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―Y luego dicen que los milagros no existen ―dijo Manuel luego de que las mujeres salieron de la habitación.
―¿Por qué lo dices? ―preguntó Diego y se echó a reír, porque ya imaginaba por donde venía el comentario.
―Hermano, tiene que ser un milagro. Uno, porque luego de quedar tan estropeado estás mejorado muy bien. Dos, porque esa chica que ayudaste es una lindura, y su amiga un bombón. Y tres, porque aceptó darte el número. ¿Viste la cara que tenía? Creo que quería salir corriendo.
Era la verdad, Diego se estaba recuperando rápido. Y Manuel tenía toda la razón, Micaela era hermosa.
―Me gusta ―soltó con una extraña sensación recorriéndole el cuerpo―. Pensé que no tendría la oportunidad de verla de nuevo.
―¿Hablas de la noche del accidente? A todas estas no me has contado lo que pasó ese día, ¿cómo fue que terminaste ayudando a esa chica?
―Ese día fue una locura, arrima la silla para contarte.
Manuel hizo lo que Diego le pidió y le hizo señas para que comenzara a hablar.
10 DÍAS ANTES
Se levantó temprano, como siempre, era costumbre para él ducharse, vestirse, desayunar y revisar las cuentas antes de irse a trabajar. Le dio un sorbo a su café y revisó cada cosa que tenía que pagar ese mes, trataba de conseguir soluciones pero se le hacía cada vez más complicado resolver con solo un sueldo de quince y treinta.
Esa mañana se sentía impotente y frustrado pero era su obligación resolverlo, tenía a su cargo a dos personas que amaba con locura y que merecían estar bien.
Colocó la taza de café en el fregadero y agarró las llaves de su auto.
Llegó muy tarde al trabajo debido al espantoso tráfico que había, eso provocó que tuviera que quedarse más tiempo de lo normal en la oficina. Las horas pasaban lentas, veía el reloj a cada rato deseando que el tiempo transcurriera más rápido; estaba inquieto, quería marcharse lo antes posible.
Cuando al fin dieron las cuatro treinta de la tarde agarró su chaqueta y se dirigió al ascensor, estaba por entrar cuando su teléfono sonó. Vio la pantalla e hizo una mueca de fastidio; dejó que repicara varias veces para ver si la persona se rendía, pero no lo hizo.
Qué insistente y fastidiosa. Pensó.
A la tercera llamada contestó exasperado.
―Hola.
―Hola, Didi. ¿Podemos vernos?
Diego suspiró hondo, ¿cuántas veces tenía que decirle que odiaba que le dijera así? No valía la pena repetírselo, seguro no dejaría de hacerlo.
―No lo creo, estoy cansado y hoy fue un día de mierda.
―¡Ay, pero que vocabulario! ¿Y cómo hacemos? Yo sí quiero verte, ¿me estás evitando?
―Como si eso fuera posible ―murmuró entre dientes.
―¿Qué dijiste?
Él tenía ganas de gritarle lo que ya había dicho pero se contuvo, solo Dios sabía hasta cuándo le tendría paciencia.
―Nada, que hoy va a ser imposible.
―Umm... ¿Y mañana?
¿Pero es que no entiende las indirectas? Piensa rápido, Diego, cualquier excusa.
―Mañana no puedo, quedé en verme con Manuel.
―Pues cancélale a ese idiota. Me estás evitando, Diego, y tenemos muchas cosas que hablar.
Pero claro que la estaba evitando, si seguía escuchando su vocecita chillona por más tiempo seguro le daba jaqueca.
―Estoy a punto de entrar al ascensor, así que... ―Hizo sonidos extraños, imitando interferencia―. Grrssshhhhhffffshfhgsshh. No te oigo.
Y colgó.
No tenía ganas de seguir escuchándola y mucho menos tenía ganas de verla; si se molestaba o no ese era su problema. Además, ella solita se lo había buscado.
Salió del edificio y se fijó en que parecía más tarde de lo que era. El cielo estaba oscuro y comenzaba a llover. No tenía problema con eso, sabía que muchos odiaban la lluvia pero a él lo hacía sentir bien, le traía siempre buenos recuerdos del pasado; sobre todo de su madre. Respiró el característico olor a lluvia mientras recordaba una frase especial que ella siempre mencionaba: «La vida no se trata de esperar a que pase la tormenta, se trata de aprender a bailar bajo la lluvia».
¡Dios, cuánto la extrañaba! Estaba seguro de que si ella viviera él no se sentiría tan solo y desorientado. Si tan solo pudiera preguntarle qué hacer para encontrar la manera de ser feliz, o cómo bailar bajo la lluvia.
Sacudió la cabeza y se rio amargamente con la idea de que se vería bien payaso y ridículo en una escena así. Recostó la espalda de un poste de luz, no le importaba que el agua cayera más fuerte. Se entretuvo jugando con las llaves del auto hasta que algo captó su atención.
Una mujer intentaba protegerse de la lluvia, se tapaba la cabeza con los brazos pero por supuesto que no tenía éxito, porque ya estaba completamente empapada. Poco a poco se fue acercando hasta donde él estaba, daba pequeños saltitos entre charco y charco y a Diego le causó mucha gracia porque parecía no notar que mientras más saltaba, más se le mojaban los zapatos. Cuando ya estaban a escasos metros, ella se agachó y se arremangó un poco el ruedo del pantalón, él se contuvo para no soltar una carcajada, el jean de la muchacha ya destilaba agua.
¿En qué ayudaría que se subiera el ruedo?
Diego iba a hacer un comentario mordaz pero se quedó mudo cuando ella alzó la cabeza y tuvo la perfecta visión de su rostro, por unos instantes pudo observar lo hermosa que era pero ella se incorporó rápidamente y comenzó a correr calle arriba. Él no supo qué se apoderó de su cuerpo, aunque echó a correr tras la linda desconocida; parecía un lunático.
Ella se detuvo en una esquina y miró la luz del semáforo, podía cruzar pero no notó el auto que venía a una velocidad impresionante, sin ninguna intención de frenar.
El corazón de Diego se aceleró de una manera violenta, reaccionó a tiempo, estaba tan cerca que solo se le ocurrió llegar hasta ella y cargarla, giró el cuerpo como pudo y la arrojó hacia la acera; lo último que sintió fue un golpe espantoso.
Manuel lo observaba con los ojos bien abiertos, agarró un vaso con agua de la mesa que estaba al lado de la cama, bebió un sorbo y respiró con pesadez.
―De verdad te gustó ―afirmó―. La seguiste como un maniático.
―No sé por qué lo hice pero no me arrepiento, si no lo hubiera hecho pudo haber pasado algo peor. Pensé en verla mejor, o en presentarme, no ponerme frente a ese puto auto.
―Bueno, sea como sea, ya se conocieron. Es más, ¿te digo algo? Tal vez el destino así lo quiso.
―¿Y a ti que mosca te picó? ¿Desde cuándo crees en esas cosas? ―preguntó riendo.
―Solo es un comentario ―dijo Manuel golpeando el hombro de Diego, y luego se puso de pie―. No sé, solo se me ocurrió.
―Manu, ¿cómo me encontró? ―Quiso saber, pensaba que estaba soñando cuando abrió los ojos y la vio; si le gustó mucho aquella tarde, el conocerla y detallarla lo había dejado sin aliento.
―Ella también estuvo hospitalizada aquí. Parece que estaba preocupada por ti, porque llamó varias veces al puesto de enfermeras para ver cómo te encontrabas, incluso mandó a su amiga a preguntar en dos oportunidades; así fue como conocí al bombón ―comentó con diversión―. Hace rato en la cafetería Celeste me contó que Micaela estaba aquí, que quería conocerte y darte las gracias.
Eso a Diego le sentó bien, saber que de alguna manera ella había estado preocupada por él sin ni siquiera conocerlo hablaba bien de Micaela. Cada minuto le gustaba más, ya quería conocerla mejor.
―Cuidado con lo que estás pensando, Diego. ―Manuel lo miraba con el ceño fruncido―. Tu vida ya es complicada como para que ahora vengas a inventar.
¿Y ahora este lee la mente de las personas?
Diego sabía que Manuel tenía razón, su vida era complicada pero algo le decía que no podría parar de pensar en ella.
―Me tengo que ir, hermano. Paso por ti mañana para llevarte a casa, ¿de acuerdo?
―De acuerdo ―contestó―. Y gracias, Manuel.... Sé que has estado ayudando a la abuela y a Delia mientras he estado aquí.
―No te preocupes. Ellas están bien, y felices, porque mañana vuelves a casa. No hay nada que agradecer, ustedes son mi segunda familia y siempre podrán contar conmigo. ―El par de hombres se despidieron con un abrazo y luego Manuel se marchó.
Diego estaba muy agradecido por tener a un amigo como Manuel, no todo el mundo se queda cuando las cosas se ponen difíciles y él siempre había estado para él.
Solo unas horas y saldré de aquí...
Suspiró aliviado y se acomodó en la cama, la cabeza le daba vueltas pensando en Micaela.
Había tenido muchas conquistas y una que otra novia pero ninguna se comparaba con la belleza de ella. Además de preciosa, lo había hechizado con esos ojos color miel y esa boca perfecta. Algo extraño había sucedido cuando se tocaron, una corriente eléctrica recorrió su cuerpo, él sintió... algo especial. No le quitaba los ojos de encima, la puso nerviosa y le causó gracia ver cómo se sonrojaba, tal vez se había pasado con lo del mensaje de texto pero es que él se moría por ver su reacción.
¿Estará molesta?
No que va, ella se estaba riendo cuando le respondió el mensaje. No, Diego no se iba a quedar quieto hasta que la volviera a ver, y ya tenía una idea en mente. Agarró su teléfono y buscó entre sus contactos el número que necesitaba.
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