21
Micaela removía el azúcar de su segundo café sin prestar atención a lo que decían a su alrededor. Ya les había contado a todos lo que sucedió en el pasillo de la facultad y ellos se encargaban de repetirle cada detalle a Celeste, que acababa de llegar. Le había mandado un mensaje para que se encontrara con ella en el café.
Micaela estaba sumergida en sus propios pensamientos, no se arrepentía de haberse defendido pero no se le quitaba el mal sabor de boca, que nada tenía que ver con el expresso que se estaba bebiendo. ¿Cómo pude perder el control así? Pensaba. Porque independientemente de que Melissa se merecía que la ahorcaran, Micaela no era una persona violenta; no se sentía para nada bien con lo que había sucedido.
―Mika...
Giró el rostro cuando escuchó su nombre y se topó con los ojos verdes de su mejor amiga, la observaba con preocupación. De todas las personas allí reunidas Micaela estaba segura de que Celeste era la única capaz de entender cómo se sentía, la única que conocía todos los enfrentamientos que había tenido con Melissa, la que sabía todo lo que Micaela había soportado de esa bruja por años, la que podía comprender por qué perdió el control.
―Perdón ―le dijo―. ¿Me decías algo?
―¿Estás bien? ―Micaela asintió pero ese gesto no convenció a Celeste. La conocía lo suficiente como para saber que lo ocurrido la había afectado. Eso implicaría una conversación bien larga cuando estuvieran a solas―, ellos preguntan que si tú alguna vez has descubierto el motivo por el cual Maléfica es así contigo ―le explicó.
Todos rieron por el sobrenombre de Melissa, pero Micaela no. Bajó la mirada y la clavó en la taza que tenía entre las manos, tratando de pensar en algún motivo... ¿Pero cómo les explicaba un odio sin sentido desde que apenas eran unas niñas? Que de insultos habían llegado al punto de amenazase, y ahora hasta tratar de ahorcarse.
―No lo sé, simplemente no le agrado, ni antes ni mucho menos ahora. Pero todo ha empeorado con el tiempo. Creo que no hay un motivo específico.
―Tal vez nació mala ―comentó Wil, y Dayana resopló mientras lo veía con cara de ¿es en serio?
―Nadie puede nacer malo. Eso es imposible, cariño ―le contestó―. Más bien, yo creo que es envidia.
Celeste bufó, y dijo:
―¿Envidia de qué? Esa rubia oxigenada lo ha tenido todo en la vida: el carro del año, ropa de moda, ha viajado por todo el mundo... ―pensó por unos segundos―, solo tiene que hacer un chasquido de dedos y ¡pum!, su papi millonario le da todo lo que quiere.
Susana hizo una mueca.
―Yo quiero un papi así ―soltó de repente, sacando risas en todos―. ¿Quién me da la dirección de Melissa? Hoy mismo le pido a ese señor que me adopte.
Micaela sonrió porque así era Susana, la más calladita pero cuando hablaba siempre lograba hacerlos reír.
―Las cosas materiales no son las únicas que se envidian, chicas ―intervino Wil en tono serio, logrando captar la atención de todas, entonces él se acomodó un poco en el asiento.
―Explícate ―pidió Micaela con un gesto para que continuara.
―La verdad es que no tengo idea de que pasó antes entre ustedes, las conozco a ambas desde hace tres años, pero eso es tiempo suficiente para saber que Tony es uno de los motivos principales de esa ira loca de Melissa; eso que ocurrió con él debió haberla afectado terriblemente.
Dayana le dio un codazo en las costillas y los demás se quedaron mudos. Micaela se removió incómoda en la silla por la mención del nombre, de lo último que quería hablar en ese momento era de Tony; aún habían heridas sin sanar respecto a ese tema y no estaba dispuesta a desenterrar el pasado. Puede que a Melissa le hubiera dolido que él la prefiriera, tal vez por eso inventó lo del supuesto embarazo, pero al final ninguna ganó porque Tony se fue sin darles ninguna explicación.
―Pues si ese es uno de sus motivos ya no tiene nada que envidiarme ―respondió molesta―, ya Tony no está, y aunque volviera, no me interesaría para nada, yo estoy bien ahora. Y la verdad no quiero seguir hablando del tema. ―Miró a Celeste con ojos suplicantes y ésta entendió a la perfección.
―Bueno, gente, gracias por el café pero tengo un compromiso ésta noche y quiero ir a la peluquería. Mika, ¿me dejas ahí antes de irte al trabajo?
―Claro ―respondió, y agarró sus cosas.
―¿Nos vemos mañana en clases? ―preguntó un Will apenado.
Micaela le sonrío a medias para que se quedara tranquilo, seguramente estaba pensando que había metido la pata hasta el fondo. En otro momento, con paciencia, le hubiera dado una explicación, pero ese día no le provocaba.
―Los veo mañana ―dijo despidiéndose de todos―, Dayana, me debes esa cerveza. ―La joven alzó el pulgar en su dirección.
Micaela pensó que lo de la peluquería había sido un invento de Celeste para ayudarla a salir del café, o para alejarla de esa conversación incómoda, pero su amiga hizo que manejara y la dejara en el centro comercial. Manuel la había invitado al cine y ella quería ponerse guapa para él; parecía que su relación estaba avanzando y a Micaela le agradó verla tan contenta.
Como se imaginaba, la mamá de Celeste estaba bien, solo quería tenerla unos días en casa, así que la rubia había decidido pasar un par de noches más con ella, luego le prometió a Micaela que en cuanto volviera hablarían de todo el rollo con Melissa.
Ya en el trabajo marcó el número de Diego, ansiosa por contarle que había logrado inscribirlo formalmente en la universidad, también quería decirle que le habían otorgado una beca completa; seguro se alegraría bastante al saberlo. Pero luego de cinco timbres la mandaron al buzón de voz.
Estará ocupado. Pensó.
Richard pasó a su lado refunfuñando, luego lo vio encerrarse en la oficina, cerró con un portazo. Micaela fue hacia la cocina para comprobar que todo estuviera en orden con su tía, eran pocas las veces en que el matrimonio discutía.
―¿Todo bien por aquí? ―dijo asomando la cabeza.
Tía Ceci la miró y un amago de sonrisa salió de sus labios, porque estos no llegaron a curvarse. Tenía las mejillas encendidas y había dejado de trabajar en el pastel que estaba decorando.
―¿Lo dices por el tarado de Richard?
―Me pasó por al lado como tromba marina y luego se encerró en la oficina. ¿Pasa algo? ¿Puedo ayudar?
Cecilia se quitó el delantal que siempre usaba cuando estaba trabajando y le hizo un gesto para que tomara asiento frente a ella.
―Lo que pasa es que a tu tío Richard le ha dado después de viejo por ponerse más soñador de la cuenta. Y como no estoy de acuerdo con él, pues está molesto.
―¿Soñador? ¿De qué hablas?
―Bueno, imagínate que se le ha metido en la cabeza que quiere abrir una pastelería nueva. Algo así como una franquicia; incluso consiguió un local.
―Tía, pero esa es una excelente noticia, ampliar el negocio es algo que él siempre ha querido ―dijo sincera.
―Lo sé, también es mi sueño ―suspiró―, Dios sabe que yo apoyo todas las ideas locas que se propone mi marido pero me da mucho miedo arriesgarme. Quiere invertir todos nuestros ahorros en ese proyecto... y si algo sale mal... ―negó con preocupación―, perderíamos muchísimo, Micaela. Esto es algo que nos pudiera llevar a la ruina si no sale como él lo planea. ¿Tú pondrías todos tus ahorros en manos de alguien que no conoces? No sé si de verdad vale la pena arriesgarlo todo para poner una pastelería allá.
―¿A qué te refieres con «allá»? ¿Tendrían un socio?
―¡Richard quiere abrir una pastelería en Londres! Y quiere asociarse con un amigo inglés que tuvo cuando estudió en la universidad. ―Micaela levantó las cejas y su boca formó una gran O. Eso no se lo esperaba. ¿Londres? Era un gran paso―. ¿Ahora entiendes por qué tengo miedo? Yo no conozco Londres, no tenemos familia allá. Él pretende dejar ese negocio en manos de ese señor que está dispuesto a asociarse con nosotros, se le ha metido en la cabeza que es posible hacerlo y que a mediano plazo tendremos buenas ganancias.
Micaela comenzó a comprender, aunque también se puso en los zapatos de Richard, eso era una oportunidad única en la vida.
―Dime algo, tía, ¿alguna vez mi tío te ha defraudado?
―No ―respondió con seguridad.
―¿Entonces? Hay veces en las que hay que arriesgarse para ganar, y ésta parece ser esa oportunidad. Si tío Richard no confiara de verdad en ese señor dudo que pusiera en riesgo todo lo que tienen.
―Es que no sé... —vaciló un momento―. Si conociera a ese inglés en persona tal vez me daría más confianza, pero justo ahora me es imposible viajar, más con todo el trabajo que hay pendiente aquí.
―Habla con él, ese señor podría venir hasta acá.
Cecilia la miró unos segundos, luego se puso de pie.
―Tienes razón. Eso haré, cariño. Gracias por preocuparte.
💙
Micaela llegó a su casa y dejó las llaves del auto en el mesón de la cocina, para luego servirse un vaso de agua. Sacó el celular de su cartera y vio que aún no tenía ninguna llamada de Diego, ni siquiera un mensaje.
Qué raro. Pensó.
Desde que se conocían habían estado en constante comunicación, no hablar con él en todo el día se le hizo extraño. Sacudió la cabeza, negando, ¿en qué momento se había metido tan dentro de su alma para hacer que lo extrañara todo el día?
De pronto el celular sonó y Micaela se sobresaltó.
―Aló.
―Hola, hija, ¿cómo estás? ¡Me tienes abandonada!
Micaela se tumbó en el mueble algo decepcionada, no es que no amara a su madre, pero no era a ella a quien esperaba escuchar. Se aclaró la garganta y trató de sonar normal.
―Hola, ma, todo bien. ¿Por qué dices eso? Hablamos ayer, ¿recuerdas?
―Ayer no es hoy. Además, no sería yo si no hiciera algo de drama cuando te llamo. ―Su hija se echó a reír.
―Es verdad. Pero cuéntame, ¿cómo están tú y papá?
―Estamos bien, me pidió que te avisara que el sábado hará una parrilla aquí en la casa, él espera que vengas.
―Suena bien, mamá. Dile que iré.
―Perfecto, entonces agrego un plato más, aunque sabes de sobra que en esta casa siempre lo tendrás asegurado.
Micaela sonrió, así era su madre, simplemente especial. Pero de pronto se le ocurrió una idea, algo que prefería hacer cuanto antes.
―Mamá... ¿crees que habrá puesto para otra persona?
―Claro, ¿traerás a Celeste?
―Eh... no.
―¿No? ¿Entonces a quién?
Micaela respiró para darse valor.
―Llevaré a mi novio, mamá.
―¿A quién? —preguntó en tono alto, pero no fue un tono de reproche, sino uno de emoción. Mariela sabía que luego de Tony su hija no había estado con nadie y le alegraba que al fin estuviera dándose una nueva oportunidad―. ¿Cuándo pasó eso? ¿Por qué yo no lo sabía? Debe ser importante si lo quieres traer.
―Sí, es importante. Estamos empezando, pero te prometo que te contaré todo el sábado.
―¡Claro que me contarás! Tráelo, hija, me dará gusto conocerlo.
―Gracias, mamá. Te amo.
―Y yo a ti, cariño. Nos vemos pronto.
💙
Idiota, idiota, idiota...
Diego repetía mentalmente.
Sí, eso es lo que eres, un completo idiota.
Estaba rabioso porque accedió a algo que ya no era de su incumbencia, algo que no quería hacer, pero es que no pudo negarse, no después de presentarle la renuncia a la persona que más lo había ayudado en los últimos siete años. Se lo debía a él, le haría el favor a él.
Antonio Cañizales era el mejor amigo de su padre, le había tendido la mano y lo había ayudado desinteresadamente cuando más lo necesitó, le dio apoyo y un empleo cuando realmente estaba muy jodido; Antonio sabía lo difícil que era la relación de Diego con su hija, y sin embargo, se atrevió a pedirle un último favor. No le recriminó que renunciara, no se molestó cuando Diego le explicó sus motivos, en ese momento solo le dijo que necesitaba su ayuda, le pidió que convenciera a Melissa de internarse en un centro de rehabilitación.
«Mi hija está desequilibrada, tú mismo la viste cuando entró a la oficina gritando y fuera de sí, diciendo que mataría con sus propias manos a esa compañera de clases. Ya no puedo tapar el sol con un dedo, ella está mal y necesita terapia, pero a mí no me va a escuchar, aunque puede que a ti sí. Me da vergüenza pedirte esto pero necesito que me ayudes. Acepto tu renuncia si haces eso por mí antes de irte».
Y Diego aceptó, porque de alguna manera le devolvería a Antonio algo de lo mucho que éste le había brindado.
Lo voy a ayudar a él.
Por eso se encontraba en la casa de los Cañizales esperando a que Melissa terminara de hacer sus maletas. Diego cumplió su palabra y la había convencido de internarse, lo malo era que la clínica que escogió Antonio quedaba lejos, eso implicaba viajar.
Miró la pantalla de su celular, tres llamadas perdidas y dos mensajes de texto.
De: Mi princesa
Hola, tengo algo importante que contarte. Cuando puedas, llámame.
Pasó al segundo mensaje.
De: Mi princesa
Sale la contestadora otra vez... espero que todo esté bien. Tal vez te parezca algo loco, pero te extraño.
Diego sonrió, él también la había extrañado todo el día. Odiaba tener que estar en esa casa y en esa situación. No tenía la menor idea de cómo explicarle lo que estaba haciendo, sospechaba que a Micaela no le agradaría saber que estaba a punto de salir de viaje con su ex; así fuera por culpa de una circunstancia atípica.
Diego no le había hablado de Melissa, aunque sabía que en algún momento tenía que hacerlo porque no quería secretos con ella. Pensaba en que si de verdad lograba entrar a la universidad los tres estudiarían ahí, sería muy incómodo que Micaela se enterara por otra persona que Melissa era su ex y que estaba tan cerca de él. Resopló con cansancio. Lo bueno era que Melissa se internaría por unos meses y eso le daría un margen de tiempo para pensar en cómo hablarle de ella.
💙
A unas calles de la casa de los Cañizales, Diego y Melissa se detuvieron en una farmacia para comprar unos ansiolíticos que ella necesitaba, según el doctor a Melissa le haría bien dormir durante el viaje. Eso le daba un respiro a Diego porque pensar en soportarla hablando estupideces durante todo el trayecto lo ponía enfermo.
Diego salió de la farmacia mientras Melissa terminaba de comprar los medicamentos, pero al dar unos cuantos pasos se quedó congelado en el sitio. La abuela Erika siempre solía decir: «Basta con que uno ande escondido para que todo el mundo te vea». Y cuánta razón acababa de cobrar la frase.
Casi tropezaron pero la muchacha que llevaba el cabello bien arreglado le sonrió ampliamente cuando lo vio.
―Ce...leste ―tartamudeó.
―La misma.
―Qué lindo peinado ―soltó, porque no se le ocurrió nada más.
―Gracias, vengo de la peluquería, hoy tengo una cita ―le guiñó.
Diego recordó enseguida que Manuel le había comentado que ellos saldrían. Celeste miró hacia la puerta de la farmacia y luego lo miró a él, arrugó la frente.
―¿Estás enfermo? Estás pálido.
Pero a él no le dio tiempo de responder porque escuchó una odiosa voz a sus espaldas.
―Listo, Didi, ya podemos irnos.
Diego tragó grueso al ver la expresión en el rostro de Celeste, ahora le tocó a ella perder el color de la cara. Melissa dio un paso al frente y también pareció sorprenderse por la coincidencia.
―¿Tú? ―inquirió con asco.
Diego se alertó.
―Sí, yo. ―Celeste contestó desafiante.
―¿Se conocen? ―preguntó él con cautela, mirando a Celeste.
―Por desgracia sí ―le respondió con enfado, sin apartar la vista del rostro enfurecido de la rubia―. La pregunta aquí es, ¿de dónde se conocen ustedes?
Melissa iba a contestar pero él se le adelantó.
―Es la hija de mi jefe.
―¿Solo eso?
Diego volteó el rostro y le dio una mirada de advertencia.
―Solo eso ―confirmó, y Celeste se quedó muda, su cara de desconcierto lo comenzó a asustar.
―Estoy algo apurado, ¿podemos hablar de esto luego?
―¿Y qué tendrías que hablar tú con esta? ―preguntó Melissa.
―No es tu problema. Súbete al auto ―ordenó molesto por su comportamiento.
Y para su sorpresa Melissa obedeció, no sin antes empujar a Celeste con su hombro. La amiga de Micaela hizo un gran esfuerzo por mantenerse quieta cuando claramente quería lanzarse sobre Melissa.
―Te explicaré todo, lo juro, pero ahora no puedo. Si quieres habla con Manuel, él puede explicarte mi relación con Melissa. Y por favor, no le digas nada a Micaela. ―Celeste abrió mucho los ojos.
―¿Tu relación? Dijiste que solo era la hija de tu jefe. ¡Ay, Jesús! Esto está mal, muy mal...
―Es complicado, Celeste. ―Y decidió adelantarle algo, aunque confiaba en que Manuel le explicara lo demás―. Melissa es mi ex novia.
―¿QUÉ? ―Se llevó las manos hasta la boca para ahogar un grito―. No, Diego... no me digas eso, no ella.
Él no estaba entendiendo mucho su actitud pero de lo que sí estaba seguro era de que quería ser él quien le explicara todo a Micaela.
―Prométeme que no le contarás, que guardarás el secreto.
―Eso es imposible. Yo no... ―sacudió la cabeza―. No puedo guardarle un secreto como ese.
―¿Por qué? Lo único que quiero es ser yo el que le cuente.
―Está bien, aunque de una vez te digo que estás en problemas. ¡Dios! Hay cosas que no sabes. Esto... esto no está bien, que sea justamente ella —dijo señalando hacia el vehículo―. No sé cómo lo tomará.
―¿Qué quieres decir?
―Que ellas dos se conocen, Diego.
Él sintió que le lanzaban un balde de agua helada. Quiso quedarse a preguntarle a Celeste un montón de cosas pero Melissa comenzó a tocar la bocina.
―Habla con Manuel ―le rogó.
Celeste lo siguió con la mirada hasta que se subió al auto, él la miró por última vez y notó temor en sus ojos.
―¡Salúdame a tu amiguita! ―gritó Melissa con desdén, justo antes de que él pusiera el auto en movimiento.
Diego observó a Melissa por el rabillo del ojo. ¿Ellas se conocían? ¡Joder, eso si no se lo esperaba!
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