16
Micaela observó a su alrededor y todo en el apartamento era un caos, las mesas estaban cubiertas de vasos, botellas vacías y restos de comida, había una gran mancha en el piso de algo que se derramó, el televisor seguía encendido con la pantalla en negro porque el vídeo ya se había acabado hacía rato.
Miró hacia el mueble más cercano, Celeste estaba dormida plácidamente y acurrucada de lado. Se giró hacia el segundo mueble y no lo pudo evitar, soltó la risa al ver al huésped, estaba literalmente destruido, durmiendo boca abajo pero con una habilidad única para mantener sujeto el vaso de ron que tenía en la mano; Celeste y Manuel se habían quedado dormidos mientras Diego y ella conversaban largo rato en el pasillo del apartamento.
Todavía no se lo creía, desde hacía unas horas era la feliz y a la vez aterrada novia de Diego.
Cuando ellos entraron de nuevo ya sus amigos estaban profundos, Diego quiso despertar a Manuel y llevárselo pero Micaela le insistió en que no había problema en que lo dejara; de todas formas, como copiloto no le iba a servir de mucho. Igual así le hacía compañía a Celeste, porque tampoco pensaba sacarla de su zona de confort. Diego aceptó con la condición de que ella se burlara de ellos en el desayuno por la borrachera y por las coreografías de One Direction. «Trato», dijo ella, y lo sellaron con un beso.
Micaela buscó unas sábanas y los cubrió, le quitó el vaso a Manuel antes que se le cayera, apagó el televisor y las luces; la mancha del piso la dejaría para después.
A pesar de estar cansada no tenía sueño. Fue a su habitación y se puso el pijama, se sentó en su lugar favorito, que era el marco de su ventana, y se puso a observar las calles desde el cristal. Desde ahí pensaba en todo lo que había vivido en esos días: los sueños repetitivos, la visita a la vidente, el accidente, y por supuesto en Diego, que apareció de la nada haciendo que su mundo se volteara de cabeza; y estaba relacionado de una manera increíble con todo lo anterior.
Eran muchas cosas juntas, más de las que le habían pasado en mucho tiempo. La vida de Micaela consistía en estudiar para graduarse de administradora de empresas y en trabajar para pagar el alquiler del apartamento. Quería seguir con esos planes, porque de eso nada había cambiado, pero algo sí comenzaba a ser diferente, y es que allí estaba, sentada en la ventana de su cuarto siendo la novia de alguien, apostando al amor de nuevo y comenzando a creer otra vez en la magia. Eso si no estaba en sus planes.
Miró el cielo estrellado, cerró los ojos y pidió... Pidió que esta vez no fuera un truco detrás de otra ilusión, estaba teniendo un acto de fe y no quería salir herida en el intento.
💙
El olor a café impregnó su nariz, el movimiento del colchón la desperezó un poco. Abrió los ojos lentamente y enfocó la vista, Celeste estaba sentada al pie de la cama con una taza en la mano, observándola; lucía recién duchada y tenía puesta ropa limpia.
―Buenos días, Micaela.
―Buenos días ―contestó con voz pastosa. Se aclaró la garganta y a juzgar por el ceño fruncido de Celeste pudo notar que ella no había comenzado la mañana con el pie derecho.
―Tengo una pregunta que hacerte. Bueno, en realidad son dos. Primero... ―dijo levantando el pulgar―, ¿por qué no fuiste una buena amiga y me levantaste para que durmiera en mi habitación? Y dos... ―Ahora levantó el índice―. ¿Qué demonios hace Manuel durmiendo en el mueble?
Micaela se sentó en la cama y le quitó la taza de las manos. Umm... que bien olía el café.
―Fui una buena amiga. ―Dio un gran sorbo, y le respondió―: te dejé descansar y hasta te arropé. En cuanto a Manuel, ¿te molesta que se haya quedado? Pensé que no tendrías problema con eso.
―No me molesta que este aquí, me molesta es que pudo haber existido la posibilidad de que se levantara antes que yo y que me hubiera visto en el estado en el que me encontraba.
―¿Tan grave era?
―Amiga, tenía el cabello enmarañado, un aliento a dragón, Doritos pegados por toda la ropa y marcas del cojín en toda la cara; cuando vi mi aspecto casi grito.
Micaela se echó reír al imaginarla, la verdad es que sí hubiera sido terrible que la viera en ese estado post borrachera.
―¿Dices que Manuel sigue durmiendo? ―A Mika se le ocurrió una idea para alegrarle la mañana a Celeste.
―Sí, está profundo. Me desperté por sus ronquidos. Te juro, Micaela, que lo primero que haré si nos hacemos novios será conseguirle una cita con un otorrino, debe tener problemas de adenoides.
Micaela soltó una risotada, Celeste ya quería operarle la nariz al pobre hombre. Se levantó y agarró varios marcadores que siempre tenía en la peinadora.
―¿Hace cuánto que no dibujas?
Celeste alzó una ceja y la miró confundida pero cuando entendió el plan una sonrisa malevola se extendió por su rostro.
💙
Diego estaba sentado en la cocina, desayunando. Bajaba y subía el tenedor hasta su boca de manera casi robótica, no miraba la comida, sus ojos estaban enfocados en cualquier punto de la pared. Ido de la realidad y sumergido en sus pensamientos trataba de darle sentido a lo que había soñado. ¿Podían ser la misma persona o se había vuelto loco y estaba alucinando?
Quizás soñó eso porque había bebido, o porque había hablado con su abuela sobre Micaela y sobre el collar; tal vez había relacionado todo. Pero es que algo no cuadraba, no podía quitarle importancia al hecho de que los ojos de aquella niña eran parecidos, por no decir idénticos, a los de su nueva novia.
Habían pasado años desde lo del parque pero Diego jamás olvidó ese color miel, esos ojos almendrados que lo volvieron loco. Su forma tan dulce de verlo lo había incitado a robarle aquel beso, uno dulce e inocente, un beso de niños al fin, aunque pensar en eso le recordaba otra cosa: esa sensación tan maravillosa en el estómago solo le había sucedido dos veces: con la niña del parque y con Micaela. ¿Estaba divagando? ¿Qué posibilidades había de que fueran la misma persona?
―¡Diego! ―escuchó, y parpadeó varias veces volviendo a la realidad. Su hermana estaba parada a su lado con los brazos cruzados―. ¿Estás en la luna? Tengo rato hablándote.
―Disculpa, ¿qué me decías?
―Que hace rato Eduardo me invitó al cine. Quiero saber si me das permiso de ir.
La visión de su hermana encerrada en una sala oscura con Eduardo no le gustaba para nada. Se fijó en lo que llevaba puesto: un jean ajustado y un top que dejaba ver su ombligo perforado con un pircing. Odiaba discutir con ella, Diego entendía que ya no era una niña y que él no era su padre, pero es que si no la cuidaba él, ¿quién lo haría?
Nunca pensó que sería tan difícil lidiar con una adolescente, hasta hace poco lo más complicado era hacerla elegir el sabor del helado, regañarla porque no había terminado alguna tarea, o contarle un cuento para que se quedara dormida cuando habían truenos y se asustaba. Frente a él ya no estaba esa niña, estaba una joven que comenzaba a convertirse en una hermosa mujer, y que quería ir al cine con su puñetero novio.
―¿Al cine, dices? ―preguntó arrugando la frente. Ella asintió y él estuvo a punto de responder con un rotundo «No», hasta que ella usó un gesto que utilizaba para conseguir lo que quería, uno muy parecido al del gato de la película Sherk. Y justo ahí fue donde lo desarmó―. ¿A qué hora te buscará?
Delia sonrió de manera triunfal y le estampó un beso sonoro en la mejilla.
―Estará aquí a las cuatro. La función es a las seis pero prometo llegar temprano y llevar el celular por si necesito contactarte.
―Buena chica. Solo te pido una cosa... ¡Por lo que más quieras, cámbiate de ropa! ―Delia resopló pero se marchó de la cocina dando saltitos. E hizo sonreír a su hermano cuando gritó; «¡Eres el mejor del mundo!».
Diego se puso a ver un partido de fútbol mientras corría el tiempo para ir por Micaela. Le había dicho que pasaría por ella a las seis, y apenas eran las cuatro, habían quedado en salir para seguir conociéndose y para estar a solas un rato; era desesperante porque las horas pasaban lento.
El timbre de su casa sonó varias veces y Delia no bajaba. Diego soltó el control remoto y se dirigió a la puerta para aprovechar y decirle a Eduardo cómo lo dejaría si se le ocurría tocar aunque sea un solo cabello de su hermana. Pero al abrir no se encontró con él, sino con el principal motivo de sus dolores de cabeza.
Cabello corto y rubio perfectamente peinado. Piel bronceada, que seguramente no era natural sino de una cama solar. Uñas largas y pintadas de naranja que combinaban perfectamente con los accesorios que llevaba puestos. Venía enfundada en un vestido corto que seguramente robaba a muchos hombres sus peores pensamientos; hace algunos años a Diego le hubiera alegrado verla, pero por suerte ese ya no era el caso.
―Hola, Didi.
―Melissa, ¿qué haces aquí?
―¿Puedo pasar?
―Preferiría que no.
A ella no le importó la negativa y se abrió paso hasta la sala. Diego resopló fuerte y le pidió al Dios de las ex-novias que lo llenara de paciencia. Cerró la puerta y se paró a una distancia prudente de ella.
―No tienes que ser tan mal educado, sé que estás molesto.
Molesto no era la palabra que él usaría, obstinado y cansado de ella se acercaba más.
―¿A qué viniste, Melissa?
―Quería verte y hablar contigo. ¿Por qué no contestas mis llamadas?
―¿No es obvio? ¡Porque no quiero! Creo haber sido claro contigo, te dije que no quería saber más nada de ti.
―No puedes estar hablando en serio. No puedes dejarme, Diego. Sé que cometí un error pero podemos solucionarlo.
Diego sintió que la sangre se le comenzaba a acumular en la cabeza, no podía creer lo que estaba escuchando, que equivocada estaba ella si creía que él iba a seguir soportándola.
―¿Un error? ―inquirió con molestia―. Melissa, no fue un error, fueron miles de ellos. Te dejé, y no solo por lo que vi esa noche, sino porque nuestra relación ya no funcionaba. Estoy harto de fingir algo que no siento, de seguir creyendo que algún día vas a cambiar. De verdad, es mejor que lo entiendas, estoy cansado de repetirte lo mismo, ten un poco de amor propio y déjame en paz.
―Pero, mi amor... ―Dio unos cuantos pasos hasta quedar muy cerca, extendió las manos y las colocó alrededor de su cuello―. No te pongas así, lo que viste fue algo sin importancia que no se volverá a repetir. Te prometo que puedo cambiar.
Diego se apartó rápidamente, negando con la cabeza, no quería que lo tocara, ni siquiera quería tenerla cerca.
―¿Para ti es algo sin importancia que te haya encontrado drogada y revolcándote con ese tipo? ¿Cuándo regresó? ¡Me juraste que no volverías a usar esa mierda! ―gritó perdiendo la paciencia.
Ella clavó sus ojos verdes en los de él fingiendo arrepentimiento pero Diego sabía que no era así, ella nunca cambiaría.
―No tienes derecho a juzgarme. ¡Tú no eres nadie para juzgarme! ―vociferó histérica.
A Diego la sangre le hervía por todo el torrente sanguíneo. La tomó del brazo bruscamente y la llevó a empujones hacia la salida.
―Tienes toda la razón, ya no soy nadie para juzgarte. Húndete en esa mierda si quieres, ya me cansé de salvarte ―siseó peligrosamente en su oído―. ¿Y sabes qué? Ten algo bien claro, Melissa, con tu actitud también me perdiste como amigo.
Ella lo miró desafiante y se comenzó a reír, a él no le quedó ninguna duda de que estaba bajo el efecto de alguna droga. Pero lo que pasó a continuación no lo vio venir, Melissa estampó la mano fuertemente en su mejilla y Diego necesitó de todo el autocontrol del mundo para no cometer una locura.
―¡No podrás dejarme tan fácil! ¡No voy a permitir que te alejes! ―lo amenazó―. ¡Ten por seguro que tus días están contados en las oficinas de mi papá! ¡Tendrás que suplicarme si quieres seguir manteniendo a tu abuela y a esa insoportable mocosa!
Cuando al fin salió Diego lanzó la puerta tan fuerte que por un momento pensó que se reventaría en dos. Podía jurar que esa mujer estaba al borde de la locura. ¿En qué momento la dulce y tierna Melissa se había convertido en una perra desquiciada?
Diego había hecho durante años muchas cosas para ayudarla pero nada de lo que él intentaba servía porque ella nunca estaba dispuesta a poner de su parte. Sentía lastima, no quedaba ni la sombra de lo que ella alguna vez había sido. Su decisión de querer salir de esa relación tóxica seguía firme, le había dicho que podía contar con su amistad pero ella acababa de matar cualquier sentimiento que quedara entre ellos; no podía ir y amenazarlo con interferir en la manutención de su familia.
Para sacarla totalmente de su vida tendría que conseguir otro empleo.
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