11
―De verdad, ya me siento bien, tampoco es que voy a inscribirme en las próximas olimpiadas.
―Ya te dije que no, Micaela. Hablé con Cecilia y tanto ella como Richard están de acuerdo en que descanses un par de días más.
La madre de Micaela había ido a saludarla y a ver cómo estaba, la encontró arreglándose para ir a trabajar, ya se sentía bien y el encierro la estaba volviendo loca pero Mariela insistía en que cumpliera con los dos últimos días de reposo que recomendó el doctor; así que tenían una discusión acalorada en medio de la sala.
―Ayúdame aquí, Celeste ―pidió Micaela cuando vio a su amiga salir del cuarto.
―¿Yo? ¡No, yo no! A mí no me metan en su rollo, luego me gano el odio de alguna de las dos ―dijo acelerando el paso hasta la cocina.
―¡Gracias! ―gritó Micaela con sarcasmo, se dejó caer en el mueble y puso los ojos en blanco cuando escucho un «De nada» desde la cocina.
Su madre se acercó y se sentó junto a ella, colocó la mano sobre su rodilla y le habló con suavidad.
―Hija, nada te cuesta terminar tu reposo, luego del susto que me hiciste pasar lo único que quiero es que estés bien. Son solo dos días más, cariño, piensa que estás de vacaciones y has algo que te guste en casa.
Micaela se rindió, ya encontraría que hacer. Mariela estaba en modo mamá sobreprotectora activado y no iba a poder persuadirla.
―Ok, me quedaré. A veces me tratas como a una niña pequeña ―se quejó.
―Cuando se trata de tu salud y de tu bienestar siempre te cuidaré como a un bebé, cariño. Así que no se diga más, tú te quedas y yo me voy, que se me está haciendo tarde. ―Antes de levantarse le dio un beso en la frente. Luego recogió su bolso y se colocó la chaqueta.
―Yo también voy saliendo, espérame y nos vamos juntas ―dijo Celeste, bebiéndose el café apurada.
―Claro que sí, cariño. Vamos.
Micaela se despidió de las dos y las observó irse, recargada del marco de la puerta, siempre le había gustado ver lo bien que se llevaban, su madre trataba a Celeste como a otra hija y eso le hacía sentir, que además de una amiga tenía una hermana. Sonrío ante el pensamiento y cerró la puerta, era hora de encontrar qué hacer para no aburrirse todo el día.
Encendió la radio y cambió de emisora hasta que encontró algo agradable. Recordó que tenía guardado un rompecabezas de cien piezas en el armario; armar rompecabezas era su hobby. Desde niña le encantaban y familiares y amigos cercanos se habían encargado de surtirla de una buena colección. Ese lo había guardado ya que eran muchas piezas y no había tenido tiempo libre para armarlo, pero ahora tiempo era lo que le sobraba.
Extendió las piezas en la mesa y miró la imagen de la caja, era el Times Square de Nueva York, reconocía esa avenida famosa porque la había visto en varias películas, le encantaban esas vallas con sus publicidades luminosas; cuando los terminaba de armar los montaba en cuadros.
Su celular comenzó a sonar y estiró la mano para agarrarlo sin despegar los ojos de las piezas que estaba logrando encajar.
―Hola.
―Buenos días, mi loca favorita. ―Micaela se levantó de la silla tan rápido que se golpeó la pierna con la mesa, el movimiento brusco logró tirar varias piezas al suelo, se tapó la boca con la mano para evitar lanzar una maldición. No sabía qué era peor, si el dolor en la pierna o el susto en el estómago―. ¿Aló? Micaela, ¿estás ahí? ―preguntó Diego con voz preocupada.
Ella apretó el celular y se mordió el labio, que bien se escuchaba su nombre viniendo de él.
―Eh, sí. Estoy aquí, disculpa.
―Qué bueno, creí escuchar un golpe.
―Ah, no, no es nada... Estaba cerrando una puerta ―vaciló un momento―. Pero dime, ¿cómo sigues?
―Como nuevo, ya puedo volver a mi trabajo de súper héroe. ―Micaela soltó la risa―. Señorita, ¿se está burlando de mí?
―Oh, no, para nada. Ahora dígame, señor, ¿a qué debo el honor de su llamada? ¿Su vida no está muy ocupada con tantas damas en apuro?
―Sí, pero siempre tengo tiempo extra para verificar que sigan bien. ¿Lo estás?
―Lo estoy, gracias. Dos días más y vuelvo a mi rutina, que parece ser más normal que la tuya.
Diego soltó una carcajada desarmándola por completo.
―Perfecto. Entonces, como ya estamos recuperados, ¿qué te parece si te invito a almorzar? ¿En una hora está bien? ―Abrió los ojos de par en par e intentó ignorar el calor que se concentraba en sus mejillas.
¿Volverlo a ver? ¡Claro que le gustaba la idea!
Desde que lo conoció no había podido dejar de pensar en él, pero le daba un poco de susto verlo por toda la cuestión de las almas gemelas, por lo que había dicho Oleska, y por lo que había leído en internet. No quería que Diego se enterara de que ella había tenido sueños con él, no quería escucharlo decir que estaba totalmente loca... Pero de alguna manera, Micaela tenía que descubrir si existía o no esa extraña conexión, ¿no?
¡Dioses de todas las chicas en apuro con su alma gemela! ¿Qué debía hacer?
―Oye, sigo aquí y muero de hambre, ¿qué me dices?
―Está bien, ¿dónde nos vemos? ―respondió al fin.
―¿Dónde nos vemos? No. Yo paso por ti, tengo auto.
―¿Entonces te doy mi dirección?
―No, tampoco. Sé dónde vives. No eres la única que tiene amigos en "agencias de investigación".
Micaela echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, sabía de qué hablaba, se refería a las veces que envió a Celeste a la clínica a averiguar cómo estaba; seguro Manuel lo había puesto al tanto.
―En una hora ―le confirmó ella.
―No puedo esperar. Ahí estaré puntual.
¿No podía esperar? ¿Tenía tantas ganas de verla también?
El corazón de Micaela latió con fuerza y las mariposas en su estómago no paraban de aletear. Decidió seguir luego con el rompecabezas, debía correr y arreglarse, saldría con Diego, y aunque era extraño y le daba un poco de susto, la hacía feliz volverlo a ver.
Se cambió de ropa unas cinco veces, observó a la chica en el espejo y le agradó lo que vio: su jean favorito, ese que siempre tiene guardado toda mujer para casos de emergencia y que sabemos nos favorece; junto con una blusa blanca a juego con sus zapatillas. Era informal pero solo era un almuerzo, ¿no?
Amarró su cabello en una cola alta, se colocó un poco de rímel y brillo labial... pero le faltaba algo. Sí, al instante supo qué era. Caminó hasta la peinadora y tomó el collar que siempre usaba, lo llevaba como un amuleto a todos lados, por suerte combinaba con todo.
El timbre la hizo detenerse, el corazón le comenzó a latir más rápido por los nervios. Debía calmarse, no quería que le entrara otro ataque de tartamudez como el de la clínica, así que tomó una respiración profunda y soltó el aire poco a poco.
¿Cómo había podido ser tan fluida y natural la conversación que habían tenido por teléfono? Será porque es más fácil cuando no tienes a la persona enfrente. Micaela olvidó el collar y se encaminó hasta la puerta.
Definitivamente si quedaría sin habla, pero de por vida.
Diego estaba parado en las escaleras de entrada, vestido de una manera que le robaba el aliento a cualquiera. Llevaba puesto un jean, que seguro también era su favorito, ya saben a qué me refiero, una camisa azul con los dos botones superiores abiertos, su cabello lucía alborotado y los lentes aviadores le quedaban demasiado sexi.
¡Joder, si tenía dudas, pues ya no! ¡Era el pecado hecho hombre!
―Hasta que nos volvemos a ver, Micaela. ―Un calor abrazador se apoderó de ella.
―Hola, Diego ―contestó, estaba segura de que nunca olvidaría esa imagen mental de él.
―Luces preciosa ―dijo quitándose los lentes, y miró rápidamente toda la extensión de Micaela, tragó saliva.
―Gracias ―respondió ella perdiendo el poder en su voz.
―¿Lista para irnos? ―Él estaba demasiado cerca, las rodillas de Micaela amenazaban con debilitarse.
Un auto blanco estaba estacionado frente al edificio. Diego abrió la puerta del copiloto, Micaela se deslizó en el asiento y al poco tiempo él estaba frente al volante. Estaban tan cerca que ella pudo percibir el aroma de su loción, era suave, fresca, y le encantó. Se volvió para observarlo y por una fracción de segundo él miró sus labios, luego la miró fijamente a los ojos y ella sintió que se perdía en ese mar azul.
―¿Hay algún tipo de comida que no te guste? No quiero equivocarme.
―Tengo mis favoritas pero en general me gusta cualquier cosa.
―Entonces, vamos. Seguro te encantará el lugar ―dijo encendiendo el motor, y luego se colocó los lentes de nuevo.
Amo a Diego. Fin. 😍
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