20
Diego sintió un peso sobre su brazo derecho que le estaba haciendo hormiguear. Un suave ruido lo hizo abrir los ojos, por un momento creyó que estaba soñando porque tenía a su lado a la mujer más hermosa del planeta. Tenía la mejilla de Micaela pegada a su frente, su pecho subía y bajaba pausadamente, tranquila, serena. Si él tuviera la potestad de elegir cómo despertarse cada día, no encontraría mejor forma que esa. Ella parecía un ángel. Su ángel.
Cerró los ojos por un momento y disfrutó de la sensación de tenerla así tan pegadita a él. Apretó el agarre en su cintura con un poco de miedo, no quería despertarla pero es que tenía la necesidad de tocar la curva de su cadera; sintió que con las manos podía de algún modo grabar en su mente cada espacio de ese cuerpo que le permitieran tocar. Respiró el aroma de su cabello, esa mujer lo tenía totalmente loco, lo había convertido en un adicto a sus besos, a su compañía.
La deseaba. Joder, la deseaba como un demente. Aunque sabía que debía esperar, debía comportarse. Todo entre ellos había pasado tan rápido que él podía entender el miedo que Micaela sintió cuando le propuso ir hasta el apartamento, y terminó de comprender cuando ella le contó que Celeste no estaba. Su ángel tenía miedo, miedo a que le propusiera que estuvieran juntos. Diego no era ese tipo hombre, y miento si dego que no le habría gustado raptar a su novia del trabajo, besarla toda la noche y tocar alguna que otra parte de su cuerpo, pero él quería hacer las cosas bien, ella lo valía. Con él, Micaela no tenía nada que temer. Diego se controlaría hasta que ella misma se lo pidiera.
Sonrió.
Cuánto habían cambiado las cosas, aunque a él le gustaba que fuera así. Micaela era tan distinta a Melissa, con ella no se hubiera detenido a pensar en la idea de controlarse, porque todo era diferente por decirlo así, ellos tenían sexo y nada más. Eso es lo que ella siempre buscaba en él, o es lo que siempre le hizo sentir, nunca le demostró un sentimiento más allá del deseo y Diego nunca la necesitó para nada más. No le importaba si la veía, no reía con ella, no le hacía querer ser mejor persona y creer que podía lograr sus sueños, no trataba con cariño a su hermana ni se preocupaba por si era tarde y debía manejar.
Se atrevió a perfilar la nariz de la Bella Durmiente, ella se movió un poco y la arrugó. ¿Qué es esta conexión tan fuerte que sentimos? Se encontró cuestionándose. Micaela se estaba convirtiendo en alguien muy importante en su mundo.
―Lo has cambiado todo ―susurró en su oído.
Ella, al oírlo, abrió los ojos acostumbrándose a la luz.
―Buenos días, preciosa.
―Buenos días ―contestó parpadeando, y lo miró confundida, no recordaba que él se había quedado toda la noche.
―Puedo acostumbrarme a esto, ¿sabes? ―Y al instante ella sonrió terminando de iluminar la mañana; ahí estaba la Micaela que lo traía loco.
—¿Qué hora es? ―indagó ella de repente―. Hoy es jueves, tengo que ir temprano a la universidad.
―Son las siete ―respondió él besando su hombro, la abrazó con fuerza, como queriendo fundir su cuerpo con el suyo hasta hacerse uno. No quería separarse de ella―. Todavía hay tiempo.
Micaela se liberó del agarre con un brinco.
―¿Tiempo? ―repitió abriendo mucho los ojos―. Diego, yo entro a las ocho y tú seguramente también vas tarde. ¿Te parece que hay tiempo?
Él cruzó los brazos detrás de su cabeza con despreocupación, se echó a reír al verla parada frente a él con el ceño fruncido, molesta se veía aún más hermosa.
―Vamos, párate... voy a llegar tarde ―pidió suplicando―, Celeste tiene el carro. Además, sin comida y café yo no funciono. ―Pero él no se movía, así que levantó las cejas―. ¿Te estás riendo de mí?
―Puede.
Micaela rodó los ojos y Diego aprovechó para sujetarla de la mano, haciendo que cayera sobre él. La respiración de la joven se aceleró, se sonrojó por completo.
―¡Qué carácter tiene mi novia por las mañanas! ―declaró rozándole los labios entre abiertos.
―Es que siempre llego tarde a todos lados, la puntualidad no es mi fuerte ―se quejó―. Me da pena contigo pero no hay tiempo para prepararte el desayuno.
Diego sonrío con calidez y le besó la nariz, entendiendo lo que le preocupaba, luego se le ocurrió algo para ayudarla con su impuntualidad.
―Úsame de transporte ―soltó.
Ella lo miró sin comprender.
―¿Cómo dices?
―Puedo llevarte hoy y todos los días que quieras ―explicó―, para mí no hay problema, así tengo una excusa para verte siempre ―le guiñó el ojo―. Y por el desayuno no te preocupes, podemos comprar algo de camino a la universidad. Eso sí, no te acostumbres, quiero comprobar que cocinas.
Micaela lo observaba fijamente, pensando en la proposición, luego sonrió y lo sorprendió robándole un beso.
―Estás contratado entonces.
💙
Micaela llegó a la universidad con media hora de anticipación, el margen de tiempo necesario para ponerse al día con sus compañeros sobre todas las actividades que había perdido por el reposo. Eso gracias a su nuevo chofer, todo era perfecto cuando estaba a su lado. Abrir los ojos y verlo a ahí fue espectacular; si la pusieran a elegir cómo despertar cada mañana quería que fuera de esa manera.
Sonrió de nuevo, últimamente se le había hecho costumbre, se sentía tan bien que era imposible que algo la bajara de la nube en la que se encontraba.
―La zorra ha vuelto a clases ―escuchó a sus espaldas.
Corrección, casi imposible. Micaela volteó para ver a la portadora de la odiosa voz.
―Sí, he vuelto a clases y estoy tan feliz que no pienso contestar tu insulto. ―Avanzó pero ella le cerró el paso, impidiendo que se marchara.
―¿Y a qué se debe tanta felicidad? ―preguntó interesada.
―No es tu problema, así que quítate ―zanjó.
―No me da la gana. A ver, ¿cómo vas a hacer para pasar?
¿De verdad la estaba retando? ¿Qué se había creído esa estúpida?
―¡Apártate, Melissa! ―dijo alzando la voz, clavando los ojos en los suyos―. ¿No ves que no quiero respirar el mismo aire que tú? Lo contaminas todo con tu presencia.
Melissa le lanzó una mirada envenenada y se atrevió a sujetarla del brazo, clavándole las uñas en la piel.
―Escúchame, imbécil, si me llego a enterar de que le dijiste a alguien que me viste el otro día en el Bloom Club, te mato.
La irá cegó a Micaela, muchas veces había dejado pasar cierto tipo de comentarios, pero ese colmó su paciencia. ¿Cómo se le ocurría amenazarla? Micaela soltó la carpeta que llevaba encima y envolvió las manos en el cuello de Melissa, estrellándola contra la pared más cercana.
―Escúchame tú, perra ―dijo con mucha rabia contenida, rabia de años―, en tu vida vuelvas a tocarme, mucho menos amenazarme. ¡Me importa una mierda lo que hagas o no en el Bloom Club! ―Luego subió la voz para que todos los que estaban alrededor escucharan―: ¿has entendido?
Pronto se armó un alboroto en los pasillos, nadie quería perderse cómo Micaela se defendía ante tanto abuso de años por parte de Melissa.
―¡Suéltala! ―exclamó alguien detrás de ella, pero Micaela no quería soltarla hasta que Melissa dijera que había entendido.
Unas manos tiraron de su cintura hacia atrás y no le quedó de otra que soltarla. Era Wil, un compañero de clases que trataba de ayudar.
―¡Vas a pagar por esto, Micaela! ―gritó Melissa con la cara roja mientras se sobaba el cuello.
Micaela estuvo a punto de lanzarse sobre ella otra vez pero Wil la cargó hasta sacarla de la facultad. Detrás de él iban varios compañeros de clases.
―¡Bájame! ―ordenó con impotencia, la frustración la hacía casi rugir―. ¡Debiste dejar que ahorcara a esa perra!
―Cálmate, Micaela... No sé qué ocurrió pero solo te soltaré si te calmas.
Vio a su alrededor, encontrándose con varias caras conocidas, sus amigos la observaban atónitos, otros tenían cara de preocupación. Menudo espectáculo que estaban presenciando. ¡A la mierda, no le importaba! Tuvo que hacerlo, ya estaba harta de esa loca drogadicta.
Dayana, la novia de Wil, y una de las pocas personas a la que estimaba realmente en la universidad, se acercó a ellos.
―Déjala ya ―le pidió a su novio, jalándolo por la camisa―. Ella se va a calmar, irá conmigo a dar una vuelta.
Wil le hizo caso y la bajó, cuando los pies de Micaela tocaron el suelo abrazó a Dayana, dejando que el enfado se convirtiera en un mar de lágrimas. Nunca había sido una persona violenta, hasta ese día, Melissa había logrado sacarla de sus cabales.
―Tranquila... ―La voz de Dayana era suave mientras trataba de calmarla, subiendo y bajando la mano por su espalda―, te invitaría una cerveza pero hoy es jueves, así que vamos por un café. ―Micaela asintió separándose de ella, para luego limpiarse la cara con las palmas.
―Toma, esto se te cayó por la discusión ―le dijo Susana, otra compañera de clases, tendiéndole una carpeta.
Micaela le dio las gracias y la agarró, la abrió para revisar que todo estuviera allí y leyó por segunda vez:
Nombres y Apellidos: Diego Alejandro Dávila Molina
Fecha de Nacimiento: 13/07/1992
Edad: 30 años
Carrera a la que se inscribe: Diseño Industrial
Fecha de inicio: 2 semanas
Beca: 100%
Micaela soltó el aire que había retenido. Ver su nombre logró hacerla sentir un poco mejor. Luego sonrío débilmente, saber que él pronto estaría en la misma universidad para tratar de alcanzar su sueño le causaba paz. Y más cuando le había conseguido una beca completa.
Alzó la mirada cuando escuchó un carraspeo, sus compañeros la observan confundidos, seguramente pensaban que era bipolar o algo así.
―Esto es de mi novio ―explicó―. Estudiará aquí, saber eso me alegra un poco.
―¡Ah, ya! ―dijeron todos a la vez.
―Vamos por ese café para que nos cuentes sobre eso ―pidió Dayana, y todos estuvieron de acuerdo.
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