19


―Me encanta tenerte de vuelta, Micaela, casi me vuelvo loca con tu ausencia. ―Sonrió y Tía Ceci agregó más harina a la mezcla de la torta.

―Yo también estaba ansiosa por volver, no me gusta estar en casa sin hacer nada.

―Creo que después de que veas el desastre que Richard hizo en la oficina, no opinarás lo mismo.

―¿Qué hizo esta vez?

―Mejor míralo tú misma. ―Asintió y se encaminó hacia la oficina.

Tía Ceci tenía razón, era un caos en su máxima expresión. Su trabajo en la pastelería consistía en llevar la agenda de pedidos, en ella anotaba lo que el cliente encargaba, la fecha de entrega y la dirección a donde se iba a despachar, también llevaba el inventario de todo lo que hiciera falta comprar, los balances de ingreso y egreso, atendía el mostrador, y aunque no formaba parte de sus obligaciones, a veces ayudaba a Ceci en la cocina.

Nada estaba como lo había dejado. No le extrañaría que Richard pronto estuviera repartiendo pasteles en las casas equivocadas, o que los ingredientes comenzaran a faltar en cualquier momento; ordenar todo le llevaría bastante tiempo. Micaela suspiró y se dejó caer en la silla para comenzar.

Luego de un buen rato sonó su celular, el cual se sacó del bolsillo para atender:

―Hola, tú ―saludó.

Hola, tú. ¿Cómo va el día?

―Aburrido ―respondió―. Estoy arreglando papeles, mientras estuve de reposo por aquí pasó un huracán.

Ha hablado la reina del orden. 

Micaela puso los ojos en blanco. Sí, era desordenada pero la oficina era una verdadera locura. Además, por alguna razón, en el trabajo era muy estricta con el orden.

―Es en serio, Celeste, hay post it de colores pegados por toda la oficina con los encargos de los clientes, parece un vomito de arcoíris. Ceci quiere matar a Richard porque no ha hecho las compras, también perdió la lista de inventario, no quiero ni contarle que hace rato llamó una clienta muy enojada porque recibió un pastel de despedida de soltera para la fiesta de bautizo de su hija. ―Tuvo que apartar el teléfono de su oreja cuando escuchó las carcajadas estruendosas de Celeste al otro lado de la línea.

Pobre mujer, nunca habría manera de arreglar un pastel así para un bautizo ―se burló.

―Así es, y este era de los peores ―agregó Micaela, y volvió a escuchar la risa de su amiga, pero esta vez se echó a reír con ella.

Mika, te llamaba para que supieras que voy a quedarme en casa de mi mamá. Mi papá me llamó esta mañana para contarme que está resfriada, y ya sabes cómo se pone, así que prefiero ir a cuidarla yo. 

La Sra. Irina se ponía como una niña malcriada cada vez que se enfermaba, no le gustaba ir al médico y no le gustaba tomar medicinas. A la única que le hacía caso era a Celeste, y el señor Cristo lo sabía.

―Está bien. Cualquier cosa que necesites, llámame. Espero que mejore pronto.

Gracias. Tal vez sean un par de días, pero te tendré informada. Ah, una cosa más, amiga...

―Dime.

Si mientras no estoy vas a meter a tu sexi novio al apartamento, no lo hagan en la mesa de la cocina, sería muy incómodo comer ahí luego. 

Micaela resopló, solo Celeste era capaz de decir algo así.

―¡Oh, cállate, eres una pervertida! ―La escuchó reír.

Bueno, yo solo decía. Te quiero, oreo.

―No sé por qué, pero yo igual.

Colgó. Y Richard entró de pronto a la oficina.

―Mika, te buscan afuera.

―¿Quién, tío? Estoy algo ocupada por aquí.

―Lo sé, pero dice que es urgente y que solo tú puedes atenderle.

Micaela suspiró pesadamente, si seguían las interrupciones no terminaría de organizar todos los pedidos. Miró el reloj, marcaba las cuatro de la tarde, todavía le quedaba una hora para irse a casa.

―Está bien, ya salgo. 

Richard la miró de forma extraña pero ella no supo interpretarlo. 

Salió de la oficina y llegó hasta el mostrador. Cuando vio quién la buscaba con urgencia su corazón se aceleró. No había sabido nada de él en un par de días, y allí estaba, observando los dulces que estaban en exhibición en la vitrina.

―¿Qué haces aquí? 

Diego volteó al escucharla y sonrió, así como solo él sabía hacerlo, caminó hasta situarse frente a ella, el mostrador los separaba.

―Salí temprano de la oficina y quise visitar a mi chica ―contestó ampliando su sonrisa.

―Pensé que no te vería en toda la semana. ―Ella intentaba sonar tranquila pero eso era algo difícil cuando lo tenía enfrente. El perfume de Diego invadía sus sentidos y su nerviosismo aumentaba por la mirada escrutadora de Richard.

―Pues pensaste mal. Ahora ven aquí, quiero darte un beso urgente ―ordenó.

Micaela dudó un momento pero era imposible que dejara pasar la oferta. Abrió la puerta del mostrador y se acercó, él la abrazó para acortar la poca distancia que los separaba y dejó que sus labios se encontraran. Fue un beso corto, pero al igual que siempre estuvo cargado de miles de sensaciones.

―¿A qué hora sales? ―preguntó mientras ella se embriagaba con el olor de su camisa.

―Todavía me falta una hora.

―Perfecto. Te espero ―dijo decidido―. Si quieres, luego podemos ir a tu casa.

―¿Mi casa? ―La imagen de dos personas teniendo sexo en la mesa de la cocina pasó por su mente, se ruborizó pero logró apartarlo con rapidez. ¡Maldita Celeste! De pronto se sintió nerviosa, ella no estaba lista para nada más que besos y caricias. No estaba lista para dar ese paso; era muy pronto.

―¿Prefieres hacer otra cosa? ―Diego pareció haberse dado cuenta de que ella luchaba con algo en su cabeza―. Propuse tu casa para ver una película, o tal vez conversar.

Tranquila, Micaela. ¿Ves? Él no está pensando en eso. ¡Estúpida pervertida de Celeste!

―Mi casa está bien ―contestó más tranquila.

Diego esperó hasta el turno de salida de Micaela. Conoció a sus jefes y para tranquilidad de todos les cayó de maravilla. Al principio Richard se quiso comportar como un papá celoso, lo bombardeó con las típicas preguntas: «¿Cuántos años tienes? ¿Trabajas?». O la que más le dio risa a Micaela «¿Qué intenciones tienes con mi sobrina?»

Él respondió a todas con esa sonrisa patentada que lo caracterizabab y sin verse incómodo en ningún momento, y pues, se lo terminó ganando por completo cuando descubrieron que le van al mismo equipo de béisbol. Micaela no sabía cómo lo hacía pero esperaba que todo fuera igual de tranquilo cuando conociera a sus padres. Con Tía Ceci fue aún más fácil, solo bastó que Diego dijera «Es el pie de limón más divino que he probado en mi vida...» para que ella simplemente lo adorara. La cuestión fue que Micaela casi se ahogó con su propia saliva cuando Ceci se puso roja como un tomate y le susurró al oído «Por todos los Dioses del Olimpo, Micaela, divino está él...»

Sí, ese era el efecto que su novio causaba en toda la población femenina y que algún día iba a terminar matándola.

💙

La segunda película que pusieron llegó a los créditos. Micaela estaba sentada en el mueble y Diego estaba acostado, con la cabeza recostada entre las piernas de ella, sobre su torso había un envase con lo que quedaba de cotufas. Estar así los hacía sentir bien, estaban cómodos y a ella le encantaba tenerlo así de cerca.

―Entonces, mañana te reincorporas a la universidad.

―Sí ―respondió ella pasándole los dedos por el cabello. Él se giró un poco y le rodeó la cintura con el brazo, luego habló con la boca pegada al estómago de Micaela.

―Todos los días deberían ser fines de semana ―suspiró resignado―. Apenas es miércoles y ya me siento agotado.

Micaela también sentía cansancio. Diego bostezó y ella se echó a reír, sus labios le hacían cosquillas en la barriga. Ella comenzó a perfilarle la mejilla con el dedo.

Es tan hermoso, y es mío. Pensaba.

―Mañana cuando esté en la universidad voy a pasar a averiguar lo de las inscripciones de Diseño.

―Ajá... ―Él contestó bajito. 

Micaela se dio cuenta de que Diego había cerrado los ojos, se estaba cayendo de sueño y todavía tenía que manejar. Debía hacer que se marchara.

―Tienes que irte, es muy tarde ―dijo susurrando en su oreja, pero él no abrió los ojos, más bien su respiración se ralentizó―, ¿amor? ―probó su nuevo poder, aunque Diego ni se inmutó, se había quedado profundo adherido a su cintura.

A Micaela no le molestaba en absoluto, más bien sonrió como una tonta.

―Está bien, puedes quedarte... ―murmuró muy bajito, más para ella que para él.

Y como pudo se acomodó. En segundos también se quedó dormida.  



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