24
Micaela tocó la puerta dos veces pero Delia no le abría. Ella no era de las personas que se rendían tan fácilmente, y después de lo que le costó convencer a Diego para que no siguiera con la idea de darle un sermón a su hermana, menos. Esa chica lo que necesitaba era desahogarse con alguien, por eso Micaela estaba ahí, insistiendo. La abuela estuvo de acuerdo, así que a Diego no le quedó de otra que ceder. La tercera vez no tocó, sino que se aclaró la garganta y habló contra la madera.
―Delia, soy yo. Por favor, déjame entrar, solo quiero que hablemos de como te sientes.
Esperó durante un buen rato, ya casi estaba por rendirse pero escuchó pasos y luego la puerta fue abierta. Micaela se quedó muy quieta cuando Delia dio un paso al frente y se aferró a ella llorando. La abrazó rápidamente y le comenzó a peinar el cabello rubio con los dedos.
―Ya, cariño, toda va a estar bien. ¿Quieres hablar de eso? ―le preguntó, y la muchacha asintió.
Estuvieron como cinco minutos así, Delia sollozaba y Micaela la calmaba, hasta que poco a poco se fue tranquilizando.
Delia la invitó a pasar a su habitación cuando se dio cuenta de que seguían en el umbral de la puerta. Se sentó en el borde de la cama mientras Micaela observaba a su alrededor. Era una habitación muy bonita, los colores estaban bien combinados a pesar de ser colores fuertes. Paredes verde manzana, una cama individual con cubre cama rosa y muchos cojines del mismo color. También había unas cortinas lila, una gran repisa blanca llena de libros, discos, fotos y un escritorio con una computadora; todo envidiablemente ordenado y en su lugar.
Micaela sonrió al notar que también resaltaba el toque de Diego. Había un espejo redondo con el marco lleno de puras tapas desechables, estaban pintadas de fucsia, una pequeña papelera elaborada con papel de revista, la lámpara era muy parecida a la que Micaela vio en el restaurante del tío Alfonso; y recostada en la pared estaba una guitarra. Caminó hacia ella para verla bien. ¡Vaya! Tenía miles de trocitos de vidrio en toda la base, a Mika le pareció la guitarra más original que había visto en su vida.
―¡Mi novio es el jodido genio de la ecología! ―exclamó con asombro.
―Sí, imposible negarlo. ―Delia alzó los hombros y sonrió por el comentario―. La verdad es que es muy bueno con eso del reciclaje.
Micaela se acercó hasta las fotos que estaban en la repisa, en todas salían Diego y su hermana en diferentes épocas de su vida, parecían felices. Pero le llamó la atención una foto, se le arrugó un poco el corazón, en esa estaba con sus padres.
―Los extraño ―escuchó detrás de ella.
―Es una foto hermosa ―dijo Micaela.
―La guardo como un tesoro. ―Delia la agarró y la acarició con cariño―. Es la última que nos tomamos juntos.
Luego de la confesión se tumbó en la cama y le pidió a Micaela que se acostara a su lado. Mika pensó en Celeste y en las miles de veces que habían hecho lo mismo para conversar de cualquier cosa, tenían semanas de estar muy alejadas y era la primera vez que algo así ocurría, como también era la primera vez que le guardaba un secreto. Micaela tenía miedo de descubrir qué le ocultaba y por eso no la había enfrentado.
―Me da pena contigo, cada vez que nos vemos soy un desastre ―murmuró la joven.
Micaela giró la cabeza para verla, la chica tenía los ojos aguados, así que le sonrió con cariño.
―Hasta hace poco yo también era un completo desastre... ―confesó. Delia la observó interrogante, así que Micaela continuó―: quiero decir, hasta hace poco yo también fui adolescente, hija única, una a la que sus padres no querían dejar crecer. ―Pensó las siguientes palabras por unos segundo―. Discutía con ellos y en muchas ocasiones deseé ser adulta para que me dejaran hacer lo que quería... cometí muchos errores, les mentí, salí con gente que no me convenía y también soñaba con el día en que pudiera irme de casa.
Una lágrima escapó del ojo de Delia y Micaela se la limpió con el pulgar.
―Lo que quiero explicarte es que crecer no es fácil, toma su tiempo y hay que ir aprendiendo de los errores para poder enmendarlos más adelante. Hay momentos en que nos sentimos preparados para asumir responsabilidades, o para tomar las riendas de nuestra vida, pero eso muchas veces los demás no lo ven.
―Como Diego, que quiere encerrarme en una burbuja de cristal y fingir que sigo siendo una niñita de cuatro años.
Micaela negó sonriendo.
―Él lo hace sin intención. Lo que pasa es que se preocupa por ti, tiene miedo, miedo a que crezcas y ya no lo necesites. Delia, tienes que comprender que está asustado porque no sabe si será lo mejor para ti que te vayas tan lejos. ―La muchacha se sentó en la cama―. Nadie viene con un manual de instrucciones, si a los padres les cuesta dejar que sus hijos tomen su camino imagínate cómo debe sentirse tu hermano, que además es igual de joven que nosotras.
Delia asintió. Micaela esperaba que de verdad hubiera entendido algo de lo que le dijo.
―Yo me siento preparada y capaz, y eso se lo debo a él ―comenzó a explicar―. Entiendo que se preocupe por mí pero de verdad necesito algo de independencia. ¿Tú dejarías que la oportunidad de tu vida se te escapara?
―¿A qué te refieres?
Delia se levantó de la cama y caminó hasta su escritorio para agarrar unas hojas, se las pasó a Micaela y ésta comenzó a leer. En esas hojas impresas había datos personales, Micaela no entendía hasta que leyó la palabra «admitida», luego vio el sello de una academia de cocina ubicada en Londres. Abrió los ojos de par en par, se trataba de una escuela muy prestigiosa en todo el mundo y por lo que estaba escrito allí Delia había sido seleccionada entre cinco mil personas que optaron por la beca. Micaela no sabía mucho de cocina pero sí sabía que el dueño de la academia era un reconocido chef que salía en televisión, seguro sería un privilegio estudiar allí. Alzó la vista, Delia se mordía las uñas con nerviosismo.
―¡Esto es grandioso! ―exclamó antes de abrazarla, luego la felicitó porque se lo merecía.
―Es mi sueño hecho realidad... ―dijo suavemente―, Diego me llevó a mi primer día de clases, practicó conmigo cada paso de ballet, me aceptó en su cama cuando el monstruo quería salir del armario, me leyó mi cuento favorito una y otra vez, tomó el té con mis muñecas, probó todas y cada una de mis recetas, trabajó desde los diecisiete para pagar mi escuela y las medicinas de la abuela. ―Miró a Micaela fijamente, con ojos nublados―. Obtener un título de chef en ese lugar es la única manera que tengo para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.
Micaela la observó en silencio. Delia no quería irse de casa por capricho, no tenía frente a ella a una adolescente loca que solo quería experimentar la aventura de viajar, realmente tenía un gran y noble motivo, quería retribuirle a su hermano todo el esfuerzo y dedicación que había tenido con ella. De pronto sintió un orgullo inmenso por su novio. ¿Él tendría idea de lo grandioso que era y de lo bien que había criado a su hermana?
―Entonces, es un hecho, te vas a Londres.
Sorprendidas, se giraron al escucharlo. Diego estaba recargado del marco de la puerta, de brazos cruzados.
―Lo dudo ―respondió Delia con tristeza, y se sentó en la cama con los hombros caídos, señal de derrota―. Para eso necesito tu apoyo, y también un boleto de avión.
Él suspiró con pesadez, se presionó el puente de la nariz con la mano y entró al cuarto. Cuando se paró frente a ella sacó su billetera, de ésta sacó una tarjeta mientras Delia lo observaba confundida. Él le guiñó el ojo.
―Hagámoslo. Tienes mi apoyo ―soltó―. Solo espero que encuentres una buena oferta para ese boleto de avión.
Delia parpadeó rápido. Él seguía con la mano extendida ofreciéndole su tarjeta de crédito. En cuestión de segundos su hermana pasó de la tristeza a una felicidad extrema, tardó un momento en asimilar la noticia pero cuando lo hizo comenzó a dar saltos por toda la habitación. Micaela se echó a reír, también se emocionó. De pronto, Delia se lanzó sobre Diego para darle un gran abrazo.
―¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! ―repetía una y otra vez―. ¡Eres el mejor hermano del mundo!
💙
Diego se estacionó frente al edificio de Micaela y apagó el motor.
―No esperaba que ella tuviera todo tan bien planeado ―comentó―. La verdad es que estoy sorprendido.
―Se ve que ha estado trabajando en ello desde hace tiempo ―contestó Micaela.
Hablaban de lo que sucedió horas antes, cuando él le dio luz verde a Delia para que pudiera irse a Londres. La chica estaba feliz, tan feliz que ahí mismo se puso a buscar vuelos, fechas, a mostrarle fotos de la academia y hasta les presentó por vídeo llamada a una chica inglesa; una que conoció por redes sociales. Habían entablado una amistad desde hacía dos meses y la muchacha había convencido a sus padres para que Delia viviera en su casa. Vaya, tenía hasta donde vivir.
Diego recostó la cabeza del respaldar del asiento, seguramente pensando en si había tomado la mejor decisión.
―¿Qué te hizo cambiar de opinión? ―preguntó ella.
―Las escuché hablando ―admitió con algo de pena por haberlas espiado―. No había comprendido lo mucho que ella deseaba tener independencia hasta que tú soltaste esa verdad del tamaño de la luna.
―¿Y qué fue lo que dije?
―Que tengo miedo a que crezca. Que no soy su padre pero que igual siento que debo cuidarla. Y sobre todo, que tengo que aprender a dejarla volar.
Micaela le sonrío con dulzura pudiendo notar lo mucho que le costaba asimilar su decisión.
―Ella estará bien, es una chica muy lista e inteligente ―aseguró.
―Gracias por ayudarme a comprender. ―Le agarró la mano y le dio un beso en el dorso―. Es que... no quiero fallarle a mis padres.
Micaela se desabrochó el cinturón de seguridad y como pudo se sentó en las piernas de Diego, le sujetó el rostro entre sus manos y le dio un beso suave en la mejilla.
―Deben estar orgullosos de ti. Yo lo estoy. Lo estás haciendo muy bien.
Diego la besó en los labios con calidez, y por último la abrazó. Se mantuvieron en esa posición por un rato, respirando y suspirando, hasta que un escalofrío le recorrió el cuerpo a Micaela, él lo notó porque sonrió con los labios aun pegados a su cuello.
―Sé que mañana nos veremos para celebrar nuestro primer mes pero aún es temprano, ¿me dejas pasar un rato? ―propuso Diego.
Ella aceptó porque también estaba a punto de preguntarle lo mismo.
La verdad es que Micaela no quería que él se fuera, cada vez que se despedían la embargaba un sentimiento de tristeza, como si una parte de ella se fuera con él. Sí, era algo totalmente loco, Micaela ya estaba loca y adicta a Diego.
El apartamento se encontraba en penumbras, por lo que Micaela supuso que Celeste no estaba, ya que cuando era así encendía todo porque le tenía miedo a la oscuridad.
Le ofreció a Diego una bebida y encendió el equipo de sonido, y al girarse se dio cuenta de que él le miraba el trasero con descaro. Se sonrojó un poco pero luego se sentó a su lado, nerviosa, estaban solos y el deseo flotaba en el ambiente.
Diego se acercó un poco y le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja, luego le acarició el cuello, ella cerró los ojos por el contacto y porque sintió su respiración muy cerca. En un rápido movimiento sujetó la barbilla de Micaela y la besó, recorriendo cada milímetro de los labios femeninos con su lengua; primero el labio inferior, luego el superior, un pequeño mordisquito la hizo estremecer y logró que abriera la boca para darle más acceso.
Diego la estaba seduciendo, matándola de a poco, saboreándola, como quien disfruta un helado en una tarde muy calurosa. Las manos de Micaela tomaron vida propia y se perdieron en los cabellos de él, las de Diego tampoco podían controlarse y se adueñaron de la cintura de su novia. Micaela gimió bajito al sentir el roce de sus dedos en su espalda, por debajo de la tela, Diego sonrió y se relamió los labios.
―Nena, besarnos así es peligroso ―murmuró con chispas en los ojos.
―Mmm... lo sé ―contestó atontada, en serio estaba dispuesta a asumir el riesgo, y presionó de nuevo la boca contra la de él, sin importarle ninguna advertencia.
Prácticamente se devoraban, con Diego cada beso le parecía único y diferente, era gratificante descubrirlo, como cuando de niña te dan una bolsa de caramelos y vas sintiendo el sabor que te deja cada uno en la boca.
Diego se separó un poco, respiraba entrecortadamente. Micaela advirtió que era la causante de eso y cogió el valor para colocarse a horcajadas sobre él; tembló ligeramente al sentir más...
―No me tientes, Micaela ―susurró con voz ardiente―. No voy a poder parar.
―No quiero... que pares ―confesó anhelante, y echó la cabeza hacia atrás mientras él dejaba besos húmedos sobre su cuello.
―¿Seguro, nena?
―Totalmente. ―Y se estremeció como cada vez que él le decía «nena» con ese tono de voz sexi―. Quiero estar contigo, y quiero que sea especial.
Los ojos de Diego brillaron con emoción y por instinto la volvió a besar pero ésta vez dejándose llevar por lo que sentía. Se levantó del mueble, arrastrándola con él. Para sostenerse Micaela le abrazó las caderas con las piernas. Diego caminó hacia la habitación, abrió la puerta con el pie y luego la recostó en la cama para perderse otra vez entre sus besos.
―Espera... ―dijo de pronto con la respiración acelerada―. Ya vuelvo.
Micaela casi grita de frustración cuando él se levantó y salió apurado de la habitación. Pero regresó pronto con su teléfono en la mano, cerró la puerta con seguro y comenzó a buscar lo que necesitaba.
―¿Qué haces? ―le preguntó la joven.
―Me dijiste que querías algo especial.
La canción Alma gemela de Camila y Reyli comenzó a reproducirse y asintió complacido. Se subió de nuevo a la cama y gateó hasta estirarse sobre el cuerpo de su novia; ella no pudo evitar sonreír con asombro por la elección del tema. Con manos temblorosas, porque sabía que era una canción perfecta para el momento, desabrochó los botones de su camisa. Diego hizo lo propio y le subió la blusa hasta quitársela, le acarició los hombros desnudos sintiendo la suavidad de su piel. Sonrió cuando ella jadeó a causa del reguero de besos que él le iba dejando desde el cuello hasta el vientre. Todo el cuerpo de Micaela ardía, la ropa le comenzaba a estorbar.
Sus manos inexpertas bajaron hasta el botón del pantalón de Diego pero él la detuvo, se levantó y se deshizo de la prenda, quedándose solo en bóxer. Luego le desabrochó el jean a ella y se lo deslizó por las piernas, la chica alzó la cadera para ayudarlo un poco. Ahora los dos se encontraban solo en ropa interior.
El corazón de Micaela comenzó a latir a toda velocidad cuando Diego se acomodó entre sus piernas y apretó un poco las caderas contra ella, sonrío ante la sensación y volvió a besarlo. Diego le bajó la tira del sujetador y su nerviosismo aumentó; Micaela no sabía qué esperar de lo que seguía.
―¿Estás bien? ―preguntó notando que ella se había tensado un poco. Micaela había cerrado los ojos para no verlo, le apenaba tener que explicarle―. Ey, mírame... ¿Qué sucede?
―Nunca he estado con nadie ―confesó, pero cuando abrió los ojos se encontró con una mirada tan dulce que automáticamente le generó tranquilidad.
Micaela había pensado que llegado ese punto a donde ella misma había empujado él se molestaría, pero Diego solo ladeó la cabeza y le sonrió. ¡Dios, ese gesto tan suyo le encantaba! Él le besó los labios con ternura, y luego habló:
―Te amo, Micaela. ―Le sostenía la mirada, ni siquiera pestañea.
Ella se derritió porque él se escuchó totalmente sincero, pudo ver el amor en el azul de sus pupilas y el corazón amenazó con salírsele del pecho. Unas lágrimas se le escapan y él se las limpió de inmediato con besos. Diego no estaba preocupado, sabía que eran lágrimas de felicidad.
―Y yo te amo a ti ―respondió muy segura de sus sentimientos.
―Lo haré con cuidado, ¿de acuerdo? ¿Confías en mí?
―Sí, confío en ti.
Y eso era cierto, lo amaba tanto que no tenía dudas. Quería ser suya y que él fuera de ella, estaba completamente segura de que la cuidaría.
―Enséñame cómo amarte con el cuerpo, Diego.
Él comenzó a sacarle todo lo que le quedaba de ropa dejándola desnuda ante él. Las mejillas de Micaela ardían por su mirada cargada de deseo.
―Eres hermosa, nena...
Se colocó un preservativo y se posicionó entre sus piernas. Ella sintió un poco de dolor al principio pero poco a poco se fue relajando y se fue acoplando a él. Diego comenzó a tocar cada parte del cuerpo de su novia haciéndome temblar, gemir y repetir su nombre cuando se esmeraba en zonas específicas. Con sus besos, sus caricias, su perfume, sus «te amo», estaba logrando llevarla a un lugar extraordinario. La mente de Micaela flotaba, Diego estaba tocando no solo su cuerpo, sino también su alma.
Cerró los ojos con fuerza y tocó la cúspide al mismo tiempo en que una imagen nítida y clara le llegaba a la cabeza: el hombre de sus sueños ahora tenía rostro.
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