Capítulo 32

Narra Wyatt

Ansiaba ver a Sarisha, una necesidad profunda que me impulsó a enfrentar la realidad de mis acciones. El hospital parecía un laberinto de pasillos interminables mientras me dirigía a su habitación. Cada paso resonaba con la incertidumbre y el temor de lo que encontraría al abrir esa puerta.

Cuando entré, el contraste entre la tenue luz de la habitación y la oscuridad de la situación me golpeó de lleno. Sarisha, normalmente llena de vida, estaba allí sentada en la cama, pero su expresión revelaba más dolor del que podía soportar. Su sorpresa al verme indicaba que no esperaba mi presencia, y no podía culparla. Sabía el odio que sentía hacia mí, y esa era una carga que merecía llevar.

Sus ojos, que solían destilar vitalidad, ahora estaban nublados por el sufrimiento. No había forma de ocultar la huella del dolor en su rostro. Cada herida, cada rasguño, contaba la historia de los horrores que había vivido. Me estremecí ante la realidad de su sufrimiento, consciente de que mis acciones habían contribuido a este oscuro capítulo de su vida.

Cuando Sarisha comenzó a hablar, las palabras que salían de sus labios resonaban con una pesadez insoportable. Cada detalle de su calvario, cada ataque a su integridad física y emocional, me golpeó como una marea de culpa. No podía dejar de escuchar, aunque cada revelación era una cuchillada en mi conciencia.

<<Quedé embarazada...>> 

Esas palabras retumbaron en mis oídos, con un peso que amenazaba con aplastarme. Cerré los ojos por un instante, incapaz de soportar la magnitud del sufrimiento que había causado. Las lágrimas de Sarisha eran un reflejo de su tormento, y su voz rota perforaba mi alma.

Cuando Sarisha mencionó las secuelas físicas y emocionales que llevaría consigo, sentí el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros. ¿Cómo podía pedir perdón por algo tan atroz? Pero lo intenté.

No esperaba compasión por su parte, pero necesitaba que supiera que lamentaba cada parte de su pesadilla.

El silencio se apoderó de la habitación después de mi intento de disculpa. Sarisha no me odiaba ni le caía bien, eso quedó claro. Su respuesta fue firme, despojada de cualquier ilusión sobre la naturaleza de nuestro encuentro. Podía ver su deseo de que enfrentara las consecuencias de mis acciones, y yo, por primera vez, estaba dispuesto a aceptarlas.

Entonces cuando terminé rendido y estaba por abandonar la habitación, mi primo entró en la habitación, irrumpiendo en el tenso ambiente. Su enfado era palpable, y su reacción no se hizo esperar. Sarisha lo llamó, y él se volcó hacia mí, agarrándome del cuello de la camisa. El odio en sus ojos era un reflejo de la indignación que sentía en su corazón.

—¡Aidan! —la voz de Sarisha detuvo a mi primo justo cuando estaba por golpearme—. Déjale...deja que se vaya —susurró—. T-te necesito...

Mi mirada continuaba clavada en la de mi primo, siendo testigo de cómo sus ojos ardían en llamas de odio y cabreo reflejado. A regañadientes, mi primo soltó su agarre, permitiéndome dar un paso atrás y liberándome de su feroz presa mientras sus ojos aún me lanzaban dagas de desprecio.

—¡Lárgate de aquí! —exclamó Aidan—. No mereces otra oportunidad, Wyatt. Has arruinado la vida de Sarisha, y no olvidaré eso fácilmente. 

La tensión en la habitación era palpable y antes de abandonar el cuarto, mis ojos se encontraron con los de Sarisha una última vez antes de salir, llevándome consigo la imagen de su mirada perdida. 

—Perdóname —susurré antes de cruzar la puerta, dejando atrás un rastro de remordimiento y la certeza de que enfrentaría las consecuencias de mis acciones.

El pasillo del hospital se extendía frente a mí como un corredor interminable, llevándome lejos de la habitación donde Sarisha quedaba sumida en su dolor. Cada paso resonaba con el eco de mis propias culpas, y mi mente estaba enredada en un torbellino de pensamientos y remordimientos.

Mientras me alejaba, la realidad de lo sucedido se asentó como una losa en mi pecho. Mis acciones, mis decisiones, habían dejado una marca indeleble en la vida de Sarisha, y no había vuelta atrás. Me encontraba en un punto de no retorno, enfrentándome a las consecuencias de mis elecciones.

El pasillo me condujo a la salida del hospital, donde la luz del día me recibió de manera desapacible. Me quedé de pie en el umbral, sintiendo el peso del arrepentimiento aplastándome. Sabía que mi disculpa no podía deshacer el daño causado, pero era un primer paso hacia la aceptación de la responsabilidad.

Mientras deambulaba por los jardines del hospital, mi mente se desplazaba entre imágenes de Sarisha y las palabras que habían sellado nuestro encuentro. Las lágrimas que habían asomado en sus ojos, la dureza de sus palabras, resonaban en mi conciencia como un recordatorio constante de la realidad que había creado.

Pasaron horas antes de que me diera cuenta de que me encontraba en un banco solitario en algún rincón del hospital. La tarde se deslizaba hacia la noche, y mi mente aún lidiaba con el torrente de emociones desencadenadas por el reencuentro con Sarisha.

De repente, una sombra se proyectó sobre mí, y levanté la vista para encontrarme con Aidan. Su expresión era una mezcla de furia y preocupación, una tormenta contenida bajo su mirada intensa.

—No sé qué demonios piensas que estás haciendo aquí —espetó Aidan, sin preámbulos.

—Lo sé, Aidan. Cometí errores que no puedo deshacer —respondí, mi voz cargada de pesar.

—No mereces estar aquí, Wyatt. No después de lo que le hiciste a Sarisha. ¿Te das cuenta del daño que causaste?

Asentí con tristeza, incapaz de mirar directamente a los ojos de Aidan. Las palabras se atascaron en mi garganta, y la realidad de mis acciones colapsó sobre mí con fuerza renovada.

—Deberías irte, Wyatt. Y no vuelvas a aparecer en la vida de Sarisha. Ya ha sufrido lo suficiente.

Aidan se alejó, dejándome solo con mis pensamientos y el oscuro peso de la realidad que me rodeaba. Sabía que no podía cambiar el pasado, pero ahora enfrentaba la difícil tarea de reconstruir mi propio futuro, marcado por las cicatrices de las elecciones equivocadas.

Perdido en un mar de pensamientos, decidí ir a un bar cercano para ahogar mis penas en alcohol y olvidar, aunque fuera por un breve momento, el peso aplastante de mis errores. La música estridente y las risas distantes parecían un eco distorsionado de la realidad que acababa de dejar atrás. Me hundí en el rincón más oscuro, buscando consuelo en la embriaguez y en cualquier cosa que pudiera atenuar el dolor.

La mezcla de alcohol y drogas pronto comenzó a nublar mis sentidos, y me dejé llevar por la espiral descendente de la autodestrucción. En cada trago, intentaba alejar la imagen de Sarisha y el eco de sus palabras. Pero cuanto más intentaba olvidar, más vívidos se volvían los recuerdos.

Finalmente, dejé el bar, mi mente nublada y mis pensamientos aún atormentados. Caminé hacia mi casa, una morada que ahora se sentía más como una cárcel personal que como un refugio. Al entrar, el silencio se apoderó del espacio, solo interrumpido por el eco de mis propios pasos y la respiración agitada.

Me dirigí a mi habitación, donde las sombras parecían bailar en las paredes como recordatorios de mi oscuro pasado. Al mirar alrededor, cada objeto parecía cargar con el peso de mis errores, y la habitación se llenó de la presencia ausente de Sarisha.

La nostalgia me envolvió al recordar los momentos iniciales, cuando la conocí. Su ternura, su risa, su presencia iluminando mi vida de maneras que ahora se desvanecían en la oscuridad de mis decisiones equivocadas. Me dejé caer en la cama, y una ráfaga de recuerdos me envolvió, cada uno más doloroso que el anterior.

Fui presa de la rabia contenida, una furia desatada que no podía contener más. Como un torbellino, empecé a destrozar la habitación, tirando las cosas de mi cómoda al suelo y rompiéndolas en pedazos. La cama se convirtió en un campo de batalla mientras deshacía las sábanas y almohadas, dejando un rastro de caos.

Sin poder controlarme, golpeé la pared repetidamente, dejando que la frustración y el arrepentimiento se manifestaran en cada puñetazo. Mis manos ardían, pero era un dolor físico que apenas comparaba con la tormenta emocional que rugía en mi interior. Un grito desgarrador escapó de mi garganta, un lamento ahogado por la insondable culpa que me perseguía.

La habitación yacía en ruinas, reflejo de la tormenta que había desatado en mi propia alma. En ese momento de destrucción, me sentí más perdido que nunca, ahogándome en las consecuencias de mis propias elecciones desastrosas.

Golpes, gritos y el sonido de objetos rompiéndose llenaban el espacio. Mis manos, empuñadas con rabia, se movían de manera descontrolada, destrozando todo a mi paso. Era como si intentara liberar la tormenta que rugía en mi interior.

Entonces, escuché golpes en la puerta, la voz preocupada de Zoa, mi hermana mayor. Pero mi furia no conocía límites, y mis respuestas eran solo susurros ahogados en el tumulto de mi propia desesperación. No iba a dejar entrar a nadie, no quería que vieran este lado oscuro de mí.

Sin embargo, Zoa no se detuvo. Con una llave de repuesto, la puerta se abrió desde fuera, revelando la destrucción que yo mismo había causado. La mirada de Zoa reflejaba tristeza y preocupación mientras se adentraba con cautela en la habitación destrozada.

—Wyatt, ¿qué has hecho? —su voz, suave pero llena de dolor, resonó en mis oídos.

Estaba borracho, enojado y completamente perdido. Zoa se acercó a mí, con manos que intentaban calmar la tormenta que yo mismo había desatado. Intentó hablar conmigo, pero mis respuestas eran incoherentes, ahogadas en un mar de emociones tumultuosas.

—Necesitas calmarte —susurró, tratando de tomar mis manos, pero yo las mantenía lejos, resistiéndome.

Las lágrimas caían por mi rostro, mezclándose con la rabia y la impotencia. Zoa continuó como una madre consolando a su hijo en medio de una pesadilla. Me abrazó, un abrazo cálido que intentaba ser un bálsamo para mi alma atormentada.

—No estás solo en esto, Wyatt. Pero necesitas dejar que te ayudemos. No puedes cargar con todo este peso por ti mismo.

Zoa recogió con paciencia los escombros de la habitación, un gesto que simbolizaba su intento de reconstruir lo que yo había destruido. Mientras lo hacía, continuó hablándome con ternura, como una madre guiando a su hijo a través de una tormenta emocional.

Con el tiempo, la furia en mí comenzó a disiparse, y la embriaguez cedió paso a la claridad. Zoa me guió hacia la cama, ofreciéndome agua para mitigar los estragos del alcohol. Su voz, firme pero llena de amor, resonó en la habitación mientras me recordaba que no estaba solo, a pesar de mis errores.

—Te amo, Wyatt. Pero necesitas enfrentar tus problemas de una manera más saludable. No puedes seguir así.

Zoa, mi hermana mayor y figura maternal en ese momento de caos, se convirtió en mi ancla. Mientras enfrentaba las consecuencias de mis acciones, ella estuvo a mi lado, liderando el camino hacia la sanación. En esa habitación, donde la destrucción había reinado, Zoa desempeñó el papel de protectora, ofreciendo un amor incondicional que me recordó que siempre había un lugar seguro en la familia.

Ella me guió con suavidad hacia la cama, y me obligué a sentarme mientras aún luchaba contra las olas de la embriaguez. Mis ojos, vidriosos por el alcohol y la desesperación, encontraron los de Zoa, que reflejaban una mezcla de tristeza y compasión.

—Wyatt, necesitas hablar. No puedes seguir así —dijo con una firmeza maternal, sentándose a mi lado y agarrando mis manos para comenzar a curarme.

Traté de articular palabras, pero mi garganta parecía estar atrapada en un nudo de remordimientos. Finalmente, después de un profundo suspiro, dejé escapar las palabras que pesaban en mi alma.

—Lo arruiné, Zoa. Lo arruiné todo con Sarisha. No sé cómo pude llegar a esto, pero... —mis palabras se quebraron, y una lágrima solitaria resbaló por mi mejilla—. Le hice daño, Zoa, mucho daño.

Mi hermana puso una mano reconfortante sobre mi hombro, brindándome un apoyo que necesitaba desesperadamente. Su mirada era comprensiva, pero también instaba a que continuara hablando.

>>Ella no merecía nada de lo que le hice. No puedo soportar verla así, tan lastimada por mi culpa —mi voz temblaba, cargada de arrepentimiento.

Ella asintió con comprensión, permitiéndome liberar el peso que llevaba en mi corazón. Hablamos en la penumbra de la habitación, donde los destellos de la luz de la luna se filtraban entre las cortinas, como si la propia naturaleza estuviera escuchando nuestra conversación.

>>No pensé en las consecuencias, Zoa. Solo seguí mi propio impulso egoísta, y ahora Sarisha está sufriendo por mi estupidez —mi mirada se encontró con la suya, buscando algún indicio de perdón que ni yo mismo merecía.

Zoa apretó suavemente mi hombro, su expresión compasiva pero firme.

—Wyatt, lo que hiciste está mal, pero reconocerlo es un primer paso hacia la redención. Tienes que enfrentar las consecuencias de tus acciones y aprender de ellas —sus palabras eran directas, como un faro guiándome a través de la tormenta.

—No sé si alguna vez podré remediar esto. Me siento como un monstruo —confesé con la voz quebrada.

—La redención lleva tiempo, Wyatt. Pero mientras estés dispuesto a cambiar y a asumir la responsabilidad, siempre hay una posibilidad. Tienes que trabajar en ti mismo y tratar de enmendar lo que puedas —. Mi hermana hablaba con la sabiduría de alguien que había visto el mundo y comprendía la complejidad de la redención.

Cada palabra de Zoa resonaba en mi alma, actuando como un recordatorio constante de que el camino hacia la curación y la redención era un viaje continuo. En ese momento de vulnerabilidad frente a mi hermana, la carga de mi arrepentimiento se volvía un poco más liviana, sabiendo que, aunque no podía cambiar el pasado, aún tenía el poder de moldear mi futuro.

Sin embargo, a pesar de esa chispa de esperanza, me embargaba un deseo sincero, un anhelo expresado con un "ojalá" que resonaba en las profundidades de mi conciencia.

Ojalá...me hubiera dado cuenta de mis verdaderos sentimientos antes de que fuera demasiado tarde.  

Ojalá hubiera sabido antes que las consecuencias de mis acciones amenazaban con destruir la vida de Sarisha irremediablemente y también mi propia paz mental.

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