostó en la cama, tratando de no despertar a Diego. No quería que viera ni que preguntara porqué una lágrima traicionera se le escurría por la mejilla.

💙

Algo le hacía cosquillas en la nariz. Apretó los ojos y se removió un poco.

―Despierta, hermosa... ―escuchó en un susurro―, hoy cumplimos un mes. 

Micaela abrió los ojos de golpe y sonrió. Diego ya estaba duchado y vestido, sentado a su lado, sostenía en su mano una pequeña cajita. Ella se incorporó, quedando en posición de indio frente a él.

―¿Qué es eso? ―preguntó como niña emocionada en navidad.

―Tu regalo ―respondió, y le extendió la cajita. Ella la fue a agarrar pero él la apartó―. Primero dame mi beso de buenos días.

―No me he cepillado.

―No me importa. ―Se acercó y ella lo empujó un poco.

―Pero a mí sí. 

Diego resopló cuando Micaela salió disparada hacia el baño. Se cepilló a toda velocidad. Eso era una regla de oro, nunca de los nunca le daría un beso así. Cuando salió se lo encontró mirando por la ventana. Sonrió, le encantaban las sorpresas y ella también le tenía no una, sino dos.

―Listo. ―Lo abrazó por la espalda―. Ahora si puedo besarte.

―No debería darte nada ―respondió girándose para sujetarla de las caderas, ella enrolló las manos en torno al cuello de su novio―. Me negaste un beso.

―Claro que no, solo lo prolongué. ―Y se puso de puntillas para alcanzar su boca pero él no bajaba la cabeza, era más alto. Micaela lo intentó dos veces más pero no lo alcanzaba, el muy condenado se reía por los intentos; hasta que a la tercera vez inclinó la cabeza y la besó delicadamente.

Jesús, nunca me cansaré de esto. Pensó ella.

―Feliz primer y maravilloso mes, nena ―Sonrió pegado a su boca.

―Igual para ti, cielo.

―Umm... eso se escucha muy bien ―dijo ronroneando.

―Que meloso. ―Lo beso de nuevo―, ahora dame mi regalo, no soy una mujer paciente, Diego Dávila. 

Él soltó una carcajada y la invitó a sentarse a su lado.

―Antes de dártelo quiero que sepas que no tenía ni la más remota idea de qué regalarte. ―Micaela se rio porque ella había pasado por la misma situación―, hasta que un día, buscando y buscando, en el centro comercial entré a una joyería, y no te asustes, quita esa cara de espanto ―dijo riendo―. Es un detalle que me recordó a ti, a nosotros. 

Lo miró con curiosidad y él le extendió la cajita, la abrió y sus ojos bailaron con alegría. Adentro había una cadenita plateada con un hermoso dije, era una pieza de rompecabezas, era un detalle simplemente perfecto. 

―Dale la vuelta ―pidió ansioso.

Ella hizo lo que le pidieron y al leer lo que estaba escrito sintió un nudo en la garganta, las lágrimas se le arremolinaron en los ojos: 

Eres la pieza que me faltaba. D & M 

Lo miró totalmente enamorada y de pronto saltó sobre él, haciendo que cayeran hacia atrás sobre la cama, y lo comenzó a llenar de besos.

―Es hermoso, Diego. Es el mejor regalo del mundo.

💙

DIEGO

―Necesito hablar contigo.

Hola, hermano, ¿todo bien?

―No estoy seguro, ¿estás en tu casa?

No, estoy manejando de camino al súper, ¿puedes creer que en mi nevera no hay nada? Cuando me levanté esta mañana lo que encontré fue una leche vencida y un trozo de pizza que no recuerdo ni de cuando es.

―No me extraña, eres un puto desastre, nunca haces las compras y luego te andas quejando.

Ya, ya... no me regañes, amorcito. ¿Qué te pasa? Te escucho molesto, ¿crees que vas a raspar? ¿me extrañas? ¿tienes la regla? Vamos, puedes contármelo.

―Deja de decir estupideces, Manuel. Estoy cerca de tu casa, necesito que hablemos, ¿cuánto te vas a tardar?

Pues bastante, así que ven y hagamos las compras juntos, como buena pareja que somos.

―Voy en camino.

💙

Manuel rodaba el carrito mientras iba metiendo comida "saludable" dentro: papas fritas, nuggets, pizza de microondas, cotufas, refresco. Diego no entendía cómo es que a esas alturas y con tan mala alimentación no se le habían tapado las arterias. Caminaba a su lado frunciendo el ceño.

―Entonces, ¿por qué no estás con Micaela? ¿Te diste cuenta de que no la quieres y de que soy el único en tu vida? 

Diego lo golpeó en el hombro y caminó más rápido, apartándose de las miradas curiosas que habían escuchado el comentario idiota de Manuel. 

―La acabo de dejar en su trabajo, nos vamos a ver cuando salga para seguir celebrando.

―¿Seguir celebrando? ―preguntó con malicia. 

Como siempre, un comentario así no iba a pasar desapercibido para él. Diego lo miró con advertencia, dándole a entender que no era su problema.

―Está bien. ―Alzó las manos riendo―. Te comiste el dulce y no quieres hablar de eso, pero no tienes cara de estar feliz.

―Sí lo estoy, créeme, fue la mejor noche de mi vida. Pero hay algo que me preocupa mucho y por eso vine a hablar contigo.

―Y ese algo incluye a Melissa. 

Diego suspiró pesadamente y asintió, confirmando las sospechas de su amigo.

―Hace poco descubrí que Micaela es la niña que estaba con nosotros en el parque, es la misma que...

―La misma que besaste por primera vez. La que tiene el collar de tu mamá, la que tuvo un accidente por culpa de Melissa. 

Diego tragó grueso. Manuel sabía todas esas cosas porque también estuvo ahí. Al igual que él, vio como la atropellaba un carro, vio al cachorro morir...

¡Espera! gritó con fuerza pero ella no se detenía. 

Manuel y él corrían tras la niña para alcanzarla pero se frenaron en la acera. 

Las manos de Diego sudaban, su boca estaba seca, su estómago se contrajo, su corazón se detuvo cuando vio al auto golpearla en un costado. Su pequeño cuerpo cayó tendido en el asfalto. Escuchó gritos aterradores, mucha gente corrió hasta el lugar. El conductor se bajó muy pálido y se tapó la cara con ambas manos, gritaba que no había sido su culpa, que ella se había lanzado a la calle. 

Él sintió ver todo en cámara lenta. También quería correr hasta ella, y lo hizo. Se arrodilló a su lado y unas lágrimas se le escaparon al ver que no abría sus lindos ojos. Tembló cuando vio sangre en sus piernas y brazos. 

No, no, no... despierta, por favor le pidió muy asustado. 

Sabía que no la podía mover, era peligroso, le daba terror tocarla pero se aguantó y le agarró la mano para darle un rápido beso. Le pedía entre llanto que se pusiera bien.

Unos brazos lo separaron de ella. Diego pataleó y gritó pero todo fue en vano. La madre de la niña había llegado a su encuentro hecha un mar de desesperación. 

Tienen que llevarla al hospitalescuchó que le decía su abuela. Fue ahí donde notó que ella era la que lo estaba sosteniendo con fuerza, también lloraba. 

Diego asintió y la abuela aflojó el agarre. Se quedó muy quieto, solo deseaba que esa linda niña lo volviera a mirar. 

Una ambulancia llegó y se la llevaron. Diego ni siquiera supo su nombre, se sintió roto al verla alejarse. Manuel se lamentaba junto al pobre cachorrito, Diego no quizo verlo, así que caminó rápido hacia otro lado. 

Didi...escuchó. 

Se volteó furioso hacia ella, apretó los puños y la mandíbula. La odió, la odió mucho en ese momento. Había lanzado la pelota apropósito, y todo porque vio cuando le robaba un beso a esa niña. 

¡Lárgate!gritó con rabia.

Yo... yo no quisemurmuró nerviosa.

Pero lo hiciste. ¡Yo te vi! Vete, Melissa. ¡Ya no eres mi amiga!

No digas eso, me duele.El llanto ya se ha desbordado.

¡Y a mí me duele que seas tan mala!

Ella salió corriendo y él se sentó en la grama tapándose los ojos, tratando de borrar todo lo que había sucedido, pensando en que le dolía mucho el pecho.

Recoge tus cosas, hijo. Nos vamosle pidió su abuela. 

Diego la miró con tristeza y ella le peinó el cabello cariñosamente. Se levantó, y junto con Manuel, agarró la pelota, el bate y su bolso.

¿Listo? ¿Tienen todo? 

Asintió cabizbajo. Luego recordó algo que hizo que se le apretara el estómago. Había metido el collar en el bolsillo del suéter de esa niña. La abuela iba a matarlo. 

¿Qué pasa, Diego? ¿Se te olvidó algo? preguntó, y él negó.

La abuela se acercó para darle un beso en la cabeza.

Tranquilo, ella estará bien, seguro que algún día la vuelves a ver...

Sacudió la cabeza regresando al presente.

―Lo que pasó aquel día fue espantoso. Entonces si conoce a Melissa, ¿a eso se refería Celeste cuando dijo que es complicado?

―Es más delicado que eso, Diego. ―Se detuvieron a mitad del pasillo y Manuel lo miró―, lo que pasó en ese parque solo fue el inicio de un gran odio.

―¿Qué? ―preguntó él sin comprender.

―Como lo oyes, hermano. Esas dos mujeres son agua y aceite, no se pueden ni ver.

―Mierda, ¿es un jodido chiste? ¿Cómo demonios le hablo a Micaela de ella? Pensé en decírselo hoy, pero no puedo, no sé ni cómo empezar.

―No dejes pasar más tiempo ―dijo Manuel con reproche―. Melissa puede regresar en cualquier momento, y conociéndola, no le agradará para nada saber que estás con Micaela.

―¡Carajo! ¿Pero a qué mierda está jugando el destino?

Diego sintió que después de haberlo recibido todo ahora lo estaban empujando al vacío, y sin paracaídas. 


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